Esa fuente, la que se esconde en la maleza; la fuente de los secretos y el amor; esa fuente que viene acompañada de un ritmo con ecos flamencos; la fuente de la que quizá surja el surtidor de la vida y las estrellas y el espacio vacío; esa fuente desde la cual podamos entender la materia oscura y desde la cual podamos entrever a qué grupo de neuronas es debido la idea de conciencia; conciencia de rodilla; conciencia de dolor de muelas; conciencia de armonía. Esa fuente busca el muchacho que descubre por vez primera la plenitud del aire (porque aire pleno, un aire -diría- que no se esconde de ser aire, que deviene vida, que huele a mañana con rocío y a baile de madrugá); la fuente donde se baña la diosa; la fuente desde donde ser Acteón y asumir tras la contemplación desnuda de lo divino, la transformación en rumiante (rumio de lo visto, rumio de la eternidad, pensamiento que se hace, que se conforma en hueso, en cuerno, en abundancia; rumio de la esfera; rumio del pasado porque la belleza es rumio de las cosas bellas, no sólo contemplación sino también contemplación del acto de contemplar); esa fuente aventuro donde el agua se descompone en física de los prismas y surge del mismo surtidor la esencia misma de los colores; así fuente; así contemplación de fuente; así metáfora de fuente y seguir derivando por calles de fuentes estrechas por donde el viento pasa sin saberlo; esa fuente insisto que me hace temblar, que me llega a emocionar como cuando ayer, en no sé qué imagen llegué a la conclusión de que todo es fuente y las fuentes fuentes son.
Ese abrazo que surge de los nombres de los solitarios; la disconformidad con la grey; el lobo estepario y su nombre que aúlla por los páramos del norte de cualquier país del Septentrión o los nombres ¡oh sí! los nombres de las Oceánides y los nombres ¡oh, sí! los nombres de las Nereidas que vienen a la mente cuando las hojas van alfombrando un camino de polvo y espera; ese abrazo que tiene aires de vals; ese abrazo entre mujereshombres que vuelven tullidos de la última guerra y cuya fuerza es una buena medida del sufrimiento soportado; ese abrazo en la Aurora de la pareja que se ha amado por primera vez; ese abrazo con flujos de esperanza y generación y las canciones que, abrazados, se musitan al oído los amantes; ese abrazo de la desnudez; ese abrazo tras el baño en el mar; el abrazo de no sentir en absoluto el sentimiento oceánico; saber, abrazado, que morir es dejar de todo.
Ese continuar mientras escucha con la emoción propia de los sensibleros una melodía que te recuerda (o que es) la que escuchabas en la niñez en los pocos momentos en los que fuiste ¿feliz?; continuar una mañana más; continuar como lo hacen las escobillas del batería cuando acarician los platillos con suave y nada sincopado ritmo de jazz; continuar escuchando por enésima vez un tema de Leonard Cohen y saber que ese hombre también estuvo mil noches desesperado en cualquier Chelsea Hotel; continuar, sí, continuar con las manos callosas, con el alma enfangada; continuar y saber que nada alcanzaste y que como todos -por mucho que la estadística se empeñe en desmentirlo- no lograste domesticar el azar.
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/10/2021 a las 12:22 |