Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Fragmentos de la carta que le envío a Danila en respuesta a la suya.
Los textos elididos lo son por puro temor a caer en la sensiblería, cuestión que considero congénita.


"Prattiano" de mi casa. Foto de Olmo Z. Noviembre 2014
"Prattiano" de mi casa. Foto de Olmo Z. Noviembre 2014
[...] le cuento a Oliveira la primera vez que te recuerdo. Estoy sentado en una trona. Hay aroma de guiso en la cocina. Wislawa me ha dado un envoltorio de celofán. Yo me entretengo con el sonido que produce al moverlo, arrugarlo, desarrugarlo, estirarlo, chuparlo. Escucho el timbre de la puerta y con el dedo le señalo a mi madre la puerta. Ella se seca las manos en un trapo que lleva prendido en la cinta con la que se ajusta el mandil y antes de salir de la cocina me dice, Y ahora formal o cosa parecida. Escucho la puerta y tu voz, tu voz -le digo a Oliveira- se me queda grabada para siempre porque es alegre, aguda sin llegar a estridente, pero sobre todo es una voz que denota un afán de vivir como yo no había escuchado hasta entonces[...] escucha, Danila, nunca te pediré perdón pero no por vanidad o soberbia sino porque el perdón es una de esas mierdas de sacristía que nunca pude aceptar. Si yo te hice daño (sea eso lo que sea). Si tú en noches y días sufriste en Tirana la tiranía de la pena por mi actitud. Si fueron años o meses. Si estuviste -como dices y te creo- enferma y a punto de morir. [...] todas esas emociones las viviste, fueron causadas por tu relación conmigo -no por mí sino por tu relación-. [...] Ese presente vivido por ti es imperdonable. Todo perdón tiene como premisa ser futuro de lo perdonable. Y así lo que se perdona ya no existe. Porque la memoria no es un archivo localizado en algún lugar del cerebro. La memoria es un esfuerzo neuronal hecho en el presente. El recuerdo no es más que una reconstrucción del suceso. No el suceso. Cada vez que recordamos reconstruimos. ¿Tendría sentido que te pidiera perdón por algo que nunca existe? [...] Oliveira me recordaba tanto a ti. ¿Podrías explicarme por qué hay jóvenes que buscamos la amistad en los viejos? [...] Cuando tuve el sobre con tu letra entre mis manos temblé. Cuando leí tu carta, olí los años de las infancia. Olías a jabón y hay una parte de mi infancia, la más bella, que siempre huele a limpio, a ti. [...] la selva entonces, los caminos sin camino, inmensos cielos en la noche donde es cierto que los millones de estrellas hacen que te sientas mucho más solo, la sensación -que es un pulso, una medida, un espacio si quieres- de no saber muy bien si alguna vez llegué más allá del cansancio, si todo esto no ha sido más que una suerte de sino y que la vida, la mía, es un intento de domesticar el azar, hacer la vida a semejanza de mi carácter, solidificarme entonces, darme consistencia de piedra [...] No te hablaré de Wislawa porque -aprovechando la fuerza de tu empuje- tampoco yo haré interpretaciones, no por lo menos hasta que haya leído este trozo de su vida que tú me envías. Lo que más me intriga es si después de leer este Diario IV tendré ganas de leer los otros y si las tuviera si tú me los enviarás de golpe o de uno en uno como si fueran las migas que vas dejando en el laberinto de mi vivir para que pueda volver al inicio [...] De mí sólo sé que soy un aborto de mí [...] y no sé por qué no acabo de aceptar esta moral moderna de esfuerzo y sumisión. Cuando escucho en palabras de uno de esos analistas (o tertulianos) que se han puesto de moda en la televisión -porque yo veo la televisión como modo de estar en el mundo- decir que aunque se cobre poco es mejor tener un trabajo precario que no tenerlo, me dan ganas de echarme a llorar. No guardo inquina contra ese hombre. Sencillamente me entristece que vivamos en una sociedad tan primitiva, tan sumisa quizá porque en el fondo sea un idealista y pese sobre mí mucho más de lo que creo ese ideal del hombre inteligente, generoso, audaz y humilde (y por lo tanto heroico) [...] ahora bebo un trago de café [...] Justo antes de continuar la carta he hecho un cocido madrileño y he pensado que con toda seguridad te gustaría; luego lo he comido -estaba sabroso y suave- con un vino de por aquí, de un lugar llamado La Rioja, un vino joven, con cuerpo; al terminar me ha entrado la modorra; he sesteado un rato pero lo suficientemente poco como para levantarme sin pesadez; he vuelto a la cocina; la he recogido entera. Me gusta verla limpia. Ese cambio de actitud con respecto al lugar donde vivo creo que es interesante. Recuerdo que nada más irme de la casa de Wislawa viví unos meses alquilado en un cuchitril y llegué a acumular tal cantidad de mierda que cuando un día vino el casero por sorpresa no pudo por menos que llamarme cerdo y aunque yo le respondí que él era un miserable lo hice como ataque para cubrirme de la vergüenza que sentía, de lo sucio que me sentía. [...] te contaré [...] no sabes cuánto te agradezco... si algún día yo pudiera... si algún día [...]

Narrativa

Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/11/2014 a las 11:48 | Comentarios {2}








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