Oía la voz y seguía esa voz. A lo lejos el viento (o cuando menos el movimiento del aire o menos aún cierta ondulación de partículas u ondas) transmitía la melodía, tan melancólica, del Impromptu de Schubert. Oía, decimos, la voz de Cristeta que animaba, dicho sea de paso sin demasiada efectividad, a Milos para que alcanzara la cima del risco con estas o semejantes palabras, Ánimos, micer Isaac (sólo recordar que Milos se hizo llamar a sí mismo Isaac por no sabemos qué extraño capricho de sus cuerdas vocales pues podemos asegurar que él quiso decir su verdadero nombre cuando ella le preguntó o él se presentó ya no lo recuerda, y surgió decirle, Me llamo Isaac Alexander. Y es más que a continuación él podría haber dicho, Lo siento, Cristeta, en realidad me llamo Milos Amós pero mis cuerdas vocales han pronunciado este nombre que no sé de dónde ha venido ni a dónde llevará. Desde entonces buscaba Milos la ocasión de confesarle a Cristeta su verdadero nombre y apellido y cada vez que lo iba a hacer se le hacía un nudo en la garganta y surgía entonces de él, tras tragar una larga saliva, frases llenas de una incoherencia algo infantil lo que permitía suponer a Cristeta que Isaac no estaba del todo en sus cabales) que tan sólo restan dos peñas, algo resbaladizas eso sí, y habremos llegados a la cima de esta serranía y así podrá usted disfrutar de una vista como nunca ha imaginado. Esta arenga fastidiaba a Milos por deducir Cristeta, sin conocerle de nada, que su imaginación no podía imaginar una vista inimaginable ¿Quién podía entrar en la imaginación de nadie? se preguntaba mientras se agarraba con fuerza a un exquisito saledizo de una roca se diría bruñida por un experto alfarero y temía que si no superaba ese escollo caería a un vacío del que ni se atrevía a calcular los metros. Tan sólo sabía que dejaría los sesos esparcidos por el cauce del río seco que era el pie de aquella montaña. Haciendo un esfuerzo superó la roca y cuando tomaba aire -un aire purísimo que dolía en los pulmones- escuchó de nuevo a la cenobita salmodiar unos versos del Cantar de los Cantares, Cazadnos las raposas,/ las raposillas que devastan las viñas,/ porque nuestras viñas están en flor./ Mi amado es mío, / y yo soy suya;/ él apacienta entre azucenas./ Mientras sopla la brisa,/ y se alargan las sombras,/ ¡Vuélvete, amado mío!/ ¡Aseméjate al gamo,/ o al cervatillo,/ sobre los montes escarpados! Esos versos escuchados con las manos cubiertas de desolladuras, con el sudor del esfuerzo, con el temor a la caída si bien no aligeraron su miedo sí le dieron un empuje y se oyó a sí mismo mientras atacaba el último escollo responder, Paloma mía,/ que anidas en las grietas de la peña,/ en los escondrijos de los muros escarpados,/ hazme ver tu rostro,/ déjame oír tu voz;/ porque tu voz es dulce/ y tu rostro es encantador. Milos Amós superó la última roca y, en efecto, ante él se desplegó por vez primera una vista que jamás hubiera imaginado: era el cuerpo desnudo de Cristeta sobre un lecho de musgo fresco, a su alrededor florecían siemprevivas, blancas y pequeñas, tras ella una fuente y más allá el horizonte de un mar lejanísimo. Ella dijo, La fuente del jardín/ es pozo de aguas vivas y él respondió, Ábreme, hermana mía, amiga mía/ paloma mía, perfecta mía.
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Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2009 a las 12:44 | {0}