Toma su mano y pide perdón. Él le dice, No creo en el perdón. Le responde, Aunque no creas, perdóname. Él le agarra la cara con ambas manos y le dice, No hay perdón. Nunca habrá perdón. Jamás te perdonaré. De ahora en adelante te seguiré mirando, hablaré contigo, seré tu amigo, seré, si lo necesitas, tu paño de lágrimas, hablaremos de aquello, cuantas veces quieras, pero no te puedo perdonar. Él responde, ¿Cómo es posible que seas tan terco? ¿Es ira lo que tienes?, No -responde- es tiempo lo que tengo. Todo el tiempo que me robó tu error. Eso no se puede perdonar. Eso no hay perdón que lo perdone, Pero entonces -sigue el que agravió- no hay salida. Siempre seré culpable, ¡Oh -responde el agraviado- que antiguo es todo! Culpable. ¡De qué cojones hablas! ¿Tú no conoces el nacimiento de una estrella? ¿No sabías el milagro galáctico de que estemos hablando tú y yo? ¿De qué culpa me hablas? Vete tranquilo. No te perdono porque es imposible, sólo por eso, el perdón es un intercambio que olvida la variable del presente en que sucedió el hecho y los tiempos de dolor que siguieron. Así es que, ven, abrázame, ¿Abrazarte? ¿Cómo te voy a abrazar si no me das tu perdón? Así siempre estaré en deuda contigo. Una deuda que yo buscaba con tu perdón que se pagara, No hay deuda, no hay pago, no hay perdón. Lo que pasó, pasó, Si no me perdonas no volverás a verme, Entonces, adiós.
Piedra
el agua, verdosa, la rodea y lame
Ondas muy leves
Despejado, y por lo tanto sólo azul, el cielo
Olor de jara
Vuelo de pato
Canto de pájaro
Navega la represa
un pintor holandés
Corre ligero el perro
Suena, cruel, la madera
Luego la vuelta
En lo alto el descenso
las montañas al fondo
el merendero quieto
el agua, verdosa, la rodea y lame
Ondas muy leves
Despejado, y por lo tanto sólo azul, el cielo
Olor de jara
Vuelo de pato
Canto de pájaro
Navega la represa
un pintor holandés
Corre ligero el perro
Suena, cruel, la madera
Luego la vuelta
En lo alto el descenso
las montañas al fondo
el merendero quieto
Olmo:
Deba o no esculpir un cristal en mi rostro; deba abrirme la cara tras los aplausos ha llegado el momento de resumirme. Desde la sensación de estar al final del alambre veo mi vacío lleno de una estupidez bien macerada, estupidez mía (porque el resumen es de mí), inacción acostumbrada veo en ese vacío estúpido, con las puntas de los pies (uno de ellos por cierto absolutamente inútil para el equilibrio y el otro apenas diestro en esas lides siendo además el siniestro) a punto de salirse de la fina anchura del alambre fiero.
Deba claudicar a ese cielo que no sé si es de amanecer o si es que anochece, intento por todos los medios que los que me quieren no sean testigos de este despeñarme, de este hacerme viejo y volverme de alguna forma inconsolable. Han sido muchas palabras para decir tan poco. Y muchos intentos -seguro que sí- de parecer lo que nunca he sido. En estas tiernas palabras, tan fuera de razón las más de la veces, tan quejumbrosas otras, cuando la única responsabilidad de la desgracia tiene como primer protagonista al que ahora escribe; dice una mujer que de joven un cura le espetó, Cuando necesites que alguien te eche una mano, mírate al final de tu brazo. También escuché ayer otra sentencia, ¡Anda, baja ya de la cruz que necesitamos la madera! Frases que son de aliento y fuerza y que muchas veces he opuesto, para defender mi debilidad, mi quebranto, mi queja, a ese lugar del ser humano en el que la indefensión es causa de tanta pesadilla, de tanta necesidad de deconstrucción, de tanto análisis como es, el lugar, la infancia. Sólo que yo, ahora, en esta hora fusca, tras haber sido joven y no tan estúpido, he llegado hasta esta cima de la extrema estulticia en la que he pensado que el Mundo me debía algo y que no tenía más que sentarme a esperar para que esa deuda se me abonara. No hay deuda ninguna. El universo no está para ser deudor de nadie y tampoco para ser acreedor. Estamos en paz. Tan sólo no estoy en paz conmigo y menos aún con mi cobardía. Porque ahora lo sé. Porque ahora lo puedo decir: ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde! Y aunque me lo dijera mil millones de veces, no sería suficiente para aliviar mi cobardía, mi tenaz cobardía, mi cobardía generada hora tras hora en esta inacción macerada en el tiempo, en el maldito tiempo de la nada. Quizá deba esculpir un cristal en mi rostro o sajarme el saco lacrimal con la cuchilla de afeitar. Quizá debiera someterme a la vergüenza y renunciar definitivamente y buscar en la mendicidad la satisfacción a mi cobardía. Ser lo que nunca me atreví a ser: un vagabundo, un miserable, un marginado que no entendió el esfuerzo como meta, el trabajo como premio, la seguridad como perímetro vital y resumirme así, sarnoso, sentado en una esquina de una avenida de una gran ciudad y mostrando mis deformidades para avivar la caridad de los transeúntes. La mirada baja. Un sombrero que ocultara mi rostro. Y ya en la noche encaminarme a algún albergue donde me dieran una sopa y un jergón. Y esperar así la llegada de la muerte porque mi cobardía me impide por supuesto suicidarme y porque en última instancia he de reconocer que la vida aún me atrae. Por si el milagro será... por si el milagro...
Juliana:
¿Suena? ¿Es la llegada? ¡Dímelo por la mañana cuando el perro se asoma a la ventana y recuerda el milagro repetido de la luz! ¿Es el velero? ¿Es aquello la mar? ¿Y lo que veo es una huella de sandalia romana cuando aún no se hacía el calzado para cada pie? ¿Es la asonada? ¿LLegarán los bombarderos a herirme? ¿Alcanzarán sus misiles mi casa y así tú ya no sabrás dónde dirigirte cuando atraques, tras la tempestad? ¿Habrá después de mí...? ¡Dímelo antes de que cante el gallo, antes de que se inicien las negaciones! ¿Vendrá la retama hasta mi puerta? ¿Estaré desnuda de cintura para abajo, en el suelo, apoyado un brazo en el borde de la cama y con la cabeza inclinada hasta la extenuación? ¿Me dejaré influir por tus cartas? ¿Me llegará la noticia por otra voz? ¡Se irán! ¡Sola en medio de estos hombres que huelen a sudor tras la jornada, que se dirigen a la taberna para beber vinos y cervezas y alcoholes más fuertes mientras la rada los protege de la esencia violenta del mar y se mecen las barcas como si fueran huérfanas! ¡Sola en el marasmo que se ha abierto entre mi corazón y mi herida, sin saber por cuál decidirme, tomándome la temperatura cada tanto y soñando que todo es fiebre! ¿Podrá el alba? ¿Podrá la escarcha arrimarme un ascua de ti? ¿Mensajea el mirlo en mi balcón? ¿Arrulla la gata una canción compuesta muy lejos de aquí, en un altiplano, en otro continente? ¡Dímelo antes del Angelus por si voy al infierno desnuda y con calentura! ¡No quiera Satanás gastarme una broma! ¡No quiera Dios escarmentarme más! ¡Si Dios fuera pequeñito, un recién nacido que tan sólo hiciera como milagros travesuras! ¿Es tu vela la que veo? ¿Es tu remo el que abre las aguas? ¿Es tu canto el que vence a las sirenas? ¿Es tu aliento quien me alborota el pelo? ¿Es tu sonrisa la que alegra la distancia? ¿Son tus manos las que se agarran al palo de mesana? ¿Y ese cuerpo que escala es el tuyo? ¡Respóndeme que me vuelves loca! ¡La tarde quema en mi pecho y la noche arderá en el monte que circunda la Creación! Porque al recordarte todo es memoria del fuego. ¡No suene ahora esa guitarra! ¡No cante la mujer el fado! ¡No venga el helecho a secarme la almohada! ¿Son esas cuadernas? ¿Es esa proa linda un desliz de tu boca? ¡Dímelo que soy mujer y tuya! ¡No huyas que la bruja me ha dicho que la muerte te perdió al pasar el cabo de Buena Esperanza! ¡Llégate que aquí están mis brazos! ¡Llégate que aquí está mi vientre! No hay espacio entre tú y yo. ¿Lo sabes? ¿Lo sueñas mientras la nave se bambolea? ¡Dímelo, amado, que está la tierra húmeda!
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/03/2015 a las 19:19 |