Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Vigésimo noveno día


Estaba en la oscuridad del jardín. Tan sólo la salamandra y yo. Imagino que ella a lo suyo: cazar y yo a lo mío: atrapar pensamientos. Y tomar decisiones. Los aspersores me han inquietado. Parecían serpientes lanzando su veneno al unísono. Durante horas me he mantenido inmóvil como si esperara el ataque no por previsto menos sorprendente de una compañía de nacionales. Tumulto en la maleza. Movimientos anormales de arbustos. Ausencia de viento. No he fumado. No he hecho aspavientos. Quieto en mi silla, con los brazos apoyados en la mesa de cristal, sin tocar el vino, sin mirar la botella. La noche pasaba y he conseguido perder la noción del tiempo. Entonces ha ocurrido: la piscina ha empezado a borbotear; su fondo se ha iluminado con un color rojo sangre y se ha escuchado el primer relincho del potro recién parido; seres alados con cabeza de Vaca y Toro se han lanzado en picado al agua y con la delicadeza de la golondrina que rasea el agua para atrapar con su pico al mosquito, han cogido al potro recién parido y lo han posado en la hierba; Primavera se ha levantado de su pedestal de piedra y al verla erguida me ha parecido gigantesca y densa como su piel de bronce y aún así su salto ha sido ligero, su paso leve hasta llegar hasta el potro al que ha amamantado bajo el cielo negro de mitad de la noche. Dos toros han alardeado de su cornamenta cabeceando e hiriendo la tierra con sus pezuñas antes de lanzarse el uno contra el otro y producir en su choque un remedo de trueno y una luz de rayos. El potro se ha asustado. Los seres alados han formado un semicírculo a su alrededor y han fotografiado el pecho de la estatua chorreando leche verde. La araucaria del fondo se ha iluminado con la llegada de un batallón de doscientas veinticinco mil luciérnagas; el potro se ha animado; los toros se han prosternado; los seres alados se han elevado hasta perderse en el nadir del cielo y Primavera se ha paseado desnuda por el jardín tomando entre sus delicados dedos de bronce a luciérnagas a las que, con un leve apretón, hacía explotar y cuando la luz iba consumiéndose nacía la música de Vaca Cósmica grave como el cosmos, lenta con la eternidad, sin pausa con el tiempo. Aquel espacio no moría. Aquella luz se hacía líquida. El potro crecía por segundos y ya era un animal joven, todo negro, con unas crines largas y un trotar sereno. Primavera me ha mirado -yo que hasta ese momento había sido mero espectador amparado por el porche- y con paso regio y cimbreo de cintura, alargando su brazo y ofreciéndome la mano, me ha invitado a que me uniera al mundo del jardín. Yo no he dudado por mucho que los toros, flanqueándola, bramaran y las luciérnagas todas se hubieran colocado a sus espaldas conformando una línea que se elevaba desde el suelo hasta el cielo proponiendo una cuerda por la que han descendido los seres alados con cabeza de Vaca y Toro hasta quedarse a la altura de los hombros de la Dama. Al pisar mi pie derecho la hierba del jardín he sentido un cosquilleo como si mis dedos estuvieran hurgando los nutrientes de esa tierra. A medida que avanzaba hacia ella, ella y su séquito de toros, seres alados, potro y luciérnagas se iban retirando. Todos me miraban fíjamente. Yo me sentí cada vez más pesado, con menos ganas de caminar hasta que por fin mis pies se han dividido en cuatro pies y esos cuatros pies en ocho y así hasta que mis pies eran pies-raíces que se han hundido en la tierra y al contacto con el subsuelo mis músculos se han hecho de madera y mi piel de corteza y mis brazos se han dividido como antes los pies habían hecho y ya eran ramas y todos mis cabellos son ya hojas, hojas de Olmo, de Olmo sano plantado junto al pedestal de la estatua, iluminado por las luciérnagas que se han ido desvaneciendo con el amanecer mientras los seres alados montaban en el potro que ya es un caballo y ha galopado hacia la luna que se desvanece, ligero como un sueño de Primavera, joven como la savia que corre ahora por mis venas y los toros se aquietan y vuelven a su posición primera y la estatua se sube a su pedestal y se acomoda de tal forma que su mirada se dirige a mí y también su sonrisa y yo tengo, por fin, hambre de sol.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/08/2014 a las 10:54 | Comentarios {0}


Vigésimo octavo día


S./T. Fotografía de Olmo Z. (2014)
S./T. Fotografía de Olmo Z. (2014)


La claridad del jardín con su estatua femenina al fondo me había mantenido en una suerte vespertina de dicha. Llegaba. Me desnudaba ante ella. La saludaba. En ocasiones, antes de lanzarme al agua, invocaba a una diosa la cual parecía encarnarse (o embronzarse) en la figura. Mientras nadaba, más de una vez, sentí su mirada vigilante. Sé que alguna vez pensé, Y si me ahogara ¿qué balbuciría?
Los días han pasado y ya va siendo hora de hacer el equipaje. Por mucho que el hombre se haya vuelto sedentario, no puede evitar transitar de continuo por las horas.
El tiempo, curiosamente rígido, propone en ocasiones un acertijo, ¿El tiempo de hace un año conformó las mismas sombras a esta hora?


Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/08/2014 a las 11:44 | Comentarios {0}


Vigésimo séptimo día


Autorretrato 3. Fotografía de Olmo Z. (2014)
Autorretrato 3. Fotografía de Olmo Z. (2014)



No ha caído una gota de lluvia en todo el mes de agosto.
Desesperado ha visto al águila. Sobrevolaba y planeaba.
Urge buscar la mano. Urge el verde. Urge partir.
Desde entonces ha llegado un sabor antiguo.
La primavera.
Suenen las campanas en los pueblos.
Las gentes salgan a las calles. Haya fiestas campesinas.
Muchachas y muchachos abrazados lleguen hasta el árbol mayo.
Dejen las nutrias la ribera del río.
Se avecinen cambios en el reloj del campanario.
Se sosiega la tarde ante la nube violeta.
Se entiende el beso como un canto elevado.
Hubiera aterrizado la nieve en tus hombros.
Aturdía el valle la bandada de ánades.
Volverá a su garganta la cadencia del vals.
Se elevó el humo hasta la noche.
He visto la mordaza.
Vestirás de largo cualquier día.
Sorbió la última gota y quedo complacida.
Unimos a los niños en el corro infinito.
Sepáis sostener la dignidad en los ojos.
Se sumieron, benditos, en la alfombra los otoños.
¡Navegad, naves! ¡Rielad, rayos de luna!
La madre dice que no tiene dientes.
La abuela ríe mientras criba legumbres.
El garbanzo negro ha huido para siempre como su prima hermana la alubia de La Granja.
¡Remad, remeros, que arde Troya!
¡No toméis, Helena, la manzana de oro!
¡Déjate acariciar Cancerbero por las pezuñas de Vaca!
¡Olisquea, Lobo, sangre de Oveja!
Porque no importa que agosto haya sido seco.
Ni que se avente el trigo con monstruosas maquinarias.
Ni importa que el agua surja de un manantial sordo
Si el universo sigue tan oscuro como siempre.
¡Remad, griegos! ¡Remad en las trirremes! ¡Que no cunda el pánico ante las focas cantarinas!
¡Que nadie se quede sin su porción de ambrosía!
Vuelve Odiseo a su Ítaca de siempre y desteje Penélope su última labor.
¡Jasón, no quieras encontrar el premio! ¡Muchachos, fueron cuarenta los argonautas!
Moisés reconoce que jamás escribió un sola línea y que sus Tablas de la Ley eran una simple y mortal constitución para un Estado
¡Remad que el mar se acaba!
¡Remad si el viento amaina y si arrecia desplegad la cuadrada vela de las travesías rápidas!
Ovidio repite un título que se metamorfosea en lápida y deja quejarse en las costas de Tracia, que la vida se acaba con lamento o sin él.
Mis bellas señoritas, mis amigos, mi patria. La piel.


Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/08/2014 a las 11:09 | Comentarios {0}


Vigésimo sexto día


Autorretrato 2. Fotografía de Olmo Z. (Agosto 2014)
Autorretrato 2. Fotografía de Olmo Z. (Agosto 2014)
Glosa 1ª
La palabra es el refugio.

Glosa 2ª
Amar es un don. Amar a una mujer que además es tu madre lo es también. Y un regalo de la vida es amar a esa mujer y su ser madre.

Glosa 3ª
Me dice Oliveira mientras me cuida durante la malaria que arrastraré de por vida; me dice Oliveira mientras me limpia las heces una vez y otra vez; me dice Oliviera mientras paga al sanador con lo poco que tiene; me dice Oliveira mientras me pone compresas frías en la frente para apaciguar la fiebre que no cesa; me dice Oliveira cuando sonríe tras el primer caldo que no devuelvo; me dice Oliveira cuando me ayuda a los primeros pasos; me dice Oliveira cuando sano y ríe y exclama, Pensé que te me ibas; me dice Oliveira cuando lo siento emocionado tras la crisis, Eres fuerte, muchacho, bien fuerte; me dice Oliveira borracho, ¡Vaya si lo eres, hijo! ¡Vaya si lo eres!

Glosa 4ª
Me quisiste por dos motivos: no abortaste mi vida y me permitiste vivir. Otra cosa es que me amaras.

Glosa 5ª
Estoy seguro que antes de morir tuviste subidas de ácido úrico.

Glosa 6ª
La razón no es nada. Tus causas no son nada. Te desconoces como cualquiera porque sé que me sonreíste alguna vez, porque tu desconsuelo era un dolor que iba mucho más allá de la obsesión por un hombre, porque sé que te costaba mucho ser tan fría, porque alguna vez te vi mirándome admirada.

Glosa 7ª
¡Qué cabeza loca! Estabas tan herida y tú, enfermera, no supiste suturar tu herida y se gangrenó. Tendrías que haberla limpiado con la paciencia. Tendrías que haber quitado los puntos en su tiempo. Tendrías que haber sonreído, valiente, al dolor que te esperaba. Y constancia. Y olvido. Y presente. ¡Cuánto siento no haberte podido consolar! 

Glosa 8ª
Hace ya mucho que me liberé de ti como madre. Me liberé aquella tarde en que te creí dormida y te eché el famoso echarpe. Aquel día me hice mayor y supe que nunca podrías amarme. Por eso, en cuanto cumplí la mayoría de edad me fui. Me fui sin nada. Lo pasé mal. No soy cobarde. En eso te equivocaste siempre.

Glosa 9ª
Sé que te dolería saber que yo sí te amo, Wislawa. Por eso te lo digo ahora por vez primera: Te amo, mi mala enfermera, mi mala madre, y te amo como persona ni mejor ni peor que cualquier otra.

Glosa 10ª
Ama siempre, me dice Oliveira. Cuando mates a la araña, ámala. Cuando mates al asesino, ámalo. Cuando crezca tu niño, ámalo. Cuando conozcas al amigo, ámalo. Si es tu madre, ámala porque ella es símbolo de la Vaca Cósmica y la Vaca Cósmica tiene cómo única misión darnos la vida. No tiene que amarnos. No tiene obligación ninguna excepto darnos la vida. Nunca, querido, le exijas a nadie nada.

Glosa 11ª
Freud es hijo de su época. Se debe dudar hasta de la existencia del inconsciente. ¡Cómo no hacerlo de la generalidad del complejo de Edipo, de Electra o de Santo Puto Padre!

Glosa 12ª
Me reconforta que descanses y me regocija que por fin en el universo mundo se ha dejado de escuchar uno de sus llantos. 

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/08/2014 a las 22:58 | Comentarios {2}


Vigésimo quinto día


Olmo:
Yo nunca te he querido. Ahora te lo puedo decir porque ya eres mayorcito y porque a mí no me queda mucho tiempo. Y quería que lo supieras para que te liberes de una vez de mí que no he sido una madre nunca y siempre me he enorgullecido de mi condición de mujer.
Jamás te quise como hijo mío -de hecho nunca te llamé hijo o hijito- ni tampoco como hombre ni siquiera como persona. Me has sido siempre absolutamente indiferente y siendo esto así te preguntarás por qué te cuidé y te alimenté y te vestí. La respuesta está en dos causas: la segunda es mi profesión: soy enfermera y me juré cuidar a los enfermos y tú para mí has sido un enfermo crónico en mi vida.
Para entender la primera necesitas conocer una parte de mi vida. Una de mis más claras certidumbres es que el poder más grande que tiene una mujer -y por lo tanto el poder mayor de un ser humano, es decir, de un mamífero- es el sexo. Nosotras inventamos el sexo para que el macho volviera de su labor de caza y nos alimentara a nosotras y a nuestras crías. Esto es así y ya no hay tiempo para que nadie me lo quite de la cabeza. Los hombres no podéis entender el sexo en toda su enormidad. Sois, como mucho, factotum del sexo pero no sus creadores. Sólo que un poder tan grande tiene como condena el frenesí y como consecuencia la falta de control. Cuando una mujer conoce a un macho que satisface su sexualidad como no cabía esperar, se produce una adicción tan natural que somos capaces de hacer las mayores locuras. Eso fue lo que me pasó con el hombre que me preñó de ti. Era una bestia en la cama. Nunca jamás hombre alguno supo penetrarme, tocarme, acariciarme, hacerme daño, suplicarme y lamerme como aquél. Y nunca mi sexualidad se desarrolló tan libre y salvaje como con él y así lo hice mío, lo hice gozar hasta que aulló, lo mantuve sediento de mí y luego dejé que se hartara hasta que, desfallecido, lloraba y me suplicaba que le diera algo que volviera a empalmar su polla para no dejar de estar dentro de mí nunca.
Algunas llaman a esto amor. Yo lo llamo naturaleza. Estaba convencida de que aquel hombre iba a ser mío porque yo iba a ser capaz de encadenarlo a mí. Por mi profesión nunca he creído en el amor. La idea del amor es probablemente un invento occidental. Yo he visto las mayores traiciones ante la enfermedad del hasta ayer amado; he visto abandonos, he visto suplicas y también he visto el horror del cobarde que sabe que no va a ser capaz de abandonar al enfermo aún sabiendo que a partir de ese momento su vida se va a convertir en una muerte diaria.
Me quedé preñada para hacerlo mío, sencillamente. Calculé que no sería capaz de negarse a mí y al fruto de nuestra pasión. Estaba ciega. Y aquel hombre una tarde dejó de venir y la siguiente tampoco vino y no vino nunca más. El poder emborracha, Olmo. A mí me emborrachó y aposté demasiado fuerte.
Claro que pensé en abortarte. Sólo que una noche en que ardía en deseos de verle, intuí que quizá nacieras parecido a él; pensé que con el paso de los años te irías pareciendo más y más a él y al llegar a la juventud sería como tenerlo otra vez a mi lado y si lo hacía bien, si esta vez controlaba mi poder, quizá podría guiarte hacia mí y hacerte mío como creí haberlo hecho con él. Por eso naciste.
Mi horror -si fuera creyente, diría mi condena- lo empecé a intuir al quinto mes de tu nacimiento cuando me di cuenta de que eras idéntico a mí; eras una Wislawa en niño porque tu pelo tendría que haber sido rojo, tus ojos tendrían que haber sido verdes, tu boca gruesa, tus huesos largos, tu pies finos y tu polla gorda; pero naciste moreno como yo, con los oscuros como yo, y los huesos anchos y los pies pequeños y tu polla cuando se empalmaba tenía la languidez del junco y aun así -tonta de mí- me dije que debía esperar unos años porque los niños a veces empiezan pareciéndose a uno y luego acaban pareciéndose al otro.
No fue así. Lo años pasaron y verte era como verme cuando era niña y te empecé a detestar porque nada de ti me recordaba a él. Ni siquiera cuando la nariz se te conformó. Ni ella se parecía a la de él.
Entre tus siete y once años, abrigué una nueva esperanza: que tu carácter fuera el suyo. Que tuvieras esa fuerza que él tenía, que fueras ingenioso, divertido, extrovertido y algo canalla; que dominaras el arte de la ironía y supieras como embelesar a cualquiera; que fueras osado y sanguíneo... y fuiste y eres pusilánime, cobarde, tímido y hosco. El día que abandoné toda esperanza fue un mediodía que llegaste del colegio y yo estaba en casa; un poco antes le había estado comiendo la polla a un agregado de la embajada española en Tirana -por cierto tu padre no era diplomático- y se acababa de marchar. Yo estaba desnuda, con las piernas abiertas. Oí la cerradura y cerré los ojos haciéndome la dormida. Tú te acercaste y durante un momento te quedaste quieto, imagino que mirándome. Si entonces hubieras hecho lo que debías haber hecho; si me hubieras tocado el coño o hubieras rozado siquiera mi pecho; o si tan sólo me hubieras besado los labios... entonces podría haber pensado que algo de tu padre había en ti. Pero hiciste como hubiera hecho toda buena enfermera: echarme un echarpe por encima.
Así pasaron los años, deseando que te fueras hasta que de repente, una mañana, acababas de cumplir los diecisiete años, se produjo el milagro. Dijiste, ¿Mamá dónde me has dejado las camisetas? y entonces yo oí, escuché la voz de mi amante, la clara, juvenil y vibrante voz de mi amante y se me saltaron las lágrimas de nostalgia y deseé que te fueras cuanto antes de la casa porque un ser como tú no merecía tener su voz.
Has de saber una cosa, Olmo, hay mujeres que se creen su papel de madres -o que les han lavado el cerebro hasta tal punto que llegan a creer que ser madre es como ser mujer o ser lombriz-. A los hombres eso no les ocurre. El ser padres es un accidente en su vidas no una esencia. Yo he sido siempre y ante todo mujer y persona. Y al igual que lo hijos no tenéis por qué querer a vuestros padres, los padres tampoco tenemos por qué querer obligatoriamente a nuestros hijos. Yo nunca te quise, ni te quiero, ni te querré el poco tiempo que me queda de vida. Y te lo cuento no para hacerte daño sino todo lo contrario: creo que te lo debo. Te debía mi sinceridad por si eso te lleva a una liberación.
Cuídate.
Wislawa.
Autorretrato. Fotografía de Olmo Z. (Agosto 2014)
Autorretrato. Fotografía de Olmo Z. (Agosto 2014)

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/08/2014 a las 22:22 | Comentarios {2}


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