Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
La perseverance. Fotografía de Gilbert Garcin
La perseverance. Fotografía de Gilbert Garcin

Ardía como la escarcha. Me dejaba mudo como quien suspira y descubre que se encuentra debajo del agua. No maldecía. No injuriaba. Dejaba que el aliento de la muerta me rozara por la espalda. Inquieto desperdiciaba una honda bocanada y me quedaba quieto, a la espera de que el maremoto me tumbara, me arrastrara junto con los cables de luces y teléfonos por una calle estrecha que moría en la mar. Recuerdo que mientras era arrastrado escuchaba la voz de Sara Vaughan desde un inmenso altavoz colocado por las autoridades en lo alto del campanile y aquella voz y aquel swing me protegían del terror que sentía al verme llevado aguas bravas abajo sin control ninguno por mi parte. Creo que en algún momento, antes de ser sumergido, grité algo así como, ¿No es esto estar vivo? y un coro de ángeles me respondió, Sí, sí, sí y tocaron, cuales niños por las calles nevadas de una apacible tarde de navidad, sus panderetas y sus zambombas. Morir era un regalo, el precio a pagar había sido vivir.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/05/2025 a las 14:04 | Comentarios {0}



Elevarme a la esfera. Dejar el círculo de quintas. Beberme la cara del olvido. Dejar que la corriente del río me someta. Será el momento entonces. Un día un hombre se levantó con un dolor de líquidos y por la noche había muerto. La náusea no rodea. La espera sólo espanta. La esperanza es un cometa y el cometa es una trampa. Calla, loco. Calla, boca. Deja que la noche se vuelva tan oscura como el alma que soportas. Ni juzgues entonces. Ni siquiera medites. No quieras responderte a cómo un gobierno judío se volvió nazi. No quieras dolerte por el corpachón de matón del presidente de Occidente. Así son las circunstancias. Por eso elévate a la esfera. Atiende las sutiles emanaciones del éter y el paso de una luz por una tormenta. Escucha las notas que se esparcen por tu oído y que se quedan calladas en manos del tullido. No ejerzas función. No quieras nunca darlo todo. No vuelvas una y otra vez a la contienda que te trajo hasta aquí. Responde a todo: Porque sí. Porque sí mi niña te quiero. Porque sí aire te aliento. Porque sí fascistas os detesto y os temo. Porque sí no vuelo. Porque sí no llego. Porque sí no puedo. 
 

Ensayo poético

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/05/2025 a las 13:41 | Comentarios {0}



Capítulo Primero (cont.)
Montaillou

        Cuando iba a saltar al momento de mi nacimiento, te me has aparecido de rodillas frente a la hornacina de la salita de tu casa en donde habías colocado una réplica en resina de la Piedad de Miguel Ángel que habías comprado en una tienda de souvenirs, junto a la Plaza de San Pedro de Roma. Era, me dijiste, la única vez que habías salido al extranjero y lo hiciste porque peregrinaste, como una buena católica ha de hacer, a Roma. Era la hora del atardecer; llevabas el pelo recogido y cubierto por un velo negro. La cabeza la tenías inclinada hacia el suelo, mantenías cerrados los ojos y musitabas para tus adentros los avesmarías de un rosario que a mí me resultaba interminable.
Nada en ti era atractivo, Elsa. Nunca te maquillabas. Vestías siempre con una blusa abotonada hasta el cuello, una rebeca siempre en tonos ocres sobre ella, una falda por debajo de las rodillas en tonos grises, medias marrones y zapatos bajos de cordón. Pero bajo la austeridad de tu vestimenta, bajo la castidad que aireaban, yo intuía unos pechos firmes y grandes y unas caderas fuertes donde agarrarse y unas nalgas prietas y un sexo jugoso y velludo y unas piernas fuertes como suelen serlo las de las mujeres vírgenes; esas visiones, mi querida Elsa, me excitaban y sabía que un día la Piedad de la hornacina sería testigo de nuestro primer arrebato sexual; tú te opondrías, me rogarías que no lo hiciéramos frente a tu señora la virgen María, llorarías para ablandarme pero al mismo tiempo sabrías que yo no iba a ceder y también sabrías que ibas a sucumbir a la tentación y al pecado porque así -como decías tú a menudo- nos había hecho Dios Nuestro Señor: débiles ante la tentación, débiles ante el placer de la carne, débiles ante un demonio tentador. Demonio tentador me llamabas mientras gemías y me pedías que te follara más, más, demonio mío, hijo del infierno, amor de mis entretelas.
Escribo sobre nosotros porque formamos parte de mi vida. Me referiré a ti cuando lo necesite porque junto a ti se produjo en mí algo que no he vuelto a sentir y es que, siendo yo como soy ángel caído, he sentido junto a ti la viscosa cercanía de Dios y casi he llegado a oler el olor que más me repugna: el olor de santidad. Ya sigo con mi nacimiento. Sólo quería que supieras que aquel atardecer en que por vez primera te vi rezar de rodillas, ante la Virgen, yo me coloqué tras de ti -sé que tú lo sentiste. Sé que disimulaste- y mis pensamientos imaginaban que te ponías a cuatro patas, te levantabas las faldas, te bajabas las bragas color carne y entre avemaría y avemaría me exigías que te tomara y al girar tu cara para cerciorarte de que me acercaba dispuesto a obedecerte no era tu cara la que veía sino la cara de mi madre Guillemette con un ojo a la funerala.
 

Memorias

Tags : Memorias para Elsa Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/05/2025 a las 20:38 | Comentarios {0}



Capítulo Primero
Montaillou

        La primera vez que recuerdo nacer es una noche de noviembre. Desde el quinto mes del embarazo fui consciente de mi existencia y de la existencia de otros; fui consciente de que era transportado; fui consciente de que aquella no era mi última morada sino el interior de un cuerpo humano y sentí y supe que ese cuerpo que me llevaba en su interior no me quería dentro de él. No sé si fue anterior o posterior a la certeza del rechazo cuando yo también sentí lo mismo: me daba asco aquel cuerpo y por decirlo en términos que habrán de ser revisados una y otra vez, también la personalidad de ese cuerpo, el carácter que habitaba en él me resultaba áspero. Luego estaba el olor. ¡Qué mal olía aquel cuerpo! ¡Cuántas veces vomité por el olor nauseabundo que llegaba tanto desde el exterior como desde los intestinos que me rodeaban! Era un olor a cuerpo basto. Era un olor de putrefacción constante. Y este olor se mezclaba con olores de sudor, de sangre, de líquido intersticial con aires de ciénaga. Aquel cuerpo parecía las entrañas de una ciudad superpoblada en donde todas las cagadas, todas las meadas, todas las menstruaciones, todas las lefas, todos los esputos, todo lo pútrido venía a parar allí y a través de la minúscula porosidad de las paredes del saco amniótico entraban esos olores que me mortificaban y hacían que empezara a dar patadas como si con ello pudiera romper la membrana del saco y escapar cuanto antes de aquel infierno líquido, sucio, vivo. Unas patadas a las que aquel cuerpo respondía dándose puñetazos en el lugar donde yo pateaba pero por fuera y fue así como descubrí que había un fuera y que yo estaba dentro de algo que me transportaba y deduje, un par de meses antes de nacer, que algún día yo también estaría fuera y no dependería del cuerpo que ahora me transportaba tan a su pesar.
 

Memorias

Tags : Memorias para Elsa Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/05/2025 a las 18:09 | Comentarios {0}



Prólogo
Mi nombre y apellido van a ser Tobías Samel. El nombre y el apellido de la mujer para la que voy a escribir estas memorias van a ser Elsa Temuer. Le he pedido al dueño de esta revista digital que me permita publicar en ella estas memorias por si Elsa leyera en este tipo de medios y la casualidad además hubiera querido que por medio de una navegación aleatoria hubiera llegado hasta esta revista, Inventario -dirigida y gran parte de ella escrita por Fernando García-Loygorri-, que le hubiera gustado (la revista) y hubiera decidido seguirla -aunque fuera de vez en cuando-; otra posible forma de llegar ella hasta aquí es que utilizara internet y algún día, a partir de hoy, buscara el nombre que una vez inventé para ella, Elsa Temuer, y de esta forma apareciera este texto, en esta revista y ella accediera y dentro de un rato o dentro de seis años, esté leyendo este prólogo y me recuerde. Antes de que le produzca un escalofrío en el espinazo mi aparición o el simple haber dado ella conmigo o la mera posibilidad de que pudiera encontrarla...si es que aún está viva, quisiera, para tranquilizarte, Elsa,  asegurarte que estas memorias que escribiré para ti es la forma que he hallado menos violenta de pedirte perdón y que bastaría una palabra tuya al final de las mismas en los comentarios para sanarme mi culpa, mi grandísima culpa, la culpa inmensa que siento por haber vivido y por haberme encontrado contigo en un momento en el que mi vida destilaba una ira producida por los que hemos sufrido mal.
Han pasado cuarenta años desde la última vez que te vi. Era cerca del amanecer. Tú estabas dejando de ser Kotok para convertirte de nuevo en Elsa. Yo estaba dejando de ser Trifia para volver a ser Tobías. Me habías roto las medias cuando eras Kotok y yo era Trifia; me habías querido salvar cuando derivabas en Elsa y yo en Tobías. Cuando surgimos del todo siendo tú Elsa y yo Tobías te hundí mi navaja en el estómago, sólo una vez, sin retorcer. Cuando te di la espalda pensé que no sobrevivirías, estábamos en un parque, era otoño, de amanecida; a punto estuve de rematarte pero la posibilidad de que quizá vivieras; la posibilidad de que fuera detenido y ahorcado por tu denuncia; la posibilidad de que acudieras a mi ahorcamiento y de alguna forma se invirtieran los papeles y fueras tú la que me viera morir, me empujaron a no mirar hacia atrás y caminé hacia el este por donde, tristemente, surgían los primeros rayos del sol. 
Continuará...
 

Memorias

Tags : Memorias para Elsa Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/05/2025 a las 18:48 | Comentarios {0}


1 2 3 4 5 » ... 468






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile