Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


IX
     Provengo de algún lugar de Europa. Me jacto de tener sangre india en mis venas por la historia que me contaba mi madre de cuando su padre construyó unos ingenios de azúcar en Cuba. MI abuelo era cubano. Nació en La Habana. Yo estuve en La Habana. Durante el periodo especial. Quería conocer el lugar donde había nacido mi abuelo, no porque tuviera una relación con él -de hecho apenas lo conocí- sino por saber de dónde vienen los compuestos que conforman eso que llamo Isaac Alexander. No me gustó La Habana. No me gustó Cuba. La miseria vuelve miserables a quienes la viven. Estoy convencido de que una persona que no haya vivido en la miseria tiene menos posibilidades de ser un miserable. Escribo tanto sobre la miseria material como sobre la miseria espiritual. Yo anduve solo por La Habana durante treinta días y una mulata gorda y sucia me ofreció enseñarme el coño y comerme la polla por cuatro dólares, una negro flaco como el junco flexible que puebla la sierra de Guadarrama me quiso timar más de sesenta y cuatro dólares, un blanco miope me narró la tragedia de su vida para sacarme dos dólares, una jinetera con aspecto de hippie hizo el negocio del día con el dueño de un paladar y se sacaron entre ambos setenta dólares, un motoconchero me cobró quince veces el precio normal de un servicio por dejárselo a deber hasta el día siguiente; el bochorno de la ciudad de La Habana me producía alucinaciones; bebía tanto que de repente no podía soportar las ganas de mearme y lo acababa haciendo en las escaleras de cualquier portal; vagabundeaba por la ciudad y sentía que cada mirada era para sopesar la posibilidad de sonsacarme un dólar; ¡dólar, dólar, dólar! En La Habana volví a vivir la necesidad de los otros y cómo esa necesidad te obliga, te empuja a hacer lo que sea para sobrevivir un día más, un solo día más; los merodeadores del barrio viejo. Estuve en garitos de mala muerte. Estuve en el Club Habana con la hija de una amiga y las camareras llamaron a la policía secreta porque sospecharon que era un pederasta. Se lo comenté a la madre cuando le dejé a la hija al caer la tarde y me dijo que lo mejor era volver al día siguiente con ella para que nos vieran. Y fuimos y el taxista -que era un secreta- era el mismo que el del día anterior y yo le dije, ¡Qué lástima que en este país tan hermoso, las niñas no puedan estar tranquilas y ser niñas y los hombres no puedan ser decentes tan sólo por ser hombres! El secreta me miró por el retrovisor y calló y yo no pude evitar gritar, ¡Canallas! ¡Canallas! Yo estuve treinta días en La Habana no porque me agradara estar allí sino porque decidí que la miseria no me iba a vencer; decidí que esa ciudad de mierda, con esos habitantes sometidos a la pobreza no iban a poder con mi tendencia natural al amor, la amistad y la gracia; decidí que hasta que no empezara a sentirme a gusto en esa ciudad de mierda, hasta que no le quitara ese calificativo, mierda, no pensaba abandonar; decidí que tenía que reconvertir la pena en vasto amor y salir de la ciudad que vio nacer a mi abuelo con la cabeza llena de pájaros y no llena de carroñeros.
No lo conseguí porque mi recuerdo a día de hoy sigue siendo el mismo y no dejo de sentirme yo también miserable como si la miseria fuera un aire que sobrevolaba la ciudad de La Habana y cualquiera que anduviera por sus calles respiraba ese aire miserable y por lo tanto vivía de él, era él. Lo quiera o no, yo fui un miserable más en La Habana.
Niños de La Habana en 1900
Niños de La Habana en 1900

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/07/2020 a las 18:28 | Comentarios {0}


Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Una fábula. El Greco (1580)
Una fábula. El Greco (1580)

VIII

     El silencio tiene la humildad como aliada. He navegado estos días de silencio por mundos que parecerían que ya no son posibles para mí. Aseguro que son posibles. Hay un vehículo infalible para poder avanzar o retroceder en el tiempo. Lo hay en muchas casas. Cada vez en menos, es cierto. Cada vez en menos.
     Me es difícil estar callado. Quizá porque en el acto del habla la πρόσωπον, la máscara que todos nos colocamos delante de los demás, realiza mucho mejor su tarea: disimular la nada. Miedo a la vacuidad. Resistirse a estar vacío. Saberse, en el fondo, vacío. Y así: el conocimiento -el afán de conocer- no es más que una manera de intentar llenarse de algo como el glotón se llena si engorda en su engullir; como el libidinoso se siente vivo si fornica a destajo; como el avaro ve su vida reflejada en el metal de las monedas; como el soberbio se llena de sí mismo destruyendo al Otro; como el perezoso se llena tan sólo si vaga por la posibilidad.
     Siento el vacío cada vez más. Quiero decir: cada vez veo más vacío que lleno. Si miro un árbol se me resaltan las nadas que surgen entre las hojas; si observo a un bailarín veo más el movimiento del aire que crea con su cuerpo que su propio cuerpo; de hecho, algunas veces, he conseguido hacerlo desaparecer por completo como consigo a menudo hacer desaparecer los instrumentos que generan la música del Quinteto en do mayor de Schubert (también consigo vislumbrar la nada que es escribir Schubert) y en audiciones muy concentradas puedo llegar a escuchar la relación de alturas de los silencios como escucho la relación entre las notas. Porque el silencio tiene alturas de nada; alturas vacías en un espacio vacío -y por lo tanto sin posibilidad de sonido-. La otra noche, cuando apareció M. y me junté a ella desnudo, busqué los vacíos de su carne y los vacíos de la mía y creí intuir que es justo en esos vacíos, en esas nadas, donde se genera el placer y así, con los ojos abiertos, desenfoqué lo que miraba; la materia fue derivando de una masa homogénea y clara a una oscuridad densa -como agujero negro- en la que los sentidos se replegaban hasta dejar de sentir y en esa absoluta quietud, en ese sentir la nada, pude afirmar oscuridades luminosas, tactos sin textura, aromas inodoros, gemidos mudos, visiones ciegas y sabores sin gusto.

     Disolverse si ya no queda espera. Asumir el tránsito como la conciencia entre dos mundos desconocidos. Abrazarse al árbol y dejarse vencer por un recuerdo: la tarde del 16 de  febrero de 1944. Hamlet y Donjuán han corrido tras unos gazapos mientras yo recordaba. Corrían no para cazarlos sino para correr tras algo. Corremos tras algo que no queremos alcanzar, he pensado.

     La soledad es tan rehuida porque cuando estás dentro de ella, te asaltan imágenes, palabras, recuerdos a los que dejas ser. Los dejas en ti. Se mantienen en ti. No los puedes exorcizar con el Otro, el que te mira mientras le cuentas. Se mantienen en ti como la tarde del 16 de febrero de 1944. Cuando hemos vuelto a casa, una de las gatas me había dejado un gorrión muerto encima de la cama. No sé cuál de las dos ha sido aunque este tipo de ofrendas se las suelo otorgar a Aglaya porque me parece más ceremoniosa; si hubiera sido Euphosine la cazadora seguramente lo habría dejado tirado por cualquier parte o se lo habría comido.
He cogido el gorrión. Lo he envuelto en un pañuelo blanco de tela. He hecho un pequeño hoyo en el jardín. Lo he enterrado. Al entierro hemos acudido todos y yo me he encargado de decir una palabras bajo la indiferencia absoluta de mis acompañantes. He dicho, No verás más auroras. Tu canto se escucha ya en el Valhala y tu vuelo esparce en cada aleteo lluvia de oro sobre el Leteo. Recordaremos tu paso breve por este tiempo breve y las próximas libaciones las haremos en tu honor. Has de saber, querido gorrión, que no tuviste nombre propio y ese hecho te libera del sentimiento de pecado y del afán de pertenencia. Bajo la tierra de nuestro pequeño jardín, comienzas a ser alimento de otras vidas. Quizás en este mismo instante comienza la simbiosis entre tú y la tierra, justo en el lugar donde en unos años un peral dará sus primeros frutos. Bienvenido seas a la vida futura.

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/07/2020 a las 19:37 | Comentarios {0}


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