Escrito por Violeta García-Loygorri Tinajas

En un rincón del parque del Retiro, cerca de La Rosaleda, había una gran cascada y al lado un espacio vacío. Se contaba que en las noches de luna creciente aparecía una bonita escultura de una mujer recostada tocando el laúd; cuando lo tocaba, la cascada dejaba de caer y permitía vislumbrar una gruta.
Una noche, Tania, una niña de once años, escapó de su casa cegada por la rabia hacia otra niña que decía que todas esas historias eran mentira ¡Le demostraría que estaba equivocada!
Entró en el parque, llegó hasta La Rosaleda y... ¡En efecto! escuchó el sonido bonito y pausado del laúd. Se acercó al lugar del que provenía la música y... allí estaba la escultura de la mujer y la gruta. En su interior se adivinaba un pequeño fulgor. Se armó de valor y ya se disponía a meterse dentro cuando tropezó con algo y cayó. Todo lo que pasó a continuación fue maravilloso y extraño a la vez. Una vez hubo caído, descubrió maravillada que se hallaba en un reino de Rocío y Luz; estaba totalmente sola, no tenía miedo, todo lo que veía era precioso y agradable, ni siquiera le dolía la herida que se había hecho en la rodilla ni se daba cuenta de que había perdido un zapato, tan sólo contemplaba entusiasmada el nuevo descubrimiento. Sin darse apenas cuenta recorrió todo el lugar y comenzó a cantar una extraña melodía que hacía que su voz sonase hueca y triste. Al principio sonaba bien pero luego empezó a sentirse cansada, muy cansada, y se desmayó.
Cuando se despertó estaba en una cama muy rara, con dos personas a su lado contemplándola. Le contaron lo ocurrido y que se había metido en el reino de la Reina Soraya, y que todo el mundo que se metía allí desaparecía. Por suerte ella había sabido resistir. Comió y bebió angustiada y muy asustada. Le contaron también que había dejado allí el zapato, y que así ya nadie corría peligro, porque la magia se había roto.
Ella sólo recordaba una voz femenina que decía, ¡Fuera, vete! Jamás volvió para descubrir aquel misterio, pero estaba contenta porque sabía que nadie corría peligro, al menos por el momento...
Una noche, Tania, una niña de once años, escapó de su casa cegada por la rabia hacia otra niña que decía que todas esas historias eran mentira ¡Le demostraría que estaba equivocada!
Entró en el parque, llegó hasta La Rosaleda y... ¡En efecto! escuchó el sonido bonito y pausado del laúd. Se acercó al lugar del que provenía la música y... allí estaba la escultura de la mujer y la gruta. En su interior se adivinaba un pequeño fulgor. Se armó de valor y ya se disponía a meterse dentro cuando tropezó con algo y cayó. Todo lo que pasó a continuación fue maravilloso y extraño a la vez. Una vez hubo caído, descubrió maravillada que se hallaba en un reino de Rocío y Luz; estaba totalmente sola, no tenía miedo, todo lo que veía era precioso y agradable, ni siquiera le dolía la herida que se había hecho en la rodilla ni se daba cuenta de que había perdido un zapato, tan sólo contemplaba entusiasmada el nuevo descubrimiento. Sin darse apenas cuenta recorrió todo el lugar y comenzó a cantar una extraña melodía que hacía que su voz sonase hueca y triste. Al principio sonaba bien pero luego empezó a sentirse cansada, muy cansada, y se desmayó.
Cuando se despertó estaba en una cama muy rara, con dos personas a su lado contemplándola. Le contaron lo ocurrido y que se había metido en el reino de la Reina Soraya, y que todo el mundo que se metía allí desaparecía. Por suerte ella había sabido resistir. Comió y bebió angustiada y muy asustada. Le contaron también que había dejado allí el zapato, y que así ya nadie corría peligro, porque la magia se había roto.
Ella sólo recordaba una voz femenina que decía, ¡Fuera, vete! Jamás volvió para descubrir aquel misterio, pero estaba contenta porque sabía que nadie corría peligro, al menos por el momento...
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Cuento
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/02/2010 a las 20:21 |