Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Ottla y Franz Kafka 1914
Ottla y Franz Kafka 1914


 
02_kafka_t_ii_parte_ii_cap_7_el_alquimista.mp3 02 Kafka T II Parte II cap 7 El Alquimista.mp3  (12.25 Mb)

Sonidos

Tags : Lecturas en alta voz Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/08/2025 a las 19:30 | Comentarios {0}


Orfeo encantando a los animales. Mosaico romano
Orfeo encantando a los animales. Mosaico romano

Inicio esta nueva sección sonora, Lecturas en alta voz, cuando agosto entra y el verano se va a poner a quemar.

 
01_poema_xiii_ii_parte_de_los_sonetos_a_orfeo_de_rilke.mp3 01 Poema XIII II parte de Los sonetos a Orfeo de Rilke.mp3  (4.56 Mb)

Sonidos

Tags : Lecturas en alta voz Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/08/2025 a las 00:50 | Comentarios {0}


Apólogo de un hombre a punto de olvidar



Sería quedarse dormido. Oler tan sólo la tierra. Permanecer con los ojos cerrados. Hay líquenes cerca. También hay ratones. No hablar. No emitir sonido alguno. Intentarlo al menos. Con relajación. El esfuerzo hay que dejarlo lejos, donde se almacenan el miedo, la ansiedad o las fobias a no ser, sí, a no ser, que todo se cree cada vez; que, en realidad, no haya memorias de dolor y que sea ése el motivo por el lo tememos tanto; que cada vez se cree la conciencia de ansia, que nazca cada vez que la sentimos, que no sepamos a ciencia cierta a dónde nos lleva... si nos lleva; que suframos la fobia cada vez como sufrimos aquella primera en la que nos sentimos solos en el mundo. Hay un temor a la represalia. Hay un reconocimiento del miedo. La edad te va dejando sin temeridad. Quedarse dormido, escribía. Oler tan sólo a tierra. No mirar. No emitir. Conjurarse con uno mismo hasta el delirio de un San Antonio; conjurarse con la belleza de no ofender; conjurarse con los manos cruzadas sobre el pecho, bajo el peso de la luna, una noche en la que al final refrescó. 
Sería llegar a la sabiduría. Abrir los ojos sólo entonces. Mirar. Poder transmitir en la mirada la vacuidad del mirar de las vacas, la pura ausencia de emoción, la inexistencia del juicio. Mirar tan sólo. Se realzaría mucho el encuentro si se diera bajo un cielo vestido de nubes sobre las que choca, irregular, la luz. Mirar. No oler. No hablar. No palpar. No degustar. Quizá más tarde, en otra era, hechos piedra.
Hacia allá camina, a solas dentro de su mente. No se va haciendo pequeño aunque se aleje...
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/07/2025 a las 17:11 | Comentarios {0}


ISRAEL ES UN ESTADO FASCISTA, PIRATA Y TERRORISTA

BOICOT ISRAEL



Lo mascullaba. Sentada junto a la ventana que da a la calle lateral. Lo solía hacer por la tarde. Arrastraba una silla. Por supuesto al principio -recién llegada- intentaron impedírselo. No sabíamos muy bien por qué a la dirección de la Residencia no le gustaba que los residentes arrastráramos sillas junto a las ventanas. Ella consiguió que la dejaran a base de empeño. Las primeras veces -decíamos- intentaron que desistiera. Le quitaban la silla. La cogían por el brazo y la intentaban desviar de su destino pero ella se resistía oponiendo exactamente la misma fuerza que se ejerciera contra ella. Al final la dieron por imposible pero eso sí con la advertencia a todos los demás que lo que hacían con ella era una excepción, hasta que se acostumbrase a vivir en la Residencia como -insistían- habían hecho con todas y cada una de las personas que habíamos ido a parar allí. Llegaría el día -zanjaban- en que ese privilegio se le denegaría como había ocurrido ya en otras ocasiones.
Pasó el tiempo y ella siguió arrastrando la silla cada tarde hasta la ventana que da a la calle lateral, por la que nunca pasa nadie. A ella le gustaba mirar la luz de la farola anaranjada y más cuando llovía y brillaban sus reflejos sobre el asfalto negro y mojado. Si sus ojos mostraban cierto grado de alegría, su boca mascullaba atormentada. Al principio no sabíamos muy bien qué decía. Su mascullar era, por decirlo de una manera gráfica, extremo: mascullaba apretando las mandíbulas, mascullaba entre dientes, sin apenas mover la lengua, sin apenas sonido. Ese mascullar ponía en tensión todos los tendones del cuello que a su vez iba tensando el resto de su cuerpo hasta el punto que llegaba un momento, cuando su mascullar tenía ya tintes trágicos, que lo único relajado y alegre de toda ella eran tan sólo los músculos que conforman las expresiones de los ojos. Esos ojos verdes y atentos que fijaban su pupila en los destellos naranjas de un asfalto mojado.
Fue Teresita, una mujer muy pizpireta de noventa y cuatro años, una de esas mujeres que parecen haber nacido para hacer felices a los demás, la que terminó descubriendo la frase que mascullaba Ester -así se llamaba la mujer que arrastraba todas las tardes una silla hasta la ventana que da a la calle lateral, la que casi está desierta- y lo descubrió primero por su oído finísimo, segundo por su perseverancia y tercero porque relacionó el número que tenía tatuado en el brazo derecho con lo que todos ustedes ya imaginan y más sabrán cuando les digamos la frase que esta mujer mascullaba: ¡Malditos seáis los sionistas convertidos en nazis!  ¡Malditos seáis!
Ha pasado más de un año desde que Ester llegó a la Residencia. Nadie hasta ella consiguió mantener tanto tiempo una manía. La constancia de la Dirección suele acabar hasta con la más contumaz de las resistencias sólo que en este caso han pinchado en hueso porque el acto de Ester no es una manía y mucho menos un desafío, el acto de Ester es un acto de rebeldía, es una plegaria, es el dolor de una judía por el genocidio cometido por el gobierno de su pueblo y con el apoyo por acción u omisión de gran parte de éste: Sion.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/07/2025 a las 17:58 | Comentarios {0}



Podía ser una cuestión de método. Llevo unos días que miro los libros y me apetecen todos. Leer y escribir. Luego no lo hago. Vagueo. Son los primeros días de mi verano. Sientes una necesidad. Una llamada de la selva. Decía Kafka -más de una vez lo he escrito si la memoria no me falla. Aunque creo que me falla. Por ejemplo hay veces que no sé si el título con el que titulo ya lo utilicé otra vez-, decía Kafka que sólo había dos pecados: la impaciencia y la pereza, él que era un hombre hacendoso y -según afirman sus biógrafos- con un alto grado de ansiedad en su mayor parte reprimida como si la parte de la ansiedad de Kafka que se nos hubiera dado conocer no fuera sino la punta del iceberg (siempre una socorrida metáfora) de la gran ansiedad que subyacía y que surgía algunas noches en su fría habitación en la casa de sus padres en Praga. Impaciencia y pereza pues. ¡Ay, qué gran pecador soy!

Salgo y recibo los primeros rayos de sol del día. Frente a mí las montañas y una mata de tomates que he de regar a su tiempo. Sigo mi responsabilidad. No me he vuelto loco. Hago más o menos lo que tengo que hacer.

Una vez que he descubierto que la máscara no te servirá de nada. Debería ir a la etimología de la palabra persona/personaje y refrescar la memoria de mis lectores (la mayoría lo sabrán) para emparentarla con el término máscara. Las máscaras para poder vivir. Eso dicen. Eso nos enseñan y nosotros -astutos cuales Odiseos- lo aprendemos, ¡vaya si lo aprendemos! hasta el día en el que -si la fortuna te lo depara- descubres que ninguna máscara te ayuda en nada y que es buen momento para empezar a quitarse una detrás de otra, una detrás de otra...

Eso me parece hoy.

Es la hora de ir de paseo. La luz de finales de julio en el hemisferio norte del planeta Tierra. ¿Hacia dónde iremos hoy? El sol. El perro. Las botas altas. El pelo recogido. Lo necesario.
 

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/07/2025 a las 19:27 | Comentarios {0}


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