Escrita por Isaac Alexander entre el 31 diciembre de 2010 y el 1 de enero de 2011.
				 
				 El autor la subtitula: Comedia escrita para cuatro actos caníbales
			 
			 
						 ESCENA IV.
					 
					 
					 
Ha dejado de llover y por la ventana abierta de par en par se escuchan los sonidos de la ciudad en la madrugada (un tren, los coches, un lejano murmullo de carretera de circunvalación).
					 
					 
Una inmensa luna llena tiñe de blanco azul la estancia. Las luces están apagadas.
					 
					 
Sobre los cuerpos de Él y Ella, sentados en el suelo, cae la luz más directa de la luna.
					 
					 
Se miran y se muerden los hombros derechos y al saciarse de ellos, separarse y respirar, observamos que los hombros han desaparecido.
					 
					 
Se muerden los costados y al dejar de morderlos y separarse vemos que han desaparecido los costados.
					 
					 
Y así se van mordiendo todas las partes del cuerpo. Y todas van desapareciendo.
					 
					 
Lo último que se muerden son las bocas. Y al mordérselas desaparecen ellos por completo.
					 
					 
Tan sólo queda, como presencia, la luz de la luna sobre el suelo, las ruedas girando sobre el asfalto aún húmedo, el paso de un tren, las campanadas de las seis en un reloj de pared en la casa frontera y tras ellas los gorjeos de un bebé.
					 
					 
fin del cuarto acto
fin
				 Ha dejado de llover y por la ventana abierta de par en par se escuchan los sonidos de la ciudad en la madrugada (un tren, los coches, un lejano murmullo de carretera de circunvalación).
Una inmensa luna llena tiñe de blanco azul la estancia. Las luces están apagadas.
Sobre los cuerpos de Él y Ella, sentados en el suelo, cae la luz más directa de la luna.
Se miran y se muerden los hombros derechos y al saciarse de ellos, separarse y respirar, observamos que los hombros han desaparecido.
Se muerden los costados y al dejar de morderlos y separarse vemos que han desaparecido los costados.
Y así se van mordiendo todas las partes del cuerpo. Y todas van desapareciendo.
Lo último que se muerden son las bocas. Y al mordérselas desaparecen ellos por completo.
Tan sólo queda, como presencia, la luz de la luna sobre el suelo, las ruedas girando sobre el asfalto aún húmedo, el paso de un tren, las campanadas de las seis en un reloj de pared en la casa frontera y tras ellas los gorjeos de un bebé.
fin del cuarto acto
fin
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Teatro
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2011 a las 14:54 |