Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Un mundo Ángeles Santos. 1929
Un mundo Ángeles Santos. 1929

Si dijeras espina. Esa palabra que saliera de tu boca. A medianoche. Desde la lejanía. Esa palabra: espina. Se hiciera luego el silencio y respiraras. La palabra. La respiración.
Él la escucharía. En su oído resonaría la palabra espina. Su latir se aceleraría. Probable que se produjera una subida de la tensión arterial. Se quedaría callado. Respiraría con la ansiedad que tiene desde hace años, en algunos momentos de algunos días. Cuando sabe que esa palabra: espina, no significa en sí misma nada.
Callada. Al otro lado. No sabrías si estuvieras muy cerca por qué estabas tan cerca o si muy lejos por qué tan lejos. Por qué desde tan lejos habías llamado para decir espina y quedarte callada, sabiendo, como sabes, que con toda probabilidad tu respiración se escucha al otro del teléfono y él que la escucha no va a colgar, no lo hará.
Ese es el tiempo que le ha tocado vivir. En un mundo donde los niños palestinos comen arena y alguien dejó una cría de gato en una caja en la basura y él, esa misma tarde, la escuchó maullar. Llegó hasta ella. Vio que aún estaba viva. No supo si recogerla. Pensó entonces que qué iba a hacer él con una cría de gato. No quería un gato. No quería cuidar ni una sola noche a un gato. Pensó si la naturaleza era la encargada de resolver ese tipo de cosas. ¿Duele mucho morir de hambre?
Tú a lo mejor dirías una vez más la palabra espina.
Escribo espina como podría escribir cualquier otra palabra. Quizá imagino espina porque la relaciono con el gato que ha encontrado él y relaciono ambos hechos ahora. La primera vez que escribí espina no había llegado el gato. No sabía como iba a seguir este cuento. Ni tan siquiera había imaginado que el narrador se iba a hacer presente en estas cursivas.
Al cabo de un rato colgarías. Sentirías la inutilidad del gesto.
El escucharía el corte de la comunicación. Colgaría a su vez. Se quedaría mirando la pantalla del teléfono. Le vendría la imagen de la cría de gato, arrebujada en una caja de cartón, una caja húmeda tras la tormenta que acababa de caer. Miraría la pantalla y se le encogería el ánimo y se sentiría despiadado y tendría el impulso de ir a la basura con una linterna y ver si la cría seguía allí, aún viva y la tomaría y la llevaría a su casa y le daría un poco de leche y la colocaría en un lugar caliente y a la mañana siguiente la llevaría a un centro de protección de animales.
Tú también te quedarías un rato mirando  la pantalla y te meterías de un solo trago el vino que te quedaba en la copa. Era hora de irse a dormir. No era hora de arreglar nada.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/06/2025 a las 23:46 | Comentarios {0}



"No llego a saber por qué fue", dijo P. y luego se quedó callado, muy concentrado en algo, tanto que todos nos percatamos y permanecimos a la espera. "Quizá fue porque hablé mal de los cerdos. Esa sería una buena razón. Sé que no se debe hablar mal de los cerdos y menos aún de cómo se los cría y los procesos que con ellos se siguen para poder comérnoslos. Recuerdo que sus ojos se pusieron como platos. Luego bajó la cabeza y sollozó. Su madre se acercó a ella y con la mirada me reconvino por la crudeza de mis palabras. Yo realmente estaba bromeando. Las bromas suelen tener algo de pesadas, de excesivas... bueno, las bromas que algunos hacemos. A partir de aquella cena ella se volvió vegana. Me dijeron que cuando se pronunciaba en su presencia la palabra cerdo le entraban arcadas; me contaban que cuando pasaban por algún lugar donde olía a jamón serrano casi vomitaba, sufría terribles retortijones, se quedaba sin aliento. La llevaron a prestigiosos psicólogos. Incluso fueron más allá y la llevaron con un psiquiatra especialista en fobias alimentarias. Pero no sacaron nada en claro. ¿Fue por aquel entonces cuando me empezó a comparar con un cerdo? A mí nadie me dijo nada. Al principio, cuando empezó a esquivar el vernos, lo achaqué a cuestiones de la adolescencia porque a mí también me habían convencido de que esa etapa de la vida era una estúpida enfermedad mental propia de humanos; al fin y al cabo su madre y yo nos separamos al poco de nacer ella y yo siempre tuve una natural tendencia a la culpa. Más que católico parezco judío. Más tarde deseché la cuestión adolescente y empecé a vislumbrar en su desprecio una especie de cólera que no sé realmente a quién pertenecía. Cuando se negó a tener contacto alguno conmigo, de forma tácita, es decir: nunca se me enfrentó y con valentía me dijo, 'No quiero volverte a ver, cabrón de mierda' o alguna otra lindeza por el estilo, lo achaqué a ese carácter de su madre oscuro y vengativo que parecía aflorar en nuestra hija. Pasados los años dejé de intentar saber por qué había ocurrido esta desgracia. La asumí. De tanto en tanto intentaba pedirle una explicación ya casi más por curiosidad que por intentar aliviar la amargura, la tristeza, el dolor que me había provocado este marcharse de mi vida así, sin decir nada, como si fuera una cerda que no supiera expresarse y tan sólo supiera que la estaban cebando para que cuando llegara su San Martín la sacrificaran e hicieran de ella jamones. morcillas, chorizos y creyera, ella, que yo era el porquero, que sería yo quien llegado el día la sacrificaría sin contemplación ninguna, yo que no soy porquero, que nada sé de granjas, que en una cena bromeé sobre los cerdos, sólo eso, hice una broma, y ya sabéis que las bromas tienen siempre algo de pesadas, quizá sea eso, que me la está devolviendo pero elevada al infinito, hasta provocar un dolor que mata, un dolor que no tiene ninguna gracia". Sonrió. Alargó la mano y con delicadeza tomó una lasca de jamón ibérico. Lo degustó despacio, lo tragó y dijo, "Está buenísimo".
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/06/2025 a las 20:57 | Comentarios {0}



- ¡No me engañes! No te lo pido por Dios, te lo pido por cierto sentido de la honestidad. Si alguna vez entre nosotros existió. Si alguna vez, alguna noche quizá, te sentiste protegida, con esa certeza -que suele resultar infantil a la larga- de saberse con la persona idónea. Yo sé que el tiempo pasó. Sé, ¡a qué confirmarlo! que no era el idóneo. Pero aún así, aún sabiendo que somos seres vivos, imperfectos y mortales; que hemos seguido en lo imprescindible el pulso de nuestras necesidades; que en el tiempo que compartimos hubo cuando menos cierta capacidad de entrega; que no nos engañamos hasta descubrir en el otro a un ser abyecto que cohabitó tan sólo durante el tiempo que le fue beneficioso; que en la enfermedad supimos cuidarnos; que en la desdicha estuvimos al pie del cañón; que duró un tiempo el amor; que entre nosotros duró un tiempo la ilusión. No me desdices ¿verdad? ¿Estarías de acuerdo? Aprendimos a ser civilizados y luego como es natural nos aburrimos. ¿Por el aburrimiento me vas a engañar? Por esos días que transcurrieron como una mar de aceite, denso como el petróleo, oscuro como el petróleo, con olor a fósil... a fósil vegetal hecho líquido; ¿por esos días dudas si engañarme? ¿por esos días que no valen?

Calla. Ella lo mira a los ojos. No se mueve un músculo en su cara. El silencio empieza a expandirse por los minutos. Es lógico que sea el atardecer. Al fondo unas montañas. Él mantiene su mirada. Sus ojos parecen haber visto demasiado.  Quizás haya pasado media hora. Quizá más. Probablemente más. Los dos se han quedado petrificados en ese tiempo. Ninguno ha alterado ni su gesto ni su postura. Es casi como si hubieran muerto. Los pájaros dejaron de cantar. A lo lejos se escuchó alguna máquina. También un par de voces. Por fin ella respondió. Lo hizo en un momento que podría haber sido cualquier otro. No pasaba nada en especial: un avión que le hubiera despertado un recuerdo; un olor que le gustara; lo único distinto fue que una mariquita se posó sobre la mesa blanca. Cuando la vio dijo:

- No, no lo es.

Se levantó y se fue.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/06/2025 a las 18:29 | Comentarios {0}



La venda que cayó de los ojos del soldado. La voz que escuchó como si viniera de muy lejos cuando él mismo sabía -el soldado- que esa voz provenía de un cuerpo que estaba a su lado. La voz es la de una enfermera en un hospital de campaña durante una guerra muy cruenta que ocurrió hace muchos, muchos años.
El hombre que está lejos, probablemente en Praga, y nada sabe de esa escena y sin embargo justo en el momento que ocurre en el frente, él la está escribiendo en un cuaderno lleno de historias sin terminar.
En Berlín la prometida del checo, aguarda una carta suya que no va a llegar. No se desespera. Es una mujer hecha a sí misma con los dientes negruzcos por su amor al dulce.
Un tanque se estrella contra un roble.
Una compañía de zapadores es incapaz de hacer una trinchera en el suelo helado y se rinde, ante la imposibilidad del la defensa, al enemigo ruso. Para que el enemigo sepa que se rinden canta la compañía al unísono la canción, Hej, Slovene!  que es la contraseña de la rendición entre ambos ejércitos, 
La noche cae sobre Europa.
Los muertos empiezan a ser muchos. La mayoría no muere por acciones de guerra sino por la acción del frío. En las trincheras se sabe que el que se quede dormido no volverá a despertar.
 

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/06/2025 a las 17:54 | Comentarios {0}



...seguiríamos con las banderas ondeando al aire; seríamos miles los que descamisados lanzaríamos soflamas mientras por las grandes avenidas un olor de flores y pólvora nos recibe; luego, cuando la noche hubiera caído, se iría cada mochuelo a su olivo y tras cenar y mirarse a los ojos, las mujeres y los hombres y los fluidos y los transgénero, se enzarzarían en sus amores y los muchos solitarios harían sus soledades; todo el orbe estaría en calma; la naturaleza atenta a sus propios ritmos se encargaría de que el reloj de la vida no se detuviese y esa incalificable sensación de ser el alimento o ser el alimentado se reproduciría en todos y cada uno de los rincones del planeta, en todas y cada una de sus escalas; más tarde algunos harían balances y otras generarían estadísticas y las aves rapaces sobrevolarían por estos aires mundanos en donde respirar es requisito y refugiarse necesidad; nadie hablaría mucho, lo justo para no entorpecerse; las carreteras resquebrajadas ya no sirven como pista hacia ninguna parte; las antenas sin receptores sólo se contemplan como delicadas estructuras con algo de arte y otro poco de pasado; los descamisados seguiríamos la marcha tras el solaz y el descanso hacia ninguna parte mientras eso que llamamos mundo marcha también por su cuenta; de nuevo en la jornada irán cayendo muertos muchos de los nuestros y allí los dejaremos, sin homenaje alguno, sin grandes palabras; esa fue nuestra consigna: si caemos, sigamos y así seguimos, dando vueltas por un mismo perímetro, deteniéndonos aquí o allá, con la mirada fija si detectamos agua, con la mirada fija si tiembla el futuro, con la mirada fija si paren las bestias, con la mirada fija en la espalda del que nos antecede; no hay nada más, ya no hace falta. 
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/06/2025 a las 17:17 | Comentarios {0}


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