Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

El frío había ido entrando poco a poco en el valle. Las nubes se iban haciendo dueñas de los cielos. Una bandada de estorninos, cardumen invertido de sardinas, jugaba a llenar el aire de trazos automáticos, tiznajos negros hermosos como Ártemis desnuda y poderosa. Unas manos masculinas terminaban de acariciar los senos de su amiga. La muchacha se recomponía mientras el rubor en las mejillas nos hablaba del gozo de sentir. Sí, la vida también se da y se calienta la sangre aunque el frío vaya entrando por las venas de los valles. La tarde fugaba. Muchos árboles habían deducido que ya era tiempo de ahorrar energía. El cuello del hombre con su perro era un manchón impresionista en mitad de un bosquecillo. El viento de todos los noviembres se anunciaba y allá, en las últimas montañas, se ondulaba una cortina de agua que habría de llegar.
El joven acompañó hasta la puerta de su casa a la muchacha. Se besaron con hondura las bocas, carnosas ambas como duraznos de verano. Él se alejó cuando ella cerró la puerta. Pensó que todo el mundo en ese instante le cabía. Pensó que el cuerpo, aunque hecho de barro, no podía sino ser barro de cielo y que las estrellas que tan tímidamente empezaban a titilar eran las madres de sus terminaciones nerviosas y del desarrollo del olor de ella, de la piel de ella, del vello de ella y caminaba mientras imaginaba la bóveda celeste llena de diosecillos locos que urdían milagros en sus ojos y nuevas formas de sentir el gozo de beber.
Sí, el frío había ido entrando por el valle mientras él imaginaba un invierno de cuerpos y auroras rosas y azules como el nacer.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/10/2025 a las 20:24 | Comentarios {0}








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