Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Fotografías en color sepia. Son importantes. Alguien las quiere.

Primer plano de unos pies.

En el giro, en mitad de la madrugada, se colocan de frente La Luna, Las Estrellas, La Tierra, La Fecundación, La Vida, La Muerte, La Comida, La Defecación, La Respiración, La Sangre, La Naturaleza, Las Letras y Las Cifras.

Hay una clave: hay que romper las defensas (o no hay que fiarse de ellas).

Cuando se dice con nombres y apellidos las causas de las tragedias, queda en el aire un regusto de lucha, de enfrentarse, de levantar alardes, de lanzarse contra ellos.

Urdir el argumento sin caer en el tópico.

Seguir adelante.

No me dejaré seducir por los alambres de espinos y si los tanques me atacan por el flanco fiaré al bosque la defensa.

¡Ah, sí: el dictador Duvalier ha vuelto a Haití! Tras él una muchacha sonríe.

Imagina al soldado -reclutado como en las antiguas levas cuando los señores feudales mandaban a sus esbirros casa por casa, granja por granja, y se llevaban, a rastras si era preciso, a los varones en edad de morir- en la trinchera, en pleno invierno, cubierto de frío (el frío del miedo, el frío del ambiente, el frío de su pensamiento).

Lejos, en un búnker, con escuadra, cartabón y compás los jefes preven los movimientos de las tropas sobre un mapa.

El mapa no es el territorio.

¿Es necesario que una niña de doce años conozca la crueldad de su especie?

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/01/2011 a las 09:53 | Comentarios {0}


Xoan Cejudo
Xoan Cejudo
Hace muchos, muchos años, caminábamos muy borrachos Juan Cejudo y yo por las calles de Madrid. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. En un momento yo cogí la mano de Juan y se la besé y mientras lloraba, le daba las gracias por haber sido mi maestro. Juan, indignado, quitó la mano y exclamó, Nunca beses la mano de un hombre. No seas gilipollas. Venga, suénate esos mocos.
Juan Cejudo es un actor maravilloso y un pedagogo a la altura de Gianni Rodari. Nos conocimos gracias a mi primera mujer, Naya González, actriz y gran persona. Cuando nos fuimos a vivir juntos ella tenía veintiocho años y yo veintitrés. Al poco conocí a Juan -que era muy amigo de Naya- y junto a él y al director y titiritero Luis Carreño comencé a escribir mi primera obra de teatro larga. Se llamaba Me persigue un misil. Los protagonistas eran Naya y Juan. Aquello acabó como el rosario de la aurora pero Juan y yo continuamos con nuestra amistad. Al poco tiempo se me ocurrió mi primer programa de radio y conseguí gracias a Miguel Gato -y a Naya que era su amiga y fue quien me lo presentó- que en aquellos momentos era director de la recién inaugurada Onda Madrid, hacer el programa piloto.
La tarde anterior llamé a Juan por si me echaba una mano en los últimos retoques al guión. El programa se llama Sinalámbrico y consistía en dramatizar la historia de la radio en España desde el año 1924 hasta nuestros días. Para ello había pensado en contar con actores, efectos de sonido y música. Porque la idea era que el programa fuera una recreación, en directo, de todos aquellos años. Juan vino, lo leyó, me miró y me dijo: La idea es muy interesante pero la forma en que lo cuentas es un puto coñazo. Yo me quedé desolado y Juan, tras una pausa bien dramática, continuó: ¿Te apetece aprender a jugar? Y entonces me di cuenta de que yo no había jugado en mi vida y le respondí que sí, que cómo no iba a querer aprender. Juan y yo estuvimos hasta la siete de la mañana rehaciendo el guión y aquellas 12 horas fueron para mí la mayor lección que me han dado jamás y no tanto por lo que aprendí sino por la generosidad de quien me abrió ese mundo. Nada se quedó para sí. Todo me lo dio. Hicimos el programa piloto sin haber dormido (él y Naya trabajaron como actores) y un mes después empezamos a emitirlo por Onda Madrid. Llegamos hasta el año 1934.
No he vuelto a tener maestro más generoso, más hermoso, más maestro. Gracias, Juan (sin besarte la mano), te recuerdo siempre y te agradezco siempre tu sabiduría.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/01/2011 a las 13:27 | Comentarios {0}


Isaac Alexander me envía esta carta. Considera que yo sabré qué hacer con ella. Por respeto a su destinataria, he borrado su nombre y paso a publicarla. Espero, Isaac, haber acertado.


¡Oh, tú, que anduviste a mi vera durante aquellos años! ¡Oh, tú, que dejaste junto a mí un rosario de ilusiones y un cenotafio de penas! A ti te escribo, descamisado como gitano en día de bodas, para plantearte una dura querella si tienes a bien aceptarla. No te la diré de inmediato. Quizá ni tan siquiera la esboce, ni la escriba; quizás escoja un camino intermedio por donde se intuyan las reglas.
Crisálida. Transformada. Distinta. Devoradora de conocimientos. Ignorante. Sátrapa. Sosias. Sosa. Cáustica. Ácida. Mordaz. Desenvuelta.
Así, adjetivamente, puedo describirte porque tantos adjetivos convierten lo calificado en nada. Nada es lo que te diré y así te lo diré todo.
¿Cómo se puede ser justo desde el desengaño?
¿Cómo se puede alcanzar la cornisa de la catedral si no se dispone cuando menos de una cuerda?
¿Cuántas veces badajo ajeno golpeó campana?
Ya no puedo caminar con mi perro, ni pedir Salfumán en la droguería; las gentes me miran como aquel enfermo infeccioso que va dejando su carne mientras se arrastra por el pavés, ¿ves? El cielo se ha levantado azul y podríamos haber retozado en la cama justo antes del café, nosotros que no estamos sujetos a horarios y cuya rutina hemos de inventarla cada nuevo día.
¿Vas entresacando de aquí y de allá las reglas de la taxonomía?
Cuando oigo de hablar de ti; cuando me fijo en la luz del faro de un coche, en una carretera, una noche de marzo y pienso que ese faro pertenece a tu automóvil y giro en redondo y lo persigo hasta la gasolinera donde para a repostar y me doy cuenta de que es otra la marca y que quien conduce es un señor altísimo de edad indefinida, entonces respiro tranquilo y lloro como un niño y como tal me prohibo conducir y paso la noche aparcado en la gasolinera, sin atreverme a ir a casa por si la policía me detiene y con justa ley me mete en un calabozo de donde tan sólo saldré si alguien paga la fianza.
Fié en nosotros la última ribera.
Esbocé en sueño la bondad primera del fin.
Imaginé una y mil veces mi agonía (en la habitación, con gran alegría, tú y los deudos y sus acompañantes proferíais grandes risotadas y miradas compasivas para hacerme más dulce el tránsito).
Deambulé entre sentirme moral o ser un desaprensivo.
Y cuando caí de nuevo en la vida sin ti, tuve que volver a inventarme entero y no lo conseguí. A pedazos soy.
Y ahora vuelve hacia atrás, descubre la querella y el juzgado donde será resuelta. Yo te estaré esperando con la camisa rota, al aire el pecho, dispuesto a la trágica muerte por pulmonía.
Por cierto, si vienes, tráeme un buchito de brandy.

Siempre tuyo,
Isaac Alexander

Narrativa

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/01/2011 a las 11:58 | Comentarios {0}


Juan de Mairena
Sentencias, Donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo.
Antonio Machado
Espasa-Calpe, Madrid, 1936


Se dice que no hay regla sin excepción. ¿Es esto cierto? Yo no me atrevería a asegurarlo. En todo caso, si esta afirmación contiene verdad, sería una verdad de hecho, que no satisface plenamente a la razón. Toda excepción –se añade- confirma la regla. Esto no parece tan obvio, y es, sin embargo, más aceptable lógicamente. Porque si toda excepción lo es de una regla, donde hay excepción hay regla, y quien piensa la excepción piensa la regla. Esto es ya una verdad de razón, es decir, de Pero Grullo, mera tautología, que nada nos enseña. No podemos conformarnos con ella. Sutilicemos, añadamos algo que no se le pueda ocurrir a Pero Grullo.

1.ª Si toda excepción confirma la regla, una regla sin excepción sería una regla sin confirmar, de ningún modo una no-regla.
2.ª Una regla con excepciones, será siempre más firme que una regla sin excepciones, a la cual faltaría la excepción que la confirmase.
3.ª Tanto más regla será una regla cuanto más abundante en excepciones.
4.ª La regla ideal sólo contendría excepciones.

Continuar por razonamientos encadenados, hasta alcanzar el ápice o el vórtice de vuestro ingenio. Y cuando os hiervan los sesos, etcétera, etcétera.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/01/2011 a las 21:05 | Comentarios {2}


Cuaderno amarillo (1984-1988).
Manuscrito del fragmento de un cuento escrito en octubre de 1988.


Composición 2

Composición

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/01/2011 a las 18:56 | Comentarios {0}


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