Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

El frío me entra en las entrañas
El frío me da miedo
El frío provoca condensación en las ventanas y unos fuertes vientos que azotan mi mundo con si fuera, sí, como si fuera un barco de papel.
El frío enloquece mis arterias.
El frío empequeñece el verano.
El frío se hace dueño de mis manos.
El frío adormece mis ideas.
El frío como asunto de mareas (metáfora marea de una suerte de mente que no llega a ser tan sólo cerebro).
El frío que genera nostalgia de cuerpo junto al mío (los años en que aquello ocurría un día y otro día)
El frío que provoca la pregunta: ¿Por qué sigo escribiendo?
El frío que corona las montañas de vejez.
El frío que deja helado el corazón.
El frío que asoma por debajo de la puerta.
El frío que me hace soñar con leños encendidos.
El frío que cruje en la alfombra del salón.
Es el invierno de una desventura; es el cejo sobre el pantano sin nombre, el de aguas muy oscuras que nada refleja con el sol.
El frio que adormece los músculos.
El frío que me llena la casa de misterios.

...entonces sale el sol y parece l mundo tan distinto. Sé (ya sabía) que el clima imprime carácter en las bestias.
Esta mañana al subir hacia los prados, desde donde se divisa un horizonte de montañas nevadas, donde parece que uno está metido en una especie de albero, he sentido la sacralidad del mundo, yo era toro sacrificial. Tras unas vallas unas vacas rumiaban.
 

Memorias

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/11/2021 a las 19:22 | Comentarios {0}


El 27 de mayo de 1992 una depresión muy profunda me llevó a retirarme al pueblo cántabro de Suances durante un par de meses. La casa era el lugar de veraneo de la familia de la que entonces era mi mujer, Concha y que tuvo -tuvieron- la amabilidad de dejármela para que me recuperara. Estando allí, en absoluta soledad, inicié con mi padre, Antonio García-Loygorri de los Ríos, una relación epistolar que continuó -con un intervalo de cuatro años entre esta primera carta y las siguientes- hasta su muerte.
Poco antes de morir mi padre me dijo una de las frases más hermosas que me han dicho jamás (y que jamás me dirán). Estábamos merendando en el Vips de la calle Velázquez esquina con Lista. Nos acompañaba Gustavo, un muchacho emigrante que lo cuidaba por las tardes. Mi padre estaba ya en silla de ruedas y apenas podía hablar tras haber tenido un cáncer de laringe. Cuando terminó de dar un sorbo a su café, me miró con sus ojos tristes y pequeños y me dijo: Fernando, si por algo agradezco la enfermedad que tengo es por haberte podido conocer. Mi padre y yo nos conocimos, al final de su vida, mediante la correspondencia epistolar que empiezo a publicar.
Cuando murió mi padre no sé quién se encargó de tirar las cartas -que yo le enviaba en papel, por correo postal y que el guardaba en uno de los cajones de su mesa- a la basura. Por supuesto quien lo hizo no me consultó siquiera si quería conservar las cartas. Menos mal que yo guardé copia de ellas.
Transcurridos más de veinte años, siento el deseo de escribir sobre la verdad y creo que estas cartas son lo más sinceras de lo que era capaz. Las escribí entre los treinta y uno y los cuarenta años de edad, es decir, la edad conflictiva.


Detalle de La Capilla Sxtina. Michelangelo Buonarroti. ca 1511
Detalle de La Capilla Sxtina. Michelangelo Buonarroti. ca 1511
                                   
27 de Mayo de 1992
         Querido padre:
     Si convenimos en que lo prometido es deuda, deuda mía será el escribirte una carta desde Suances, en este mes de Mayo, lleno de sol y de tormentas.
     Me pedías al marcharme una de esas cartas bonitas, dignas de un poeta, de ese tipo de cartas que intentan la emoción del destinatario. Veremos qué nos depara ésta, así tan al principio, sin saber muy bien qué voy a contarte, ni tan siquiera sabiendo dónde me encuentro, si estoy yo aquí, si sueño...
     Pero existe algo que me avisa que es cierto lo que veo: el rumor de las olas, bramido a veces, también canción de cuna; el rumor de la arena en su violentarse con el viento; el canto de la hierba dirigido por la brisa y un continuo sonido de pájaros.
     Ya he subido y bajado montañas y en la arena de las cuatro de la tarde me he tumbado; ya he recibido los rayos del sol en mi piel y la espuma blanca ha salpicado mis pies; ya el silencio de estar solo me rodea, ya la calma de la dicha me adormece, las noches son tranquilas y leo.
     ¿Servirá para algo alejarnos de lo que nos duele? Seguro que tú con más años y más vida y más muerte conoces mejor la respuesta a esa pregunta. ¿Recuerdas algún momento de intenso vacío en la vida?: una tarde caminando camino a la oficina, una noche de borrachera lúcida, un día en el que estábamos dormidos y te nos quedaste mirando. ¿Quisiste alejarte entonces? ¿lo hiciste?
     Una vieja de terrible voz aguda grita por la ventana y me desconcierta. Dejo de escribirte por ahora pero seguiré haciéndolo, compañero del alma, compañero.
     Así van saliendo las palabras, como con descuido. Desde la última vez que cogí la pluma han pasado muchas cosas, por ejemplo: he mirado el cielo tumbado en una toalla sobre la arena de la playa de la Concha en Suances; mientras miraba el cielo sonaba el mar. Y hacía viento.
     Todo luego ha transcurrido un poco lánguido como si me hubiera dejado caer de un guindo y un sonoro batacazo hubiera despertado a mi soñar en los suelos. Entonces he sentido el pensamiento, ese gusano roedor que en ocasiones daña al roer. Porque pensamos y nuestros pensamientos pasan sin apenas haber sido disfrutados u odiados; en ocasiones se enredan en sí mismos y tejen impacientes laberintos que respiran solos, como si estuvieran vivos, independientes de nosotros, parásitos nuestros que merodean, acechan, envilecen, engañan, lloran para después dormir tras haber cumplido la misión de haber dejado a un ser humano vacío de fuerzas, sin nada que decir, muy cansado, muy ausente. ¡Ay, pensamientos tejedores, enemigos de la felicidad!
     Aún así todo está bien, padre. El universo continúa su expansión, el mundo gira y se traslada y nosotros con ellos -sin apenas darnos cuenta de que el tiempo es el tesorero de cada uno de nuestros días- vagamos por los grandes espacios, por los infinitos espacios que una supuesta mezcla casual de materiales hizo que inventáramos y descubriéramos.
     Todo parece poco a veces. De repente llega un día en el que piensas si lo sueños, aquellas ideas sobre la vida un tanto positivas en exceso, parece, ahora... si los sueños, decía, no pueden dejar más que paso a una supuesta realidad más bien opaca. Mi amiga Pilar Torriente, a la que conociste en el estreno de mi obra, me dijo en cierta ocasión una frase que se me ha quedado en el alma (porque yo tengo el concepto de un algo al que se le podría llamar así): "La vida es una inmensa gama de grises". La vida, entonces, es inmensa, es cierto, pero su inmensidad tiene el límite infinito del gris; curiosa paradoja que siendo infinita la vida sólo pueda tener una infinitud gris. Y no se entienda (o no lo quiera decir yo) que lo gris sea sinónimo de mediocridad, simpleza o monotonía. Sólo que se trata de una sola gama en la mayor inmensidad de un arcoiris.
     Soñar pertenece al mundo de los colores y si soñar es vivir, vivir ya no puede ser tan sólo gris.
                           
                        Por la tarde. 28 de Mayo de 1992
     La tarde está nublada y verde; hace hoy ese cielo norteño repleto de nubes y de luz que tanto agradecen mis ojos y mis recuerdos. Porque bajo cielos semejantes he sido dichoso y así está el cielo de Luanco bajo el que fumé un cigarrillo, el primero, junto a Antonio en lo alto de la falda mullida de una pequeña colina frente al mar; o bajo el cielo de Cudillero con su rada curva, los barcos pescadores, blancos, azules y rojos, la mujer de la taberna del puerto (la última a la derecha mirando al mar) que siempre me pareció que debía de ser una maravillosa madre y ese ser laberíntico del pueblo y su cementerio y su leyenda. Fue en Cudillero cuando por primera vez estuve solo junto al mar. O los cielos de Ortiguera bajo los que forjé una hermosa amistad (adjetivo gratuito ya que toda amistad es de por sí hermosa) con Iñaki, mi amigo excesivo, mi amigo-hermano pequeño con el que reí y disfruté la sensación de estar muy vivo, muy libre, muy querido.
     Hermosos cielos los del Cantábrico y este silencio que aquí se respira y este verde que tanto agradecen la mente y los ojos; hermosos cielos bajo los que apetece vivir más despacio, sin arañar a las horas hasta sus más pequeñas migajas de segundo; hermosos cielos, hermosa paz.
     La vida pasa y yo me quedo contemplándola, sin ningún deseo como dicen los budistas que debe ser la buena vida; pasa y la veo pasar como veo a la ola tan cerca para luego no estar. Cantan los pájaros la primavera, el mar no muy lejos apenas llega a la arena y los acantilados toman los vientos, descansan, tras los últimos azotes del mar.
                                             Ya muy de noche
     ¿Por qué te escribo a ti lo que estoy escribiendo? Pienso si será porque Angel, mi médico, me explica que la enfermedad se encuentra en la biografía de cada uno. Y buena manera de curarse será, eso ya lo creo yo, sincerándose con uno mismo, desde el principio. Y tú te encuentras en el principio de mí al igual que yo estoy en el principio tuyo.
     Mucha enfermedad pervive en el trecho de vida que vivimos juntos, mucho desconsuelo y mucho desamor. Los recuerdos de mi infancia son recuerdos tristes y violentos. Todo se enmarca en una gran oscuridad, tétrico el día al levantarme sabiendo que tenía que ir al colegio y tétrico su final sin saber qué sería de todos esa noche. Y sin embargo, a pesar de todo, a pesar de lo mucho que te he odiado y despreciado, siempre he sentido por ti un hondo amor porque siempre he sabido que eras un hombre bueno y tierno y sencillo. Mundo el nuestro lleno de contradicciones y de ausencias. Menos mal que a lo largo de ese inmenso túnel hubo siempre una luz, un faro, un hada nacida en La Mancha cuyo nombre es Julia y que ya es anciana; Julia ha salvado mi vida de la muerte con su amor desinteresado, con su entrega, con sus manos; sé que sin ella yo no sería valiente ni pensaría siquiera en el futuro, ni creería en el amor como en ocasiones creo; Julia es una boya, un salvavidas, la personificación de la idea de la caridad (bien entendida) ¡Qué hubiera sido de mi infancia sin sus bocadillos con tomate; qué hubiera sido de mis noches si no hubiera colocado el embozo bajo mi barbilla tras haberme besado en la frente y haberme acariciado con sus pequeños ojos dulces!, ¡Ay, la infancia, única cárcel de la que no se puede escapar!
     Me voy a dormir, padre. No te entristezca lo que te cuento ni lo que te cuente. Es bueno ser sincero. Es bueno quererse.
                                             
   29-Mayo-1992
                                              Por la mañana.
     Me levanto y releo. ¡Tengo tantas cosas que contarte!
     ¿Tendré que llegar a mayores honduras?, ¿deberé expresar con rotundidad pensamientos que fluyen a lo largo de mi vida y que en alguna ocasión he deseado que oyeras? O deberé callar, dejar que todo transcurra en la sombra del silencio. ¿Podrá alterar en algo nuestra curiosa relación? Porque curiosa es la relación familiar; en ella se juntan la obligación y el deseo; en ella nace y desarrolla la historia de los seres humanos; en ella el silencio es norma fundamental de convivencia.
     ¿Cómo me sientes tú a mí?, ¿En el fondo de tu corazón qué somos entre nosotros?, ¿existe un vínculo real, no impuesto?
     Si fuera al fondo de mi corazón y te abriera sus puertas a ti para que lo vieras, creo que se te llenaría, a un tiempo, la vida de gozo y de tristeza; si leyeras en él la carne te herviría y darías saltos de alegría. Y todo simultáneo y todo en un segundo. Y a mí, si la acción fuera a la inversa, me ocurriría lo mismo.
     ¡Parece mentira que alguna vez estuviéramos desnudos y no sintiéramos pudor por nuestra desnudez!
     Transcurre esta mañana de Mayo; el cielo semi-cubierto de nubes, serena la mar, la música de Händel, el sonido de unas carreras infantiles. Tengo la cabeza y la cara bañadas en arcilla; estoy verde y me encuentro gracioso. Dentro de poco os llamaré a ver qué tal andáis. ¿Sigues con tus solitarios?, ¿Recuerdas aquella canción?:
                   Sole, Sole, Sole, Sole
                  Cuánto me gusta tu nombre
                          Soledad;
                   Sole, Sole, Sole, Sole
                      también me gustan
                      todos los demás.
     Desayunábamos tostadas con mantequilla. Era domingo en la mañana... fuera sopla el viento de Abril.
 
3 de Junio de 1992
                                              Por la mañana.
     Nada.
                                               Por la noche.
     Existe algo que quiero explicarte. Para que nos entendamos. Existe la fuerza de vivir, el coraje ante la adversidad, el empuje, los riñones, los huevos como tú dices. Y son elementos buenos para vivir pero no son los únicos. Ni son siempre ellos a los que tenemos que recurrir.
     Hay momentos en la vida en los que hay que detenerse y mirarlos como se mira un cuadro, como se mira, deteniéndose, un camino desconocido en la oscuridad, con la intención, secreta en ocasiones, de adivinar allá entre las sombras un resquicio de claridad, una esperanza. Momentos en la vida de desconcierto que pueden ayudarnos, más tarde, una vez ya en la calma, a ser más fuertes, más decididos, más estables.
     Imagínate un mundo sin paciencia, sin meditación, sin hondura; imagina correr siempre hacia delante, sin detenerse a observar la tristeza o una lágrima que cae por tu mejilla una tarde sin que sepas muy bien por qué pero a la que sientes sin embargo muy tuya, casi antigua. Es entonces llegado el tiempo de detenerse, serenarse frente al mar, frente a espacios abiertos y limpios; es hora de mirarse desnudo, cara a cara, en soledad, sin fuerza, sin coraje, sin huevos sino con sosiego, calma, alma. Porque ya no son obstáculos los que te detienen sino tú mismo, una suerte de vacío, un poco de vértigo.
     ¿Qué es entonces lo que ahora intento? Quiero sincerarme con la historia de mis días, admitir mis errores, saber de los errores de los otros; quiero colocar mis ilusiones en un lugar adecuado de tal modo que el desánimo apenas si las roce; quiero vivir sin saber del mañana, sin heridas de ayer. Y reconocer mientras disfruto de la lluvia, del aroma del mar, de un sonido lejano de trueno, de un eco de gaviota, de un algo de hadas, que en ocasiones seré amable, dichoso y entrañable y que en otras destilaré egoísmo, tristeza y distancia; y reconocer la vida sin más, sin esperanzas, sino como es, tan puta y tan callada como una vieja zorra que se las supiera todas; y reconocer el momento justo en que la Rueda de la Fortuna me invita a pasar unas noches con ella.
     Sé que me entiendes ahora. No son cojones lo que necesito sino descubrir en lo más profundo (o superficial porque ardua cuestión es descubrir primero el lugar donde se encuentra lo que busco) la razón de la caída de una forma que tenía de concebir el mundo.
     Y lo conseguiré, ¡vive el cielo que lo conseguiré! Y tú lo verás porque tienes ojos detrás de los ojos. Quizá sea por esto por lo que te cuento a ti todas estas cosas. Porque siempre tuve ganas pero nos faltaba tiempo de lucidez y de sosiego.
 
             Un abrazo muy fuerte. Yo también estoy contigo.
 

Memorias

Tags : Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/11/2021 a las 13:56 | Comentarios {0}


Fantasía sobre Fausto de Marià Fortuny. 1866
Fantasía sobre Fausto de Marià Fortuny. 1866

5 de noviembre de 2021
Debería haber empezado antes.
Debería estar tranquilo. Mirar la tarde que ya se ha hecho noche.
Este nuevo lugar.
Tras dieciséis años viviendo en otro sitio. Ahora. Aquí. Todo nuevo. Todos nuevos menos los amigos de siempre. Los de siempre. Sin ñoñerías. Creo que nunca había escrito la palabra ñoñería. Voy a cambiar de manta. La que tengo es demasiado gruesa. Un momento. Ya mismo estoy.
Al volver Nilo se viene conmigo. Nilo, mi amigo, el perro de mis entretelas, al que hoy, tras diez años de vida, le han picado varias avispas y tiene ahora una oreja hinchada y el susto en el cuerpo. Porque tenemos que descubrir, Nilo y yo, que el campo, realmente, es ese sitio donde los animales están crudos (Dickens dixit).
Poco a poco -digo yo- irá saliendo el pus del lugar donde viví demasiados años. (A veces los años son demasiados). En la novela que estoy escribiendo -y que ahora está perdida en alguna de las muchas cajas que aún me quedan por abrir- (me resulta extraño no poder encontrar mis cosas con la tranquilidad del que sabe dónde están -la novela, por ejemplo, estaba en la cajonera derecha de la habitación de Violeta-) está metaforizado el lugar donde vivía o mejor dicho lo he metamorfoseado en Los Poblados sólo que no a la manera de Las metamorfosis en el que su autor nos muestra el proceso de la metamorfosis sino más bien a la manera de Kafka: cuando inicio la novela, la metamorfosis completa ya se ha producido. Juegos de la imaginación que diría Cortázar  (es una frase que a Luis le gustaba repetir).
Escribo sobre Tere y César. Escribiré pronto sobre Tere. Sin ñoñerías, Tere, te lo prometo. Escribo sobre Caroline, que sé que me piensa a menudo y en la que a menudo pienso. Escribo sobre Fernando. Él allí en su Cádiz a la que no quiere. Escribo sobre Raúl, mi amigo Raúl. Escribo sobre ellos ahora. Escribo sobre Liana. Hemos pasado tanto tan juntos y tan lejos. Estamos tan juntos y estamos tan lejos. Cuando escribo el cambio escribo sobre ellos. Cuando escribo la esperanza, escribo sobre ellos. Cuando escribo la vida, escribo sobre ellos. Ahora, aquí en las montañas, muy cerca de alguna cumbre, más cerca de alguna cumbre. Escribo sobre Luis cuando escribo, al que redescubro cada tanto.
El otoño y el invierno se prometen fríos. Los días se irán calmando. Desde que llegué -hace ahora cinco días. Hice la mudanza el Día de Todos los Santos. Fernando, con su habitual buen humor, comentaba que no me podía mudar un día normal, no, me tenía que mudar el día de Todos los Santos, hala- estoy con un ligero mareo, creo que debe ser cuestión de la altura. Subir trescientos metros de un día para otro debe tener efectos; desde que llegué me ha desaparecido una angustia que no me dejaba respirar con hondura; desde que llegué me siento en la cuerda floja y a veces siento pánico y otras una alegría inmensa; desde que llegué se debate mi ánimo y navega al pairo. Siento que debo dejarlo así; en algún momento tomará una corriente y llegará hasta un puerto; desde que llegué me levanto temprano y excepto la primera noche en la cual no dormí más de veinte minutos seguidos, duermo de un tirón: desde que llegué siento que la vida me da otra oportunidad porque en el fondo cambiarse de espacio es darse otra oportunidad para empezar a estar. Es muy importante estar. Quizá sea lo más importante porque el ser tiene demasiados azares mientras que el estar es una postura (es algo relacionado con la quietud y la quietud es una forma de reverso del azar). Me viene a la memoria la película de Adolfo Aristarain titulada Un lugar en el mundo. Me gustaría haber encontrado por fin, tras treinta y ocho lugares, mi lugar, no por una cuestión romántica sino por vivir algo nuevo. Vivir mi lugar. Estar en mi lugar en el mundo. Haber dado con él. Me gusta el nombre del pueblo. Me gusta el nombre de la calle. Me gusta  el nombre de la calle con la que hace esquina la mía.  Me gustan las farolas en la noche que fugan en un fondo de negritud con montañas. Me gusta este vértigo. Sentirme.
Empiezo. Seguiré.

Memorias

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2021 a las 18:47 | Comentarios {0}


Crónica de un viaje reciente


El quinto día, domingo, es el desayuno con Valentín en el bar de debajo de su casa, las compras en el mercado al aire libre, la vuelta con Luis a Madrid, la recogida de Nilo y la madrugada que pasamos.

Es particular la sensación de amanecer en un sitio y acostarte en otro muy lejos del primero. ¿Qué tiene el viaje? A parte de toda la carga literaria... los versos de Kavafis... las Ítacas. Moverse. Irse. Volver. Aceptar de nuevo la rutina de los días. La bendita/detestada monotonía tras los cristales. Algo hay en el movimiento que al hombre desajusta. Necesitamos aposentarnos. Necesitamos aposento. Me parece a veces que más es el descubrimiento de la agricultura consecuencia del afán de quedarse quieto en un mismo sitio hasta morir que lo contrario; debía de haber en el cazador/recolector un afán de quietud que lo llevó pocos miles de años más tarde al cenit de esa aspiración en la figura de Buda: ausencia y presencia inmóviles bajo la higuera.
Viajar -ya sea metáfora o realidad- conlleva siempre un estado de alerta que la vida contemplativa no tiene. Eso lo vio y lo narró muy bien Tolkien en su saga de El señor de los anillos y sobre todo esa sensación de riesgo, de temeridad que es también carga del viaje, la personificó con brillantez en los hobbits. Viajar es alejarse de lo conocido. En el trayecto de un sitio al otro estás a merced de demasiados imponderables como para dar por seguro nada, que es justo lo contrario de lo que ocurre cuando vives sedentario tu diario vivir. ¿Moverse es pues arriesgarse? ¿Quedarse quieto es estar a resguardo? Absolutamente no.

Así siento, ya un poco alejado de aquellos días, el viaje por las tierras asturianas. Un salir de la rutina, un arriesgarse al Otro y Lo Otro. Curioso que -cuando menos en mi experiencia- este riesgo haya solido resultar beneficioso.
Ahora busco un nuevo lugar donde aposentar mi cuerpo ya maduro, pronto a la vejez. Agradezco mucho la compañía de las gentes que me he encontrado en este viaje y agradezco a la tierra que muestre aún su tez más poderosa en forma de embates de las aguas, altos picos, corrientes furiosas, lujurias verdes, grandes arenales, alimentos exquisitos y gravedad justa.

He de seguir. La siguiente estación está al llegar.

Cuando emprendas tu viaje
desearás poder detenerte en los mercados de Fenicia
o de Grao y comprar en ellos hermosas mercaderías:
perlas, ébano, lentes prodigiosas, mapas,
astrolabios, cuadernos de bitácora;
y también, ¡cómo no!
podrás adquirir manjares únicos:
morcillas, callos, lechugas y tomates de la tierra asturiana
y así, si es largo y abundoso, te será grato
descubrir que lo más hermoso del viaje
no es llegar sino transcurrir.
 

Memorias

Tags : Asturias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/09/2021 a las 14:00 | Comentarios {0}


Crónica de una viaje reciente


El cuarto día es la resaca del día anterior por la mañana, la excursión hasta Teverga, la comida en La Chabola, el encuentro con Mauri, el paseo por la ruta del Oso, el baño en el río Trubia, la vuelta a Grao y la disertación de Valentín ya por la noche sobre su concepto de la luz.

No dio tiempo el cuarto día de dar nuestro paseo por la ribera del Cubia. Desayunamos como todos los días en el bar Valentín y yo y esperamos a que Luis apareciera. ¡Ay, los alcoholes de la noche! ¡La fiesta! ¡La jarana! El inicio del viaje fue lento y luminoso. El sol seguía luciendo y poco a poco nos fuimos adentrando y subiendo por la carretera de Teverga. Puede que fuera ese adentrarse por selvas frondosísimas mientras ascendíamos hacia las cumbres de los puertos, por el que Luis y Valentín se fueron desamodorrando -si se me permite el palabro- y pronto estaban charlando sobre puertos, cimas, caminos, lugares hermosos, rutas, recuerdos. Íbamos en el coche de Valentín. Luis delante. Yo detrás. Me gusta estar detrás mientras escucho a mis amigos hablar de tantos y tantos lugares asturianos, con qué seguridad nombran pueblos, ventas, otros viajes.
Habíamos decidido parar antes de llegar a nuestro destino en algún prado de alguna de las montañas de esta carretera de Teverga para brindar por nosotros con una botella de sidra que habíamos traído ex profeso. Iba buscando Valentín el sitio exacto donde en otra ocasión paró y disfrutó de unas vistas incomparables de la serranía que atravesábamos. No quiso el destino acompañarnos y tras un par de intentos desistimos; en el primero unas vacas nos miraron recelosas como si nos estuvieran avisando de que protegerían con su vida la vida de un ternerillo que estaba tumbado entre ellas; en la segunda parada aparcó otro coche de donde salió una pareja de unos sesenta años con sus sillas plegables, su mesa plegable, su sombrilla y su comida y tras descender unos metros llegaron a una especie de bancal donde plantaron su comedor. El cuarto día era sábado y hacía bueno.
Llegamos al fin a Teverga. Todos recuperados de la noche anterior, con ganas de volver a comer y a beber y a charlar. Nos sentamos en la terraza del porche del restaurante La Chabola y lo primero que hicimos fue meternos entre pecho y espalda un pulpo a la gallega y un cachopo del lugar regado con una buena cerveza fresca que luego devino en vino tinto. Frente a la mesa vemos la iglesia del pueblo que tiene tras ella un macizo de piedra que me hace pensar en el peso de la tierra. Estamos en un pueblo en los valles profundos de la cordillera cantábrica; es un sábado de sol, amable, de ese tipo de fines de semana familiares, justo antes del final del verano cuando se apuran sus últimos días y en mitad de esa apariencia casi bucólica -aunque sea bucólica moderna- aparece al poco de llegar nosotros, un pedazo de macarra con su piva que es otra pedazo de macarra; es un macarra, además, de gimnasio; sus espaldas son como las del gorila de espalda plateada -con mis disculpas al gorila por la comparación-; su mandíbula es feroz; sus ojos pequeños y bobos; viste a la americana, con gorra de beisbol y camiseta de algún equipo deportivo; su voz cazallera pide un chupito de lo mío mientras su piva -porque va de su piva- revolotea alrededor de él, le sirve, se exhibe y gesticula una y otra vez cuando su maromo saca el móvil y hace un video mientras le grita al colega al que se lo manda, la puta suerte que tiene de estar donde está y haciendo lo que le sale de la punta de la polla, ¿Me entiendes? Debe de ser un macarra de los alrededores porque los camareros lo conocen y él se mueve como si estuviera en casa. El segundo detalle me hizo recordar aquella máxima que dice, la casualidad es el orden natural de los acontecimientos porque poco después llega a la plaza del pueblo de Teverga un Porche último modelo, plateado, de donde sale una muchacha de ensueño, vestida con un traje años cincuenta de color rosa palo, adorna sus cabellos -recogidos en un moño italiano-con un tocado de tela negra también vintage; él, por supuesto, viste polo, pantalones vaqueros y náuticos. Todo en ellos rezuma la misma impostura -en este caso repipi- que en el caso de los macarras era su chulería. La aparición de estos dos tipos de personas en lo alto de una montaña asturiana, un sábado de primeros de septiembre es un ejemplo perfecto de lo que es el turismo hoy en día.
Hacia las tres y tras haber tomado como aperitivo el pulpo y el cachopo, llega el amigo de Valentín, Mauri, con el que pasaremos la comida y la tarde charlando sobre ópera -Mauri quiere montar La Traviata y que Valentín haga el diseño de luces- y paseando para bajar las viandas y los caldos por la Ruta del Oso. Hay dos momentos muy curiosos en el paseo: Mauri canta un pasaje de una Ópera mientras atravesamos un túnel de piedra muy largo y ya de vuelta encontramos una bajada al río en el que nos bañaremos como dios nos trajo al mundo Mauri, Luis y yo.
De vuelta a Grao, Luis se va con Mauri en su coche y yo me voy con Valentín. Durante el camino de vuelta hablamos de viejos amigos, de amores perdidos.
Esa noche a Luis le duele la espalda y se va pronto a la cama. Valentín y yo nos quedamos en el comedor -que es una habitación contigua a la galería- y la velada consistirá en una disertación amplia -y sin apenas discusión- de la idea que tiene Valentín de su arte y de lo que enseña a sus alumnos en las escuelas privadas de cinematografía porque -como expresa con cierta tristeza- debido a que no tiene una licenciatura, él no puede dar clases en la Universidad. A eso yo lo llamo diplomatitis severa una dolencia que suele ir asociada a la meritocracia académica.
Ya sólo nos queda un día, el domingo, que además es día de mercado en Grao y antes de volver a Madrid tanto Valentín como Luis quieren hacer algunas compras. El día ha sido largo. Mi último recuerdo antes de dormir es del macarra de la mañana: coge a su piva del talle, la atrae hacia sí y le pega un mordisco en el labio mientras lo graba con su teléfono móvil y lo envía al colega al que tras separar a la piva, le espeta ¿Qué te parece, colega, mola o no mola? Y suelta una carcajada aguardentosa que me hiela la sangre porque ese macarra es un símbolo perfecto del fascismo, de la vuelta del fascismo.  
 
Mujer con niño muerto. Käthe Kollwitz. 1903
Mujer con niño muerto. Käthe Kollwitz. 1903

Memorias

Tags : Asturias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/09/2021 a las 13:13 | Comentarios {2}


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