Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

A propósito de Un trozo invisible de este mundo


 (sub-texto)
La obra de teatro es inmensa. Como todo arte a partir del siglo XX, cualquier tipo de poética obtiene de inmediato su antitésis (o antipoiesis). El siglo XX -el gran destructor de escuelas, modos y preceptos- abre la mano para que cualquier situación en la que un hombre esté en un escenario y otro sentado mirándole (Peter Brook) se convierta en un hecho teatral.
Siendo como soy uno de los últimos, a veces siento como si un nombre abarcara conceptos que no le son propios. Por ejemplo: si un grupo de personas con instrumentos musicales se pone a tocar los instrumentos sin ningún tipo de acuerdo, considero que lo que surge no es música sino un mundo sonoro, espacios sonoros, con el valor propio de la construcción de ese espacio; es decir: no me parece más valioso el hacer música que el hacer espacios sonoros; de la misma manera si dos actores se ven en el centro de un escenario, rodeados por un público, las luces de sala se apagan y se ilumina de foma estudiada el escenario y uno de los actores empieza a hablar de lo que le ocurrió hace veinte años o de lo que piensa acerca del racismo sin que eso tenga incidencia alguna sobre el escenario y su presente, no lo considero teatro, lo considero un discurso hermosamente (o no) iluminado y como discurso más o menos interesante y brillante. Lo que no restaría un ápice de interés al discurso. Pero si ese discurso es denominado pieza teatral y además resulta que a ese texto se le otorga el máximo premio de las artes escénicas españolas, el premio Max a la autoría revelación, entonces, digo, me siento un tanto perplejo porque no alcanzo a ver el valor teatral del texto y entonces surge la cuestión con la que empezaba: ¿Cómo definimos y por lo tanto acotamos la extensión de un término? ¿Cuál sería la condición sine qua non un texto es o no teatral? y ¿cuándo un actor en un escenario -sea lo que sea eso actor y eso escenario- observado por un público -sea lo que sea eso público- trasciende la línea en la que el observador y lo observado se convierten en teatro?
Y por no dejar sin respuestas estas preguntas yo contestaría: un texto es teatral cuando por medio de una situación promueve a una acción de la que se infiere un sub-texto. Un espacio con actor y público se convierte en teatro cuando la realidad de lo que se está viviendo (el espacio tiempo de ambos) desaparece y surge una realidad que no es real y que es vivida por ambos.
Y así un monólogo actual, en los que un cómico cuenta lo que le hacía su madre en la playa cuando tenía ocho años, no es teatro, es un actor contando un cuento, es literatura oral si se quiere, es la vuelta a los rapsodas, lo que -incido sobre ello- no resta un ápice de valor o genialidad al monólogo en sí; no resta nada el que no sea teatral, sencillamente no lo es porque es un actor contando, no un actor interpretando a un personaje que cuenta una historia que tiene sentido para entender la gran historia -la obra teatral completa- en la que está inmerso; de la misma forma un actor que dice llamarse Turco si sólo me narra un trayecto de su vida, sin más intención que narrármelo y eso no conlleva cambio ni acción alguna, digamos que entonces sólo hace la contaduría de una situación pero no el proceso que le ha llevado a contarlo en ese momento, justo ese día y en ese lugar. Y el teatro tiene como materia prima la conjunción de los sucesos más los procesos (sean cuales sean éstos y aquéllos).
No deberíamos temer lo que es y mucho menos lo que no es.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/06/2014 a las 10:16 | Comentarios {0}








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