Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Galatea de Gustave Moreau. Tinta, temple, gouache y acuarela sobre cartón. ca. 1896
Galatea de Gustave Moreau. Tinta, temple, gouache y acuarela sobre cartón. ca. 1896

     Al estar suspendida del abismo. Hay una oscilación. El aire mismo. Piensa, La maldad es un punto de vista. Oscilante. Como ahora los dedos. En esta tarde de mayo. El silencio, a veces, acompaña un rato.

     Era frente a las costas del océano tenebroso. Las aguas negras del mar. ¿Cuándo? ¿Cuándo es femenino el mar? Iniciaba la redacción como quien se dejara insuflar de un aliento demiúmnico y fuera transportado por madrigueras o por esferas o a través de branas hasta las provincias últimas del noreste siberiano. Así podría empezar. Una vez. Femeninamente volviendo. El eterno retorno. El ciclo menstrual.

     La luna llena tiende a la gravidez. Sobre nosotros el cielo se adensa y adquiere tintes minerales. Podríamos ser parte de una fragua infinita de espacio y con el tiempo limitado. ¿Espacio sin tiempo? se pregunta mientras contempla el zumillo en flor y su oscilación según las en apariencia nada caprichosas ráfagas de viento.

     Al palparse el pecho izquierdo siente que volverá. Cree intuir cierta algarabía a su alrededor. Cree estar derecha, sentada, en una gran plaza pública en la que los niños juegan en los parterres de hierba y un pintor, a lo lejos, imprime la escena con la velocidad de un plenairista. Todo es un juego. ¿Por qué no de dados, Albert? Es al palparse el pecho izquierdo cuando suena el la del oboe como si la orquesta del mundo estuviera afinando casi lista para atacar el próximo minuto. Dice el director del mundo que el tempo es el de andante ma non troppo. Rebusca en los bolsillos de la falda. Piensa en la palabra faltriquera y lo relaciona de inmediato con los anteojos de Quevedo.

     Media luna sobre Estambul. En los muelles de Eminonu un hombre espera a otro hombre. Nunca volveré a Estambul. Un hombre espera a otro hombre. Se perderán por el barrio de Üsküdar y en una habitación pequeña, blanca y limpia de una pensión sin nombre se amarán con esmero hasta que el sol vuelva a dominar su mundo y obligue a los hombres a tomar un desayuno.

     A veces atisba el reverso y entonces entiende el rito. Pasea su músculo por la arena de un desierto de piedra. En la calima que hace temblar el horizonte, cree ver la figura simbólica de algo que le marcó para siempre. Sí, el sol es de justicia. Lo avanzo: ella volverá sana y salva, se dará una ducha, se hidratará la piel, se tumbará en la cama y verá una serie en la que la vejez toma carta de naturaleza.

     La huella huella la tierra. También la tierra seca por mucho que sea más leve, por mucho que dure un suspiro. Mira la huella. Al fondo parece elevarse una torre de vigilancia. Panóptico piensa. Foucault, piensa. Camina despacio. Medita mientras camina. Los oídos atentos a los movimientos entre la maleza. Los ojos perdidos en sus desvaríos. Pero es la huella que apenas huella la tierra, esa tierra seca, la cual, al final del verano, al final del verano... los días de verano.

     Minnesota como ejemplo de conquista cultural. Le gusta escuchar el crujido de la civilización occidental. Lo hace suyo. Como si cada crujido de esa formidable masa de pasado, fuera el crujir de cada una de sus más que maduras articulaciones. Asocia: quemaduras con que maduras. Conoce el sueño. Conoce que sólo aquí... No podría dejarlo... No ahora, se dice, ahora que está a punto de abandonar... Por fin.... (se emociona. Se echa las manos a la cara como si el llanto fuera inmediato. Espera. No pugnan las lágrimas por salir. No sale nada. Tan sólo es ella con las manos sobre su cara.)

     Sigue, gondolero mío, aunque Venecia se haya hundido y empiece a alcanzar ya las dimensiones legendarias de La Atlántida. Porque existió Tartessos, boga gondolero mío. Porque hay en el alba un rubor del cielo, boga gondolero mío. Porque no quiero arañarte la cerviz con mis labios ni supurar. Todo debe quedar bajo la piel. Hasta que el Sol se derrita de sí mismo y la Luna se aleje tanto de su Madre Tierra que se convierta en meteoro o se desintegre en cometa y no se someta nunca, nunca más a órbita alguna, todo debe quedar bajo la piel, gondolero mío.

     Yo te velo. Duerme tranquila. Yo te velo.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/05/2021 a las 18:05 | Comentarios {0}








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