Escrita por Isaac Alexander entre el 31 diciembre de 2010 y el 1 de enero de 2011.
				 
				 El autor la subtitula: Comedia escrita para cuatro actos caníbales
			 
			 
						 ESCENA II
					 
					 
					 
Él está sentado en la misma silla y en la misma posición de la escena anterior. Está de espaldas a Ella.
					 
					 
Ha empezado a llover. Al principio de la escena la lluvia es dulce como un manto de sonido que cayera sobre ellos, arropándoles de su propio silencio.
Se escucha a intervalos regulares las ruedas de los coches girando sobre el asfalto mojado.
					 
					 
Ella, desde la ventana, mira la espalda de Él. Está con los brazos cruzados y las piernas cruzadas, apoyada con el perfil de su brazo en la jamba de la ventana. Se pasa una mano por la boca. Suspira.
					 
					 
Él se acaricia el muslo izquierdo con la mano izquierda.
					 
					 
Llueve más fuerte.
Pasan dos coches seguidos.
Dan las once en el reloj de pared de una casa frontera.
					 
					 
Él: (Cuando terminan de dar las campanadas). Las once.
					 
					 
Ella descruza los brazos y deja que éstos caigan. Se mesa los cabellos.
					 
					 
Ella: No sé qué hacer con los brazos.
Él: Siéntate. Ponlos encima de la mesa.
					 
					 
Ella mira por la ventana. Llueve más fuerte. Empieza a ser una lluvia con aires de furia. Casi como reacción animal se aparta un poco de la ventana. Y en ese movimiento duda tan sólo un instante, no llega a detener el movimiento quizá tan sólo un imperceptible cambio de dirección o menos: su pensamiento, para al final encaminarse hacia una silla, separarla un poco de la mesa y sentarse.
					 
					 
Él está de espaldas a la ventana.
Ella se ha sentado a su izquierda, de cara al público.
Él mira al frente.
Ella mira al público.
La lluvia suena fuerte.
Pasan los coches.
					 
					 
fin del acto segundo
					 
					 
				 Él está sentado en la misma silla y en la misma posición de la escena anterior. Está de espaldas a Ella.
Ha empezado a llover. Al principio de la escena la lluvia es dulce como un manto de sonido que cayera sobre ellos, arropándoles de su propio silencio.
Se escucha a intervalos regulares las ruedas de los coches girando sobre el asfalto mojado.
Ella, desde la ventana, mira la espalda de Él. Está con los brazos cruzados y las piernas cruzadas, apoyada con el perfil de su brazo en la jamba de la ventana. Se pasa una mano por la boca. Suspira.
Él se acaricia el muslo izquierdo con la mano izquierda.
Llueve más fuerte.
Pasan dos coches seguidos.
Dan las once en el reloj de pared de una casa frontera.
Él: (Cuando terminan de dar las campanadas). Las once.
Ella descruza los brazos y deja que éstos caigan. Se mesa los cabellos.
Ella: No sé qué hacer con los brazos.
Él: Siéntate. Ponlos encima de la mesa.
Ella mira por la ventana. Llueve más fuerte. Empieza a ser una lluvia con aires de furia. Casi como reacción animal se aparta un poco de la ventana. Y en ese movimiento duda tan sólo un instante, no llega a detener el movimiento quizá tan sólo un imperceptible cambio de dirección o menos: su pensamiento, para al final encaminarse hacia una silla, separarla un poco de la mesa y sentarse.
Él está de espaldas a la ventana.
Ella se ha sentado a su izquierda, de cara al público.
Él mira al frente.
Ella mira al público.
La lluvia suena fuerte.
Pasan los coches.
fin del acto segundo
				 Escrita por Isaac Alexander entre el 31 diciembre de 2010 y el 1 de enero de 2011.
				 
				 El autor la subtitula: Comedia escrita para cuatro actos caníbales
			 
			 
						 ESCENA PRIMERA
					 
					 
					 
El: Posiblemente...
Ella:: ¿Cuándo?
					 
					 
Se escucha el sonido de un tren.
					 
					 
El: Si supieras...
Ella: No.
					 
					 
Pasa el tren bajo la ventana y tiemblan los cristales
El se quita el abrigo.
					 
					 
El: Déjame quedarme aunque sólo sea un rato. Para no olvidarme nunca...
Ella:: ¿Toca un poco de patetismo? ¿Voy a la cocina, traigo un par de vasos y sirvo vino? ¿Saco las cuartetas de Omar Kayyam?
El:No.
Ella: ¿Qué coño es esto? ¿Dónde me quieres llevar? Te dije que esperaras. Nunca supiste escuchar ¿Sabes? de ti recuerdo, sobre todo, tus discursos. (Despectiva) la forma de tu orden. Cómo movías las manos, cómo tu verbo llevaba a la piedad, a la compasión.
					 
					 
El la mira y se echa a llorar sin más gesto que las lágrimas, sin más aspaviento.
Ella le da la espalda. Se acerca a la ventana. Sigue con la vista el último fulgor rojo del tren que pasó. Habla de espaldas a él.
					 
					 
Ella: ¿De qué serviría? ¿Qué aclararía? ¿Por qué una conversación que tenemos pasado el tiempo, va a servir para entender lo que vivimos juntos? Ya no somos los mismos. Si quieres te reconozco mi interés cuando te conocí. Si quieres admito el estúpido estado de enamoramiento, ¡estúpido! ¡estúpido! ¡estúpido! Una y mil veces lo maldigo. Una y un millón de veces cada vez que recuerdo que estuve enamorada de ti.
					 
					 
El saca un pañuelo de tela y suena los mocos.
					 
					 
El: No he venido a saber de nuestro amor. No me importa nada nuestro amor. No creo en ti como amante ni sentí nunca que tú fueras ¿cómo decirlo?, la llama y el oxígeno, y... ¡da igual! Yo quiero que me hables de ti para saber de mí. Yo quiero que me hables de quién eres, qué esconde ese nombre de cinco letras, qué hay realmente detrás de tus ojos, por qué me elegiste como espejo, por qué nos parecemos tanto. Porque sabiendo de ti, sabré del mundo, de las razones...
Ella: ¿Ya empiezas? ¿Tomo notas?
El: (Grita) ¡Por qué te niegas a tener esa terapia conmigo! ¿No sería yo...
Ella: (Se vuelve y se enfrenta a él) No me grites, hijo de puta, ni se te ocurra alzarme la voz ni esto. Esta es mi casa...
El: Y la mía...
Ella: Nunca lo fue...
El: Eso me decías...
Ella: Te mentí.
El: No, no me mentías. Por eso estoy aquí. Déjame preguntarte: ¿Cuándo descubriste tu mirada? ¿Cuándo te sentiste tuya? ¿Qué impresión te produjo? ¿Y el primer desvanecimiento? ¿Y la primera decisión? Y el llanto salvaje y la ira y el desconcierto y la luz y el demonio y el primer hombre que te engañó, ¿fue tu padre? ¿te violó? ¿era un canalla? Háblame de ti. Dime para que yo pueda conocerme y empezar el mundo. Porque quiero amarlo. Con todas mis fuerzas quiero amarlo.
Ella: No voy a hacerlo. No voy a responderte.
					 
					 
El se sienta en una silla. Acaricia lentamente la mesa. Mira enrededor.
Ella sigue junto a la ventana. Mira su reloj de pulsera. Está anocheciendo.
					 
					 
Ella: Es tarde.
El: Me voy a quedar.
Ella: Pero ¿qué dices? Además espero a alguien...
El: No esperas a nadie.
					 
					 
fin del primer acto
				 El: Posiblemente...
Ella:: ¿Cuándo?
Se escucha el sonido de un tren.
El: Si supieras...
Ella: No.
Pasa el tren bajo la ventana y tiemblan los cristales
El se quita el abrigo.
El: Déjame quedarme aunque sólo sea un rato. Para no olvidarme nunca...
Ella:: ¿Toca un poco de patetismo? ¿Voy a la cocina, traigo un par de vasos y sirvo vino? ¿Saco las cuartetas de Omar Kayyam?
El:No.
Ella: ¿Qué coño es esto? ¿Dónde me quieres llevar? Te dije que esperaras. Nunca supiste escuchar ¿Sabes? de ti recuerdo, sobre todo, tus discursos. (Despectiva) la forma de tu orden. Cómo movías las manos, cómo tu verbo llevaba a la piedad, a la compasión.
El la mira y se echa a llorar sin más gesto que las lágrimas, sin más aspaviento.
Ella le da la espalda. Se acerca a la ventana. Sigue con la vista el último fulgor rojo del tren que pasó. Habla de espaldas a él.
Ella: ¿De qué serviría? ¿Qué aclararía? ¿Por qué una conversación que tenemos pasado el tiempo, va a servir para entender lo que vivimos juntos? Ya no somos los mismos. Si quieres te reconozco mi interés cuando te conocí. Si quieres admito el estúpido estado de enamoramiento, ¡estúpido! ¡estúpido! ¡estúpido! Una y mil veces lo maldigo. Una y un millón de veces cada vez que recuerdo que estuve enamorada de ti.
El saca un pañuelo de tela y suena los mocos.
El: No he venido a saber de nuestro amor. No me importa nada nuestro amor. No creo en ti como amante ni sentí nunca que tú fueras ¿cómo decirlo?, la llama y el oxígeno, y... ¡da igual! Yo quiero que me hables de ti para saber de mí. Yo quiero que me hables de quién eres, qué esconde ese nombre de cinco letras, qué hay realmente detrás de tus ojos, por qué me elegiste como espejo, por qué nos parecemos tanto. Porque sabiendo de ti, sabré del mundo, de las razones...
Ella: ¿Ya empiezas? ¿Tomo notas?
El: (Grita) ¡Por qué te niegas a tener esa terapia conmigo! ¿No sería yo...
Ella: (Se vuelve y se enfrenta a él) No me grites, hijo de puta, ni se te ocurra alzarme la voz ni esto. Esta es mi casa...
El: Y la mía...
Ella: Nunca lo fue...
El: Eso me decías...
Ella: Te mentí.
El: No, no me mentías. Por eso estoy aquí. Déjame preguntarte: ¿Cuándo descubriste tu mirada? ¿Cuándo te sentiste tuya? ¿Qué impresión te produjo? ¿Y el primer desvanecimiento? ¿Y la primera decisión? Y el llanto salvaje y la ira y el desconcierto y la luz y el demonio y el primer hombre que te engañó, ¿fue tu padre? ¿te violó? ¿era un canalla? Háblame de ti. Dime para que yo pueda conocerme y empezar el mundo. Porque quiero amarlo. Con todas mis fuerzas quiero amarlo.
Ella: No voy a hacerlo. No voy a responderte.
El se sienta en una silla. Acaricia lentamente la mesa. Mira enrededor.
Ella sigue junto a la ventana. Mira su reloj de pulsera. Está anocheciendo.
Ella: Es tarde.
El: Me voy a quedar.
Ella: Pero ¿qué dices? Además espero a alguien...
El: No esperas a nadie.
fin del primer acto
				 Avieno. Fenómenos. Descripción del orbe terrestre. Costas marinas. Editado por Gredos
				 
				 Traducción de José Calderón Felices excepto la frase en cursiva que es añadido mío.
			 
			 
					 
						 Mapa de Hecateo de Mileto (ca. 500 a.C.)
					 
				 
						 Si vellones de nubes se arremolinan por el cielo, si la iridiscente Iris -hija de Taumante y Electra, hermana de las Harpías- desciende a tierra formando un arco doble, si un anillo oscuro parece contornear una estrella blanca, si por la superficie de las aguas alborotan las aves, si una y otra vez sumergen su pecho en las profundidades del abismo marino, si la golondrina se precipita con frecuencia trinando sobre las aguas a los primeros destellos del alba, si las ranas reiteran su viejo lamento por los estanques, si los autillos emiten arpegios melodiosos por la mañana, si la dañina corneja hunde la cabeza en aguas profundas, bañando el lomo en el río, si se ensaña en roncos graznidos o si la ternera aspira el aire por las narices o la industriosa hormiga, abandonando su madriguera habitual, saca los huevos de los escondrijos de su guarida o cuando la pollita se expurga el pecho con su pico ganchudo y en formación cerrada se ve revolotear al grajo formando círculos y cuando la estilizada garza real va una y otra vez al agua gañendo repetidamente y las moscas pequeñas clavan sus aguijones y si en las lucernas de barro, que arden por la noche, se aglomeran los hongos, si de las llamas brinca una lenguarada de fuego o si la energía de la luz se va debilitando por sí misma, entonces, entonces lloverá.
					 
				 
						 En lo alto de la Montaña piensa Cima de Montaña. Ha habido un instante de cercanía con el sonido de un cencerro, abajo, en el valle. Hasta él ha subido. Luego ha caído desmayado víctima de la necesidad. Al despertar ha sentido las siguientes palabras: "Amordazadme, ¡Oh, Dioses venturosos!, calladme para siempre los labios; cosedlos con puntadas de oro; aconsejadme este silencio de alturas; mareadme con la falta de alimento pero no permitais, no, que vuelva mi vista a las llanuras donde los arrozales crecen y el hambre se sacia al instante. Hay en este aire purísimo, en esta ausencia de alimento y agua, en el lúgubre estar sobre la cima, el candor de la ilusión de lavarme así, para siempre, mis culpas ¿Cuáles fueron? ¿Habré de enumerarlas? ¿Habré de decirlas de viva voz? ¿Y si mi memoria no alcanza? ¿Y si el peso de la ley humana cae sobre mí como sobre la mujer cuando es detenida por hollar una tierra privada? ¿Hay lamento más grande que pisar la tierra que nunca será tuya? ¿Hay culpa más horrenda que ésa? ¡La tierra que no es tuya! ¡La inmensa riqueza que esconde! ¡La tierra que no es tuya! Tras el horizonte de mi aldea. Quizás allí comience esa tierra. Quizás yo asistí a la guerra por conquistarla como hicieron los griegos con el cuerpo de Helena, como hizo Eneas con el cuerpo de Italia, como hizo Hernán Cortés con la piel de México y Pizarro con la del Perú y más aún Amundsen con las gélidas texturas de lo más Sur. Si fuera así, si mi culpa fuera tan horrenda y natural, si por ella me habéis traído aquí, ¡Oh Dioses suaves! mantenedme aquí, sepultadme bajo el suave manto de la nieve y que ella cautive mi piel y la traspase y hiele mi músculo y llegue hasta mi hueso y lo detenga. Moridme, Dioses, en esta cima. Moridme.
					 
				 Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2010 a las 18:32 |
						 Herodes mata a los niños menores de dos años porque, realmente, teme que uno de ellos sea el legítimo rey (terrenal) de Jerusalem (no era un infanticida loco).
					 
					 
					 
Myriam (María, la madre de Cristo) mantuvo relaciones sexuales con Antipater (hijo de Herodes) y de dicha unión concibió a Cristo. Herodes hizo ejecutar a Antipater y buscó al fruto de su simiente pero no lo encontró. La agonía de Herodes fue horrible. Tal era el escozor de sus testículos que él mismo se los arrancó y murió, así, desangrado.
					 
					 
Todo esto tenía que ver con antiguas profecías de religiones solares de las que Herodes era sumo sacerdote.
					 
					 
El tiempo convierte la historia en leyenda.
					 
					 
El verdadero constructor del catolicismo es el emperador Constantino (siglo IV d.C.). La religión católica se erige desde el poder imperial no desde los mártires en la arena del circo.
					 
					 
Veintiún siglos después, la conmemoración de la matanza de los niños se ha convertido en un día de bromas.
					 
					 
Veintiún siglos después, los Papas se siguen vistiendo con hábitos solares.
					 
					 
La diferencia más manifiesta entre formas religiosas de Occidente y Oriente es que las primeras son trascendentes (Dios está fuera) y las segundas son inmanentes (Dios eres tú).
					 
					 
He devuelto a su legítima dueña -tras once años de posesión ilícita- un libro que ha sido para mí como el anillo para Frodo. Me costaba tanto desprenderme de él que al hacerlo he sentido un descanso inmenso.
					 
					 
Desprenderse de salvaciones, conocimientos, seguridades, evidencias, deseos, pesares, pasados y esperanzas. Desprenderse. Desprenderse.
					 
					 
Prepararse para bien morir para que el resultado sea un máximo de treinta gramos de líquido.
					 
					 
Aroma de trufa.
					 
					 
Sopa cremosa de hongos.
				 Myriam (María, la madre de Cristo) mantuvo relaciones sexuales con Antipater (hijo de Herodes) y de dicha unión concibió a Cristo. Herodes hizo ejecutar a Antipater y buscó al fruto de su simiente pero no lo encontró. La agonía de Herodes fue horrible. Tal era el escozor de sus testículos que él mismo se los arrancó y murió, así, desangrado.
Todo esto tenía que ver con antiguas profecías de religiones solares de las que Herodes era sumo sacerdote.
El tiempo convierte la historia en leyenda.
El verdadero constructor del catolicismo es el emperador Constantino (siglo IV d.C.). La religión católica se erige desde el poder imperial no desde los mártires en la arena del circo.
Veintiún siglos después, la conmemoración de la matanza de los niños se ha convertido en un día de bromas.
Veintiún siglos después, los Papas se siguen vistiendo con hábitos solares.
La diferencia más manifiesta entre formas religiosas de Occidente y Oriente es que las primeras son trascendentes (Dios está fuera) y las segundas son inmanentes (Dios eres tú).
He devuelto a su legítima dueña -tras once años de posesión ilícita- un libro que ha sido para mí como el anillo para Frodo. Me costaba tanto desprenderme de él que al hacerlo he sentido un descanso inmenso.
Desprenderse de salvaciones, conocimientos, seguridades, evidencias, deseos, pesares, pasados y esperanzas. Desprenderse. Desprenderse.
Prepararse para bien morir para que el resultado sea un máximo de treinta gramos de líquido.
Aroma de trufa.
Sopa cremosa de hongos.
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Teatro
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2011 a las 13:08 |