Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Perdido un hombre cerca del río Leteo (5)
¡Oh, sí, lloré! ¡Cuánto! ¡Y el dolor! el dolor... Estuve muy enfermo. Por mucho emplasto que me colocó, la órbita hueca se infectó y así entre recuperación y recaída permanecí seis meses en El Hades bajo los cuidados de Caronte. Me alojó en un camarote que tenía en la proa de la barca, oculto a las miradas de los viajeros. Cuando alguien subía yo me escondía allí. Ninguno de los pasajeros sospechó que en su último viaje un ojo los espiaba. La contemplación de los que van a olvidar me enseñó -si es que lo aprendí- a mirar el alma de los hombres ¡Qué hermosos algunos al marchar hacia el Olvido! ¡Qué desesperados otros! ¡Qué aterrados los más! Caronte me había permitido mirar a través de un agujero practicado en la puertecita -con apariencia de tablón- del camarote. No sé si querréis que vuelva ya al final de la historia que dio inicio a este relato, la del hombre perdido cerca del río Leteo, porque si no fuera así podría contaros la historia de una de las pasajeras, Belinda, ¡Ah, Belinda, la Triste! Todos sin excepción pidieron, ¡Cuéntanos, buhonero, la historia de Belinda la Triste! Calmados los ánimos pidió hidromiel y una vez saciado su capricho siguió con su historia, En las costas últimas de la tierra occidental, en una ciudad llamada Tartesos, Belinda acababa de cumplir los quince años...

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/12/2009 a las 20:01 | Comentarios {0}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (4)
Caronte gritó, ¡Eh, muchacho! Abrasado por la sed, seca la garganta, sólo pude responder a su llamada paseando mi lengua por mis labios. En un costado del Barquero del Río pendía un odre de cuero de cabra. Caronte se acercó hasta mí y dijo, Bebe, hijo, bebe. Y yo bebí el Agua de la Vida, no la del Olvido y bebí tanta que ya me veis, amigos, viejo como nunca se conoció a otro. Caronte me dejó beber y luego me aconsejó que me sentara bajo las ramas de una higuera. Así lo hice y pronto noté -como la planta mustia cuando cae sobre sus hojas, en la tierra que la circunda, sobre el barro de la maceta si está plantada, el agua y pronto se hace ancha, se eleva y lanza sus hojas al sol- la vida en mis músculos. Él se sentó frente a mí, de espaldas al sol, de tal forma que el contraluz me impedía ver su rostro. Lo hizo así para que tan sólo escuchara su voz. Me dijo, Hijo, no sabes cuánto siento que hayas venido a dar al Hades ¡Ay, ay, ay, ay! Estos no son buenos lugares para un joven y conste que esto que te digo va contra mi negocio. Fácil sería para mí haberte cobrado una moneda y haberte llevado conmigo hasta la otra orilla. Una moneda es una moneda y moneda a moneda puedo mantener mi barca a flote y útil el embarcadero. No las quiero para más, no creas, no atesoro, no guardo. Sí, fácil habría sido para mí. Pero, vamos, me he dicho, ¡qué caray, es un niño, aún la barba no se le cierra en las mejillas! ¿Por qué no dejarle ver un poco más dejándole al mismo tiempo ver un poco menos? No, no es ningún acertijo, es que debo cobrarte el Agua de la Vida y el precio que se paga es un ojo. El izquierdo te sacaré ¡Te dolerá tanto! Ese tu dolor te recordará el dolor que te hizo venir hasta aquí y así sabrás que es casi insoportable y huirás de él. No, no, no llores muchacho. Te dolerá y será corto. Luego yo te haré emplastos que impedirán que la oquedad de tu ojo enferme y cuando estés recuperado te haré un ojo de cristal a tu medida para que sientas siempre que la dureza no lleva a ninguna parte ¿Listo? Has de ser valiente.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/12/2009 a las 20:15 | Comentarios {1}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (3)
El buhonero meneó la cabeza y se colocó en la órbita hueca su ojo de cristal. En el ágora aún quedábamos muchos, los alumbrantes habían prendido los hachos y un noble había mandado traer de su villa viandas para todos, ¿Alguno estuvo cerca de las aguas del Leteo? Todos callamos ante la pregunta del buhonero excepto un niño que le respondió, Y tú, ¿tú has estado? y él respondió, No me acuerdo y hasta el ágora rió. Terminada la risa continuó, Habéis de saber que el mundo no es tan grande y El Hades no está tan lejos. Muchos llegamos hasta él sin darnos cuenta. Yo estuve hace muchos, muchos años. Aun la barba no se me cerraba en las mejillas cuando sentí la necesidad de caminar. Quisieron los Dioses concederme el favor de conocer el Mal justo al principio. El mundo me recibió con la intención de despedazarme. Como un cervatillo -y sé que esta comparación os será casi imposible de aceptar ante mi aspecto montaraz y mi mirada fiera- me escondí en lo más profundo de una selva. Prefería morir por la mordedura de un áspid que por las manos de un hombre. Estuve dos noches y tres días sentado bajo un árbol monstruoso, lleno de oquedades su tronco, de negrura y habitantes su copa, de raíces como tentáculos del subsuelo. Joven aún, esclavo de mis necesidades, no pude dejarme morir ni ser muerto y la sed me devolvió a la vida, me obligó a levantarme y a buscar agua. Nunca sabré si fue fruto del cansancio pero recuerdo que de una forma inconcreta y clara seguía un sendero del bosque el cual me llevó hasta un río, el río Leteo.
No son sus aguas transparentes sino al contrario, turbias como los recuerdos. No es su fluir manso sino encrespado como la memoria cuando acecha el presente. Fueron su turbiedad y su violencia las que me salvaron del olvido pues si el río no hubiera tenido ese aspecto me habría lanzado a la orilla y habría sorbido sus aguas sin demora. Me detuve un instante, el tiempo que tardó el Barquero del Río, un tal Caronte, en salir a mi encuentro.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/12/2009 a las 11:20 | Comentarios {0}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (2)
El buhonero calló un momento como si ese silencio correspondiera al tiempo en el que el hombre perdido se inspeccionó. Luego pidió vino caliente con un poco de canela, ¡Por Zeus! o quizá dijo (varias son las fuentes de donde bebemos este relato y no hemos de dar más crédito a unas que a otras) ¡Por Mitra, qué buen vino el de esta crátera. Cómo me recuerda a una que tenía mi vieja madre, la más afamada ramera de Lidia, por si alguna vez pasan por allí y oyen hablar de mí refiriéndose a ella! ¡Dadme, dadme más! Y bebió el buhonero cuando la noche traspasaba el umbral de su existencia. Fue el viejo capitán Putifar quien le ordenó seguir con el relato bajo la amenaza de meter los dedos en su gaznate y hacerle vomitar tan caro líquido.
El buhonero se sacó su ojo de cristal y mirándolo siguió su relato, Estaba el hombre desnudo mirándose por todas partes y pudo, al fin, palpar un gusano que intentaba con toda la fuerza de sus anillos meterse por el ojo de su culo, de hecho ya casi había metido su cabeza. Con cuidado extremo, hablándole con tiernas palabras, logró extraerlo, lo miró a la luz de las estrellas y le perdonó la vida. Las ropas habían quedado inútiles no tanto porque el tejido se hubiera roto sino por la grimosa certeza de que todo él se encontraba invadido por la temible termita y sus huevas. Así el hombre se alejó del árbol podrido tal como su madre lo trajo al mundo. La noche aún cubría su desnudez y esa seguridad irguió su falo ante el deseo inefable de penetrar al Mundo y concebir un satélite. No molestaron a las plantas de sus pies las asperezas del suelo boscoso ni las ramas de los árboles sanos azotaron en exceso su espalda ni el aire envolvió su cuerpo con la despiadada indiferencia de la vida y así, mientras caminaba, se masturbó con entusiasmo y amor y su descarga se elevó hasta lo más alto del bosque como se elevó su grito de placer casi suplicante al que respondieron los murciélagos sobrevolando su cabeza. Relajada su pasión caminó más despacio. Y anduvo y anduvo y anduvo y pronto volvió a escuchar las aguas del río Leteo.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/12/2009 a las 13:42 | Comentarios {0}


A Raquel y Raúl


El domingo amaneció difícil. Fui a buscar a Violeta y nos fuimos a El Escorial. Antes de salir pensé en no ir. En llamar sin excusas. El día seguía siendo difícil aunque Violeta estuviera sentada en la parte de atrás y hubiera venido corriendo porque yo estaba mal aparcado. La carretera me fue relajando como me suele ocurrir pero el domingo seguía siendo difícil. Llegamos a la casa de Raquel. Es una casa preciosa, pequeña, con un jardín delicioso -todo final del otoño-. Allí estaban ellos y Laura, la hija de Raquel, que nació el mismo día que mi hija. Los niños tienen la virtud de la atemporalidad. Apenas necesitan un minuto para recuperar la relación. Cuando se fueron Raquel, Laura y Violeta para dar un paseo a Portu -un perro cascarrabias y encantador- le dejé ver a Raúl lo difícil que era para mí ese domingo. Comimos un estupendo puding de espinacas con espárragos cubierto de salmón (ese plato se lo había visto hacer días antes a Karlos Arguiñano y me había parecido precioso de color -tan verde y tan naranja con la curiosa transparencia del espárrago- y me resultó sorprendente vérselo hacer a Raúl) y pollo con champiñones. En la sobremesa hablamos con confianza. Con confianza. Y de repente sentí que el domingo ya no era tan difícil.
La amistad es una de las formas más sublimes de la esperanza. Teníamos que volver pronto, hacia las cinco y media. Me abrazaron al marchar. Cuando llegamos a Madrid el domingo había dejado de ser difícil. Hasta logré aparcar sin apenas problemas.
Esa sensación de levedad se ha mantenido hoy y hoy, justamente, necesitaba sentirme leve. Mientras impartía una clase de guión me he acordado mucho de ellos y cada vez que me acordaba el ambiente de la clase se iba volviendo alegre, lleno de confianza como si la de ayer se hubiera ido instalando en el espacio de hoy. Sé que sin su apoyo la tarde de hoy habría sido distinta y estoy casi seguro que más difícil como ayer lo fue hasta que estuve con ellos.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/12/2009 a las 23:33 | Comentarios {1}


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