Estoy roto de sal
como si quedara en mi piel tu rastro de cristal blanco
Yo vengo desierto en la gran ciudad porque soy de la gran ciudad;
no lejos del lugar donde se derrumba un edificio y alguien llora;
no lejos de la cuarta letra;
cerca del café donde se hablaba y al fondo –en veladores de luz amarilla- los amantes primerizos se cogían de las manos y el mundo empezaba, con ese gesto, a funcionar de nuevo
Estoy con la mirada perdida en la pared de enfrente –distante de mí unos siete metros- para ver si descubro por qué la sombra de una silla me recuerda a tu pecho pero no a tu pecho siempre sino a tu pecho una tarde en la que el vino había hecho de las suyas y el tacto tenía la consistencia del tanino –tu pezón duro como la masa de los bizcochos a punto de horno-
Estoy tan lejos que te abrazo por dentro
Soy tan de ciudad que me entretengo contando intervalos de semáforos y coches rojos
Soy de tan ciudad que me parece extemporáneo dedicarte un soneto, a ti, perra, que me dejaste una tarde de julio cuando el calor agobiaba tanto que ni la pena supuso un jarro de agua fría
Soy tan de ciudad que me excita recordarte vuelta tú de espaldas, soñando con mis pies –era una tarde marzo-
Soy craquelado de sal
Cuando tú debes de estar caminando por el pueblo costero del sur y tu pelo ya se va ensortijando y el faro y su farero se mantienen a la distancia
Soy reverso de abril y capitán de nobarco; soy herético y juro que existe, en nosotros, el sistema circulatorio menor... sólo te pido que jamás me llames Miguel
Así me invade la gran ciudad
Así tu ausencia es una avenida a las cuatro y media de la madrugada un dos de enero
Ni las naranjas
ni las cámaras soportan mi escrutinio porque al ser antiguo hay en mi mirada lo profundo de los siglos y a las naranjas eso (y a las cámaras) les inquieta mucho
Perra te llamé, no lo tomes como insulto
Hoy tu abandono es más deslavazado
Intento tener la melodía de la ciudad como reclamo
Y sujetar con fuerza las imágenes automáticas
Ningún día es igual a otro
Y el arte nace hoy como murió ayer
como si quedara en mi piel tu rastro de cristal blanco
Yo vengo desierto en la gran ciudad porque soy de la gran ciudad;
no lejos del lugar donde se derrumba un edificio y alguien llora;
no lejos de la cuarta letra;
cerca del café donde se hablaba y al fondo –en veladores de luz amarilla- los amantes primerizos se cogían de las manos y el mundo empezaba, con ese gesto, a funcionar de nuevo
Estoy con la mirada perdida en la pared de enfrente –distante de mí unos siete metros- para ver si descubro por qué la sombra de una silla me recuerda a tu pecho pero no a tu pecho siempre sino a tu pecho una tarde en la que el vino había hecho de las suyas y el tacto tenía la consistencia del tanino –tu pezón duro como la masa de los bizcochos a punto de horno-
Estoy tan lejos que te abrazo por dentro
Soy tan de ciudad que me entretengo contando intervalos de semáforos y coches rojos
Soy de tan ciudad que me parece extemporáneo dedicarte un soneto, a ti, perra, que me dejaste una tarde de julio cuando el calor agobiaba tanto que ni la pena supuso un jarro de agua fría
Soy tan de ciudad que me excita recordarte vuelta tú de espaldas, soñando con mis pies –era una tarde marzo-
Soy craquelado de sal
Cuando tú debes de estar caminando por el pueblo costero del sur y tu pelo ya se va ensortijando y el faro y su farero se mantienen a la distancia
Soy reverso de abril y capitán de nobarco; soy herético y juro que existe, en nosotros, el sistema circulatorio menor... sólo te pido que jamás me llames Miguel
Así me invade la gran ciudad
Así tu ausencia es una avenida a las cuatro y media de la madrugada un dos de enero
Ni las naranjas
ni las cámaras soportan mi escrutinio porque al ser antiguo hay en mi mirada lo profundo de los siglos y a las naranjas eso (y a las cámaras) les inquieta mucho
Perra te llamé, no lo tomes como insulto
Hoy tu abandono es más deslavazado
Intento tener la melodía de la ciudad como reclamo
Y sujetar con fuerza las imágenes automáticas
Ningún día es igual a otro
Y el arte nace hoy como murió ayer
Yo vengo a decirte el alba
sin el rencor de los grandes mamíferos
sin la estela soberbia de la especie humana
Yo vengo tras el beso que me diste
a anunciarte el color escarlata
y la suave loma que te encontrarás tras el pico alto
el que está allá donde el horizonte se disipa envuelto en algas
Yo vengo de las grandes ciudades
donde el amor se subasta a diario en las plazas públicas
a precios muy bajos, tanto que me dio por pensar
cuando era un niño que lo que se subasta a diario en las plazas
no es amor sino discanto
Pero yo vengo de las grandes ciudades
de las luces en la noche (lo cual, tú ya sabes, rompe por completo la mitad del día)
de los besos en la espalda
de los gemidos de dos años como mucho
del ansia de ser presentado
del complejo de Acteón y las mezquitas
de las lúgubres ceremonias de interior
y las verduras que existen, ¡expuestas!, fuera de temporada
Y aún así –aún así, querida- yo vengo a decirte el alba
Al decirla te nombraré las plantas del camino
y seré bueno y sumiso como nunca los machos
acostumbradas como estáis a los cuerpos rehechos
los martes por la tarde en lugares tristísimos donde el olor no huele;
te diré el alba
y te nombraré, una por una, las estrellas del cinturón de Orión
y ensoñaré que quieres que te unte el coño con mermelada
mientras mis cuerdas vocales salivan estrellas y se pudren mis dedos
en tu piel, en la piel de tu vientre que se hizo oscura en cuanto me dejaste
Yo vengo a deshojar el surtidor de las ballenas
Yo vengo al desguace de las uñas de tus pies
Yo vengo a calentar la hiedra que ha trepado hasta mis gónadas y las aprieta hasta dolerlas sólo para adivinar si el calor la relaja y me suelta y me deja cantar aquello que unos dijeron que escribió Homero
Yo vengo de una estirpe tan antigua como el alba
Tengo mi pizca de héroe y hay en mi cojera –que tú tan bien conoces- un simulacro de fuego como en la de Hefesto
Yo vengo a cantarte mi saga que surgió en el siglo IX cuando el mundo era un territorio tan pequeño como amar
Yo vengo quieto y con sangre y con todos mis dientes
a cantarte, sí, a cantarte el alba que se ha teñido de rubia
por mor de un coqueteo milenario con el sol
y al rosear el mundo lo convierte en luz justo antes de la luz
No olvides, cuando te cante el alba, que yo vengo de las grandes ciudades,
de los lugares miserables, de los bares modernos y las grandes extensiones de farmacias
Recuerda cómo te corrías cuando te lamía el clítoris
para que sepas volar cuando quieras (como las antiguas brujas con sus escobas untadas en belladona) sin necesidad de nadie (sólo mi lengua en tu memoria)
Yo vengo
porque fui
honestamente alba
sin el rencor de los grandes mamíferos
sin la estela soberbia de la especie humana
Yo vengo tras el beso que me diste
a anunciarte el color escarlata
y la suave loma que te encontrarás tras el pico alto
el que está allá donde el horizonte se disipa envuelto en algas
Yo vengo de las grandes ciudades
donde el amor se subasta a diario en las plazas públicas
a precios muy bajos, tanto que me dio por pensar
cuando era un niño que lo que se subasta a diario en las plazas
no es amor sino discanto
Pero yo vengo de las grandes ciudades
de las luces en la noche (lo cual, tú ya sabes, rompe por completo la mitad del día)
de los besos en la espalda
de los gemidos de dos años como mucho
del ansia de ser presentado
del complejo de Acteón y las mezquitas
de las lúgubres ceremonias de interior
y las verduras que existen, ¡expuestas!, fuera de temporada
Y aún así –aún así, querida- yo vengo a decirte el alba
Al decirla te nombraré las plantas del camino
y seré bueno y sumiso como nunca los machos
acostumbradas como estáis a los cuerpos rehechos
los martes por la tarde en lugares tristísimos donde el olor no huele;
te diré el alba
y te nombraré, una por una, las estrellas del cinturón de Orión
y ensoñaré que quieres que te unte el coño con mermelada
mientras mis cuerdas vocales salivan estrellas y se pudren mis dedos
en tu piel, en la piel de tu vientre que se hizo oscura en cuanto me dejaste
Yo vengo a deshojar el surtidor de las ballenas
Yo vengo al desguace de las uñas de tus pies
Yo vengo a calentar la hiedra que ha trepado hasta mis gónadas y las aprieta hasta dolerlas sólo para adivinar si el calor la relaja y me suelta y me deja cantar aquello que unos dijeron que escribió Homero
Yo vengo de una estirpe tan antigua como el alba
Tengo mi pizca de héroe y hay en mi cojera –que tú tan bien conoces- un simulacro de fuego como en la de Hefesto
Yo vengo a cantarte mi saga que surgió en el siglo IX cuando el mundo era un territorio tan pequeño como amar
Yo vengo quieto y con sangre y con todos mis dientes
a cantarte, sí, a cantarte el alba que se ha teñido de rubia
por mor de un coqueteo milenario con el sol
y al rosear el mundo lo convierte en luz justo antes de la luz
No olvides, cuando te cante el alba, que yo vengo de las grandes ciudades,
de los lugares miserables, de los bares modernos y las grandes extensiones de farmacias
Recuerda cómo te corrías cuando te lamía el clítoris
para que sepas volar cuando quieras (como las antiguas brujas con sus escobas untadas en belladona) sin necesidad de nadie (sólo mi lengua en tu memoria)
Yo vengo
porque fui
honestamente alba
Narrativa
Tags : Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/08/2015 a las 23:54 |
Si digo que he vuelto la cabeza me estalla. No es esa cadencia del olor o el propio paisaje. Es más la vuelta de tuerca que me agarra y fuerza. La única diferencia es la compañía y la distancia de los muertos. Podría hacer un resumen, hablar de la ceguera la cual tiene algo de luminosa y un mucho de antigua. Podría santiguarme si supiera. He visto atardecer y la luna ha salido muy grande, con ganas –diría- de atragantarse de humanos. Tengo la inquietud propia del primer día –aunque en realidad sea el trigésimo primero (sólo que entre el trigésimo y éste han transcurrido 364 días)- y también un recuerdo y también una ausencia. Quizás a esta misma hora todo habría sido distinto, estaría más nervioso porque sabría menos aún pero guardaría para mí –de hace un año hablo- esa despedida de cuerpo cálido, ese guiño, esa mano que realmente se despide con un gesto de tristeza. Es la luna, ya digo, que está muy grande. Y también soy yo que me hago viejo.
En todo caso bebo vino.
Estoy limpio.
Sé olvidar.
En todo caso bebo vino.
Estoy limpio.
Sé olvidar.
Narrativa
Tags : Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/08/2015 a las 22:37 |
Escena única
Noche en un polígono industrial a las afueras de un pueblo. Una farola de luz naranja ilumina un pequeño desguace de maquinaria pesada. En el centro del desguace un tractor que aún se mantiene completo. Dentro del tractor Verónica fuma un cigarrillo. Verónica es una mujer de cuarenta y cinco años, delgada, ajada. Está pintarrajeada. Tiene el peinado alborotado. Su cabello está teñido de rojo. Viste unas mallas grises y un top rojo.
De entre los hierros del fondo del escenario aparece Vito con un alimentador de un John Deere. Vito tiene 32 años. Lleva la cabeza totalmente afeitada. Es delgado como un junco. Puro nervio. Viste unas bermudas, una camiseta de tirantes y unas zapatillas deportivas.
Vito llega hasta el tractor. Se apoya en la parte delantera y empieza a manipular el alimentador.
VITO:
¡Hostia mi puta vida! Es que he hacido de pie. ¡Me cago en la hostia! ¡Que me va a servir! Y me voy a ahorrar unos buenos boniatos. (Sopla el filtro) ¡Niquelao! ¡Eh, tú, pelirroja, ya nos las podemos pirar!
Verónica sigue fumando dentro del tractor. No responde.
VITO:
No te calientes la mollera. Que no ha sido nada. Se me ha ido la mano. Ya está. (Bromea) Si quieres te caliento un poco más la badana. Vamos. Baja de ahí.
Verónica sigue callada y fuma lentamente
VITO: (mientras sigue examinando la pieza y de espaldas a Verónica)
No me hagas subir que te arranco las bragas y te depilo el coño a mordiscos (Ríe su propia gracia). Que me conoces. Que me pongo nervioso. Que me tocas los cojones y a mí no es bueno tocarme los cojones... lo sabes, Vero, lo sabes... y a ti te gusta mucho tocarme los cojones... te mola... que te mola... y a mí por ahí no... por ahí no... a mí nadie me la mete por el culo y menos una como tú... te estoy pidiendo perdón... y yo sólo pido perdón una puta vez...
De entre los hierros del fondo del escenario aparece Vito con un alimentador de un John Deere. Vito tiene 32 años. Lleva la cabeza totalmente afeitada. Es delgado como un junco. Puro nervio. Viste unas bermudas, una camiseta de tirantes y unas zapatillas deportivas.
Vito llega hasta el tractor. Se apoya en la parte delantera y empieza a manipular el alimentador.
VITO:
¡Hostia mi puta vida! Es que he hacido de pie. ¡Me cago en la hostia! ¡Que me va a servir! Y me voy a ahorrar unos buenos boniatos. (Sopla el filtro) ¡Niquelao! ¡Eh, tú, pelirroja, ya nos las podemos pirar!
Verónica sigue fumando dentro del tractor. No responde.
VITO:
No te calientes la mollera. Que no ha sido nada. Se me ha ido la mano. Ya está. (Bromea) Si quieres te caliento un poco más la badana. Vamos. Baja de ahí.
Verónica sigue callada y fuma lentamente
VITO: (mientras sigue examinando la pieza y de espaldas a Verónica)
No me hagas subir que te arranco las bragas y te depilo el coño a mordiscos (Ríe su propia gracia). Que me conoces. Que me pongo nervioso. Que me tocas los cojones y a mí no es bueno tocarme los cojones... lo sabes, Vero, lo sabes... y a ti te gusta mucho tocarme los cojones... te mola... que te mola... y a mí por ahí no... por ahí no... a mí nadie me la mete por el culo y menos una como tú... te estoy pidiendo perdón... y yo sólo pido perdón una puta vez...
Vito se aleja del tractor y desaparece de escena.
Verónica se apoya en el estribo del tractor. Mira hacia donde se ha ido Vito. Vemos un reguero de sangre que sale de su oído. Se pasa la mano por la boca. Se toca la oreja. Hace un gesto de dolor. Baja. La vemos de cuerpo entero. Se dirige al fondo del escenario y desaparece entre los amasijos de hierros. Al poco aparece Vito. Fuma un cigarrillo y se echa un trago de una petaca. Se apoya de nuevo en la parte delantera del tractor
VITO:
¡Pelirroja! ¿Dónde te has metido? Mira que te dejo aquí tirada. Que tú no sirves ni para que te lleve un camionero. Que no tienes donde agarrar. Que si te follo es porque reconozco que lo haces de puta madre. Pero eso el camionero no lo sabe (Ríe su propia gracia). Vero, hostias, vale ya. ¡Me cago en Dios! (Hace un gesto incontenible de rabia. Lanza el cigarrillo al suelo y lo pisa como si estuviera pisando a alguien, a alguien llamado Verónica) Joder con las pavas si están buenas porque están buenas y si no porque no lo están. Eso sí tocando los cojones (Pausa) Tengo mi alimentador. (Grita de repente) ¡En dos minutos me las piro y te buscas la puta vida! (Enciende otro cigarrillo) ¡Un minuto cincuenta!
Tras él aparece Verónica. Se ha arreglado un poco el pelo. Verónica se detiene a pocos pasos de Vito. Aprieta las mandíbulas. Respira hondo. Vito la intuye más que la oye y se gira.
VITO:
¿Dónde te habías metido tía? ¿Te has quedado sorda de la hostia? (Ríe su propia gracia)
VERÓNICA:
Me meaba.
VITO:
¿Y no puedes mear aquí? ¿qué pasa, ahora te da vergüenza que te vea el coño cuando meas? Venga, anda, vámonos de una puta vez.
Verónica no se mueve.
VERÓNICA: (Con un tono neutro. Como si soñara lo que está pasando)
Creo que me has roto el tímpano. Sólo escucho, dentro de mi oreja, un latido.
VITO:
Venga, sí y qué más.
VERÓNICA:
También creo que me has roto algo en el cerebro.
VITO:
¡Vamos no me jodas!
VERÓNICA:
De verdad. Me has roto algo. Sólo que no me importa. Quiero decir: me gusta.
VITO:
¿Te gusta que te haya roto la pelota?
VERÓNICA: (que no le ha escuchado)
...porque al romperme el cerebro es como si se hubiera abierto una espita, algo por donde han empezado a salir nombres, nombres que no sé qué son pero que me gustan, me gusta que estuvieran ahí dentro aunque yo no supiera que estaban...
VITO se va a acercar a ella
VERÓNICA:
No, no por favor. No te acerques. Antes deja que te diga nombres. (Pausa) Sólo algunos.
VITO: (Mira el reloj)
Tía que son las tres y media, colega. Como venga alguien y nos pille...
VERÓNICA espera su respuesta
VITO:
Vale, suéltame los putos nombres. Pero poquitos y porque te he dado que si no estabas ya echando leches al coche.
VITO hace ademán de acercarse. VERÓNICA sólo con un gesto de la mano le detiene.
VERÓNICA: (Dirá los nombres suave, casi musicalmente, sin exagerar la musicalidad)
Cliptorquidia. Simposium. Epidídimo. Mononucleosis. Sarcoma. Monasterio. Rito. Orfelinato. Bacilo. Alvéolo. Nefritis.
VITO la mira primero con sorpresa, luego se descojona y poco a poco, a medida que sige diciendo nombres se va quedando serio.
VERÓNICA:
Fermento. Licuefacción. Monoparental. Guisopo. Fundamento. Ñu. Fotosíntesis. Peciolo. Egido. Escara. Azrael.
VITO: (Se acerca a ella)
Vero, Vero, yo creo que ya, no... de puta madre. Unos nombres de puta madre. Vamos es que ni sabía que esos fueran nombres. Te lo juro tía. A mí mi padre me pone un nombre de esos y le abro la cabeza (Ríe su propia gracia)
A medida que Vito se ha ido acercando, Verónica ha ido reculando y ha seguido diciendo nombres mientras él hablaba y así -girando en torno al tractor- se mantienen.
VERÓNICA:
Cunilingus. Sochantre. Apolo. Mastectomía. Pedicura. Eccema. Óbolo. Maceración. Sahumerio. Talmud. Bálano.
VITO:
Para ya pelirroja. Ya está bien la bromita. Vamos achanta y al coche. Y párate coño. Que me estás calentando. Que ya sabes que yo paciencia poco.
VERÓNICA se detiene. Le mira sin parpadear. Están en la parte delantera del tractor.
VERÓNICA atrae a Vito y lo apoya en el tractor. Ella se pone frente a él.
VERÓNICA:
Misoginia. Macaco. Chupacabras. ¿te ha gustado? No, no respondas. ¿Sabes lo que quiero? ¿Sabes lo que voy a hacer?
VERÓNICA se pone de rodillas y empieza a bajarle el pantalón a Vito.
VITO:
No, si esto ya lo sé, que a algunas os gusta que os caneen. Lo sabía. Anda cométela toda, guarra, que eres una guarra. Luego si quieres te rompo el otro tímpano.
VERÓNICA empieza a mamársela y Vito se excita, rápidamente. Cierra los ojos. Eleva el cuello.
VERÓNICA se lleva la mano izquierda a su culo; mete la mano por debajo de su malla y saca un trozo afilado de hierro. Sin parar de mamarla, diestra y rápida, le corta la polla a Vito de un solo corte.
VITO, en el primer instante, no sabe que ha sentido pero de repente se da cuenta porque VERÓNICA se ha levantado, sin prisas, con su polla en la boca. VITO la mira espantado y mira su entrepierna que parece un grifo de sangre. VERÓNICA le escupe la polla en su cara, sin violencia, sin venganza.
VITO se lanza a por ella. VERÓNICA se zafa con facilidad reculando y mientras la persigue girando en torno al tractor en sentido contrario al de la primera vez, VERÓNICA vuelve a decir nombres hasta que VITO cae al suelo sin fuerzas, desangrado.
VERÓNICA:
Pitiminí. Albúmina. Castrati. Diástole. Succión. Teorema. Inferioridad. Manopla. Subliminal. Morfo. Sodomía. Stabat. Radiestesia. Epistemología. Manufactura. Delta. Tauromaquia. Dédalo. Alud.
VITO cae al suelo. Moribundo.
VERÓNICA: (Calla. Se acerca a Vito. Se arrodilla)
¿Has oído la cantidad de cosas que tenía aquí dentro? ¿Que no sabía que tenía, hijo de puta? ¿Has oído? o ¿Ya no oyes? ¿Ya no oyes? ¿Oías por la polla? ¿Y tu polla? ¿Dónde está tu polla? Vito, Vito...
VERÓNICA busca unas llaves en los bolsillos bajados del pantalón de Vito. Las encuentra. Se levanta. Sale del escenario. Al poco vuela por el escenario el alimentador que había encontrado Vito al principio de la escena.
VERÓNICA: (fuera de escena)
Por si te sirve.
Verónica se apoya en el estribo del tractor. Mira hacia donde se ha ido Vito. Vemos un reguero de sangre que sale de su oído. Se pasa la mano por la boca. Se toca la oreja. Hace un gesto de dolor. Baja. La vemos de cuerpo entero. Se dirige al fondo del escenario y desaparece entre los amasijos de hierros. Al poco aparece Vito. Fuma un cigarrillo y se echa un trago de una petaca. Se apoya de nuevo en la parte delantera del tractor
VITO:
¡Pelirroja! ¿Dónde te has metido? Mira que te dejo aquí tirada. Que tú no sirves ni para que te lleve un camionero. Que no tienes donde agarrar. Que si te follo es porque reconozco que lo haces de puta madre. Pero eso el camionero no lo sabe (Ríe su propia gracia). Vero, hostias, vale ya. ¡Me cago en Dios! (Hace un gesto incontenible de rabia. Lanza el cigarrillo al suelo y lo pisa como si estuviera pisando a alguien, a alguien llamado Verónica) Joder con las pavas si están buenas porque están buenas y si no porque no lo están. Eso sí tocando los cojones (Pausa) Tengo mi alimentador. (Grita de repente) ¡En dos minutos me las piro y te buscas la puta vida! (Enciende otro cigarrillo) ¡Un minuto cincuenta!
Tras él aparece Verónica. Se ha arreglado un poco el pelo. Verónica se detiene a pocos pasos de Vito. Aprieta las mandíbulas. Respira hondo. Vito la intuye más que la oye y se gira.
VITO:
¿Dónde te habías metido tía? ¿Te has quedado sorda de la hostia? (Ríe su propia gracia)
VERÓNICA:
Me meaba.
VITO:
¿Y no puedes mear aquí? ¿qué pasa, ahora te da vergüenza que te vea el coño cuando meas? Venga, anda, vámonos de una puta vez.
Verónica no se mueve.
VERÓNICA: (Con un tono neutro. Como si soñara lo que está pasando)
Creo que me has roto el tímpano. Sólo escucho, dentro de mi oreja, un latido.
VITO:
Venga, sí y qué más.
VERÓNICA:
También creo que me has roto algo en el cerebro.
VITO:
¡Vamos no me jodas!
VERÓNICA:
De verdad. Me has roto algo. Sólo que no me importa. Quiero decir: me gusta.
VITO:
¿Te gusta que te haya roto la pelota?
VERÓNICA: (que no le ha escuchado)
...porque al romperme el cerebro es como si se hubiera abierto una espita, algo por donde han empezado a salir nombres, nombres que no sé qué son pero que me gustan, me gusta que estuvieran ahí dentro aunque yo no supiera que estaban...
VITO se va a acercar a ella
VERÓNICA:
No, no por favor. No te acerques. Antes deja que te diga nombres. (Pausa) Sólo algunos.
VITO: (Mira el reloj)
Tía que son las tres y media, colega. Como venga alguien y nos pille...
VERÓNICA espera su respuesta
VITO:
Vale, suéltame los putos nombres. Pero poquitos y porque te he dado que si no estabas ya echando leches al coche.
VITO hace ademán de acercarse. VERÓNICA sólo con un gesto de la mano le detiene.
VERÓNICA: (Dirá los nombres suave, casi musicalmente, sin exagerar la musicalidad)
Cliptorquidia. Simposium. Epidídimo. Mononucleosis. Sarcoma. Monasterio. Rito. Orfelinato. Bacilo. Alvéolo. Nefritis.
VITO la mira primero con sorpresa, luego se descojona y poco a poco, a medida que sige diciendo nombres se va quedando serio.
VERÓNICA:
Fermento. Licuefacción. Monoparental. Guisopo. Fundamento. Ñu. Fotosíntesis. Peciolo. Egido. Escara. Azrael.
VITO: (Se acerca a ella)
Vero, Vero, yo creo que ya, no... de puta madre. Unos nombres de puta madre. Vamos es que ni sabía que esos fueran nombres. Te lo juro tía. A mí mi padre me pone un nombre de esos y le abro la cabeza (Ríe su propia gracia)
A medida que Vito se ha ido acercando, Verónica ha ido reculando y ha seguido diciendo nombres mientras él hablaba y así -girando en torno al tractor- se mantienen.
VERÓNICA:
Cunilingus. Sochantre. Apolo. Mastectomía. Pedicura. Eccema. Óbolo. Maceración. Sahumerio. Talmud. Bálano.
VITO:
Para ya pelirroja. Ya está bien la bromita. Vamos achanta y al coche. Y párate coño. Que me estás calentando. Que ya sabes que yo paciencia poco.
VERÓNICA se detiene. Le mira sin parpadear. Están en la parte delantera del tractor.
VERÓNICA atrae a Vito y lo apoya en el tractor. Ella se pone frente a él.
VERÓNICA:
Misoginia. Macaco. Chupacabras. ¿te ha gustado? No, no respondas. ¿Sabes lo que quiero? ¿Sabes lo que voy a hacer?
VERÓNICA se pone de rodillas y empieza a bajarle el pantalón a Vito.
VITO:
No, si esto ya lo sé, que a algunas os gusta que os caneen. Lo sabía. Anda cométela toda, guarra, que eres una guarra. Luego si quieres te rompo el otro tímpano.
VERÓNICA empieza a mamársela y Vito se excita, rápidamente. Cierra los ojos. Eleva el cuello.
VERÓNICA se lleva la mano izquierda a su culo; mete la mano por debajo de su malla y saca un trozo afilado de hierro. Sin parar de mamarla, diestra y rápida, le corta la polla a Vito de un solo corte.
VITO, en el primer instante, no sabe que ha sentido pero de repente se da cuenta porque VERÓNICA se ha levantado, sin prisas, con su polla en la boca. VITO la mira espantado y mira su entrepierna que parece un grifo de sangre. VERÓNICA le escupe la polla en su cara, sin violencia, sin venganza.
VITO se lanza a por ella. VERÓNICA se zafa con facilidad reculando y mientras la persigue girando en torno al tractor en sentido contrario al de la primera vez, VERÓNICA vuelve a decir nombres hasta que VITO cae al suelo sin fuerzas, desangrado.
VERÓNICA:
Pitiminí. Albúmina. Castrati. Diástole. Succión. Teorema. Inferioridad. Manopla. Subliminal. Morfo. Sodomía. Stabat. Radiestesia. Epistemología. Manufactura. Delta. Tauromaquia. Dédalo. Alud.
VITO cae al suelo. Moribundo.
VERÓNICA: (Calla. Se acerca a Vito. Se arrodilla)
¿Has oído la cantidad de cosas que tenía aquí dentro? ¿Que no sabía que tenía, hijo de puta? ¿Has oído? o ¿Ya no oyes? ¿Ya no oyes? ¿Oías por la polla? ¿Y tu polla? ¿Dónde está tu polla? Vito, Vito...
VERÓNICA busca unas llaves en los bolsillos bajados del pantalón de Vito. Las encuentra. Se levanta. Sale del escenario. Al poco vuela por el escenario el alimentador que había encontrado Vito al principio de la escena.
VERÓNICA: (fuera de escena)
Por si te sirve.
fin
Guardará el brillo. La carretera se irá haciendo estrecha y así se hará más ancha. Porque hay en lo estrecho la esencia de lo ancho (al contrario sería la evidencia). Guardará el brillo. El brillo no suele estar en los ojos sino en los músculos faciales. Respirará cuantas veces sea necesario y sin dios como es, sin creencia ninguna en nada que no se pueda expresar, mirará la estrechez como la esencia de la anchura. Volverá a los libros antiguos, ahora que un respiro le permite abrir la boca sin el ceño fruncido y sí, brilla, brilla.
Guardará una risa. Guardará un silencio. Guardará la comprensión. No está desnudo. Cuando vaya al mercado mirará lo que nunca mira (en los estantes de abajo, en los estantes de arriba, en los lugares escondidos, donde menos llega la luz); se detendrá ante la palidez y la resignación de aquellas mujeres que aún con todo mantienen la dignidad (mujeres antiguas, mujeres que cubrían las espaldas). Guardará un primer o segundo abrazo. Ese abrazo que es el primero o el segundo y que por estar en ese orden de abrazos tienen una intensidad que lentamente se va perdiendo (es cierto que en ocasiones, tras muchos abrazos, alguno puede volver a ser como el primero o el segundo y de inmediato pensamos, Este abrazo ha sido como el primero). No hay perdiz que marear y sí hay un camino por delante (no es interesante si es largo o es corto; sí lo es si es hermoso, arriesgado, sorprendente, matizado aunque el camino se encuentre en el desierto más monótono de la tierra).
Guardará una debilidad ¡Cuánto dicen de nosotros! Y la guardará no para aprovecharse de ella sino para recordar cuánto de frágil hay en nuestra condición y porque es esa conciencia de la fragilidad propia y ajena lo que más le acerca a la bondad. Sí -piensa como Spinoza- la felicidad es bondad.
No va a luchar contra la nostalgia (como siempre hermosamente definida por el poeta Raúl Morales García) -si clicas sobre el texto en verde irás a su página y su definición- ni tampoco contra la rabia o la incomprensión o la pereza y menos aún contra el miedo, el gran paralizador. Ni siquiera lo hará sobre cuál sea el verdadero objeto de esa nostalgia y las demás emociones consignadas. Guardará esos sentimientos como oro en paño. Sólo sentir es ya brillo.
Guardará el hueso del primer mango que probó.
Guardará la primera vez que fue en la parte trasera de una furgoneta -sin techar- entre amplios campos de marihuana.
Guardará el tacto de la pierna de la primera muchacha y los dos primeros versos que escribió que realmente le gustaron, Un zapato viejo/ por un circo de estrellas rodeado.
No es nieve lo que ahora espera. Ni tampoco un gran vendaval. En la constancia de estos años, en su única constancia, encuentra el propio premio que no tiene premio, ni cantidad ninguna de nada, ni diploma, ni banda de color, ni público, ni placa.
Guardará su forma bajo una sábana de hilo de Holanda.
Guardará la felicidad del amigo.
Guardará la brazada.
Abrazado a este mundo inconstante. Porque intuye que hoy no se repetirá nunca.
Guardará una risa. Guardará un silencio. Guardará la comprensión. No está desnudo. Cuando vaya al mercado mirará lo que nunca mira (en los estantes de abajo, en los estantes de arriba, en los lugares escondidos, donde menos llega la luz); se detendrá ante la palidez y la resignación de aquellas mujeres que aún con todo mantienen la dignidad (mujeres antiguas, mujeres que cubrían las espaldas). Guardará un primer o segundo abrazo. Ese abrazo que es el primero o el segundo y que por estar en ese orden de abrazos tienen una intensidad que lentamente se va perdiendo (es cierto que en ocasiones, tras muchos abrazos, alguno puede volver a ser como el primero o el segundo y de inmediato pensamos, Este abrazo ha sido como el primero). No hay perdiz que marear y sí hay un camino por delante (no es interesante si es largo o es corto; sí lo es si es hermoso, arriesgado, sorprendente, matizado aunque el camino se encuentre en el desierto más monótono de la tierra).
Guardará una debilidad ¡Cuánto dicen de nosotros! Y la guardará no para aprovecharse de ella sino para recordar cuánto de frágil hay en nuestra condición y porque es esa conciencia de la fragilidad propia y ajena lo que más le acerca a la bondad. Sí -piensa como Spinoza- la felicidad es bondad.
No va a luchar contra la nostalgia (como siempre hermosamente definida por el poeta Raúl Morales García) -si clicas sobre el texto en verde irás a su página y su definición- ni tampoco contra la rabia o la incomprensión o la pereza y menos aún contra el miedo, el gran paralizador. Ni siquiera lo hará sobre cuál sea el verdadero objeto de esa nostalgia y las demás emociones consignadas. Guardará esos sentimientos como oro en paño. Sólo sentir es ya brillo.
Guardará el hueso del primer mango que probó.
Guardará la primera vez que fue en la parte trasera de una furgoneta -sin techar- entre amplios campos de marihuana.
Guardará el tacto de la pierna de la primera muchacha y los dos primeros versos que escribió que realmente le gustaron, Un zapato viejo/ por un circo de estrellas rodeado.
No es nieve lo que ahora espera. Ni tampoco un gran vendaval. En la constancia de estos años, en su única constancia, encuentra el propio premio que no tiene premio, ni cantidad ninguna de nada, ni diploma, ni banda de color, ni público, ni placa.
Guardará su forma bajo una sábana de hilo de Holanda.
Guardará la felicidad del amigo.
Guardará la brazada.
Abrazado a este mundo inconstante. Porque intuye que hoy no se repetirá nunca.
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Narrativa
Tags : Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/08/2015 a las 22:58 |