Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Tomado de El mundo en el oído escrito por Ramón Andrés editado por Acantilado. Cap. II La evocación del grito.
El texto que se transcribe a continuación puede ser obra del autor chino Ying Shao que vivió en el 200 d.C.


La Venus de Laussel
La Venus de Laussel
Dónde y cuándo tocar el laúd

Al encontrarse con un entendido en música
Al conocer a una persona que lo merezca
Para un taoísta entregado a la vida retirada
En un salón noble
Tras haber subido a un pabellón de varios pisos
En un claustro taoísta
Sentado en una piedra
Tras haber ascendido a una montaña
Descansando en un valle
Al vadear, sereno, un arroyo
En barca
Descansando en un bosque, a la sombra
Cuando las dos esencias de natura son brillantes y claras
Cuando hay Luna llena y brisa fresca


Dónde y cuándo no debe tocarse el laúd

En tiempo de lluvia, cuando sopla el viento y retumba el trueno
Cuando hay un eclipse de Sol o de Luna
En un juzgado
En una tienda o en un mercado
Para un bárbaro
Para un vulgar
Para un mercader
Para una cortesana
Después de la ebriedad
Tras haber copulado
Con ropa desaliñada y estrafalaria
Congestionado y sudoroso
Sin haberse lavado las manos y los dientes
En un lugar ruidoso

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/06/2011 a las 10:02 | Comentarios {1}


León Felipe. Ganarás la Luz. Libro III Prometeo. Editado por Austral.

A mi amigo Valentín Alvárez tras la lectura de un texto suyo (con el permiso -que estoy seguro de que me lo concedería- del poeta).


El poeta León Felipe
El poeta León Felipe
Hay poetas que trabajan con la palabra solamente, como los lapidarios;
otros trabajan con la metáfora, como los joyeros que cambian las piedras de lugar;
otros empalman y enciman los ladrillos con una musiquilla monótona e interminable de romance;
otros se valen del termómetro y del compás, como los geómetras impasibles que miden los ángulos y la temperatura del tabernáculo;
otros trabajan con el símbolo y con la fábula, como los estofadores y los que emploman los vidrios de los grandes ventanales;
algunos muy entendidos son maestros en el arabesco, en el jeroglífico y en la alegoría, como los tejedores sagrados y los criptógrafos que dejan su secreto en las cenefas de las casullas y los frisos de los cenotafios;
otros trabajan con la arcilla blanda de su ejido solamente, como el alfarero municipal;
otros cavan en las profundidades del subterráneo donde se han de apoyar un día los cimientos, como los tejones y los topos;
otros se afanan allá arriba, cerca del cielo, en las cornisas de los campanarios, como la cigüeña y las golondrinas...
Pero el Poeta Prometeico trabaja con su sangre donde van disueltos los esfuerzos de todos estos poetas especializados.
Y a todos estos artifices humildes, cuyo nombre se llevará un día despiadadamente el Viento, el Poeta Prometeico les agradece todo lo que le han dado, todo lo que han traído para edificar el templo venidero y levantar la torre donde se ha de colocar mañana el pabellón rojo del hombre.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/05/2011 a las 11:36 | Comentarios {0}


Meditaciones de Marco Aurelio. Libro IX.
Editado por Gredos. Traducción de Ramón Bach Pellicer


42.- Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato pregúntate: "¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?" No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados que necesariamente deben existir en el mundo. Ten también a mano esta consideración respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también pensar enseguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos fallos. Porque la concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma, tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has sido perjudicado? Porque a ninguno de esos con los que te exasperas, encontrarás, a ninguno que te haya hecho un daño tal que, por su culpa, tu inteligencia se haya deteriorado. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin educación haga cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más a ti mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú disponías de recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es natural que ése cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de su error. Y sobre todo, siempre que censures a alguien como desleal o ingrato, recógete en ti mismo. Porque obviamente tuyo es el fallo si has confiado que tenía tal disposición, que iba a guardarte fidelidad, o si, al otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni de manera que pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué más quieres al beneficiar a un hombre? Como si el ojo reclamase alguna recompensa porque ve, o lo pies porque caminan. Porque, al igual que estos miembros han sido hechos para una función concreta, y al ejecutar ésta de acuerdo con su particular constitución, cumplen su misión peculiar, así también el hombre, bienhechor por naturaleza, siempre que haga una acción benéfica o simplemente coopere en cosas indiferentes, también obtiene su propio fin.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/05/2011 a las 11:20 | Comentarios {0}


Testamento literario de Ernesto Sabato el cual murió ayer a los 99 años de edad en la mítica ciudad de Buenos Aires. Editado por Seix Barral.
Siempre recordaré el impacto que provocaron en mi juventud dos de sus obras: El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas.
Y cuánto me emocionó, en mi madurez, este librito -La Resistencia- lleno de anhelos, decepciones y esperanzas.


La Resistencia (extracto de la primera carta titulada Lo pequeño y lo grande)
El hermoso consuelo de encontrar el mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga.
F. Hölderlin

HAY DÍAS en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Éste es uno de esos días.
Y, entonces, me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente seña a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada.
Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que -únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana.
Mientras les escribo, me he detenido a palpar una rústica talla que me regalaron los tobas y que me trajo, como un rayo a mi memoria, una exposición "virtual" que me mostraron ayer en una computadora, que debo reconocer que me pareció cosa de Mandinga. Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza. Quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle con enorme tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de las jacarandás en Buenos Aires. Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/05/2011 a las 13:07 | Comentarios {0}


E.H. Gombrich. La historia del arte. Editado por Debate.
Extracto del capítulo XV. La consecución de la armonía. Toscana y Roma, primera mitad del siglo XVI


La última cena (restaurada) realizada entre 1495-1498
La última cena (restaurada) realizada entre 1495-1498
[...] Por singular desventura, las pocas obras que Leonardo [da Vinci] terminó en sus años de madurez han llegado a nosotros en muy mal estado de conservación. Así, cuando contemplamos lo que queda de la famosa pintura mural de Leonardo La última cena, tenemos que esforzarnos en imaginar cómo pudo aparecer a los ojos de los monjes para los cuales fue realizada. La pintura cubre una de las paredes de un recinto oblongo, empleado como refectorio por los monjes del monasterio de Santa María delle Grazie de Milán. Hay que imaginarse el momento en que la pintura era descubierta y cuando, junto a las largas mesas de los monjes, aparecieron las imágenes del Cristo y sus apóstoles. Nunca se había mostrado con tanta fidelidad y tan lleno de vida el episodio sagrado. Era como si se hubiera añadido otro comedor al de ellos, en el cual La última cena había alcanzado forma tangible. ¡Con cuánta precisión caía la luz sobre la mesa confiriendo cuerpo y solidez a las figuras! Acaso lo primero que maravilló a los monjes fue el verismo de todos los detalles, los platos sobre el mantel y los pliegues de los ropajes. Entonces, como ahora, las obras de arte eran juzgadas a menudo por la gente culta en razón de su naturalismo. Pero ésta pudo haber sido tan sólo la reacción primera. Una vez que admiraron suficientemente su extraordinaria ilusión de realidad, los monjes considerarían de qué modo había presentado Leonardo el tema bíblico. No había nada en esta obra que se asemejase a las viejas representaciones del mismo asunto. En estas versiones tradicionales, se veía a los apóstoles sentados sosegadamente en torno a la mesa -solamente Judas quedaba separado del resto-, mientras el Cristo administraba serenamente el sacramento. La nueva representación era muy diferente de cualquiera de esos cuadros. Había algo dramático y angustioso en ella. Leonardo, como Giotto antes que él, había retornado al texto de las Escrituras, y se había esforzado en hacer visible el momento en el que el Cristo pronuncia las palabras: "Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará", y muy entristecidos, cada uno de los apóstoles le dice: "¿Acaso soy yo, Señor?" (Mateo 26, 21-22). El evangelio de san Juan añade que: "Uno de sus discípulos, el que el Cristo amaba, estaba a la mesa al lado del Cristo. Simón Pedro le hace una seña y le dice: 'Pregúntale de quién está hablando'. Él, recostándose sobre el pecho del Cristo, le dice: 'Señor, ¿quién es?'" (Juan 13, 23-25). Es este preguntar y señalar el que introduce el movimiento en la escena. El Cristo acaba de pronunciar las trágicas palabras, y los que están a su lado retroceden asustados al escuchar la revelación. Algunos parecen hacer protestas de su inocencia y amor; otros, discutir gravemente acerca de lo que el Cristo puede haber dado a entender; y otros más, parecen mirarle ansiando una explicación de las palabras que acaba de pronunciar. San Pedro, el más impetuoso de todos, se precipita hacia san Juan, que está sentado a la derecha del Cristo. Como si murmurase algo al oído de san Juan, inadvertidamente empuja hacia delante a Judas. Éste no se halla separado del resto, y sin embargo parece aislado. Él es el único que no gesticula ni pregunta; inclinado hacia delante inquiere con la mirada algún indicio de sospecha o de ira, en contraste dramático con la figura del Cristo, serena y resignada en medio de la agitación. Nos gustaría saber cuánto tardarían los primeros espectadores en darse cuenta del arte consumado con que se ordenó todo este movimiento dramático. A pesar de la agitación causada por las palabras del Cristo, no hay nada caótico en el cuadro. Los doce apóstoles parecen formar con toda naturalidad cuatro grupos de tres, relacionados unos con otros mediante gesto y movimientos. Hay tanto orden en esta variedad, y tanta variedad en este orden, que no se acaba nunca de admirar el juego armónico y la correspondencia entre unos movimientos y otros. Tal vez sólo podamos apreciar el logro de Leonardo en esta composición si consideramos de nuevo el problema estudiado al describir el San Sebastián de Pollaiuolo [trata este problema sobre cómo distribuir las figuras de modo que formaran un diseño armónico]. Recordemos cómo lucharon los artistas de aquella generación por conciliar las exigencias del realismo con las del esquema del dibujo. Recordemos cuán rígida y artificiosa nos pareció la solución de Pollaiuolo a este problema. Leonardo, que era un poco más joven que Pollaiuolo, lo resolvió con aparente facilidad. Si se olvida por un momento lo que la escena representa, se puede disfrutar con la contemplación del hermoso esquema formado por las figuras. La composición parece poseer la armonía y el natural equilibrio que caracterizó las pinturas góticas, y que artistas como Rogier van der Weyden y Botticelli, cada uno a su manera, trataron de recuperar para el arte. Pero Leonardo no juzgó necesario sacrificar la corrección del dibujo, o la exacta observación, a las exigencias de un esquema satisfactorio. Si se olvida la belleza de la composición, nos sentimos enfrentados de pronto con un trozo de realidad tan palpitante y sorprendente como los que hemos visto en las obras de Masaccio o Donatello. Y ni siquiera este acierto agota la verdadera grandeza de la obra, pues más allá de aspectos técnicos, como la composición y el dibujo, tenemos que admirar la profunda penetración de Leonardo en lo que respecta a la conducta y las reacciones humanas, así como la poderosa imaginación que le permitió situar la escena ante nuestros ojos. Un testigo ocular nos refiere que vio a menudo a Leonardo trabajando en La última cena; afirma que se subía al andamio y podía pasarse días enteros con los brazos cruzados, sin hacer otra cosa que examinar lo que había hecho, antes de dar otra pincelada. Es el fruto de este pensar lo que nos ha legado, y aún en su estado ruinoso, La última cena sigue siendo uno de los grandes milagros debidos al genio del hombre.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/04/2011 a las 20:31 | Comentarios {0}


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