Apólogo de un hombre a punto de olvidar
Sería quedarse dormido. Oler tan sólo la tierra. Permanecer con los ojos cerrados. Hay líquenes cerca. También hay ratones. No hablar. No emitir sonido alguno. Intentarlo al menos. Con relajación. El esfuerzo hay que dejarlo lejos, donde se almacenan el miedo, la ansiedad o las fobias a no ser, sí, a no ser, que todo se cree cada vez; que, en realidad, no haya memorias de dolor y que sea ése el motivo por el lo tememos tanto; que cada vez se cree la conciencia de ansia, que nazca cada vez que la sentimos, que no sepamos a ciencia cierta a dónde nos lleva... si nos lleva; que suframos la fobia cada vez como sufrimos aquella primera en la que nos sentimos solos en el mundo. Hay un temor a la represalia. Hay un reconocimiento del miedo. La edad te va dejando sin temeridad. Quedarse dormido, escribía. Oler tan sólo a tierra. No mirar. No emitir. Conjurarse con uno mismo hasta el delirio de un San Antonio; conjurarse con la belleza de no ofender; conjurarse con los manos cruzadas sobre el pecho, bajo el peso de la luna, una noche en la que al final refrescó.
Sería llegar a la sabiduría. Abrir los ojos sólo entonces. Mirar. Poder transmitir en la mirada la vacuidad del mirar de las vacas, la pura ausencia de emoción, la inexistencia del juicio. Mirar tan sólo. Se realzaría mucho el encuentro si se diera bajo un cielo vestido de nubes sobre las que choca, irregular, la luz. Mirar. No oler. No hablar. No palpar. No degustar. Quizá más tarde, en otra era, hechos piedra.
Hacia allá camina, a solas dentro de su mente. No se va haciendo pequeño aunque se aleje...
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/07/2025 a las 17:11 |
ISRAEL ES UN ESTADO FASCISTA, PIRATA Y TERRORISTA
BOICOT ISRAEL
Lo mascullaba. Sentada junto a la ventana que da a la calle lateral. Lo solía hacer por la tarde. Arrastraba una silla. Por supuesto al principio -recién llegada- intentaron impedírselo. No sabíamos muy bien por qué a la dirección de la Residencia no le gustaba que los residentes arrastráramos sillas junto a las ventanas. Ella consiguió que la dejaran a base de empeño. Las primeras veces -decíamos- intentaron que desistiera. Le quitaban la silla. La cogían por el brazo y la intentaban desviar de su destino pero ella se resistía oponiendo exactamente la misma fuerza que se ejerciera contra ella. Al final la dieron por imposible pero eso sí con la advertencia a todos los demás que lo que hacían con ella era una excepción, hasta que se acostumbrase a vivir en la Residencia como -insistían- habían hecho con todas y cada una de las personas que habíamos ido a parar allí. Llegaría el día -zanjaban- en que ese privilegio se le denegaría como había ocurrido ya en otras ocasiones.
Pasó el tiempo y ella siguió arrastrando la silla cada tarde hasta la ventana que da a la calle lateral, por la que nunca pasa nadie. A ella le gustaba mirar la luz de la farola anaranjada y más cuando llovía y brillaban sus reflejos sobre el asfalto negro y mojado. Si sus ojos mostraban cierto grado de alegría, su boca mascullaba atormentada. Al principio no sabíamos muy bien qué decía. Su mascullar era, por decirlo de una manera gráfica, extremo: mascullaba apretando las mandíbulas, mascullaba entre dientes, sin apenas mover la lengua, sin apenas sonido. Ese mascullar ponía en tensión todos los tendones del cuello que a su vez iba tensando el resto de su cuerpo hasta el punto que llegaba un momento, cuando su mascullar tenía ya tintes trágicos, que lo único relajado y alegre de toda ella eran tan sólo los músculos que conforman las expresiones de los ojos. Esos ojos verdes y atentos que fijaban su pupila en los destellos naranjas de un asfalto mojado.
Fue Teresita, una mujer muy pizpireta de noventa y cuatro años, una de esas mujeres que parecen haber nacido para hacer felices a los demás, la que terminó descubriendo la frase que mascullaba Ester -así se llamaba la mujer que arrastraba todas las tardes una silla hasta la ventana que da a la calle lateral, la que casi está desierta- y lo descubrió primero por su oído finísimo, segundo por su perseverancia y tercero porque relacionó el número que tenía tatuado en el brazo derecho con lo que todos ustedes ya imaginan y más sabrán cuando les digamos la frase que esta mujer mascullaba: ¡Malditos seáis los sionistas convertidos en nazis! ¡Malditos seáis!
Ha pasado más de un año desde que Ester llegó a la Residencia. Nadie hasta ella consiguió mantener tanto tiempo una manía. La constancia de la Dirección suele acabar hasta con la más contumaz de las resistencias sólo que en este caso han pinchado en hueso porque el acto de Ester no es una manía y mucho menos un desafío, el acto de Ester es un acto de rebeldía, es una plegaria, es el dolor de una judía por el genocidio cometido por el gobierno de su pueblo y con el apoyo por acción u omisión de gran parte de éste: Sion.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/07/2025 a las 17:58 |
Podía ser una cuestión de método. Llevo unos días que miro los libros y me apetecen todos. Leer y escribir. Luego no lo hago. Vagueo. Son los primeros días de mi verano. Sientes una necesidad. Una llamada de la selva. Decía Kafka -más de una vez lo he escrito si la memoria no me falla. Aunque creo que me falla. Por ejemplo hay veces que no sé si el título con el que titulo ya lo utilicé otra vez-, decía Kafka que sólo había dos pecados: la impaciencia y la pereza, él que era un hombre hacendoso y -según afirman sus biógrafos- con un alto grado de ansiedad en su mayor parte reprimida como si la parte de la ansiedad de Kafka que se nos hubiera dado conocer no fuera sino la punta del iceberg (siempre una socorrida metáfora) de la gran ansiedad que subyacía y que surgía algunas noches en su fría habitación en la casa de sus padres en Praga. Impaciencia y pereza pues. ¡Ay, qué gran pecador soy!
Salgo y recibo los primeros rayos de sol del día. Frente a mí las montañas y una mata de tomates que he de regar a su tiempo. Sigo mi responsabilidad. No me he vuelto loco. Hago más o menos lo que tengo que hacer.
Una vez que he descubierto que la máscara no te servirá de nada. Debería ir a la etimología de la palabra persona/personaje y refrescar la memoria de mis lectores (la mayoría lo sabrán) para emparentarla con el término máscara. Las máscaras para poder vivir. Eso dicen. Eso nos enseñan y nosotros -astutos cuales Odiseos- lo aprendemos, ¡vaya si lo aprendemos! hasta el día en el que -si la fortuna te lo depara- descubres que ninguna máscara te ayuda en nada y que es buen momento para empezar a quitarse una detrás de otra, una detrás de otra...
Eso me parece hoy.
Es la hora de ir de paseo. La luz de finales de julio en el hemisferio norte del planeta Tierra. ¿Hacia dónde iremos hoy? El sol. El perro. Las botas altas. El pelo recogido. Lo necesario.
"Sabía que la embriaguez haría de lo suyo; sentirse enfermo podría ayudar, esa fiebre que provoca alucinaciones; la ausencia prolongada de la amada también. Ya casi no recordaba su rostro aunque retenía la imagen de una tarde en la que el sol recortó de una forma intensa el óvalo de su cara; quizá no recordara su rostro pero sí su contorno". Nosotros, por nuestra parte, sugerimos que es posible que ese estado de cosas pudiera influir en su descripción del paisaje. "Al fondo -nos contaba- a mi izquierda, muy lejos, era un fondo muy profundo, sobre unas lomas se podían ver las vides; dos o tres lomas serían las que abarcaba el viñedo, doce hileras de viñas, no más, las cuales se extendían hacia mi derecha sin llegar hasta el centro y de repente como si fuera el capricho de un dios borracho, el fondo se volvía agreste, las lomas se hacían montes y los montes se unían en una sierra que se iba elevando hacia mi derecha hasta dejar justo en mi extremo superior derecho la contemplación de un minúsculo pedazo de cielo y bajo él una montaña joven e inmensa que descendía por caminos abruptos, barrancos y correnteras hasta una llanura".
El observador se quedó callado. Como la taberna estaba en semi penumbra no adivinábamos sus facciones, a más a más, cuando cubría su cabeza con un sombrero homburg. Encendió un cigarrillo. Siguió mirando hacia la mesa, la cabeza semi inclinada. Algunos nos fijamos en sus manos: eran finas como si nunca hubieran trabajado. El hombre se encontraba de espaldas a la ventana y fuimos los que estábamos frente a él los que vimos asomar por ella, como tantas noches los habíamos visto, los cuernos naranjas de la luna. El hombre pareció sentir el influjo directo de la luna y como si fuera un autómata al que le habían dado cuerda, arrancó de nuevo a hablar. "Yo debía de encontrarme en un altozano frente a la llanura. Justo a mi lado un viejo roble muerto dormía el sueño de los justos. Ante el fondo antes descrito, en el lado de los viñedos, justo entre la llanura y las lomas, había una inmensa vasija tumbada. Según mis cálculos, hechos a ojos de buen cubero, la vasija debía de tener una anchura en su centro de unos doscientos metros y una largura de unos ochocientos o mil metros. Era una vasija con forma de ánfora romana, muy ancha en su parte central y muy estrecha en sus extremos. La boca del ánfora estaba sellada mediante un inmenso tapón de corcho blanco. Todo el ánfora estaba decorada con motivos marinos: delfines, tritones, olas, barcas de velas, sirenas, escollos. A los pies de la gigantesca ánfora, ya en la llanura, como si fuera su guardián se levantaba una aldea con templo. Durante todo el tiempo que estuve allí, contemplando aquel paisaje insólito, no vi ni percibí a un solo ser vivo. Tampoco, por supuesto, en la aldea ni en el templo. Tan sólo recuerdo escuchar algo parecido a la vida cuando el viento chocaba contra lo que debía de ser una fisura en la vasija que provocaba el espejismo de creer estar escuchando el silbido de una mujer en la mañana. Todo lo demás era tierra baldía, aire muerto..."
El tabernero sirvió una ronda de vino. El hombre cogió su vaso y lo bebió de un trago. Luego dijo, "Beban. Yo invito". Los demás bebimos.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/07/2025 a las 18:28 |
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Tags : Lecturas en alta voz Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/08/2025 a las 00:50 |