Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


* Unión Postale Universelle Rusie (principios de siglo XX)
* Unión Postale Universelle Rusie (principios de siglo XX)

          Querido Pseudo Lucilo:

     Sí, las nieblas son densas en lo alto de las montañas. M. se quedó muy dormida y por la mañana no quería levantarse. Ya sabes que ella es muy friolera y mi casa es muy fría. Me preguntas también cómo puedo vivir en la cuasi indigencia. Esas son las palabras que utilizas, ¡Ay, querido sobrino si tú supieras hasta dónde puede llegar la miseria!
     Disfruto de una casita alquilada. Vivo en un pueblo muy pequeño donde las gentes aún tienen un deje de cortesía -eso ya es riqueza, querido mío-; por la mañanas, al levantarme huelo aún el aire limpio de un valle y son los pájaros -soslayo los ruidos de los hombres que son muchos y muy diversos y que me suelen parecer -los ruidos- metáforas de sus desconsuelos- los que pueblan los sonidos de mis días. Aún en invierno. Eso es ya riqueza, querido mío. Afirmo además, por muy trillada que la idea sea, de que es más rico quien menos necesita que quien más tiene. Que se lo pregunten a los jugadores de póker de las grandes timbas mundiales. Sí, es cierto que paso frío, que mis ropas van envejeciendo con el paso de los años, que a veces miro con salivar de mi boca una manjar que antaño tomé o que quisiera, alguna vez, estar en otro sitio; es cierto que algo de estas carencias me pasarán factura pero también que las facturas que yo he de pagar son cada vez menos. Incluso he conseguido que por mi indigencia -como tú la llamas- ya no te duela que M. venga de vez en cuando a follar conmigo. Te imagino, perdona la broma, arrodillado ante uno de tus ídolos y pidiendo paciencia y comprensión ante la prueba que el buen ídolo/dios te está poniendo, a saber: que a M., tu novia y futura mujer según me cuenta, le hago tilín y viene, unas veces más y otras menos, a que nos demos un gusto al cuerpo y al alma porque -como muy bien sabrás- el sexo hace gozar y mucho lo inmaterial del ser. Ese gozo es ya riqueza, querido sobrino mío.
     Y claro que echo de menos ciertas comodidades que en otros tiempos tuve, también echo de menos las miradas primeras a las cosas o los descubrimientos verdaderos porque no sé cuánto descubrimos a lo largo de nuestras vidas; no sé cuánto descubre la persona más descubridora del mundo; no sé cuánto de lo que creemos descubrir son en realidad reelaboraciones de otros que descubrieron antes. Te lo escribo porque creo que estoy en un momento en el que estoy a punto de descubrir algo. Lo siento cuando miro a M. mientras fuma un cigarrillo y observa de forma casi te diría pura el paisaje que tiene frente a ella; yo estoy a sus espaldas y me fijo en la posición de su cadera, en un matiz de traslucidez en sus cabellos o en la relación de grises entre el mundo y el humo del café que surge de la taza que coge con su mano izquierda sin que le tiemble el pulso. Cuando observo esa composición y cuando intuyo que de una forma consciente ella no sabe que la observo, creo descubrir cómo M. se diluye en todo lo demás y todo lo demás se diluye en ella y parece que Brahma o alguno parecido a Brahma se mostrara complacido en las fronteras de mi percepción, de mi casa, de la taza de café o de la silueta de M. No, no, aún no lo he descubierto. No sé si lo que te escribo es realmente lo que quiero decir o si voy a dar por terminada esta carta y me voy a pegar a M. mientras me emociona pensar que alguna vez, alguna vez el universo pudo detenerse.
     Cuida tus ideas, querido Pseudo Lucilo pero no por un afán de mejorar sino por un deseo de no juzgar, un deseo real de no juzgar, un deseo real de mezclarte con, cuando menos, las percepciones sin emitir, previamente, un juicio de valor. Los hechos morales existen y son constantes. Los juicios de valor son caprichosos como las corrientes en los cabos.

Siempre te quiere tu tío Alexander
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*
 La fotografía que acompaña la carta de Isaac Alexander pertenece a los recados de escribir que conservo de mi abuelo Ángel García-Loygorri  Atienza. Estos recados eran notas que se enviaban entre los miembros de las embajadas -mi abuelo era diplomático-. Los que conservo corren entre los años de 1905-1918 , en su mayor parte fueron escritos en San Petersburgo  y en Berlin. En estos recados de escribir se podía enviar desde unos buenos días hasta la hora y el lugar de una reunión importante o ser la tarjeta que acompaña un ramo de rosas rojas enviado para celebrar una pasión.
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/12/2021 a las 17:44 | Comentarios {0}


Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


La tormenta de fuego. Bombardeo aliado sobre Dresde el 13 de febrero de 1945.
La tormenta de fuego. Bombardeo aliado sobre Dresde el 13 de febrero de 1945.

     ¿Dónde está el caballo? Miro en la mañana. Miro en la tarde. Al anochecer miro. No vuelve.

     Una de las claves de las sociedades fascistas es el bulo no tanto en cuanto bulo sino como verdadera interpretación de un hecho.

     Intento retener en mi cabeza la exacta relación en un claroscuro que veo al atardecer en las montañas. Hasta qué punto se corta de una forma tajante o no esa relación de luz y sombra.

     Contra el fascismo en una democracia liberal y burguesa sólo cabe, mientras se pueda, la tolerancia. Es decir: en el espacio común tienen cabida las ideas que segregan, amenazan, injurian y niegan pero sólo hasta ahí. Una analogía sería ¿Cuál es el límite de la violencia? La respuesta sería: el límite es la palabra. Pues lo mismo para las ideas que niegan al Otro: el límite es la palabra. En cuanto esas palabras se pongan en acción, se inicia otra fase.
Hablo de fascismo porque es la única totalidad que amenaza la civilización occidental desde que Margareth Tatcher y Ronald Reagan accedieron, mediante el voto popular, a primera ministra y presidente respectivamente.

     Hoy he ido a hacerme una copia de las llaves en una tienducha muy curiosa que hay en un pueblo cercano. Mi pueblo es tan pequeño que no tiene apenas tiendas, sólo una de ultramarinos que por supuesto es propiedad de los dueños de todo. Pero a lo que iba. La especie de ferretería es un lugar muy particular: el mostrador da a la calle, es un lugar lleno de anaqueles de metal -con cientos de cajas de cartón muy, muy antiguas en sus baldas- que se alinean a ambos lados a lo largo de una estancia bastante estrecha y muy larga en cuyo extremo opuesto a la entrada hay una puerta con cristal que da a un patio; a la izquierda según se mira el mostrador hay un recipiente para tubos de neón (siempre me produjeron una tremenda intranquilidad los neones, su luz, los tubos) ; en el mostrador hay un calendario de hace muchos años y las paredes -lo que se puede ver de ellas tras los anaqueles de metal- son de un gris oscuro como si nunca se hubieran pintado. El dueño de la tienda sigue llevando una bata azul como la que se solían poner los ferreteros antiguamente, ese azul prusia tan sufrido y haciendo, yo diría, que honor a tanta vetustez cobra en reales y muestra cierto orgullo cuando el cliente -yo en este caso- le pregunta ¿Y eso en pesetas cuánto es? Y él responde con la exactitud de un relojero suizo; como desafío y alimento de su orgullo, voy más allá y le aseguro, Pero en dólares no me lo dice. Me lo dice. Un hombre que tiene una tienducha en un pueblo perdido de una sierra perdida en cualquier lugar del mundo igual de perdido, hace la conversión en distintas monedas a una velocidad pasmosa. 

     ¿Dónde está el caballo? ¿Hasta dónde llegaré a ver? Habrá que respirar una vez más. Me pide mi sobrino, mi pseudo Lucilo, que no olvide; me pide que mi memoria sirva como contención al fascismo; aunque sólo fuera una piedra, me dice. Por teléfono me habla. Me cuenta el temor que siente. Ya no es un fantasma, me dice. ¿Quién? Me gustaría aliviarle pero la esperanza la perdí para siempre y lo que no olvido -por mucho que se empeñen las modernas creencias en recluirlo en una parcela mínima del devenir- es el azar. Y así sólo puedo como mucho exclamar, ¡Se venturoso! ¡Sea tu época de ventura! 
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/12/2021 a las 19:38 | Comentarios {0}


Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Desnudo recostado de Zinaida Serebriakova. 1935
Desnudo recostado de Zinaida Serebriakova. 1935

     Diré que venías (sólo porque los días se habían calmado y parecía diciembre aliento y ánimo). Diré más cosas aunque me resulte difícil seguir escribiendo. Seguirte escribiendo. Cuando siento el frío metérseme hasta los tuétanos, me quedo quieto, sintiéndolo, disfrutándolo, hasta que me duele el cuerpo y sonrío cuando Hamlet se chupa la herida que una astilla le hizo esta mañana en la pata derecha.

     Diré que venías y que estuve la mañana inquieto. Me acercaba a la ventana. Me ponía la mano ante los ojos a modo de visera e intentaba adivinar si a lo lejos tú aparecías y yo sentía el cosquilleo propio de quien se alegra de ver llegar a quien se ama.
Sé que estoy viejo y no me importa. Aún quiero vivir. No es que espere nada. Tampoco tengo ya una gran curiosidad (ya sé que dicen que la curiosidad nos mantiene con vida pero no estoy seguro. Siempre dudo de las verdades de Perogrullo). Sólo que cuando me levanto y al ver las primera luces vuelvo a sentir un placer estético, sé que ese no es el día adecuado para morir. O mejor para dejar de estar en esta dimensión. Porque no me atrevo a aventurar nada. Porque empiezo a entender que debo ir desandando. Invadirme de aquellas experiencias que la razón quiso hacerme olvidar durante muchos, muchos años.

     Diré que cuando me desvío por un sendero del camino y veo las hojas de los robles cubriendo la tierra como si fueran piedrecitas de río, me detengo y respiro y siento una extraña tristeza como si este aire tan puro me sugiriera una edad dorada, que quedó atrás, no de mí, no, que quedó atrás de todos nosotros. Algo parecido debió de ocurrir cuando a principios de los años 30 del siglo XX se decidió que el sonido se introdujera en el mundo del cine. ¿Qué hubiera ocurrido si el cine se hubiera desarrollado sin sonido? Lo primero es que no se habría convertido en literatura.
Sé que no hay necesariamente piedras filosofales (lo escribo así porque seguramente, en algún alma/espíritu/mente esa piedra filosofal exista y no sólo exista sino que también tenga uso y pueda ese alma/espíritu/mente vivir con cierta calma, con una gran dosis de ignorancia y -jugando con el verso de Cernuda- sin necesidad de olvido); sé que el hierro se fecunda en el vientre de la tierra; sé que he tenido la fortuna de vivir los últimos años de mi vida sin miedo; sé que el fascismo está volviendo y ese tedio que producen las sociedades opulentas es una de las armas favoritas de los fascistas para hacerse con el poder: mierda y miedo son sus medios. Sé que desde mi forma de lucha seguiré luchando contra el fascismo.

     Diré: si vinieras como surgen las sorpresas, mi corazón se debatiría entre detenerse y continuar; si vinieras con tu sonrisa grande (la de los domingos por la tarde, cuando el mundo se diluye en el corazón de la noche y sólo queda meterse en la cama y soñar con un revoltijo de flores) me dejaría llevar por ti donde quisieras; diré también que no vendrás, que es todo un juego de un viejo que mira desde la terraza la posibilidad de verte aparecer.

     También diré, y ya termino, que Euphosine ha rejuvenecido y Aglaya se reivindica parda y Donjuan se lamenta de un lance perdido mientras roe con melancolía una rodilla de res y Hamlet se lame la pata y yo vuelvo a salir a la terraza y tú no apareces, por eso mi sonrisa, mi lectura vespertina,  Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia de Giorgio Agamben y quizá también, porque no vienes, vierto unas gotitas de cognac en el café solo. 
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/12/2021 a las 18:21 | Comentarios {0}


La tentación de san Antonio, por Pieter van der Heyden a partir del dibujo de Pieter Brueghel el Viejo, 1556
La tentación de san Antonio, por Pieter van der Heyden a partir del dibujo de Pieter Brueghel el Viejo, 1556

Anoche lo escuché con claridad. Mis manos bajo el edredón. Estaba muy dormida. Soñaba con violencias en los bloques de los que, puedo escribir, salí huyendo. Mis manos bajo el edredón se movían solas, sometidas al vaivén de la pesadilla; debía ser que me estaba desangrando por los muslos. Al comenzar a despertar sentí cómo mis manos -como si fueran torniquetes- apretaban con fuerza el muslo izquierdo. Probablemente esa presión fue la que me despertó. Entonces lo escuché. Lo escuché con claridad y volví a caer dormida. Luché un instante -no sé cuánto tiempo duró eso que llamo instante- por no volver al sueño convencida, como estaba, de que caería de nuevo en la pesadilla. Así fue: vuelvo al momento en que un padre está dando una paliza descomunal a uno de sus hijos mientras los vecinos, que son amigos suyos, beben alegremente y jalean la paliza; el niño no debe de tener más de ocho años y aunque sienta una antipatía rayana con el odio por él, me parece una salvajada a lo que estoy asistiendo. Yo lo veo todo desde la sala de mi casa. Tengo cerradas las cristaleras de la ventana. Ahogados me llegan los gritos del niño, el jaleo de los vecinos, la ira del padre que incansable golpea una y otra vez el cuerpo de su hijo que se va dejando vencer y cae ya de rodillas, hecho un ovillo, las piernas ensangrentadas, el rostro desfigurado, parece que se ha hecho pis y también ha defecado; de repente el niño se queda inerme, todo su cuerpo se relaja mientras el padre lo muele a patadas y puñetazos en una interminable, infatigable paliza.

Mientras paseo pienso en la idea de renuncia. Este alejamiento va a suponer renuncias. Por ejemplo he de renunciar a poder comprar comida japonesa. En estos primeros días es lo que más echo de menos: la abundancia de productos. También me ha vuelto un deseo nuevo por fumar. Lo dejé hace cuatro años. No había sentido hasta ahora un deseo tan vehemente. Una renuncia que me tienta a renunciar a ella. Mientras paseo con las primeras luces de la mañana, siento que por la noche escuché algo con claridad pero al contrario de cuando me desperté no logró saber qué fue exactamente lo que escuché y por qué al recordarlo me recorre un escalofrío por el espinazo .

De vuelta hacia la casa vuelvo a ver a un hombre viejo que pasea con dos perros más jóvenes que él; el hombre parece emanar cierta serenidad y eso me hace mirarme a mí misma y provoca un pensamiento de palabras, No eres sabia. Eso pienso, No, no eres sabia. Ese hombre con sus dos perros me da la sensación de ser tan nuevo como yo en estos campos; ambos nos movemos como si fuéramos de ciudad; hay en él -parece- un gusto por la contemplación. Cuando le he visto estaba subiendo por la ladera -no demasiado empinada- de una colina y cada poco se detenía y miraba en rededor con notable interés. Imagino que acabaremos conociéndonos. Algún día nos cruzaremos en el camino, nos saludaremos y al poco tiempo surgirá, de forma natural, una conversación. Ambos vivimos en este pueblo que no llega a los cuatrocientos habitantes. Yo vengo de una ciudad de tres millones. ¿De qué ciudad vendrá él?

¿Qué escuché en la madrugada que me aterró? ¿Por qué no ladró Persia? ¿De nuevo seres del Anima mundi?
 

Narrativa

Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2021 a las 19:07 | Comentarios {0}


Tirada de I Ching justo después de escribir el texto
Tirada de I Ching justo después de escribir el texto
10 de noviembre
...como ya voy dando señales de estar viva (debe ser mi sistema límbico, una tendencia al gozo, extraña en la amalgama de células cerebrales si es en el cerebro, allí, la nuez, sabor a madera de nuez; allí digo) la última línea de luz del día, algo con verde, me produce placer. Pienso: aún ves. Luego: ¿Cuánto has visto? O: ¡Cuánto has visto! Aquí, alejada. Los primeros días. Él me ha dicho que pasaré mucho frío, que las montañas son otra cosa; me ha dicho más. Pienso: No quiero abandonarme. Tengo que esforzarme en no hacerlo. No saldré despeinada jamás. Nunca con greñas. Hacer entonces. He de hacer. He de hacer por hacer. Se es lo que se hace. Alguien escribió: el ser humano es aquel animal que hace pan.

Ha pasado el día. He caminado con la perra por un valle. Diría que ya estoy dentro del valle cuando inicio el camino. No lo puedo afirmar. No sé expresarme con términos y conceptos rurales. Miro las montañas que tengo frente a mí y supongo que cada una tendrá su nombre como el camino que he tomado hoy tendrá el suyo. Todavía, como ayer, siento temor cuando paso junto a unos bóvidos (no sé si son bueyes o vacas o terneras o toros) que abrevan en los abrevaderos colocados a tal fin a la vera del camino. Paso junto a ellos, sí, no asustada, sí con temor (precaución) 

Leo sobre la tiranía del mérito en un ensayo así titulado La tiranía del mérito y como subtítulo ¿Qué fue del bien común?  escrito por el filósofo Michel J. Sandel. Lo recuerdo cuando un muchacho emigrante que me coloca un cable de fibra de vidrio, me cuenta, mientras hace su labor, su sueño que es el de convertirse en un gran actor. Me cuenta una historia terrible: sus hermanos pequeños y una joven encinta que los acompañaba iban en un motoconcho por la ciudad de Santo Domingo en la república dominicana cuando los arrolló un ricachón con su super ranchera y -así lo expresa el muchacho- los asesinó a todos. Él es el único de sus hermanos que queda vivo. El ricachón ni tan siquiera ha ido a juicio. Esa es la justicia en su país. Él será actor. No volverá a su país natal en el que la corrupción permite que el asesino de sus hermanos se vaya de rositas. Yo no aconsejo. Escucho y opino. Opino que debe formarse en una escuela porque ese será el primer lugar donde buscar trabajo. Opino que el azar no ha sido aún domesticado. Opino que debe confiar en que un día estará en el sitio exacto en el momento oportuno. Opino que hay que hacerlo. Somos lo que hacemos. El muchacho es quien me ha llevado a la idea del mérito y al libro de Sandel.

La noche. Crece la luna. Escucho a Bob Dylan. Estoy sola en un lugar muy hermoso del mundo. Los colores de noviembre se han quedado fijados en mi memoria. Aún sigo inestable. Nunca, nunca dejaré de serlo. La soledad no me vuelve loca. No me aturde. Sólo echo de menos, calor de cuerpo macho en la noche. No todas las noches. Bastantes sí. El cuerpo macho de Ángel. El cuerpo sexuado de Ángel. Hoy lo quisiera para mí. La luna crece, sí, la luna crece.
 

Narrativa

Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/11/2021 a las 18:29 | Comentarios {0}


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