Aquel día el padre tenía que trabajar y su hijo pequeño, de tres años, no había podido ir a la guardería. El padre tras haber desayunado con el pequeño, haberse vestido y haber charlado un rato sobre los sueños de la noche, le dijo: Mientras yo trabajo tú toma estas tres cerillas y juega a algo (no, no, les anulamos el suspense de antemano: el pequeño no va a quemar la casa ni va a causar ningún estropicio. Supongamos que el padre les ha quitado previamente las cabezas de fósforo o que ni tan siquiera ha hecho falta, sencillamente las ha mojado con agua).
El padre se va pues a trabajar. El niño se queda en su habitación. Tiene las tres cerillas en su mano. Su imaginación de repente imagina que dos de las cerillas son hermanas. Viven en una casa en el bosque con sus padres que son dos humildes agricultores. El niño imagina que ese día es jueves, el día de mercado, el día en el que los padres han de ir a la ciudad para vender los frutos de la tierra y poder de esta forma alimentarse ellos y hacerse con algo de abrigo y algo de leña. Es el día en el que las dos hermanas cerillas han de quedarse solas hasta la caída de la tarde. Siempre antes de irse los padres les dan la misma orden: no vayáis al bosque, no os internéis en él y cada vez que se van las dos hermanas desobedecen y juntas, tomadas de la mano, llenas de temor se internan en el bosque. También hoy lo harán, sólo que hoy se encontrarán poco antes de llegar a la Cascada de los Muertos con la Bruja de los Dientes Podridos. El niño mira la cerilla bruja, la tercera, y al mirarla la imagina y al imaginarla se aterra y al aterrarse grita y al gritar sale corriendo de su habitación gritando, ¡Papá la cerilla se ha hecho bruja! El padre escucha el grito de su hijo. Sale corriendo del despacho. Se encuentran ambos en el pasillo. Toma el padre al hijo entre sus brazos. Entre sollozos escucha: la cerilla se ha hecho bruja. El padre decidido le contesta, ¡Hagamos que vuelva a ser cerilla! y como un héroe audaz, con paso decidido entra en la habitación, coge la cerilla que yacía inerme en la alfombra y le susurra en la cabeza de fósforo, ¡Cerilla hazte cerilla, yo te lo ordeno! Mira a su hijo y le dice: si eres capaz de partirla por la mitad ya es cerilla. Solemne el padre le entrega la cerilla al hijo, el hijo la recibe y tras un leve chasquido parte la cerilla en dos. Se miran. El padre le dice: por el valor que has demostrado te nombro Caballero de las cerillas embrujadas. Con paso firme y, tras alborotar el pelo del pequeño, vuelve el padre a su despacho. El niño coge las cerillas que eran hermanas. Están de nuevo en el bosque. Ya pueden pasear sin miedo. No hay bruja.
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Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/09/2025 a las 16:54 |