Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Tempestad e Ímpetu (Sturm und Drang)
La Verdad se rompe en el siglo XIX europeo. O, en Europa la Verdad se rompe en el siglo XIX. El sentido armónico, la necesidad de armonía que desde los tiempos heroicos de la Antigüedad (con mayúscula, Antigüedad, por tanto venerada) se venía buscando y que atraviesa los politeísmos y los monoteísmos se vuelve insustancial en pleno corazón angustiado de la Alemania de principios del XIX. El héroe, entonces, se vuelve héroe de su interioridad, los abismos ya no son mares tenebrosos que hay que surcar con un bajel frágil sino que el bajel es el alma y los abismos residen en el hígado o en el corazón del héroe romántico.
La Verdad es destruida, lenta y sistemáticamente, a lo largo de todo el siglo. El hombre se va volviendo más y más inhábil, se distancia del afán mecanicista de los científicos, se desliga de la Naturaleza y los pensadores se dan cuenta de que la Unidad con el Todo no es más que una construcción de cada Hombre y que esa construcción tiene (o con-tiene) unos vericuetos insondables, abismales, que Sigmund Freud intentará desvelar en vano.
Así, todas las manifestaciones artísticas van tomando forma de nombre; ésa sería la diferencia fundamental entre Mozart y Beethoven que tan sólo se llevaban 14 años de diferencia (Mozart aún se considera un artesano de composiciones; Beethoven reclama para sí el noble título de Artista hasta el punto de que cuando uno de sus mecenas muere, exige a sus herederos que le sigan sufragando y ante la negativa de éstos, los lleva ante los tribunales).
Porque la diferencia entre los artistas pre-románticos y los románticos es justamente que los unos exhiben Heroicidades Externas y los otros Heroicidades Internas que conllevan un sufrimiento intenso, una gestación dolorosa. Es como si antes del siglo XIX, las madres no hubieran tenido ese nombre común que las convierte en mujeres especiales y les otorga un poder sobre su gestación infinito (o con un ejemplo actual: los padres que pierden a sus hijos no tienen un nombre específico. Cuando los hijos escaseen, se inventará un nombre para los padres que los pierdan).
El Romanticismo alemán nos rompe la crisma, derriba altares y promesas, se libera de servidumbres y látigos, se llena de sí mismo y hace a los que a él acuden que creen vómitos de sangre propia, mundos alucinatorios, perversiones y dolor y sobre esa senda nace el hombre del siglo XXI (porque los procesos humanos son lentos, tanto casi como los procesos geológicos), desprovisto de Verdad, en la oscuridad propia del que sabe que nada es Absoluto. Por eso resultan tan anacrónicos los que aún venden prebendas de salvaciones eternas, de verdades puras, de castigos contra quienes alcen la voz ya sea contra un Mahoma, un Juan Bautista o un Buda. Y bajando a nuestras vidas cotidianas, resulta insufrible cuando alguien se otorga la razón de la Verdad y dan ganas de decirle, ¿Cuándo te bajaste del tren del pensamiento europeo? ¿En qué estación decidiste que tu verdad era la Verdad y no seguiste hasta la siguiente en donde hubieras descubierto que tu verdad no era más que el nombre de la estación donde te bajaste? Y que tras su vestíbulo no había nada, no estaba la ciudad soñada, ni lo ángeles alados, ni el manantial sonoro, ni la veleta sobre el campanario, ni el muecín entonando su letanía del final del día ¿Dónde, querido, abandonaste este estar perdido, este sucumbir al tormento de aceptar la Nada de las Verdades Puras?

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/11/2010 a las 18:23 | Comentarios {1}


Así parece ser que ocurre cuando el cansancio nos asalta, que los ojos se hacen grandes. Me lo ha dicho Violeta cuando le he comentado que tenía sueño acumulado de toda la semana levantándome temprano, más la anterior pero el cansancio no ha venido por el madrugar -me he solido acostar temprano- sino por el aburrimiento tenaz de los malos profesores.
Ser pedagogo es un arte (o cuando menos un oficio) y necesita de talento y esfuerzo. Cuando te encuentras frente a una persona que no sabe transmitir sus conocimientos, teniendo tú la obligación de aprenderlos, el tiempo pasa lento y los ojos se hacen grandes. Así he pasado las dos últimas semanas: intentando aprender unos programas informáticos para poder realizar un trabajo -que en nada me atañe, puro trabajo alimenticio- enseñados por dos pésimas profesoras ¿Qué es ser un pésimo profesor? Es no tener método, ni virtud para atrapar al alumno en tu discurso. Porque estoy convencido de que el más árido de los temas se puede impartir con el más dulce de los discursos hasta hacerlo ameno, incluso querido. Me ha ocurrido leyendo matemáticas, la más antipática, para mí, de cuantas materias mi curiosidad ha tentado. Hay un libro llamado la Música de los Números Primos de Marcus du Sautoy, editado por Acantilado, en donde narra de forma brillante, emocionante en muchas ocasiones, el misterio de los números primos, ésos que sólo pueden dividirse por sí mismos y por la unidad. Y por enlazar con pequeña broma, uno siente que está haciendo el primo (en su polisemia evidente) cuando pasan las horas (seis al día) escuchando a una cotorra que salta de una cosa a la otra sin ton ni son y al mismo tiempo te obliga a que tú sepas lo que es importante o no de lo que ella parlotea y cuando levantas la mano y le dices que si lo que acaba de decir (una evidencia para ella, una incógnita absoluta para tí) es importante, te mira furibunda y te suelta algo parecido a, ¡Ah, no voy a ser yo la que te diga lo que tienes que apuntar,de eso nada! ¡Eso lo tienes que saber tú! y sigue delirando entre segmentos de clientes, portabilidades (qué horrible palabra), aplicaciones absurdas para problemas absurdos de teléfonos móviles que más parecen en boca de la que explica Naves interestelares que aparatos de toda la vida para comunicarte con otro que no está al alcance de tú voz, y planes de precios (que siempre buscan estafar al que menos tiene y premiar al que gasta más) y de ahí, como golondrina en primavera (por hacer algo bonito lo que es puro esperpento), un salto cuántico a Alta Ko en el SVP una vez validada la línea para derivar cansinamente y por poner un ejemplo a Unigis o al Cuaderno de Servicios en Clarify 10.5 que es el programa más retrasado mental que a mis oídos se ha ofrecido. De lo que estoy convencido es que no es por el programa en sí, sino por la señora formadora que no tenía ni pajolera idea de cómo se enseña un sencillo manual. Y cuando al final te sometes a la última prueba, la que decide si te pondrás a trabajar a los pocos días y haces un examen con preguntas que nunca se contestaron y no te dan la nota y te dice que de los ocho que quedábamos cuatro han de irse porque así lo quiere el todopoderoso Cliente (una famosa compañía de telecomunicaciones) y tú eres uno de ellos (y yo también) y has de irte sin saber qué nota sacaste, ni qué criterios siguieron para la selección entonces, mientras conversas con los otros tres compañeros no seleccionados (entre ellos una mujer que sabía muy bien toda la materia. La que mejor la sabía porque llevaba trabajando años en ese sector), te arrepientes un poco de no haberles dicho, con una hermosa sonrisa, antes de abandonar el aula de tortura, Si a mí me echáis porque creéis que no sabría hacer mi trabajo, a vosotras dos os tendrían que despedir ya porque habéis demostrado que no habéis sabido hacer el vuestro.
Los ojos se hacen grandes

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/10/2010 a las 19:35 | Comentarios {1}


La Separación (Litografía) Edvard Munch
La Separación (Litografía) Edvard Munch

¡Qué poco tiene tuyo! Ni siquiera le queda la rutina. Te olvidó durante un tiempo pero la soledad hace claudicar a los hombres (esta frase la entresacó de un autor teatral llamado Fernando Loygorri del que no volvió a saber) y desde hace un tiempo te echa de menos. No sabe muy bien qué exactamente sólo que recurre a tus fotografías (pocas) y a las grabaciones que tiene junto a ti. En dos de ellas estás desnuda, en una de ellas hicisteis el amor más tarde. Echa de menos no haber grabado ese acto, para recordarlo, para refrescarlo. No recuerda el tacto de tu piel, ni tu olor. Sí, de vez en cuando, tu respiración, y un movimiento de las manos que siempre quería decir, Ven conmigo.
¡Qué poco tiene tuyo! ¿Por qué has vuelto? se pregunta mientras la tarde cae y abre el cajón y pasa, una tras otra, con cierta indolencia tus rostros, tus trajes, tus miradas, un verano en el Norte, un ausencia muy larga porque tan sólo se ve de ti el aire de tu pelo y al fondo un lago con piraguas en el embarcadero.
¡Qué poco tiene tuyo! La brisa -recuerda ahora- será siempre tu espíritu. Cada vez que el aire se convierta en brisa, el mundo se convertirá en ti. Así será. Te lo dijo una tarde, bajo la luz de la luna tempranera, en la habitación que fue vuestra, en la casa que fue vuestra. Y entonces cuando recuerda la frase, se llena de vergüenza y quisiera no haber vivido nunca contigo, para no recordarte tanto, para no tener nada tuyo que sería mucho mejor que tener tan poco.
Ahora tiene que hacer el esfuerzo de olvidarte porque si no no podrá dormir. Dará vueltas en la cama que ahora es grande (no es la cama vuestra, en la cama vuestra sigues durmiendo tú) y sobre el lado vacío se recuesta tu fantasma y es desolador para él no poder tocarte, no poder llegar a ti; cuando te recuerda en la noche, sin darse cuenta, se acurruca más que de costumbre y suspira un poco, casi con miedo, y cierra los ojos y se queda despierto y cuando siente que a su lado se mueve un aire, debe levantarse y encender un cigarrillo (si tuviera drogas, se haría un porro pero tuvo que dejar de drogarse para no sentir más lo poco que tiene tuyo).
También sabe que pasará. Lo achaca a un ciclo de la luna, a una constelación maliciosa, a una falta de vitamina B-12, a un salto espacio-temporal de algunas de sus neuronas, a la magia de la memoria, a la ausencia de otra mujer, a la soledad, claro, a la edad de no estar solo, al placer de sufrir un poco.
¡Qué poco tiene tuyo! vuelve a pensar y se gira para contemplar el fin del día y sabe que aún tiene tu teléfono y que podría llamarte. También sabe que no lo hará y que aguantará un día más porque todo terminó y lo que siente es la cicatriz, no la herida, ni siquiera el accidente de haberte conocido y de que tú, enamoradamente, correspondieras y que juntos fuerais por primera vez a algún sitio y acabarais con las manos enlazadas mientras caminabais por una calle de la ciudad y era ya la noche y ambos sabíais que esa noche no os iríais juntos pero también que no tardaríais mucho en hacerlo. Y así fue como también ocurrió el día del otro paseo en el que ambos os disteis cuenta de que ya no erais amantes y había que tomar la decisión de separarse. Y así lo hicisteis.
¡Oh -se lamenta- qué poco tiene tuyo! Esa poquedad le empuja a darse un baño de agua caliente o a salir a por cervezas o a asomarse al patio donde quizás unos niños peguen patadas a un balón o a barrer la casa o a silenciar la música, no, silenciar la música no, o a lavarse las manos o a esperar a que llegue la hora de las noticias en la televisión y al mismo tiempo, se dice, ha de aguantar el chaparrón de lo poco tuyo que tiene; se dice que la valentía consiste en enfrentarse a los hechos y duda sobre si lo que hace es valentía o es temeridad porque no sabe si lo podrá aguantar, porque quiere gritar, salir corriendo hacia tu casa, llamar al timbre, esperar a que abras y tras la verja declararse como nunca lo hizo, ahora que ya es inútil porque ya le conoces y porque le conoces no le quieres y porque no le quieres, tiene tan poco de ti, tan poco.
Al final se rendirá -él lo sabe- y se dejará llevar por una tarde de verano cuando se contemplaron durante horas y se recorrieron y se adormecieron y se miraron con la intensidad propia del gozo y sudaron y rieron y se abrazaron largo, muy largo mientras el mirlo cantaba el amor que contemplaba y la encina impedía que sus hojas cayeran y la tarde los arropaba y él, al oído, con una mano en su pecho y la otra en la cadera, susurraba en su oreja, linda como el cabo de una isla, La brisa será siempre tu espíritu.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/10/2010 a las 18:34 | Comentarios {0}


A mí Montaigne me enseñó a disfrutar del pensamiento y de la libertad de pensar. Me enseñó el término exacto de la palabra librepensador siendo él un hombre anterior a ese término; a mí Montaigne me ha hecho llorar de risa y llorar de llanto; ha provocado un abismarme en mí y un contemplar los otros y lo otro con mi propia libertad; a mí Montaigne me ha obligado a desdecirme y a maldecir y me ha llevado a elevarme y detenerme largo tiempo en una reflexión. Para mí Montaigne como Krishnamurti o Juan de Mairena son maestros de la filosofía moral porque los tres parten de un principio devastador: Piense usted por sí mismo y déjese de maestros. Gracias, anti-maestros.

Extracto del Capítulo XXV Del Magisterio de Ensayos
Guardamos las ideas y el saber de otros y nada más. Es menester hacerlos nuestros. Harto nos parecemos a aquél que, teniendo necesidad de fuego se fue a buscarlo a casa del vecino y hallando allí uno grande y hermoso, quedóse allí calentándose sin acordarse ya de llevar un poco para su casa ¿De qué nos sirve tener la panza llena de carne si no la digerimos? ¿Si no se transforma en nosotros? ¿Si no nos aumenta ni fortalece? ¿Pensamos acaso que Lúculo a quien las letras formaron e hicieron capitán tan grande sin la ayuda de la experiencia, usase de ellas como nosotros?
Tanto nos apoyamos en los brazos de los demás que anulamos nuestras fuerzas ¿Que quiero armarme contra el miedo a la muerte? Hágolo a expensas de Séneca ¿Que quiero tener consuelo para mí u otro? Tómolo de Cicerón. Tomaríalo de mí mismo si me hubieran enseñado a ello. Nada me gusta esta inteligencia relativa y mendigada.
Aun cuando pudiéramos ser sabios con el saber de los demás, al menos prudentes, sólo podemos serlo con nuestra prudencia.
Traducción de Almudena Montojo

El fin de semana con la ayuda inestimable de Raúl, creamos el rincón de la escritura en mi casa nueva. Una casa que espero poder mantener durante muchos años. Hace un mes con Tere y César creamos el ambiente general. Junto a la mesa he colocado una estantería donde he puesto mis libros más amados. Se encuentra a mi lado izquierdo y no evito girar la silla y quedarme contemplando tanta belleza, tanto conocimiento, tanta ironía contenidas en ese invento extraño y peculiar -tan extraño y peculiar como lo fue la invención del castigo- como es el libro. Entre ellos, claro, se encuentra Ensayos de Montaigne al que siempre imagino en su castillo, rodeado de velas y antiguos libros, hurgando citas, relacionando temas y mirando de hito en hito, a través de una ventana estrecha, el fuego de las estrellas.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/10/2010 a las 20:29 | Comentarios {1}


Viento
En
Los
Alamos
Durante
Una
Ráfaga
Amatoria

Temo
Intentar
Rebatir
A
Mis
Infiernos
Sus
Usos

Brillante
Infula
Brama
Loores
Inflama
Oriundas
Tonalidades
Estados
Como
Ofreces
Niñas
O
Muestras
Inquietantes
Alelíes

Padre
Un
Búho
Escucha
Ranas
Tantas
Ardorosas
Desalmadas

Mañana
Aliviaremos
Nervios
Uteros
Terminales
En
Naves
Cerradas
Incluso
Osos
Nacerán

Más
Interno
Sobre
Cielos
En
Lugares
Antiguos
No
Empieces
Ahora

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/10/2010 a las 18:06 | Comentarios {0}


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