Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Extracto de Delta de Venus escrito por Anaïs Nin, recogido, a su vez, de Erotismo. Antología universal de arte y literatura eróticos. Edición a cargo de Charlotte Hill y William Walace


Felación
Era imposible excitarlo, excepto mirándolo y Marianne se hallaba poseída de un frenético deseo de él. El dibujo estaba terminándose. Conocía todos los rincones de su cuerpo, el color de su piel, tan dorada y clara, cada una de las formas de sus músculos y, por encima de todo, el sexo en constante erección, suave, pulido, firme, tentador.
Se aproximó a su cliente para colocar a su lado una cartulina blanca que proyectara un reflejo más blanco o bien más sombras sobre su cuerpo. Y entonces perdió el control sobre sí misma y cayó de rodillas ante el sexo erecto. No lo tocó; se limitó a mirarlo y murmuró:
- ¡Qué hermoso es!
Aquello le afectó visiblemente. Todo su sexo se tornó más rígido a causa del placer. Ella estaba arrodillada muy cerca, lo tenía casi al alcance de la boca, pero sólo pudo repetir:
- ¡Qué hermoso es!
Como él no se movía, Marianne se acercó aún más, sus labios se abrieron un poco y su lengua tocó con delicadeza, con mucha delicadeza, la punta del sexo. Él no se apartó; continuaba mirando el rostro de la artista y la forma en que su lengua acariciaba su sexo.
Lo lamió con suavidad, con la delicadeza de un gato y a continuación se introdujo una parte en la boca y cerró los labios alrededor. El miembro se estremecía.
Se contuvo, por miedo a encontrar resistencia, y él no la animó a continuar. Parecía contento. Marianne sintió que eso sería todo cuanto podría pedirle. Se puso en pie y volvió a su trabajo. Estaba sumida en la confusión. Violentas imágenes pasaban ante sus ojos. Recordaba una película que había visto una vez en París, con figuras revolcándose en la hierba, manos sobando, pantalones abiertos por diligentes manos, caricias, más caricias y el placer que hacía que los cuerpos se retorcieran y ondularan; el placer que recorría la piel como si fuera agua y provocaba estremecimientos cuando la oleada se apoderaba de los vientres o las caderas de los personajes, o cuando ascendía por sus espaldas o descendía por sus piernas.
Pero se controló, con el conocimiento intuitivo que una mujer posee de los gustos del hombre al que desea. En cuanto a él, permaneció extasiado, con el sexo en erección y el cuerpo estremeciéndose débilmente, como si le recorriera el placer al recordar la boca de Marianne que se abría para entrar en contacto con el suave pene.
Al día siguiente de este episodio, Marianne repitió su actitud de exaltada adoración, su éxtasis ante la belleza de aquel sexo. De nuevo se arrodilló y oró ante aquel extraño falo que sólo reclamaba admiración. Otra vez lo lamió, haciendo llegar estremecimientos de placer al cuerpo desde el sexo; volvió a besarlo, encerrándolo entre sus labios como un maravilloso fruto, y de nuevo él tembló. Entonces, para sorpresa de Marianne, una minúscula gota de una sustancia blanca, lechosa y salada, la precursora del deseo, se disolvió en su boca, por lo que acrecentó la presión y aceleró los movimientos de la lengua.
Cuando vio que él se derretía de placer, se detuvo, intuyendo que, tal vez, si ahora se apartaba, él podría hacer algún gesto para consumar el acto. Al principio, no hizo ningún movimiento. Su sexo se estremecía y se le veía atormentado por el deseo. Pero luego, para sorpresa de Marianne, se llevó la mano al sexo, como si fuera a satisfacerse a sí mismo.
Marianne cayó en la desesperación. Apartó la mano del hombre, tomó su sexo en la boca otra vez, con sus dos manos rodeó sus órganos y le acarició y succionó hasta provocarle el orgasmo.
Él se inclinó, agradecido y tierno, y murmuró:
- Eres la primera mujer, la primera mujer, la primera mujer...

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/04/2011 a las 12:58 | Comentarios {0}


Saber leer
Dice Raúl: Lo que se llama escepticismo es una prueba de desconfianza.
Dice Raúl: Todo lo que ocurre es necesario.
Hay un propósito en vivir. No es una cuestión de dioses o héroes. Existe en la conformación del Mundo una suerte de continuidad de los asuntos. Cada vida se vive con propósito.

Propósito: ("Con; Hacer; Tener; Abandonar, Desistir, Renunciar; de"). 1. "Intención". Hecho de pensar hacer cierta cosa: "Tiene el propósito de marcharse al extranjero". 2. (en pl.) Voluntad de seguir cierta conducta, calificada de alguna manera: "Tiene buenos propósitos". 3. "Objetivo". Cosa a que se aspira. (Diccionario de uso del español. María Moliner. Ed. Gredos).

Una energía oscura (la misma que existe en el Universo conocido. Lo que a continuación escribo es pura física) impele al hombre a ocultar el dolor. El dolor se enquista. Creamos de inmediato murallas defensivas contra el dolor. Por decirlo de alguna forma: encriptamos nuestra experiencia dolorosa. Y perdemos una parte esencial de nuestra experiencia vital y con ella perdemos también muchas letras de nuestro alfabeto. Y ocurre entonces que el libro de nuestra vida se vuelve ilegible y así dejamos de conocernos.

Al dejar de conocernos -por haber perdido las claves completas de nuestro ser- fiamos nuestra existencia al albur de los acontecimientos: desde la naturaleza de nuestros padres hasta el lugar de nuestra tumba. El mundo se convierte en un ser extraordinariamente poderoso que nos golpea una y otra vez en el mismo costado (el cual siempre tenemos descubierto porque no sabemos que existe) haciendo que el dolor -de no sabemos qué- nos venga una vez y otra pero al no reconocerlo, huimos de él como en la noche un sonido imprevisto empuja nuestro cuerpo hacia atrás.

Ha de producirse el milagro -porque los milagros existen- de que un día, tras el primer impulso de huir, nos quedemos parados, aunque sea tan sólo un segundo, y enfrentemos nuestra mirada a eso que nos daña y el milagro consistirá en que ese mirar de frente al dolor nos proporcionará una de las letras que desaparecieron de nuestro libro. Y si somos conscientes de que ese movimiento voluntario de ir hacia el dolor nos ha permitido empezar a leernos, empezaremos a enfrentarnos al dolor, no con afán de héroe, sino con afán de sabio y poco a poco, sin esfuerzo alguno, las letras se irán colocando en su lugar correspondiente y un día, cualquier día, en cualquier mundo, en cualquier dimensión, seremos conscientes de que sabemos leer. Y al saber leer comprendemos. Y al comprender aceptamos nuestro propósito. Y al aceptar nuestro propósito ya no nos hace falta saber. Sencillamente lo llevamos a cabo.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/04/2011 a las 11:12 | Comentarios {0}


Carta a una desconocida (4)
Querida señorita:
Hacía tanto que no la veía. No diré que me había olvidado de usted porque sería falso sólo que, durante este tiempo sin su presencia, mi ánimo la había adormecido como hace el postrer invierno cuando intenta arrasar con su último estertor las flores de los almendros en el valle del Tíetar para con ese acto, cruel a la vista, alterar el ciclo natural de las cosas; ¡oh, sí, cruel invierno que amustia los pétalos de las flores y tiñe de blanco lo que empezaba a ser un mundo multicolor, el estallido de la vitalidad de la tierra!
Yo no la había olvidado; no había dejado de soñar con sus ojos verdes y su boca grande y su cabello oscuro y sus andares cortos y sus manos pequeñas y sus amplias caderas y su pecho justo; tampoco había dejado de imaginar nuestro primer encuentro y muchas veces había ensoñado acerca del timbre de su voz: si sería aguda como aguja de pino o grave como ola grande o tendría la rasposidad -que tanto disfruto- del terciopelo o si sería una voz rota de cantante de jazz; también pensaba en qué acento tendría: si sería la música de la gallega o el esfuerzo por ser seco de una vasca o más aún la inflexión de las vocales nuevas de una catalana o la sequedad llena de erotismo de una mujer de Valladolid o el juego de la ausencias en el acento andaluz. ¿De dónde es usted, querida? Sí, en estas soledades me entretengo en imaginar sólo que en los últimos días, al no aparecer usted por ninguna parte: ni en el tren, ni en el centro comercial, ni en la calle Mayor, ni en el mercado, ni en la iglesia, ni en el bar, ni en la Gran Vía, ni en punto alguno del parque, imaginé, sufrí, al pensar que quizás usted se había cambiado de ciudad o lo que es peor, que usted había sufrido algún tipo de accidente.
El hombre es un animal que se defiende. Para eso construimos las ciudades. Para eso construimos las morales. Para eso vallamos los cementerios y para defendernos acudimos a los dioses. Defender en mi caso ha consistido en apartarla de mi pensamiento, en luchar contra usted con toda mi cobardía, en eludirla, en descomponerla cuando aparecía en mi sueño o despertaba en mi sexo una insoportable sensación de poderío. Entonces corría hacia el agua fría y calmaba mis ansias de usted mirándome el rostro.
Esta tarde todo mi esfuerzo, toda mi defensa se ha venido abajo cuando la he visto llegar con su vestido azul y corto y su rebeca en los hombros. Llevaba los labios pintados y una sonrisa de triunfo. Me ha dado la impresión de que también llevaba con usted el regusto de un hombre en su cuerpo; un hombre al que le había entregado sus manos; un hombre que le había entregado su ser. No me he sentido triste, ni celoso, ni envidioso. Créame, se lo ruego. Contemplar la belleza de una mujer satisfecha es un milagro de la naturaleza. Y ha podido más saber que está usted bien que la decepción por ser tan cobarde y no atreverme a acercarme y rogarle que siquiera me deje oír su voz.
Sigo sosteniendo que el Destino, aliado con la Felicidad y la Fortuna, ha de ponernos un día frente a frente en condiciones de igualdad. Por eso no me tomo en cuenta cuando ayer, al estar tan cerca de usted, me subió el rubor a las mejillas y todo mis sueños -que andaban dormidos- se despertaron ante el a rebato suyo.
Hoy soy feliz. Está usted viva.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/04/2011 a las 17:59 | Comentarios {0}


Iba a invitar a Noam Chomsky en su libro Poder y terror. Reflexiones posteriores al 11/09/2001 editado por RBA. Lo curioso es que al final lo que más me llamaba la atención era una reflexión sobre por qué se dedica a la lingüística. Todo lo demás (no lo he terminado, si hay alguna reflexión que realmente me impacte la pondré) de tan conocido me aburre. No lo que dice Chomsky, intelectual al que admiro, sino de lo que habla, es decir de cómo el poder -los poderosos- utiliza el terror para sus fines.

Al mismo tiempo se me incrusta en la memoria una fotografía de una niña negra muerta tras un acto de esos que tanto gustan de fotografiar los reporteros -porque saben que esas imágenes son las que les comprarán los periódicos y las que gustan de ver los lectores (imagino que para darse cuenta de lo bien que ellos están y que mejor no moverse)-. La niña está tumbada. Sangra su cara. Esta foto fue premiada. Lo curioso es que otro fotógrafo abrió el cuadro y lo que se ve es cómo frente a la niña más de quince fotógrafos, todos de raza blanca, están haciendo la misma foto. No la voy a colocar. Ni voy a poner un link para quien la quiera ver. No me interesa la imagen. Me interesa el hecho.

Al mismo tiempo siento todo lo que me ha costado nadar hoy. Hasta el largo 44 ha sido una tortura. No encontraba la respiración. Me dolían los brazos. No acompasaba el pateo. Entonces ha ocurrido que una mujer se ha puesto a nadar a mi lado y me ha prestado su cadencia. No sé decirlo de otra manera. Sólo la veía cuando giraba para iniciar un nuevo largo. Hemos hecho los últimos 16 con el mismo ritmo. La sentía a mi lado. Sentía su presencia en el movimiento agitado del agua. Ella me ha ido acelerando y al ir más rápido, ha logrado hacerme nadar más ligero.

Recuerdo la imagen de una mujer que sonríe. Está muy hermosa. Parece que tenemos toda la vida por delante. Frente a nosotros aparece un puente colgante (creo que se llama puente atirantado); tras él llegarán unas montañas. Siento también el calor de su cuerpo. Y la destrucción también la siento. Será porque ayer vi una película en la que se trataba el tema de las separaciones (aunque no lo creo. La película era forzada y su resolución demasiado fácil. En vez de verla estuve trabajando en sus errores. Muchos. No, no fue por la película). La recuerdo a menudo. Y no sé por qué (no puedo saber por qué). El recuerdo que asoma es de baja intensidad pero constante. No me lleva a locuras ni tampoco a nostalgia. Quizá se acerque más a la saudade. Y a una sensación de oscuridad que no logra romper la clara luz que el estar a su lado me produjo muchos días.

Al mismo tiempo recuerdo la historia de Hércules que Tito Livio cuenta en su primer libro de La historia de Roma desde su fundación. Cuando -tras haber robado el rebaño de bueyes a Gerión, el monstruo de tres cabezas, el cual reinaba en Iberia, al que hubo de matar y que fue el décimo de sus trabajos- llegó hasta las orillas del Tíber y tras tan fatigoso trabajo y larguísima caminata, decidió descansar sobre la mullida hierba y dar de comer a los bueyes de tan rico pasto para que también ellos se recuperasen. Cuenta el cronista que Hércules se quedó dormido y que Caco, pastor de aquella comarca, altanero de su fuerza y seducido por la hermosura de los bueyes, decidió llevarse a los mejores de ellos y para que Hércules no supiera dónde estaban los hizo caminar de espaldas, tirando de sus rabos y los escondió en una cueva. A la mañana siguiente, Hércules descubre el robo y cae en el engaño, así es que decide continuar camino y cuando se pone en marcha, algunas reses mugen al echar de menos, como suelen, a las que faltan, y lo mugidos de respuesta de las que estaban escondidas en la cueva hacen dar la vuelta a Hércules. Caco intenta cerrarle el paso a la fuerza pero cae muerto a golpe de maza.

¿Por qué Agustín de Hipona tenía tanta inquina a la imaginación de los paganos? Sí, conozco la respuesta, pero no es menos cierto que la imaginación de Agustín era también prodigiosa.

Pienso la lentitud en las maniobras. Siento mi cuerpo renovado. Alzo mi copa de vino y brindo.

Sucesiones

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/04/2011 a las 17:25 | Comentarios {0}


Vayamos despacio. No hay nada más allá que este dulce minuto con sabor a almíbar. El cielo se mantiene azul. Y las nubes son tan caprichosas. La cuesta se sube a cada paso y se desciende con cuidado para no acelerarse demasiado. La cadencia de los tambores crea un ritmo que enaltece el ansia de vivir ese único ritmo. Las caracolas también. Y el cangrejo ermitaño que, de tan solo, a veces se siente triste. Vaivén. Pulsión. Contempla al ser que te atrae. No pasa nada si no lo alcanzas. El sueño es una forma de vida y el deseo sin ansia una realización del alma. Miremos de reojo sin intentar que sea de frente. Dejemos a los duendes en su faenar pequeño y a las hadas démosles todo la importancia que se han ganado a lo largo de los siglos. El daimon tiene alas y garras y colita y cara. Se asemeja tanto al devenir que podríamos decir de él que es el propio giro del Mundo. Admiremos la posibilidad de Universos Paralelos. Sintamos las dimensiones que no podemos alcanzar. Otorguemos a lo ínfimo la posibilidad de ser y estar en varios lugares a la vez y aplaudamos que lo observado, por el mero hecho de serlo, altera su esencia. Hay en los árboles el más antiguo idioma. Hay en los bosques la fuente de la música. Hay en el abrazo la delicadeza del amor. Reconozcamos que estamos al principio de nuestra especie. Sepamos que el tiempo es aún muy corto como para obtener resultados. La crueldad habrá de desaparecer. Reneguemos de todo aquello que se consigue con esfuerzo y tan sólo ocupémonos de lo que se disfruta, de lo que se alienta con la sonrisa en la mirada y en los labios. Respiremos el aire de la mañana. La belleza es nuestra percepción, no está fuera, inalcanzable, escasa. Las notas de la guitarra. El pizzicato del violonchelo. Dos voces que crean un mundo de polifonías. Un canto gregoriano en el clarear del día. El deshielo en el arroyo. La mano sin heridas. La preocupación de la abuela por la vida de sus nietos. El fin como inicio. El inicio como fin. Miremos los cuerpos como obras majestuosas de una energía sin tiempo ni intención. Acariciemos los vientres y atengámonos a la dicha del tacto. Existe el musgo porque el norte es una opción. Y la copa del árbol destila vino. El fuego no es tan sólo combustión. La causalidad es un espejo deformado de la realidad (o de la Realidad). Y aún así acojamos con humor tan valiosas explicaciones para vivir en un mundo lleno de secretos. Como la almohada. Como el encuentro. Ámala. Ella lo recibe. Ámale. Ya lo está sintiendo. Como la algarabía de los pájaros cada mañana en el jardín de una maternidad. Habla al bebé. Sonríele. Toma su mano. Dale de beber. Y que crezca con el arce japonés a la sombra de un sol fuerte como sus dioses. Toma de la mano a Afrodita a Ares y a Hefesto, el hermoso cojo creador de la fragua. Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles y navega por el piélago donde la tierra desaparece, fin de la placa continental. Surca velero las aguas como cielos. Déjate llevar, náufrago, por el aroma del verdor. Esmeralda. Violeta. Malva. Oro. Carbono. Cinabrio. Guiso de patatas y bonito. Paladar de tu lengua. Visos de nieve. Colchón de ave. Bandadas hacia las lagunas del sur. Y la voz de la madre. Y la voz del padre. Y la voz del aya, suave como el gorjeo de la legumbre. Reconozcamos la llamada y dejemos que la paz, en la siesta, se acalore para provocar después el orgullo de una bondad en nada provocada. Y paseemos. Y nademos. Y volemos. Y sintamos un día y otro, sin desdichas. Atentos que llega la salud. Atentos que el invierno es conservación. Atentos al oído. Atentos al verso. Y siempre despacio, despacio, despacio...

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/04/2011 a las 13:16 | Comentarios {1}


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