Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Sicigia (συζυγία)


Aquel hombre tenía la jodida costumbre de leer. Aquel hombre, digo, tenía esa jodida costumbre y le ocurría como al bueno de Quijote (curioso cuando se le quita el Don a Quijote) que lo leído se le subía a la cabeza y creía ser todo lo que leía. Si por ejemplo leía (de Schopenhauer en este caso, que a mí también me gusta, no voy a decir que no, pero en su medida y en su propia calamidad) [...] El espíritu es libre por naturaleza, no un esclavo. Sólo sale bien lo que hace por sí mismo y de grado. Por el contrario, el esfuerzo obligado de una mente empleada en estudios para los que no está capacitada, o cuando sufre cansancio, o, en general, todo esfuerzo ininterrumpido e invita Minerva (a pesar de Minerva), embota el cerebro igual que la lectura a la luz de la luna estropea los ojos. Particularmente, este embotamiento lo produce también el esfuerzo del cerebro todavía inmaduro en los primeros años de la infancia. Creo que el aprendizaje de la gramática latina y griega desde los seis hasta los doce años es la razón del embotamiento posterior de la mayoría de los eruditos. Ciertamente, el espíritu necesita de alimento, de material exterior. Pero, exactamente igual que sucede que no todo lo que comemos lo asimila pronto el organismo, sino sólo en la medida en que se digiere, y sólo asimila realmente una pequeña parte, mientras que lo restante se expulsa de nuevo, y, por eso, comer más de lo que se puede asimilar es inútil y hasta perjudicial, sucede que lo que leemos sólo en la medida en que suministra material al pensamiento aumenta nuestra comprensión y nuestro verdadero saber. Por eso dijo ya Heráclito Πολυμαθία νόον ού διδάσκει (multiscitia non dat intellectum: el saber mucho no forma inteligencia). Pero yo creo que la erudición puede compararse a una pesada armadura que, ciertamente, hace totalmente invencible al hombre robusto, pero que para el hombre débil es una carga bajo la cual se derrumba. (Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación. Segunda parte. La doctrina de la representación abstracta, o del pensamiento. Cap. 5º. Del intelecto desprovisto de razón).
Decía antes de la extensa cita que si aquel hombre leía esto, él se sentía de inmediato el hombre débil incapaz de soportar la férrea y pesada armadura del conocimiento y mientras cagaba se maldecía por haber leído tanto y tan a deshoras pero luego, evacuadas las dos mierdas, se olvidaba y no podía evitar volver a los libros como si éstos tuvieran una cualidad mágica, un aire de otros tiempos y otros mundos y otros seres que él (aquel hombre, digo) era incapaz de tratar de primera mano. Y así, después de sentirse humillado por el atiborramiento intelectual que en nada le había ayudado a ser mejor (o más listo), volvía (temeroso, sí, pero volvía) a tomar un libro de tapas azul claro (que tanto había atraído su atención en una librería preciosa y justa en su medida de las cosas) y al leer acerca del arquetipo: el concepto de ánima (en este caso se trataba de Jung, el volumen 9/1 de sus obras completas, titulado Los arquetipos y lo inconsciente colectivo): [...] La imagen del ánima, que prestó a la madre brillo  sobrehumano a los ojos del hijo, se va desgastando poco a poco por la banalidad de lo cotidiano, yendo a parar así a lo inconsciente, sin perder por ello su tensión ni su plenitud instintiva originarias. Desde ese momento está, por así decir, dispuesta a dar el salto y se proyecta a la primera ocasión, a saber, cuando un ser del sexo femenino hace una impresión que rompe la barrera de lo cotidiano. Entonces sucede lo que Goethe vivió con la señora von Stein y lo que se repitió en la figura de Mignon y Margarita. En este último caso es notorio que Goethe nos confió también toda la "metafísica" inherente al caso. En las experiencias de la vida amorosa del hombre se manifiesta la psicología de ese arquetipo en forma de fascinación, sobrevaloración y ofuscación ilimitadas, o en forma de misoginia con todos sus grados y modalidades, que no son en modo alguno explicables  por la naturaleza de los respectivos "objetos" sino sólo por la transferencia del complejo materno. Pero éste se forma en primer lugar por la asimilación de la madre a la preexistente parte femenina del arquetipo de una pareja de opuestos (sicigia) "hombre-mujer", asimilación que en sí es normal y existe en todas partes, y luego por una demora anormal en separar de la madre la imagen primigenia. En el fondo, los hombres no soportan la pérdida total del arquetipo. De ello surge, en efecto, un inmenso "malestar de la cultura": ya no nos sentimos a gusto en ella porque nos faltan el "padre" y la "madre". Todo el mundo sabe que la religión ha tomado siempre sus precauciones a este respecto. Pero desgraciadamente hay muchísimos que siempre plantean irreflexivamente la cuestión de la verdad, cuando se trata de una cuestión de necesidades psicológicas. Explicar "racionalmente" el camino no sirve de nada. Decía antes de transcribir tan extensa cita, que aquel hombre al leer textos como éste o semejantes a éste, se preguntaba cómo era posible que él estuviera libre por el mundo y no encerrado en una casa de locos, tratado con todo tipo de terapias, anulada su capacidad de lectura porque, claramente, él tenía esos síntomas y era ni más menos que un neurótico o más un paranoico o algún otro término psiquiátrico que mantenía su alma en vilo hasta que, ¿producto del azar?, caía en sus manos La sabiduría de la inseguridad de Allan Watts y entonces su ser se confortaba con sus inseguridades y podía mirar al mundo sintiéndose tan normal como la más normal de las personas porque hasta ese término "normal" no era sino una medida puramente arbitraria de las cosas... y así ad infinitum.


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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/09/2013 a las 10:15 | Comentarios {0}








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