Tercer apócrifo atribuido a Isaac Alexander
						 Tratados, someramente, el aburrimiento y la belleza quisiera lanzarme ahora también con brevedad y sin demasiadas alharacas a discernir si tiene sentido llamar cuadernos de bitácora a lo que en este ciberespacio toma el nombre de Blog.
					 
Antiguamente la bitácora era una especie de armario, fijo a la cubierta e inmediato al timón, en que se ponía la aguja de marear. Es decir era el habitáculo de la brújula. El cuaderno de bitácora, por lo tanto guarda en sí mismo (el término digo) una pequeña contradicción pues escrito en la especie a la que pertenece (tomando como género el término bitácora) se podría decir cuaderno del armario (siendo armario la especie del género bitácora) y no cuaderno de lo que el armario contiene que en este caso sería la aguja de marear. Sirva esta digresión para definir también el cuaderno de bitácora que es libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación.
Visto así me parece en exceso metafórico el llamar a un blog cuaderno de bitácora sobre todo por una cuestión que no me parece en absoluto baladí: rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes ¿de qué navegación? ¿De la navegación por la vida, de la navegación por este mar de 0 y 1? Podría imaginar por supuesto un sentido figurado a cuaderno de bitácora y decidir que será de los avatares (en este término reúno a los que se refiere la definición) del tema que el bloguero decida tratar pero esta decisión convertiría el género en especie y me parece que eso sería peligroso para el natural deseo que los humanos tenemos de clasificarlo todo bien clasificado y que de ninguna manera el caballo se pueda colocar por cima del mamífero (pongo por caso).
Así pues -y sin negarme por supuesto a la polémica- no equipararía los términos cuaderno de bitácora y blog sino que los colocaría como géneros distintos de la especie cuadernos como decir, para que se me entienda sin dudas razonables, que caballo y vaca son géneros distintos de la especie mamíferos.
				 Antiguamente la bitácora era una especie de armario, fijo a la cubierta e inmediato al timón, en que se ponía la aguja de marear. Es decir era el habitáculo de la brújula. El cuaderno de bitácora, por lo tanto guarda en sí mismo (el término digo) una pequeña contradicción pues escrito en la especie a la que pertenece (tomando como género el término bitácora) se podría decir cuaderno del armario (siendo armario la especie del género bitácora) y no cuaderno de lo que el armario contiene que en este caso sería la aguja de marear. Sirva esta digresión para definir también el cuaderno de bitácora que es libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación.
Visto así me parece en exceso metafórico el llamar a un blog cuaderno de bitácora sobre todo por una cuestión que no me parece en absoluto baladí: rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes ¿de qué navegación? ¿De la navegación por la vida, de la navegación por este mar de 0 y 1? Podría imaginar por supuesto un sentido figurado a cuaderno de bitácora y decidir que será de los avatares (en este término reúno a los que se refiere la definición) del tema que el bloguero decida tratar pero esta decisión convertiría el género en especie y me parece que eso sería peligroso para el natural deseo que los humanos tenemos de clasificarlo todo bien clasificado y que de ninguna manera el caballo se pueda colocar por cima del mamífero (pongo por caso).
Así pues -y sin negarme por supuesto a la polémica- no equipararía los términos cuaderno de bitácora y blog sino que los colocaría como géneros distintos de la especie cuadernos como decir, para que se me entienda sin dudas razonables, que caballo y vaca son géneros distintos de la especie mamíferos.
						 Oía la voz y seguía esa voz. A lo lejos el viento (o cuando menos el movimiento del aire o menos aún cierta ondulación de partículas u ondas) transmitía la melodía, tan melancólica, del Impromptu de Schubert. Oía, decimos, la voz de Cristeta que animaba, dicho sea de paso sin demasiada efectividad,  a Milos para que alcanzara la cima del risco con estas o semejantes palabras, Ánimos, micer Isaac (sólo recordar que Milos se hizo llamar a sí mismo Isaac por no sabemos qué extraño capricho de sus cuerdas vocales pues podemos asegurar que él quiso decir su verdadero nombre cuando ella le preguntó o él se presentó ya no lo recuerda, y surgió decirle, Me llamo Isaac Alexander. Y es más que a continuación él podría haber dicho, Lo siento, Cristeta, en realidad me llamo Milos Amós pero mis cuerdas vocales han pronunciado este nombre que no sé de dónde ha venido ni a dónde llevará. Desde entonces buscaba Milos la ocasión de confesarle a Cristeta su verdadero nombre y apellido y cada vez que lo iba a hacer se le hacía un nudo en la garganta y surgía entonces de él, tras tragar una larga saliva, frases llenas de una incoherencia algo infantil lo que permitía suponer a Cristeta que Isaac no estaba del todo en sus cabales) que tan sólo restan dos peñas, algo resbaladizas eso sí, y habremos llegados a la cima de esta serranía y así podrá usted disfrutar de una vista como nunca ha imaginado. Esta arenga fastidiaba a Milos por deducir Cristeta, sin conocerle de nada, que su imaginación no podía imaginar una vista inimaginable ¿Quién podía entrar en la imaginación de nadie? se preguntaba mientras se agarraba con fuerza a un exquisito saledizo de una roca se diría bruñida por un experto alfarero y temía que si no superaba ese escollo caería a un vacío del que ni se atrevía a calcular los metros. Tan sólo sabía que dejaría los sesos esparcidos por el cauce del río seco que era el pie de aquella montaña. Haciendo un esfuerzo superó la roca y cuando tomaba aire -un aire purísimo que dolía en los pulmones- escuchó de nuevo a la cenobita salmodiar unos versos del Cantar de los Cantares, Cazadnos las raposas,/ las raposillas que devastan las viñas,/ porque nuestras viñas están en flor./ Mi amado es mío, / y yo soy suya;/ él apacienta entre azucenas./ Mientras sopla la brisa,/ y se alargan las sombras,/ ¡Vuélvete, amado mío!/ ¡Aseméjate al gamo,/ o al cervatillo,/ sobre los montes escarpados! Esos versos escuchados con las manos  cubiertas de desolladuras, con el sudor del esfuerzo, con el temor a la caída si bien no aligeraron su miedo sí le dieron un empuje y se oyó a sí mismo mientras atacaba el último escollo responder, Paloma mía,/ que anidas en las grietas de la peña,/ en los escondrijos de los muros escarpados,/ hazme ver tu rostro,/ déjame oír tu voz;/ porque tu voz es dulce/ y tu rostro es encantador. Milos Amós superó la última roca y, en efecto, ante él se desplegó por vez primera una vista que jamás hubiera imaginado: era el cuerpo desnudo de Cristeta sobre un lecho de musgo fresco, a su alrededor florecían siemprevivas, blancas y pequeñas,  tras ella una fuente  y más allá el horizonte de un mar lejanísimo. Ella dijo, La fuente del jardín/ es pozo de aguas vivas y él respondió, Ábreme, hermana mía, amiga mía/ paloma mía, perfecta mía.
					 
				 Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2009 a las 12:44 | {0}
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						 Han sido tres meses desde que nació este Inventario. Y desde el principio habéis estado vosotros. Sin vosotros me hubiera ido amohinando como las hojas del árbol cuando el otoño avanza y saben que deben caer y al final una simple ráfaga de viento da con ellas en el suelo. 
Hoy tengo el corazón desacompasado. No marca un ritmo uniforme sino que lo siento en mi pecho, me avisa de que está ahí, dispuesto a no sé qué. No espero un infarto de miocardio, ni una parada cardiorrespiratoria, no espero la muerte ni la enfermedad, tan sólo es el corazón que ansía un soplo de esperanza. Mi corazón espera lo que yo no espero cumpliéndose así ese pensamiento de Fernando Pessoa que dice si el corazón pudiese pensar se pararía. Le dejo entonces, porque me anima a seguir, a seguir cabalgando por esta Tierra, en este universo, instalados en un gran océano de nada aparente. He de hacerle caso porque me obliga a respirar hondo cada poco tiempo como si me dijera, Vamos, amigo, no pares, no desfallezcas, todo es luz y color (como escribí hace mucho tiempo en una obra de teatro). Aunque yo hoy, sinceramente, no vea sino un día gris (de un gris hermoso), rodeado de silencio, a solas con mis miedos que son muchos y poderosos y con tan sólo mi corazón luchando contra ellos.
Mi corazón y vosotros.
				 Hoy tengo el corazón desacompasado. No marca un ritmo uniforme sino que lo siento en mi pecho, me avisa de que está ahí, dispuesto a no sé qué. No espero un infarto de miocardio, ni una parada cardiorrespiratoria, no espero la muerte ni la enfermedad, tan sólo es el corazón que ansía un soplo de esperanza. Mi corazón espera lo que yo no espero cumpliéndose así ese pensamiento de Fernando Pessoa que dice si el corazón pudiese pensar se pararía. Le dejo entonces, porque me anima a seguir, a seguir cabalgando por esta Tierra, en este universo, instalados en un gran océano de nada aparente. He de hacerle caso porque me obliga a respirar hondo cada poco tiempo como si me dijera, Vamos, amigo, no pares, no desfallezcas, todo es luz y color (como escribí hace mucho tiempo en una obra de teatro). Aunque yo hoy, sinceramente, no vea sino un día gris (de un gris hermoso), rodeado de silencio, a solas con mis miedos que son muchos y poderosos y con tan sólo mi corazón luchando contra ellos.
Mi corazón y vosotros.
Diario
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/12/2008 a las 13:10 | {0}
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						 El cenobita era una mujer. Milos Amós se presentó, curiosamente para él, con otro nombre, se hizo llamar Isaac Alexander. El nombre le salió de la garganta sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Ella sin quitarse la capucha que cubría todo su rostro respondió, Mi nombre es Cristeta, si le parece a la hora de la cena nos volveremos a ver. Y la cenobita desapareció en el cenobio dejando a Milos Amós con dos dudas: ¿a qué hora se cenaba?, ¿quién haría la cena? Porque como hombre moderno Milos sabía que las obligaciones del hogar podían tener belleza y más desde que un amigo le había leído unas líneas sobre la poética del espacio y él se había asido a ellas para disfrutar quitando el polvo... cuando quitaba el polvo, cuando tenía una casa, cuando tenía una familia y vivía en una ciudad. Quiso quitarse esos recuerdos (que en en realidad no eran tales porque no recordaba ni los lugares de donde quitaba el polvo, ni la casa que los habitaba, ni la familia a la que perteneció ni la ciudad donde vivió. Sólo recordaba los hechos pero no las circunstancias de los mismos) y cuando se dio cuenta de que no los eran volvió a las dudas y se encontró como perdido hasta que oyó la voz de la cenobita que le avisaba que la cena estaba lista y Milos se oyó gritando, ¿Dónde está el refectorio? (dijo refectorio en honor a Cristeta y al cenobio) y la respuesta le vino de seguido, Siga todo el pasillo hasta el fondo y luego gire a su derecha. Así lo hizo Milos.
					 
El refectorio estaba iluminado tan sólo con dos cabos de vela. En una tosca mesa de piedra había cuatro cuencos, dos vasos y una jarra de agua. La cena se componía de arroz y verduras. Cuando llegó Milos, Cristeta no estaba. Cuando apareció la cenobita, Milos se dijo, ¡Maldita sea! Cristeta no llevaba la capucha y su rostro, al mostrarse en la luz, era de tal belleza que Milos quiso huir y arrancarse los ojos. También había cambiado su hábito y ahora vestía uno más ceñido y dicho ceñimiento mostraba unas formas que, sin razón aparente, encendió de golpe todos los impulsos sensuales de Milos Amós ¿Es esto obra del infierno? se dijo para sí ¡Maldita sea!, se repitió. Cene, Isaac, cene, le dijo Cristeta y Milos, hipnotizado, cenó.
				 El refectorio estaba iluminado tan sólo con dos cabos de vela. En una tosca mesa de piedra había cuatro cuencos, dos vasos y una jarra de agua. La cena se componía de arroz y verduras. Cuando llegó Milos, Cristeta no estaba. Cuando apareció la cenobita, Milos se dijo, ¡Maldita sea! Cristeta no llevaba la capucha y su rostro, al mostrarse en la luz, era de tal belleza que Milos quiso huir y arrancarse los ojos. También había cambiado su hábito y ahora vestía uno más ceñido y dicho ceñimiento mostraba unas formas que, sin razón aparente, encendió de golpe todos los impulsos sensuales de Milos Amós ¿Es esto obra del infierno? se dijo para sí ¡Maldita sea!, se repitió. Cene, Isaac, cene, le dijo Cristeta y Milos, hipnotizado, cenó.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/12/2008 a las 16:41 | {0}
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						 En estos días 
una canción de Neil Young
habla de un muchacho que pesca,
de un avión que pasa.
Quizás hable también de una estela.
   
En estos días
el lago está de tan azul frío,
sobre él se desliza
callada una piragua.
Quizás al anochecer sea más rojo.
   
En estos días
el alboroto es más sutil,
se diría absorto en sí mismo
o al acecho.
Quizá se palpa lo hondo de sus hígados.
   
En estos días
el mirlo picotea el jardín,
las urracas concilian en las antenas,
un gusano huye de su fin.
Quizá mañana todo vuelva, sí.
  
					 
				 una canción de Neil Young
habla de un muchacho que pesca,
de un avión que pasa.
Quizás hable también de una estela.
En estos días
el lago está de tan azul frío,
sobre él se desliza
callada una piragua.
Quizás al anochecer sea más rojo.
En estos días
el alboroto es más sutil,
se diría absorto en sí mismo
o al acecho.
Quizá se palpa lo hondo de sus hígados.
En estos días
el mirlo picotea el jardín,
las urracas concilian en las antenas,
un gusano huye de su fin.
Quizá mañana todo vuelva, sí.
Poesía
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2008 a las 18:59 | {0}
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Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/01/2009 a las 18:06 |