Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Una fábula. El Greco (1580)
Una fábula. El Greco (1580)

VIII

     El silencio tiene la humildad como aliada. He navegado estos días de silencio por mundos que parecerían que ya no son posibles para mí. Aseguro que son posibles. Hay un vehículo infalible para poder avanzar o retroceder en el tiempo. Lo hay en muchas casas. Cada vez en menos, es cierto. Cada vez en menos.
     Me es difícil estar callado. Quizá porque en el acto del habla la πρόσωπον, la máscara que todos nos colocamos delante de los demás, realiza mucho mejor su tarea: disimular la nada. Miedo a la vacuidad. Resistirse a estar vacío. Saberse, en el fondo, vacío. Y así: el conocimiento -el afán de conocer- no es más que una manera de intentar llenarse de algo como el glotón se llena si engorda en su engullir; como el libidinoso se siente vivo si fornica a destajo; como el avaro ve su vida reflejada en el metal de las monedas; como el soberbio se llena de sí mismo destruyendo al Otro; como el perezoso se llena tan sólo si vaga por la posibilidad.
     Siento el vacío cada vez más. Quiero decir: cada vez veo más vacío que lleno. Si miro un árbol se me resaltan las nadas que surgen entre las hojas; si observo a un bailarín veo más el movimiento del aire que crea con su cuerpo que su propio cuerpo; de hecho, algunas veces, he conseguido hacerlo desaparecer por completo como consigo a menudo hacer desaparecer los instrumentos que generan la música del Quinteto en do mayor de Schubert (también consigo vislumbrar la nada que es escribir Schubert) y en audiciones muy concentradas puedo llegar a escuchar la relación de alturas de los silencios como escucho la relación entre las notas. Porque el silencio tiene alturas de nada; alturas vacías en un espacio vacío -y por lo tanto sin posibilidad de sonido-. La otra noche, cuando apareció M. y me junté a ella desnudo, busqué los vacíos de su carne y los vacíos de la mía y creí intuir que es justo en esos vacíos, en esas nadas, donde se genera el placer y así, con los ojos abiertos, desenfoqué lo que miraba; la materia fue derivando de una masa homogénea y clara a una oscuridad densa -como agujero negro- en la que los sentidos se replegaban hasta dejar de sentir y en esa absoluta quietud, en ese sentir la nada, pude afirmar oscuridades luminosas, tactos sin textura, aromas inodoros, gemidos mudos, visiones ciegas y sabores sin gusto.

     Disolverse si ya no queda espera. Asumir el tránsito como la conciencia entre dos mundos desconocidos. Abrazarse al árbol y dejarse vencer por un recuerdo: la tarde del 16 de  febrero de 1944. Hamlet y Donjuán han corrido tras unos gazapos mientras yo recordaba. Corrían no para cazarlos sino para correr tras algo. Corremos tras algo que no queremos alcanzar, he pensado.

     La soledad es tan rehuida porque cuando estás dentro de ella, te asaltan imágenes, palabras, recuerdos a los que dejas ser. Los dejas en ti. Se mantienen en ti. No los puedes exorcizar con el Otro, el que te mira mientras le cuentas. Se mantienen en ti como la tarde del 16 de febrero de 1944. Cuando hemos vuelto a casa, una de las gatas me había dejado un gorrión muerto encima de la cama. No sé cuál de las dos ha sido aunque este tipo de ofrendas se las suelo otorgar a Aglaya porque me parece más ceremoniosa; si hubiera sido Euphosine la cazadora seguramente lo habría dejado tirado por cualquier parte o se lo habría comido.
He cogido el gorrión. Lo he envuelto en un pañuelo blanco de tela. He hecho un pequeño hoyo en el jardín. Lo he enterrado. Al entierro hemos acudido todos y yo me he encargado de decir una palabras bajo la indiferencia absoluta de mis acompañantes. He dicho, No verás más auroras. Tu canto se escucha ya en el Valhala y tu vuelo esparce en cada aleteo lluvia de oro sobre el Leteo. Recordaremos tu paso breve por este tiempo breve y las próximas libaciones las haremos en tu honor. Has de saber, querido gorrión, que no tuviste nombre propio y ese hecho te libera del sentimiento de pecado y del afán de pertenencia. Bajo la tierra de nuestro pequeño jardín, comienzas a ser alimento de otras vidas. Quizás en este mismo instante comienza la simbiosis entre tú y la tierra, justo en el lugar donde en unos años un peral dará sus primeros frutos. Bienvenido seas a la vida futura.

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/07/2020 a las 19:37 | Comentarios {0}








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