En esa actitud cautiva me he visto. Sonrojado. El año se había vuelto bronco. Apenas había llovido y ese hecho atmosférico había alterado nuestros ánimos. Los de todos. También los ánimos de los de la parte de arriba donde decían que el aire era más puro y no transportaba tanto polvo en suspensión como aquí abajo. Teníamos la parte interna de las uñas siempre llenas de mierda. No valía cepillárselas una vez al día. Si querías tenerlas limpias, tenías que hacerlo dos o tres veces al día. Eso hacía yo. Así lo hacía. Mañana. Tarde. Noche. Porque a ella no le gustaba la roña debajo de las uñas. Sólo por eso. Tampoco me costaba tanto. Me dolía más cuando me decía, Si vivieras arriba. Si hubieras tenido los cojones de haber luchado por nosotros y haber conseguido ascender en la escala social para llegar hasta las zonas altas, entonces, sí, entonces, seguro que allí no tendrías tanta roña debajo de esas uñas que más parecen garras de buitre… ¡Vete! ¡Déjame! ¡Lávate, piojoso! En esa actitud cautiva. Sin ganas de echar en cara. Me quedo sentado. Frente a la pantalla. A veces imagino que está siendo de otra forma en otro sitio y eso no me alivia sólo que las variaciones sobre un mismo tema tienen algo de ritmo mineral. Una especie de eternidad como los estratos de las montañas. Extraña labor de los geólogos. Y como tal eternidad algo de quieto, de no movido por los siglos de los siglos. No inmóvil por deseo o por peso. No movido. La imagen es desastres a través de eones y eones en esta Tierra azotada por desastres y desastres y que por el azar hubiera un rincón del mundo por el que nunca hubieran pasado los desastres: no corrimientos de tierras, no meteoritos, no inundaciones, no fallas que chocan, no tormentas formidables, no nacimiento de moléculas. Nada. Desde el inicio. No movido. Ninguna fuerza ha ejercido influencia sobre él, excepto las inevitables, las generales al planeta Tierra. El planeta Tierra. La tierra. Tierra y tiempo. Esa forma de eternidad me calma. Esa forma mineral de sentirme vivo. Una forma quieta de permanecer. Una forma inmóvil al recibir los embates de la vida. ¡Qué áspero el mundo! ¡Carajo! ¡Qué áspero! Luego he pensado a Luis Cernuda y he leído algunos de sus versos… a escondidas… porque no quiero que nadie sepa de mis penas… porque me niego a arrostrar el mal de otros… porque siento cierta pereza en los últimos meses a la hora de esforzarme en calmar la sequedad de mi boca, la de mi piel también, la de mis labios también, también la sequedad de la aurora.
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Teatro
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2024 a las 20:10 | {0}