Poema I
Aquel hombre lo juraba todo. Todo decía, lo juro, decía. En las sacristías –decía- lo juro, en las sacristías los he visto. Y un día en el parque. Lo juro –repetía- No podía ser. Una y otra vez. Y cada vez –lo juraba- el alma. O algo. Un vaho de alma. Si quieres. La corteza del árbol. Por poner un ejemplo, algo que nos pueda ayudar. Lo juro. Y lloraba un poco maquinalmente, pero al fin y al cabo eran lágrimas. Lágrimas sagradas –repetía de nuevo- . Lágrimas sagradas por las que lo juro. Entonces sacaba un pañuelo. Se dejaba llevar por la pereza como las caracolas. Surcos surcaban su frente cuando ante nosotros lo juraba. Y más tarde en la noche de un martes –no lo olvidaremos en la vida- estalló en las casas la risa del hombre que juraba. La risa viscosa. Seca. Casi nadie se dio cuenta de lo que significaba aquello. Luego pensamos que no quisimos darnos cuenta. Aletargados por la primavera o el calor. Tan insensatos. Tan ¿certeros?. No quisimos reconocerlo. Porque escocía demasiado. No lo supimos. Supimos que la aventura se estaba desbocando. Y aquel hombre al darse cuenta estalló en aquella risa en aquella lúgubre tarde cuando los pájaros volaban muy locos y el oeste apenas podía mantenerse en su dirección. Entonces sí lo recuerdo porque la tarde era rara. Tú estabas callada y sobre el perfil de tu oreja pendía un hilo de sol. Tú me supiste y corriste hacia mí como sabiendo que la hija terminaba y la inclinación llevaría por fin a la noche y es posible que la luna se encendiera y hubiera algo más que amor. Lo juro.
Poema II
La he mirado
y no estabas.
Luego me he ido
y no estabas.
He vuelto por si...
y no estabas.
He fumado droga
y no estabas.
No he querido volver
y no estabas.
He pensado la preposición cabe
y no estabas.
He mirado la almohada
y no estabas.
He vuelto sobre el agua
y no estabas.
He subido luego
y no estabas.
He bajado luego
y no estabas.
Y no estabas.
A la hora de la siesta,
en el verano,
en la alta infancia,
cuando los sueños están más cerca que nunca,
se miraban por las ventanas del patio.
Así descubrió el amor
en la niña pelirroja y con pecas.
Esa hora torpe tras el goce en la playa
y repuestas las fuerzas a la mesa;
esa hora de luz muy amarilla que se tumba
en un mar verde, muy verde,
las olas, la arena, los jóvenes.
Más tarde descubriría que,
sujetos a la sensualidad de un cuerpo sometido
a su física, cual huella de gaviota apenas influida
por la ola que no logra borrar su rastro,
como nube quieta sobre un pinar sin viento,
los hombres aman las ventanas.
Poesía
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/12/2008 a las 11:45 |
6 de junio de 1995
Ya no estoy
pero pervivo
agostado.
Me comen
el alma
las lombrices.
Me aprieta
el cordón del zapato
el corazón.
No era soledad.
No la buscaba.
Palpar otro
quería o
simular compañía.
Porque todo es tierra
sequía
mientras me aturde
el sonido
de un manantial.
Poesía
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/11/2008 a las 11:18 |
octubre/93
Un aroma a rosas y a mamá muerta
una visión fugaz de flor marchita
el tacto del limón allá en la huerta
la forma de tu boca escrita;
un rumor roto, un reguero
de cirros en comandita,
la sonrisa forzada de un enero
ante la pálida faz de la proscrita;
un alud de dedos, una oferta
generosa de tientos y milagros,
la calma de la tarde en un cigarro,
la copa del árbol descubierta;
¡remotos signos de musgo y caracola,
astral sensación de abrevadero,
una cruz, un puñal y un cenicero!
Un aroma a rosas y a mamá muerta
una visión fugaz de flor marchita
el tacto del limón allá en la huerta
la forma de tu boca escrita;
un rumor roto, un reguero
de cirros en comandita,
la sonrisa forzada de un enero
ante la pálida faz de la proscrita;
un alud de dedos, una oferta
generosa de tientos y milagros,
la calma de la tarde en un cigarro,
la copa del árbol descubierta;
¡remotos signos de musgo y caracola,
astral sensación de abrevadero,
una cruz, un puñal y un cenicero!
Poesía
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/10/2008 a las 20:39 |
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