Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Antonio Álvarez era un señor de unos setenta años, muy delgado, con los ojillos azules; sus manos eran largas, huesudas y terminadas en unas pulcrísimas uñas; su cuerpo estaba muy encorvado (como si se hubiera pasado la vida mirando por un microscopio desde un taburete muy alto con respecto a la mesa) de tal forma que miraba hacia arriba de reojo. Su voz resultó ser de una gravedad hermosa y sus formas se acercaban más a las del místico que a las del científico. Eso me dijo el hombre en la cena primera que tuvimos. Él entró con cierta náusea en el estómago, tragó saliva antes de ofrecer la mano al señor Álvarez. Éste le pidió que se sentara y le preguntó que de dónde venía. Esta pregunta sorprendió al hombre y más le sorprendió el que se oyera respondiéndola con prontitud y con verdad, es decir, no de una manera cortés sino que le habló de su hija, del paisaje que se veía desde su casa, de su madre. No le habló de la mujer. De ella no le habló.
El señor Álvarez le preguntó entonces dónde se había alojado y el hombre le respondió de nuevo y vino a colación que le comentara algo acerca de mí. Mientras escuchaba las respuestas del hombre, el señor Álvarez le sirvió agua fresca de una jarra. El hombre bebió con ganas y dijo, ¡Qué fresca! ¡qué rica! El señor Álvarez sonrió y le dijo, Entonces, si todo es normal, si nada parece alterar su vida ¿por qué se siente tan mal, tan incapaz de realizar su trabajo? ¿qué ha ocurrido realmente?
El hombre intentó ver algo más que el reojo de los ojillos del señor Álvarez; una mueca de su boca que le avisara de que ese hombre se estaba burlando de él u ocultaba cuando menos segundas intenciones. Lo que logró atisbar fue el hermoso sonido de su voz, la invitación a la intimidad que proponía, la confianza en sí (como si el tiempo fuera una medida mezquina...) El hombre, tras el encuentro, en la primera cena, con una gran sonrisa, me contó que de repente se le saltaron las lágrimas, se relajó de una forma inaudita y le habló de la escena a la que había asistido, justo antes de visitarle, el perro con el hocico ensangrentado, sus gemidos y él incapaz de dejar sus microscopios, acercarse al dueño del animal e impedir que le siguiera pegando. Le contó la sensación que había tenido en el taxi: una mezcla de egoísmo, indiferencia y cobardía y cómo había pensado en su hija recordando la mirada del perro en su mirada.
El señor Álvarez calló un rato. Luego dijo, Es usted un buen hombre. Descanse hoy y venga mañana a la misma hora, estoy deseando comprobar la calidad de sus microscopios.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/07/2010 a las 18:54 | Comentarios {0}




¡Qué importante es la nariz!


Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/07/2010 a las 12:17 | Comentarios {0}


Descendió en la estación de Atocha y se fue a una pensión por el centro de Madrid antes de tener la primera entrevista con el presidente de laboratorios Álvarez. En esa pensión fue donde yo lo conocí. Nos vimos justo en la puerta. Él me cedió el paso. Yo le sonreí y tuve la impresión de que conocía a ese hombre de toda la vida. Luego él me diría que había tenido la misma sensación y le añadió un detalle que me pareció muy hermoso, que me conocía como a un ser muy querido.
Hacía calor en la ciudad, ese calor apestoso de Madrid, calor de ciudad encerrada en sí misma, calor de la Castilla rencorosa y ardiente. El hombre se duchó, se refrescó y salió a la calle. Allí asistió a la siguiente escena: un hombre apaleaba a un perro. El perro sangraba por el hocico. El hombre, cargado con tres tipos distintos de microscopios, no se atrevió a intervenir, miró para otro lado y sintió una congoja intensa. El gesto del perro apaleado y sus gemidos no dejaban de asaltarle su pensamiento. Cuando entró en el vestíbulo de los laboratorios supo que no era un buen momento para iniciar una venta.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/07/2010 a las 18:29 | Comentarios {0}


El hombre llegó del viaje. Se había tenido que ir por una cuestión de trabajo. Era viajante y los tiempos no eran los mejores para dejar de aceptar la posibilidad de un negocio. El hombre tiene, por supuesto, un nombre. Me pidió que no lo escribiera y también que, si era posible, no pusiera ningún otro.
El hombre vivía junto al mar con su niña y una mujer que había llegado a su vida de una forma inesperada, tras una ruptura inesperada con otra mujer y en unas condiciones extrañas, con su madre en la casa, una mujer anciana y amargada a la que él nunca quiso. No, nunca la quiso, repetía mientras miraba el café con leche que tenía ante sí. Le llamaron la mañana del martes, hace cinco días, y le dijeron, Vete a Madrid y contacta con los laboratorios Álvarez, están interesados en adquirir cuarenta microscopios. El hombre no dudó. Luego se acercó a su nueva amante y le pidió -como si se conocieran de toda la vida, como si no fueran tan sólo veinte días los que llevaban juntos, como si el tiempo realmente no fuera más que una medida mezquina sobre los asuntos humanos- que se quedara con su hija y con su madre. Él volvería cuanto antes. Ella aceptó. El hombre se despidió de su hija con gracias y zalamerías. El hombre me dijo que tenía su sentido del humor y me contó un par de anécdotas que me hicieron reír. De su madre se despidió con un beso en la frente y un volveré en un par de días. Su madre, sorda, no le oyó y le contestó, No quiero nada. No puedo comer.
El hombre viajó en tren.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/07/2010 a las 00:00 | Comentarios {0}


Primeros párrafos del prólogo escrito por Fiódor Mijailovich Dostoyevski


Los hermanos Karamázov
Al dar comienzo a la biografía de mi héroe, Alexéi Fiódorovich Karamázov, experimento cierta perplejidad. En efecto: aunque llamo a Alexéi Fiódorovich mi héroe, sé muy bien que no es, de ningún modo, un gran hombre, y preveo por ello inevitables preguntas poco más o menos como éstas: "¿Pero que tiene de notable su Alexéi Fiódorovich para que lo haya elegido como héroe suyo? ¿Ha hecho algo extraordinario? ¿De quién y a santo de qué es conocido? ¿Por qué yo, como lector, he de perder el tiempo estudiando los hechos de su vida?"
Esta última pregunta es la más temible, pues a ella sólo puedo responder: "Quizá lo vean ustedes mismos leyendo la novela" Pero ¿y si leen la novela y no lo ven, si no están de acuerdo en que mi Alexéi Fiódorovich es un hombre notable? Hablo así porque preveo, con pena, que sucederá lo que digo.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2010 a las 20:06 | Comentarios {0}


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