Surco de amor abierto con navaja en una tierra seca que a mi sed espanta. Lirios del Rey David. Enseñas de los cananeos. En lo alto de los montes aún sin nombres, ondean trapos de colores que con el tiempo se llamarán banderas. Pero hoy tan sólo se llaman: Blanco, Negro, Rojo, Azul, Amarillo.
Si me dieras la mano, ¡amigo! el acto en sí sería un canto a la melancolía. Porque no estoy dispuesta a sentirme desvalida, porque no quiero cumplir la ley del agrado que a todas las mujeres nos obliga, porque soy la líder revolucionaria de mi cuerpo te ruego que alejes tu mano de la mía y cantes ultramar tus añoranzas.
He visto en las últimas pinturas el surco del amor abierto a navajazos. Te aseguro que el dolor ha sido cuantioso como los granos de éter que pululan entre las estrellas.
Quiero volver a leer a Plinio el Viejo; bucear en las cosas que un día fueron ciertas; sentir la frescura de unas costas vírgenes; no llamarme de ninguna forma; que no puedas por lo tanto llamarme y sí pensar en mí como se piensa lo innombrable.
Vete ahora, mi seno desnudo, mis nalgas como pompas, el olor de mis rincones, el tacto de mi piel te son vedados hasta que la luna se vuelva insensible a sus fases, la escolta de los querubines se alzalíe contra Dios, amamante el lobo mientras la loba se desconsuela, los árboles dancen en los bosques, los duendes se hagan mayores, la peste huela bien, el cielo caiga por fin en pedazos y su levedad impida que nadie se duela, persigan las garzas al temeroso Zeus y el Ponto vinoso, rojo de la sangre de las medusas, borracho de sí mismo, se vuelva tierra seca en la que una navaja abra, como heridas, surcos de amor que nos espanten.
¡Vete, amigo, vete! La hora del crepúsculo es propicia. Te prohíbo que vuelvas. Nos veremos allí donde las banderas fueron tan solo trapos de colores: Blancos, Negros, Rojos, Azules, Amarillos.
Si me dieras la mano, ¡amigo! el acto en sí sería un canto a la melancolía. Porque no estoy dispuesta a sentirme desvalida, porque no quiero cumplir la ley del agrado que a todas las mujeres nos obliga, porque soy la líder revolucionaria de mi cuerpo te ruego que alejes tu mano de la mía y cantes ultramar tus añoranzas.
He visto en las últimas pinturas el surco del amor abierto a navajazos. Te aseguro que el dolor ha sido cuantioso como los granos de éter que pululan entre las estrellas.
Quiero volver a leer a Plinio el Viejo; bucear en las cosas que un día fueron ciertas; sentir la frescura de unas costas vírgenes; no llamarme de ninguna forma; que no puedas por lo tanto llamarme y sí pensar en mí como se piensa lo innombrable.
Vete ahora, mi seno desnudo, mis nalgas como pompas, el olor de mis rincones, el tacto de mi piel te son vedados hasta que la luna se vuelva insensible a sus fases, la escolta de los querubines se alzalíe contra Dios, amamante el lobo mientras la loba se desconsuela, los árboles dancen en los bosques, los duendes se hagan mayores, la peste huela bien, el cielo caiga por fin en pedazos y su levedad impida que nadie se duela, persigan las garzas al temeroso Zeus y el Ponto vinoso, rojo de la sangre de las medusas, borracho de sí mismo, se vuelva tierra seca en la que una navaja abra, como heridas, surcos de amor que nos espanten.
¡Vete, amigo, vete! La hora del crepúsculo es propicia. Te prohíbo que vuelvas. Nos veremos allí donde las banderas fueron tan solo trapos de colores: Blancos, Negros, Rojos, Azules, Amarillos.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/03/2020 a las 01:08 |