Paseo. Es el calor del mundo. El pequeño abrazo del mundo. Una tarde julio. En un año de espera y de ausencia. El paseo, desorientado siempre quizá pensando el bien y haciendo algo parecido -y muy lejano- al pensamiento.
Paseo. Los rostros cubiertos por una tela que recuerda a quirófano y culpa. A veces, cuando me falta el aire, me viene a la mente mi madre y añoro con un dolor lleno de tristeza que nunca nos hayamos querido hasta no podernos ser sin el otro; haber querido a mi madre como dicen que a las madres se las quiere y que mi madre me hubiera querido como dicen que las madres quieren.
Paseo y sé que por algún espacio al que no alcanza mi necesidad de vivir y de ser, todo ha de venir de un lugar en el que el corazón al fin descanse y sienta que vivir es cualquier cosa. También merecer. Paseo y está la tierra seca. Se abre la tierra. Cruje bajo las suelas de mis botas. Mis botas. El paseo. Una muchacha que camina con un short rojo.
Este paseo, esta continuidad de los paisajes. Lo inalterable también. Lo realista también. Las decisiones también. Las no/decisiones también. La idea de esta tarde que es de domingo. El calor que está arrasando fuera. El canto del grillo. La carrera del conejo. La continuidad de los paisajes. Ahora con las mascarillas. En un mundo desconfiado del aire. Donde apenas se puede respirar. Ahí me encuentro con este paseo, este paseo apenas de un instante en las dimensiones eónicas. Allí bajo la encina descansa la piedra. Allí nostalgia del mar. Volver al mar. El verano era la humedad del mar y las siestas tras la playa donde amar era fácil y la tormenta tenía su gracia y el piano, la mano que lleva la música hasta lo más alto. La risa alegre de mi padre, antes de la ira de mi padre; el cuerpo hermoso de mi madre en su madurez. Una mujer hermosa. Los días de la infancia. No haber llegado hasta aquí. No haber llegado con la dicha de la calma (si es que en la dicha la hay. Si es que la calma -budistamente- está cerca del bienestar).
Todos paseamos por esta larga alameda. A veces se cruzan nuestras miradas. A veces se juntan nuestras bocas. También relucen navajas y se tiñe de sangre una tarde de invierno. Paseamos arriba y abajo. Una tarde y otra. Un cruce de miradas, un beso en la boca, una navaja entonces. Paseo y me detengo. He visto en las aguas de un estanque mi rostro reflejado. Hacía mucho que no lo veía. Ya está viejo. Tiene más miedo. Porque ya sé que no hay vuelta atrás. Porque ya sé que la vida es una novela que no se puede corregir. Porque aprietan los días. Mis rostro entonces se aja porque se asusta y piensa como si fuera un grito dado en un gran cañón, ¡No hay vuelta atrás! Ese grito resuena. Un día y otro día. Una tarde y otra tarde. Un paseo y otro paseo. Por la misma alameda cuya única virtud es que a veces parece distinta.
Paseo agreste. Teclas de un piano que al ser pulsadas sugieren el concierto nº 3 de Rachmaninoff. Recuerdos de los paseos nocturnos. Recuerdos de lo que no será nunca. De lo que ya nunca pasará. MI madre me abraza. Mis hermanos me sonríen. Mi padre se siente orgulloso. Baja el telón.
Paseo. Los rostros cubiertos por una tela que recuerda a quirófano y culpa. A veces, cuando me falta el aire, me viene a la mente mi madre y añoro con un dolor lleno de tristeza que nunca nos hayamos querido hasta no podernos ser sin el otro; haber querido a mi madre como dicen que a las madres se las quiere y que mi madre me hubiera querido como dicen que las madres quieren.
Paseo y sé que por algún espacio al que no alcanza mi necesidad de vivir y de ser, todo ha de venir de un lugar en el que el corazón al fin descanse y sienta que vivir es cualquier cosa. También merecer. Paseo y está la tierra seca. Se abre la tierra. Cruje bajo las suelas de mis botas. Mis botas. El paseo. Una muchacha que camina con un short rojo.
Este paseo, esta continuidad de los paisajes. Lo inalterable también. Lo realista también. Las decisiones también. Las no/decisiones también. La idea de esta tarde que es de domingo. El calor que está arrasando fuera. El canto del grillo. La carrera del conejo. La continuidad de los paisajes. Ahora con las mascarillas. En un mundo desconfiado del aire. Donde apenas se puede respirar. Ahí me encuentro con este paseo, este paseo apenas de un instante en las dimensiones eónicas. Allí bajo la encina descansa la piedra. Allí nostalgia del mar. Volver al mar. El verano era la humedad del mar y las siestas tras la playa donde amar era fácil y la tormenta tenía su gracia y el piano, la mano que lleva la música hasta lo más alto. La risa alegre de mi padre, antes de la ira de mi padre; el cuerpo hermoso de mi madre en su madurez. Una mujer hermosa. Los días de la infancia. No haber llegado hasta aquí. No haber llegado con la dicha de la calma (si es que en la dicha la hay. Si es que la calma -budistamente- está cerca del bienestar).
Todos paseamos por esta larga alameda. A veces se cruzan nuestras miradas. A veces se juntan nuestras bocas. También relucen navajas y se tiñe de sangre una tarde de invierno. Paseamos arriba y abajo. Una tarde y otra. Un cruce de miradas, un beso en la boca, una navaja entonces. Paseo y me detengo. He visto en las aguas de un estanque mi rostro reflejado. Hacía mucho que no lo veía. Ya está viejo. Tiene más miedo. Porque ya sé que no hay vuelta atrás. Porque ya sé que la vida es una novela que no se puede corregir. Porque aprietan los días. Mis rostro entonces se aja porque se asusta y piensa como si fuera un grito dado en un gran cañón, ¡No hay vuelta atrás! Ese grito resuena. Un día y otro día. Una tarde y otra tarde. Un paseo y otro paseo. Por la misma alameda cuya única virtud es que a veces parece distinta.
Paseo agreste. Teclas de un piano que al ser pulsadas sugieren el concierto nº 3 de Rachmaninoff. Recuerdos de los paseos nocturnos. Recuerdos de lo que no será nunca. De lo que ya nunca pasará. MI madre me abraza. Mis hermanos me sonríen. Mi padre se siente orgulloso. Baja el telón.
...te dejo entre mis manos
aunque parezca que la materia
huye entre los dedos
No querría parecer bisoño
si sueño encinas sin sus trances
Las hojas navegan en el lago
cuyas aguas apenas tienen oxígeno
Las carpas flotan muertas
y buchito a buchito los patos se envenenan
Te dejo entre mis manos
cuyas palmas abiertas
tienen la sensibilidad del recién nacido
al tacto de las cosas
No existe espera ninguna
La transgresión aguarda en el umbral de la puerta
como si fuera la mujer verde
cuya espalda en el parto fue sostenida por el diablo
Te dejo entre mis manos
Te describo la tarde de otoño en la pradera
o si prefieres la misma tarde, el mismo otoño
en una gran arteria de la ciudad,
a mí no me importa describirte
un lugar o el otro
viví en los dos
y ambos de vez en cuando se quiebran
Me despido
Entre mis manos
coule aire de azahar
como si fuera
una espina clavada en la garganta
¿Y la salsa? ¿Dónde las huellas del conejo? ¿Volverá alguna vez el entusiasmo? ¿Cómo fue la juventud? ¿Realmente fue un recuerdo inventado? ¿Cuántos días quedan para que vuelvan a ser atacadas las manos? ¿Es bueno contar las probabilidades de que un fetichismo tenga como fuente el coño de la madre? ¿El nacimiento del mundo? ¿Se deja en algún momento de ser niño? ¿Existe la sombra como un pozo sin fondo donde navegan sobre aguas negras experiencias terribles? ¿Volverá el mito? ¿Cuál es la fecha de caducidad de la Ciencia? ¿Por qué la esperanza? ¿Es lógico pensar en un hombre en calzoncillos corriendo descalzo por el desierto de Atacama? ¿Cuándo ataca la serpiente de las arenas? ¿Cuántas de ellas son necesarias para atrapar a un lagarto del desierto? ¿La selva es tan peligrosa como la ciudad? ¿Cuántas vidas han terminado hoy y para siempre? ¿La muchacha que está en la puerta del tanatorio y que rebusca en su bolso? ¿La estela que deja en el aire? ¿Aquel nido? ¿La succión? ¿Será esta noche? ¿El mes que viene ocurrirá de nuevo? ¿Y dentro de mil tres años? ¿El segundo huye? ¿La materia se ha descompuesto en verte? ¿Gritarán los gritos de todas las tardes? ¿Ya es la estación intermedia? ¿Por qué morimos más en los equinoccios? ¿La estrella de mar brilla? ¿La luciérnaga navega? ¿Hay espanto? ¿Cómo se desatornilla el patíbulo? ¿Pende en algún lugar del mundo un cuerpo de la soga? ¿Pronto el muérdago? ¿Seco el musgo? ¿Sin agua el regato? ¿Alerta la espalda? ¿Era un mamífero? ¿Fuimos ontológicamente fusión de tres bacterias? ¿Aquel caldo primordial? ¿Las explosiones bárbaras? ¿Qué ocurrió para que Darwin temiera lo natural? ¿Volverás a abrazarme? ¿Sabremos hablarte? ¿La función, entonces, fue creíble? ¿La vuelta al mundo? ¿El agua bendita? ¿Ora pro nobis? ¿Los ciento cuarenta y siete países? ¿Dónde da la vuelta el aire? ¿Cuándo será la próxima caída? ¿Dejará la fiebre de sumarse grados? ¿El orbe? ¿Escalas? ¿La cima? ¿El abismo se aclara como la voz tras la gárgara? ¿No llueve? ¿Cristales rotos? ¿Las zapatillas con tacón se pondrán de moda? ¿Paisajes de abanico? ¿Lenguajes también? ¿Qué hacer con tu cintura? ¿Amalgamamos? ¿Un paso y luego otro? ¿El escáner? ¿El brocal? ¿La bacinilla? ¿Fue porque tu cabello se había revuelto como si fuera la toma de la Bastilla? ¿Fue por un alarde de 3 de Mayo? ¿Esa imposición? ¿Ese tugurio? ¿No sólo fueron los ojos?
Opúsculo muestra saña fiel oropéndola manubrio clavecín clavija sopor redonda clara mano frugal lombriz rellano oscuro caracol sueño lejano arrullo canto balacera colina ola sorgo vela yantar escuela usura muela vándalo alano cornisa talud muérdago manduca senil lunar espuela cáñamo juncal salud villano rueda simposio estrellato lanza conquista pie esposo lanudo rizoma manumitir espondeo sureño candil salvaje chaqueta volandero saltimbanqui recelo hueso estría esfera candela baño espesa fresno calima polvo recelo mancuerna posidón nomenclatura labriego terror aguja estadio reflejo cornisa retraerse leído reído huida seísmo fluida confín remolino atisbo mamut carencia espalda rampa ermita caniculares cobaya manzana lejanas alba silencio noviembre desnudo albatros cordilleras sarampión malage concierto austero relojes
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/07/2020 a las 17:46 |