Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Noveno día


Yo tuve un gran amor por mi madre. Mano a mano a lo largo de dieciocho años nos dio para conocernos. Dicen de ella que fue una buena enfermera aunque algo fría (quizá por la atormentada alma polaca que hace que sus habitantes tengan mucho cuidado en expresar sus sentimientos por miedo a la invasión). A mí me parece que en ocasiones la profesión de mi madre invadía el ámbito personal y creo que, de alguna forma, marcó durante muchos años mi relación con las mujeres. Sobre todo a partir de un día en que no se por qué acabamos en la calle Aerschot donde unas mujeres hacían la calle. Yo tenía ocho años y asistí a una escena que me dejó sorprendido: un hombre maduro, sucio y sin afeitar se acercó a una mujer, se dijeron dos frases y él le tocó directamente el coño. Ella rió y cogiéndole por la solapa de la vieja chaqueta lo metió en un hotel de mala muerte. A los pocos pasos no pude evitar preguntarle a mi madre quiénes eran aquellas personas que se comportaban así en plena calle, a plena luz del día. Y ella sin alterarse lo más mínimo y sin acelerar o aminorar el paso me contestó: A los hombres os gusta meternos el pito por la vagina, os gusta tanto que algunas mujeres se ganan la vida vendiendo su coño. El sexo, hijo, es el motor de la historia y estas pobres mujeres, a las que se les llama putas, son una válvula de escape de ese motor. Tú, sin que lo sepas, me quieres meter el pito a mí, quieres hacerme tuya. Yo me quedé perplejo, me detuve y con una mirada implorante le dije, Mamá te juro que yo no te quiero meter nada y menos eso. Te lo juro. Y mi madre como si yo no le hubiera dicho nada siguió su discurso pedagógico, Se llama complejo de Edipo y se llama así por una historia griega de hace muchos años en la que un chico acaba metiéndole el pito a su madre sin saber que era su madre. Ahí yo metí baza y le contesté bien rápido, Ah, pero si no lo sabía entonces no vale. Mi madre me acarició el cabello y sin responderme continuó hablándome, No es nada malo querer copular con la madre, es una aspiración natural, sólo que nosotras tenemos que impedíroslo y haceros ver que no por meternos el pito os vais a poner a la altura de vuestro padre. Ahí yo me quedé perplejo y siguiendo un elemental razonamiento infantil le contesté, Pero mamá si yo no tengo padre… Y ella, siempre mirando al frente me contestó, Razón de más. De hecho, cuando os hacéis mayores y os dais cuenta de que a la madre no vais a poder meterle el pito, os pasáis media vida buscando a una mujer que se nos parezca. 

Y ahí se acabó la conversación. Los meses siguientes los recuerdo atroces, sobre todo por las noches cuando los sueños me envenenaban mi alma de niño y soñaba con mi madre que se confundía con la puta de la calle Aerschot y yo que me confundía con el tipo maduro y sucio. Total que ya con ojeras le confesé a mi madre lo que soñaba y ella, sin dejar de rehogar un ragout, me contestó, Te he creado un trauma. No te preocupes, se te pasará. Es como el sarampión cuanto antes se pase mejor además los sueños son libres hijo; yo tuve un amigo –y cuando lo recordó se detuvo y me pareció que apretaba con fuerza el mango de la cuchara de madera- que soñaba que mataba a su madre con un hacha y lo curioso del caso es que la adoraba. Yo ahí me eché a llorar y le pregunté que por qué me contaba esas cosas tan horribles y le prometí que jamás soñaría que la mataba con un hacha por mucho que la adorara.
A partir de entonces nunca más le volví a preguntar sobre mujeres. Años más tarde le presenté a la primera chica con la que mantuve algo que podría llamarse un noviazgo. La llevé a comer y cuando ella se fue un momento al baño, le pregunté a mi madre qué le parecía y ella sin torcer el gesto, siempre profesional, me preguntó, ¿Te la chupa bien? Yo me quedé estupefacto, dije algo así como, Pero mamá… y ella insistió enfurruñada, Dime ¿te la chupa bien sí o no? Y yo por miedo a que volviera mi novia y nos pillara en semejante conversación o siquiera la escuchara al acercarse, le contesté, Sí, la chupa de maravilla, ¿ya estás contenta? Y entonces, por primera vez en mi vida, creo, vi una sonrisa de triunfo en los labios de mi madre. Una sonrisa que tan sólo entendí muchos años después cuando en su lecho de muerte me confesó su principal afición. 

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/08/2014 a las 23:35 | Comentarios {0}








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