Con los brazos extendidos y vestidos como ritos
Fluía la gracia de la historias
Dijeron con las voces muy altas
(eran coros en el fondo del mar, fogosas raíces de enebro prestas a abrazar al joven)
el milagro de la creación
la generación de lluvia, el sueño del gran dios cuyo nombre nadie debía osar nombrar
jamás
Enrojecieron los cuellos
Subieron por la escalinata pedacitos de riñón (muy troceados; trabajo puntilloso de sacerdote-carnicero)
Abajo miles, millones -una barbaridad de número en todo caso- de dedos
ejercían su presión sobre la atmósfera sagrada
Ellos arriba (tanto que nadie los veía, cubiertos como estaban por las primeras nubes) rugían aquellas palabras
Sarmiento
Teofanía
Demonio
Hic
que eran diestras brujas de almas calladas
que eran como tegumentos o irisaciones o también maceración de una duda que se iba convirtiendo en sólido
que eran la visión de un hombro (el desliz de una tela; el sonido purísimo de una tecla en un piano afinado por el Mismísimo)
que eran los truenos que nunca llegarían, los alimentos que jamás probarían los de abajo, la ausencia de ese temor de viernes, el recogimiento del bebé saciado
que eran los nuevos cementerios humanos
que eran las cadencias
Sarmiento
Teofanía
Demonio
Hic
Sabían (aunque no los vieran claramente ellos tampoco desde tal altura, a merced de las brumas de las nubes, fríos como la luna, atentos como la espada, frívolos como sus ropajes rituales, añejos en su condición, ausentes en su maldición, serenos por el alcohol, abstraídos en su dejarse mecer) la marea de dedos allá abajo, en el valle; conocían a la perfección la fragilidad de las falanges y habían dispuesto en leyes inflexibles las matanzas y la siega; la cosecha y el albur; la recogida y el tiempo de salazón; la menstruación y el esperma; las esporas y la partenogénesis; la fecundidad y la vida; la oscuridad y el diluvio.
Trocitos de riñón
Palabrita de hígado
Conjuro de circunvolución
Reclamo de rodilla
Crac de labio inferior
Cien gramos de costilla
Un kilo de tensión
Abiertos, abiertos los brazos
Elevados los cuellos
La mirada perdida en una cosmovisión
Y los pechos desnudos airándose
Ya llega la carne
Ya llega el olor
Ya llega la muerte en camisón
Fluía la gracia de la historias
Dijeron con las voces muy altas
(eran coros en el fondo del mar, fogosas raíces de enebro prestas a abrazar al joven)
el milagro de la creación
la generación de lluvia, el sueño del gran dios cuyo nombre nadie debía osar nombrar
jamás
Enrojecieron los cuellos
Subieron por la escalinata pedacitos de riñón (muy troceados; trabajo puntilloso de sacerdote-carnicero)
Abajo miles, millones -una barbaridad de número en todo caso- de dedos
ejercían su presión sobre la atmósfera sagrada
Ellos arriba (tanto que nadie los veía, cubiertos como estaban por las primeras nubes) rugían aquellas palabras
Sarmiento
Teofanía
Demonio
Hic
que eran diestras brujas de almas calladas
que eran como tegumentos o irisaciones o también maceración de una duda que se iba convirtiendo en sólido
que eran la visión de un hombro (el desliz de una tela; el sonido purísimo de una tecla en un piano afinado por el Mismísimo)
que eran los truenos que nunca llegarían, los alimentos que jamás probarían los de abajo, la ausencia de ese temor de viernes, el recogimiento del bebé saciado
que eran los nuevos cementerios humanos
que eran las cadencias
Sarmiento
Teofanía
Demonio
Hic
Sabían (aunque no los vieran claramente ellos tampoco desde tal altura, a merced de las brumas de las nubes, fríos como la luna, atentos como la espada, frívolos como sus ropajes rituales, añejos en su condición, ausentes en su maldición, serenos por el alcohol, abstraídos en su dejarse mecer) la marea de dedos allá abajo, en el valle; conocían a la perfección la fragilidad de las falanges y habían dispuesto en leyes inflexibles las matanzas y la siega; la cosecha y el albur; la recogida y el tiempo de salazón; la menstruación y el esperma; las esporas y la partenogénesis; la fecundidad y la vida; la oscuridad y el diluvio.
Trocitos de riñón
Palabrita de hígado
Conjuro de circunvolución
Reclamo de rodilla
Crac de labio inferior
Cien gramos de costilla
Un kilo de tensión
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Ya llega la carne
Ya llega el olor
Ya llega la muerte en camisón
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/05/2015 a las 11:51 | {2}