Antes de entrar en el instituto madame L. se sentó en el banco de la parada del autobús. Ya había amanecido y el día prometía ser claro y cálido. Con la mirada perdida en el cielo recordó a la hermana del señor L. treinta y dos años antes y sonrió, sin poder evitarlo, y murmuró en español, La infanta, la pequeña infanta. Los años de su adolescencia en España, en el litoral mediterráneo, en un pueblo que acabó siendo destruido por la urbanización salvaje, fueron los que la empujaron, años más tarde, a estudiar en la Facultad la lengua española. Y también quizá, sí, quizá... Madame L. entró en el instituto y empezó la jornada. Aquel día tenía una tarea difícil, debía estimular a un grupo de alumnos abandonados de la mano de Dios; alumnos con problemas personales graves, desheredados de un mundo que prometía ofrecerles la felicidad a cambio de unas monedas cuando la felicidad, bien lo sabía ella, es un esfuerzo inmenso que nada tiene que ver con la riqueza.
El señor L. estaba preocupado. Desde hacía un tiempo las cosas le habían ido mal. En el aeropuerto, antes de partir, tuvo miedo de subirse a un avión. No sabía por qué. No recordaba que él hubiera sentido miedo a volar jamás; pensó si quizá lo que le daba miedo era que aquel encuentro no fuera lo esperado y entonces sonrió y se dijo, Pero amigo ¿aún sigues esperando? Por la megafonía se anunció la puerta de embarque y el señor L. se dirigió a ella.
El señor L. estaba preocupado. Desde hacía un tiempo las cosas le habían ido mal. En el aeropuerto, antes de partir, tuvo miedo de subirse a un avión. No sabía por qué. No recordaba que él hubiera sentido miedo a volar jamás; pensó si quizá lo que le daba miedo era que aquel encuentro no fuera lo esperado y entonces sonrió y se dijo, Pero amigo ¿aún sigues esperando? Por la megafonía se anunció la puerta de embarque y el señor L. se dirigió a ella.
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Tags : El viaje Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/11/2009 a las 10:21 | {0}