Texto extraído de la nota 2 del capítulo 5 del libro Ideas escrito por Peter Watson. La nota pertenece a un extracto de un texto de Mircea Eliade titulado, Patterns in comparative religion.
 
				 
						 Los khonds, una tribu dravídica de Bengala, ofrecían sacrificios a las diosas de la tierra. La víctima, a la que se denominaba meriah, era comprada a los padres o podía ser hija de anteriores víctimas. Los meriahs vivían felices durante años y eran considerados seres consagrados; contraían matrimonio con otras "víctimas" y se les entregaba un terreno como dote. Unas dos semanas antes del sacrificio, se cortaba el pelo de la víctima en una ceremonia a la que asistía todo el pueblo. A ello seguía una orgía y el meriah era conducido a una parte del bosque cercano aún no profanada por el hacha. Se le ungía con mantequilla derretida y otros aceites y flores, y luego se le drogaba con opio. Se le mataba ya fuera golpeándolo, estrangulándolo o asándolo lentamente en una pira. Luego se le cortaba en pedazos. Los restos se llevaban de vuelta a las aldeas cercanas, donde se los enterraba para garantizar una buena cosecha.
					 
				 EL GILIPOLLAS - Veamos la singularidad. (El Gilipollas recorre el espacio vacío de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Se detiene en el centro del espacio vacío) ¿Y ahora qué? ¿Fumo? ¿Me hago una paja? ¿Me cago en tu puta madre? Sí, sí, en la tuya. No es seguro. No lo es. Tranquilo, pedazo de gilipollas ¿Me saco otro pedazo de moco? Podría irme al lado salvaje de la vida. Podría subir a la montaña de Mahoma o traerla. Traerla. Eso, sí, traerla. O me voy... he tenido miedo, lo acabo de tener, ahora se va ¡Cabrón! ¡Me cago en Dios bendito y en la puta Virgen de los cojones! Y ahora ¿qué?, ¿qué?
El Gilipollas se queda callado. Mira al cielo. Intenta aguantar un sollozo. Casi se queda sin respiración. Dos lágrimas gruesas como lupas caen a peso por sus mejillas de gilipollas.
EL GILIPOLLAS - ¡Joder! (el gilipollas se hurga en la nariz y se saca un buen pedazo de moco) ¡Joder!
Este es el fin de la 1ª parte del pedazo de moco de un monólogo interior pensado por un gilipollas.
Seguro que continúa de lo gilipollas que es.
 
				 
						 Damage  (Herida se tituló la película en español. Damage en inglés se podría traducir como perjudicar, dañar. Damage en francés quiere decir apisonado/a. Aunque el título en Francia -la producción es británica- fue Fatale) de Louis Malle (1992). Las heridas. Los heridos. Anne Barton, la protagonista de la película, está herida. Sus heridas la conducen a la destrucción. Para ella amar es dañar (apisonar) -en última instancia- al sujeto amado. La heridas supuran cuando no cicatrizan.
					 
					 
					 
Herido yo. Como lo sé ando con mucho cuidado. Debo -pienso- sanar las heridas. Siento que están sanando. Tengo muchas cicatrices en mi cuerpo: tres en el cráneo, una en la barbilla; tengo una larga cicatriz en el pubis -larga y dolorosa. Me operaron a los doce años de una criptorquidia en el testículo derecho. La cicatriz se infectó y con los puntos aún puestos, pocos días después de la operación, hube de ir con mi padre al cirujano, el doctor Tamames. Me tumbaron en la camilla. Me extrajeron el pus apretando la cicatriz. No me pusieron ningún tipo de anestesia. Mi padre me dijo, Los hombres no lloran. No lloré-; tengo cuatro cicatrices en mi pierna derecha: una abarca la parte posterior de la rodilla, otra recorre longitudinalmente toda la tibia, una tercera, más pequeña, se encuentra en el lateral derecho de los inexistentes gemelos, la cuarta recorre toda la articulación del tobillo. Quizá tenga otras tantas cicatrices en mi alma.
					 
					 
Si no cierran, se infectan y supuran. A veces cicatrizan bien y alguien te la abre de nuevo -a mí me ocurrió con la cicatriz que recorre longitudinalmente toda la tibia de mi pierna derecha. Llegó el día de quitarme la escayola. Tenía 14 años. El enfermero me avisó de que la sierra con la que iba a abrir el yeso funcionaba no cortando sino quemando. Antes de empezar me dijo, Cuando notes que está llegando, que sientes un poco de calor, avísame. Y empezó a serrar. Pronto sentí el calor y se lo dije y él me respondió, Pero si acabo de empezar, chico. No te acojones. Y siguió serrando. Y yo le avisé de nuevo. Y él, de malas maneras, paró y mientras decía, ¡Joder, mierda de acojonados!, la intentó abrir con unas tenazas y, en efecto, se abrió. El tipo me miró y me dijo, ¡Vaya, tenías razón! Al quitar la escayola vimos que me había quemado toda la piel de la cicatriz. Cuando mis padres entraron les dijo, Mira que le he dicho al chico que me avisara cuando sintiera calor y ni se ha enterado. Y miren el estropicio que ha armado por no avisar-.
					 
					 
Una vez cerradas las heridas, una vez cicatrizadas, la piel que las cubre es extraordinariamente suave, muy, muy delicada, parece a punto de quebrarse. Y si la toca alguien, alguien que no sea uno mismo, se siente grima en el ombligo como si esa mano tuviera el terrible poder de rajar la piel que cubre la cicatriz y descubrir de nuevo la herida.
					 
					 
Una sensación parecida siento cuando me tocan la piel de las cicatrices del alma.
				 Herido yo. Como lo sé ando con mucho cuidado. Debo -pienso- sanar las heridas. Siento que están sanando. Tengo muchas cicatrices en mi cuerpo: tres en el cráneo, una en la barbilla; tengo una larga cicatriz en el pubis -larga y dolorosa. Me operaron a los doce años de una criptorquidia en el testículo derecho. La cicatriz se infectó y con los puntos aún puestos, pocos días después de la operación, hube de ir con mi padre al cirujano, el doctor Tamames. Me tumbaron en la camilla. Me extrajeron el pus apretando la cicatriz. No me pusieron ningún tipo de anestesia. Mi padre me dijo, Los hombres no lloran. No lloré-; tengo cuatro cicatrices en mi pierna derecha: una abarca la parte posterior de la rodilla, otra recorre longitudinalmente toda la tibia, una tercera, más pequeña, se encuentra en el lateral derecho de los inexistentes gemelos, la cuarta recorre toda la articulación del tobillo. Quizá tenga otras tantas cicatrices en mi alma.
Si no cierran, se infectan y supuran. A veces cicatrizan bien y alguien te la abre de nuevo -a mí me ocurrió con la cicatriz que recorre longitudinalmente toda la tibia de mi pierna derecha. Llegó el día de quitarme la escayola. Tenía 14 años. El enfermero me avisó de que la sierra con la que iba a abrir el yeso funcionaba no cortando sino quemando. Antes de empezar me dijo, Cuando notes que está llegando, que sientes un poco de calor, avísame. Y empezó a serrar. Pronto sentí el calor y se lo dije y él me respondió, Pero si acabo de empezar, chico. No te acojones. Y siguió serrando. Y yo le avisé de nuevo. Y él, de malas maneras, paró y mientras decía, ¡Joder, mierda de acojonados!, la intentó abrir con unas tenazas y, en efecto, se abrió. El tipo me miró y me dijo, ¡Vaya, tenías razón! Al quitar la escayola vimos que me había quemado toda la piel de la cicatriz. Cuando mis padres entraron les dijo, Mira que le he dicho al chico que me avisara cuando sintiera calor y ni se ha enterado. Y miren el estropicio que ha armado por no avisar-.
Una vez cerradas las heridas, una vez cicatrizadas, la piel que las cubre es extraordinariamente suave, muy, muy delicada, parece a punto de quebrarse. Y si la toca alguien, alguien que no sea uno mismo, se siente grima en el ombligo como si esa mano tuviera el terrible poder de rajar la piel que cubre la cicatriz y descubrir de nuevo la herida.
Una sensación parecida siento cuando me tocan la piel de las cicatrices del alma.
						 No entiendo la Teoría de Gödel y espero poder entenderla. No entiendo las cuatro gotas que han caído esta mañana ni el frío que hacía ni la frialdad.
					 
					 
					 
Me he esforzado por acompasar mi nado al tiempo que llevaba sin nadar y lo he conseguido. No me era indiferente el agua y he agradecido su recorrido por mi cuerpo.
					 
					 
Me he sentido bien cuando, ayer, leyendo el estupendo ensayo Ideas. Historia intelectual de la humanidad de Peter Watson y editado por Crítica un gran paleontólogo esgrimía que la hipótesis de la existencia de un culto a una Gran Diosa femenina durante el Paleolítico Superior podría venir del hecho de que durante miles de años el hombre primitivo no relacionó el acto sexual con el nacimiento posterior y de esta forma la fecundidad era un misterio que engrandecía a la Mujer con respecto al hombre. Me he sentido bien, digo, porque este razonamiento lo tuve hace mucho tiempo. Lo había deducido. Lo había meditado.
					 
					 
La carretera estaba agradable. Apenas ha habido tráfico.
					 
					 
Me obligo a hacer una elipsis porque estoy contra la indiferencia.
					 
					 
Podría hacer una analogía.
					 
					 
Podría dar un rodeo.
					 
					 
Porque el tiempo pasa y acabaré muerto.
					 
					 
Seguiré...
					 
					 
					  
					 
				 Me he esforzado por acompasar mi nado al tiempo que llevaba sin nadar y lo he conseguido. No me era indiferente el agua y he agradecido su recorrido por mi cuerpo.
Me he sentido bien cuando, ayer, leyendo el estupendo ensayo Ideas. Historia intelectual de la humanidad de Peter Watson y editado por Crítica un gran paleontólogo esgrimía que la hipótesis de la existencia de un culto a una Gran Diosa femenina durante el Paleolítico Superior podría venir del hecho de que durante miles de años el hombre primitivo no relacionó el acto sexual con el nacimiento posterior y de esta forma la fecundidad era un misterio que engrandecía a la Mujer con respecto al hombre. Me he sentido bien, digo, porque este razonamiento lo tuve hace mucho tiempo. Lo había deducido. Lo había meditado.
La carretera estaba agradable. Apenas ha habido tráfico.
Me obligo a hacer una elipsis porque estoy contra la indiferencia.
Podría hacer una analogía.
Podría dar un rodeo.
Porque el tiempo pasa y acabaré muerto.
Seguiré...
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Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/02/2010 a las 19:04 |