Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
La bella melancolía del héroe solitario Corto Maltés del dibujo de Hugo Pratt.
La sexualidad y la sensualidad de las historias de Milo Manara.
El gusto por la aventura y la perfecta caracterización de los personajes de la mano de Hergé en casi todos los álbumes de Tintín.
La enseñanza constante. El librepensamiento de Montaigne en sus Ensayos.
La racionalización del amor de la mano de José Ortega y Gasset en sus Ensayos sobre el amor.
El descomunal esfuerzo de Plinio el Viejo por compendiar el saber del siglo I en su Historia Natural.
La idea de la Historia de la mano de Américo Castro en sus ensayos De la Edad Conflictiva y España en su historia.
El viaje al arte de la mano de Gombrich y su Historia del Arte.
La idea de María Moliner para crear un diccionario que abrió el camino a muchos otros, El Diccionario de Uso del Español.
El precioso Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares.
La extraña locura de T.S. Eliot en su Tierra Baldía.
El amor al hombre y a la tierra de Walt Whitman en sus Hojas de Hierba en la estupenda traducción de Jorge Luis Borges.
El conocimiento de la mujer de la mano de Simone de Beauvoir en El Segundo sexo.
La delicadeza de Camille Claudel en todas y cada una de sus esculturas.
El mundo de las plantas y sus usos en la escritura recia de Dioscórides.
William Shakespeare.
Las Casidas y Gacelas de Federico García Lorca.
La poesía tan terrenal de Juan de la Cruz en sus liras.
La metáfora de un paisaje seco en Descripción de la mentira de Antonio Gamoneda.
El descubrimiento del miedo y la excitación en Berenice de Edgar Allan Poe.
Cuando la silla es un bailarín gracias a Pina Baus.
La emoción, el beso y el diálogo en My Song de Keith Jarret al piano, Jan Garbarek al saxo, John Christensen a la batería y Palle Danielson al bajo.
La gran novela española Olvidado Rey Gudú de Ana María Matute.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/03/2011 a las 12:41 | Comentarios {1}


El deshielo.
Las montañas empiezan a perder su cabeza blanca y se tiñen de castaño. Algarabía de niños, mujeres y perros en el valle. Los hombres cazan y están en silencio. El cuerno sonará. La estola será besada por un becerro.
Alguien le dijo a Milos Amós un día de primavera, cuando la luna brillaba de forma extraordinaria y él se sentía parte del mundo; cuando sus añagazas, sus requiebros, sus errores eran admitidos como él admitía los de los otros; cuando la barba surgía a golpes de juventud; cuando las manos no atesoraban arrugas y los callos por un esfuerzo repetido sobre la misma parte aún no se habían afianzado; cuando la lejanía era un punto en el horizonte hacia el que se dirigía, con los suyos, sin reservas; cuando la soberbia era más una virtud que un desacato, cuando no sabía, ni tan siquiera, que lo fuera y vagaba por las calles con la cabeza erguida y se sumaba a las fiestas con ademán de grupo y se emborrachaba junto a la mujer querida y se abrazaba al amigo del alma y llegaba a altas horas a su casa y componía versos a los que reunía en Suites o en Rapsodias; cuando el verano se llenaba de desnudez y caminaba descalzo por las calas mientras tocaba una pieza muy simple en una flauta travesera y luego, a la caída de la tarde, reunido con otros, escuchaban el lamido del mar a las orillas y el aroma de la resina de pino sabía a saludable y organizaban un encuentro y se reunían alrededor del fuego como sus antepasados; cuando todo eso ocurría, escuchó que alguien le decía, Milos qué hermosa voz tienes. Y así él quiso hacerse oír y expuso ante el mundo sus ideas. ¿Qué es el mundo? se pregunta ahora, ¿Y las ideas qué son? se dice mientras, a punto de extinguirse en lo alto de la más alta cima de la cordillera, se rasca unas heridas que han formado pústulas. "Yo -piensa- estuve a punto de matar a un muchacho. Fue un domingo. Salí de mi casa y cogí el coche. Buscaba un libro sobre la proporción áurea. Ansioso quizá por evadirme de una situación que me empezaba a resultar insoportable. Fue muy poco antes de que quemara todas mis ideas y me lanzara a esta miseria en todo merecida. Recuerdo que tenía mi mesa, mi ordenador, mi teclado por el que mis dedos navegaban con cierta destreza. Tenía un coche que nunca fue mío y una soledad que me estaba ganando la partida. Vivía con una mujer enferma y con un hijo podrido de Edipo. Yo me había atrincherado en un no hacer nada como si ésta fuera la única forma de poder salir de allí. No amar y compartir la casa es la mayor condena a la que se somete el hombre. Aún no había descubierto que mi mal era mucho mayor que la enfermedad de mi esposa y la podredumbre de nuestro hijo. Mi mal era la enfermedad de las alturas, el esqueleto de toda indignidad. Salí, digo, en busca de la proporción áurea en una mañana radiante, de ésas que anuncian el fin del invierno. Por las carreteras los ciclistas ejecutaban su destreza. Me dirigí a una gasolinera para conseguir la proporción áurea pero se había agotado; fui a otra y ocurrió lo mismo; en un kiosko no quedaba nada. Me sorprendió que tantos quisieran conocer el secreto de semejante proporción. Decidí volver a casa. Entré por la calle de siempre. Unos muchachos, en sus bicicletas, pedaleaban con brío. Iban a mi derecha. Yo tenía que girar hacia ese lado. Recuerdo al chico del maillot amarillo. Puse el intermitente. Creí que me daría tiempo a hacer la maniobra. Y no fue así. El ciclista frenó. Se dio un ligero golpe. Me llamaron asesino e hijo de puta. Yo argüí que había señalizado correctamente y pedí disculpas. Llegué a la casa. Estaba pálido. Mi mujer en la cama se ahogaba. Nuestro hijo no estaba. Entonces intuí que quise matar a ese muchacho para ser detenido y conducido a la prisión. Para liberarme del lugar donde estaba y no tener que tomar la decisión que tomé días más tarde cuando lo quemé todo y empecé a andar este camino que me ha traído hasta aquí. Si lo hubiera matado, ¿cómo podría una filosofía justificar semejante muerte? ¿Qué religión hubiera podido alzarse para sosegar mi delito? ¿qué ley hubiera sentenciado mi condena como homicidio involuntario? ¿era yo acaso, al volante de aquel coche, Abrahám a punto de inmolar a su hijo? Y si así hubiera sido ¿mi fe abrahamánica me habría consolado tras los barrotes de la cárcel de Soto? ¿Habría encontrado palabras de consuelo para la madre del chico del maillot amarillo? ¿Se encontraría en la biblioteca de la prisión la proporción áurea? Aquí cumplo mi condena. Las pústulas me llevarán a rascarme y así, pedazo a pedazo, me arrancaré de mí. Estoy deseando que mis uñas empiecen a rascar mi corazón. ¿Por qué no me ahogo? ¿Por qué el sol también me deshiela?".
La Solución 18. La proporción áurea

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/03/2011 a las 13:47 | Comentarios {0}


Ramón Menéndez Pidal. Editado por Austral. Primera edición 1942.


Poesía juglaresca y juglares. Orígenes de las literaturas románicas
Primitivos juglares. Tipos afines en otros tiempos y países.

Los escritores eclesiásticos desde la más remota Edad Media no cesan de usar los términos de la antigüedad clásica: mimi, histriones, thymelici para indicar gentes de la época actual que practicaban espectáculos indecorosos y condenables. Los tres nombres designan tipos procedentes del teatro romano que luego extendieron su acción por las plazas, calles y casas para divertir a un público más reducido, o se establecieron en los palacios de los reyes como hombres de placer. No sabemos concretamente en qué medida estos tipos continuaban las artes declamatorias y mímicas de la escena antigua, ni en qué grado practicaban otros ejercicios muy diversos; y ateniéndonos a su aspecto literario, no sabemos, si acaso cantaban, nada de aquello que cantaban. Tenemos, referente al siglo VI, noticia de un muchacho, mimo del rey suevo de Galicia, Mirón, que por una burla irrespetuosa para con san Martín recibió un castigo del cielo; y este mimo, acaso más que artes literarias, ejercería las de mero truhán o bufón [...]
Desde el siglo VII aparece en la Europa central, mezclado a los nombres anteriores, algún raro ejemplo de esa denominación: jocularis o joculator para designar persona que divertía al rey o al pueblo. [...]
P. Meyer y con él Gautier y Faral creen que los juglares son simplemente herederos de los mimos romanos. Mas para P. Rajna y G. Paris, los variadísimos ejercicios del juglar debieron tener orígenes múltiples, derivándose, en parte, de los que practicaban los músicos y escamoteadores ambulantes de la sociedad romana, y en parte, de los hábitos propios de los scopas o cantores bárbaros.[...]
El poeta árabe era también en muchos aspectos semejante al juglar; viaja como los juglares; sirve, como éstos, de mensajero, y recibe oro y vestidos en don. Las influencias recíprocas entre este tipo y el análogo cristiano debieron ejercerse desde muy antiguo, desde la época misma de orígenes de la poesía española, cuando un cantor andaluz, el ciego Mocamed ben Moafa, de Cabra, inventa, a fines del siglo XI, sus muwaxahas, fundadas en cantos románicos andaluces, y a su vez estas muwaxahas debieron de influir en las literaturas románicas; más tarde, en el siglo XIII, no sólo en las cortes de España, sino en la del emperador Federico II y en la de Manfredo, en Palermo y en Nápoles, los juglares sarracenos, eran muy estimados al lado de los cristianos; en el siglo XIV las cortes cristianas continuaban teniendo a su servicio juglares moros. [...]

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/03/2011 a las 14:30 | Comentarios {0}


Me interesa Allan Watts y su libro La Sabiduría de la inseguridad.
Me produjo un golpe en el corazón y una sensación de valentía el poema de Luis Cernuda Retrato de Familia.
Me enseñó a jugar Julio Cortázar en Rayuela.
Me fascinó el teatro durante las nueve horas del Mahabarata de Peter Brook.
Me iluminó el mundo de las palabras Ramón María del Valle-Inclán en Tirano Banderas.
Me enseñó el humor mezclado con una absurda trascendencia Gonzalo Torrente Ballester en su Saga/Fuga de J.B..
Supe de mi infinita ignorancia al no disfrutar de Marcel Proust durante su búsqueda del tiempo perdido.
Quise llegar tan hondo como Samuel Beckett en su trilogía, Molloy, Mallone muere y el Innombrable.
Aprendí la pintura en la exposición de los Expresionistas Alemanes.
Disfrute de la música gracias al amor de mi padre y sobre todo por el Concierto nº 2 para piano de Rachmaninoff que escuché muchas madrugadas de mi infancia.
No me podía creer la altura literaria de Juan Rulfo y su Pedro Páramo.
Lloré como un anciano gracias a Gabriel García Márquez y su Amor en los tiempos del cólera.
Supe la maestría de un escritor bestial que nunca pasó de ser conocido entre los amantes de su arte, con Luis Martín Santos y su Tiempo de silencio.
Admiré la libertad de Roberto Bolaño en su 2666.
Me emocionó, en plena adolescencia, Miguel de Cervantes y su Ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha.
Me enseñó mucho del ser humano Erich From y su obra El miedo a la libertad.
Me dieron ganas de atravesar el mundo para conocer en persona a Ester Vilar por su osadía al escribir El varón domado.
Me dejaron perplejo Denis Diderot y Lawrence Stern con sus increíbles novelas Jacques el Fatalista y Tristam Sandy.
Y más, muchos más, que quizás algún día siga enumerando.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/03/2011 a las 17:37 | Comentarios {1}


El abrazo
Querido amigo:
Ante todo, recuerda cómo fue. Estabas en tu casa y sentías nervios. Dicen los que estudian que hay una cuestión fundamental en el desarrollo de las personas para que se sientan seguras de sí mismas: que hayan sido amadas y valoradas en los primeros años de su vida. Si esto no ocurre, la vida se suele poner cuesta arriba. Entonces el miedo -que según Leonor es la memoria del dolor- va inundando la vida y oculta la luz. El miedo hace que huyas y cuanto más huyes más grande se hace la sombra hasta que todo es tiniebla. Si no fuiste amado, entonces habrás de luchar muy duro para llegar a amarte y sentirás que nadie te ama y creerás que tu presencia repentina provocará más ansiedad que gozo, más disgusto que alegría. Esa es tu emoción inscrita en tus circunvoluciones cerebrales o en tu alma o en tu energía (llámalo con el nombre que más cercanía a la verdad te sugiera).
Aún así, porque eres un luchador, nervioso y con dudas, tomaste el coche y te dirigiste hacia la ciudad donde se iba a celebrar la misa por un hombre al que quisiste. Era un viaje de dos horas y media. Es bueno que te guste conducir. Es bueno que mires los paisajes y te siga emocionando la llanura y la montaña y el gran silo donde el grano se almacena; es bueno que te dejaras inundar por los recuerdos y que fueras oyendo en la radio una entrevista a Eduardo Punset en la que hablaba de la soledad, del cambio, del miedo, de la infancia, de la intuición. Tú ibas a la misa porque tu intuición te llevaba a ella, porque sentías que tu presencia sería bienvenida, porque deseabas abrazar a un hombre sobre todo, a un hombre que ha visto la muerte de su primogénito y tú sabías, querido amigo, el dolor inmenso que este hombre sentía. Y así llegaste a la ciudad. Fuiste a la Plaza Mayor donde tantas cervezas bebiste; viste, desde lejos, la fachada del edificio donde viven los deudos pero no te atreviste a acercarte, no te atreviste a llamar y a presentarte, por ese mensaje en tu cerebro que te dice que probablemente no sería bienvenida la sorpresa. Y así, tras tomarte café y armarte de valor, llamaste a la que fue tu mujer -hermana del que acababa de morir- para saber en qué iglesia se celebraba la misa. No respondió. Tenías el teléfono de otros familiares pero no te atreviste a llamar y a ti te llamó la angustia y te preguntaste, ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué he venido? y te insultaste y te dijiste, Serás imbécil. Y decidiste volver a tu casa y llamar, días más tarde, al hombre al que habías querido abrazar. Antes de coger de nuevo el coche, entraste en un bar, frontero con una de las muchas iglesias que coronan, como espinas, la ciudad donde estabas, para tomar un café. Y así lo hiciste. Pagaste y saliste. La iglesia se encontraba en el camino entre tú y tu coche. En la puerta te detuviste y leiste en una esquela pegada con celofán en el muro, que era ahí donde se iba a oficiar la misa funeral. Y entonces, querido amigo, ya no dudaste, supiste que el mundo te quería y te decía, Entra, abraza, acompaña. Has hecho bien. Y entraste. Y al terminar la misa fuiste saludado por todos con grandísimo cariño y todos te agradecieron tu presencia y a lo lejos viste el hombre al que querías abrazar y te dirigiste a él y os disteis, sin una sola palabra, el abrazo más tierno y fuerte que jamás te diste. Y ya a solas, de vuelta, pensaste, No hace falta que pidas la dirección de un lugar donde deseas estar, el amor te guiará hasta él.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/03/2011 a las 13:30 | Comentarios {2}


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