Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

ISRAEL ES UN ESTADO FASCISTA, PIRATA Y TERRORISTA

BOICOT ISRAEL



Lo mascullaba. Sentada junto a la ventana que da a la calle lateral. Lo solía hacer por la tarde. Arrastraba una silla. Por supuesto al principio -recién llegada- intentaron impedírselo. No sabíamos muy bien por qué a la dirección de la Residencia no le gustaba que los residentes arrastráramos sillas junto a las ventanas. Ella consiguió que la dejaran a base de empeño. Las primeras veces -decíamos- intentaron que desistiera. Le quitaban la silla. La cogían por el brazo y la intentaban desviar de su destino pero ella se resistía oponiendo exactamente la misma fuerza que se ejerciera contra ella. Al final la dieron por imposible pero eso sí con la advertencia a todos los demás que lo que hacían con ella era una excepción, hasta que se acostumbrase a vivir en la Residencia como -insistían- habían hecho con todas y cada una de las personas que habíamos ido a parar allí. Llegaría el día -zanjaban- en que ese privilegio se le denegaría como había ocurrido ya en otras ocasiones.
Pasó el tiempo y ella siguió arrastrando la silla cada tarde hasta la ventana que da a la calle lateral, por la que nunca pasa nadie. A ella le gustaba mirar la luz de la farola anaranjada y más cuando llovía y brillaban sus reflejos sobre el asfalto negro y mojado. Si sus ojos mostraban cierto grado de alegría, su boca mascullaba atormentada. Al principio no sabíamos muy bien qué decía. Su mascullar era, por decirlo de una manera gráfica, extremo: mascullaba apretando las mandíbulas, mascullaba entre dientes, sin apenas mover la lengua, sin apenas sonido. Ese mascullar ponía en tensión todos los tendones del cuello que a su vez iba tensando el resto de su cuerpo hasta el punto que llegaba un momento, cuando su mascullar tenía ya tintes trágicos, que lo único relajado y alegre de toda ella eran tan sólo los músculos que conforman las expresiones de los ojos. Esos ojos verdes y atentos que fijaban su pupila en los destellos naranjas de un asfalto mojado.
Fue Teresita, una mujer muy pizpireta de noventa y cuatro años, una de esas mujeres que parecen haber nacido para hacer felices a los demás, la que terminó descubriendo la frase que mascullaba Ester -así se llamaba la mujer que arrastraba todas las tardes una silla hasta la ventana que da a la calle lateral, la que casi está desierta- y lo descubrió primero por su oído finísimo, segundo por su perseverancia y tercero porque relacionó el número que tenía tatuado en el brazo derecho con lo que todos ustedes ya imaginan y más sabrán cuando les digamos la frase que esta mujer mascullaba: ¡Malditos seáis los sionistas convertidos en nazis!  ¡Malditos seáis!
Ha pasado más de un año desde que Ester llegó a la Residencia. Nadie hasta ella consiguió mantener tanto tiempo una manía. La constancia de la Dirección suele acabar hasta con la más contumaz de las resistencias sólo que en este caso han pinchado en hueso porque el acto de Ester no es una manía y mucho menos un desafío, el acto de Ester es un acto de rebeldía, es una plegaria, es el dolor de una judía por el genocidio cometido por el gobierno de su pueblo y con el apoyo por acción u omisión de gran parte de éste: Sion.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/07/2025 a las 17:58 | Comentarios {0}



Podía ser una cuestión de método. Llevo unos días que miro los libros y me apetecen todos. Leer y escribir. Luego no lo hago. Vagueo. Son los primeros días de mi verano. Sientes una necesidad. Una llamada de la selva. Decía Kafka -más de una vez lo he escrito si la memoria no me falla. Aunque creo que me falla. Por ejemplo hay veces que no sé si el título con el que titulo ya lo utilicé otra vez-, decía Kafka que sólo había dos pecados: la impaciencia y la pereza, él que era un hombre hacendoso y -según afirman sus biógrafos- con un alto grado de ansiedad en su mayor parte reprimida como si la parte de la ansiedad de Kafka que se nos hubiera dado conocer no fuera sino la punta del iceberg (siempre una socorrida metáfora) de la gran ansiedad que subyacía y que surgía algunas noches en su fría habitación en la casa de sus padres en Praga. Impaciencia y pereza pues. ¡Ay, qué gran pecador soy!

Salgo y recibo los primeros rayos de sol del día. Frente a mí las montañas y una mata de tomates que he de regar a su tiempo. Sigo mi responsabilidad. No me he vuelto loco. Hago más o menos lo que tengo que hacer.

Una vez que he descubierto que la máscara no te servirá de nada. Debería ir a la etimología de la palabra persona/personaje y refrescar la memoria de mis lectores (la mayoría lo sabrán) para emparentarla con el término máscara. Las máscaras para poder vivir. Eso dicen. Eso nos enseñan y nosotros -astutos cuales Odiseos- lo aprendemos, ¡vaya si lo aprendemos! hasta el día en el que -si la fortuna te lo depara- descubres que ninguna máscara te ayuda en nada y que es buen momento para empezar a quitarse una detrás de otra, una detrás de otra...

Eso me parece hoy.

Es la hora de ir de paseo. La luz de finales de julio en el hemisferio norte del planeta Tierra. ¿Hacia dónde iremos hoy? El sol. El perro. Las botas altas. El pelo recogido. Lo necesario.
 

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/07/2025 a las 19:27 | Comentarios {0}



"Sabía que la embriaguez haría de lo suyo; sentirse enfermo podría ayudar, esa fiebre que provoca alucinaciones; la ausencia prolongada de la amada también. Ya casi no recordaba su rostro aunque retenía la imagen de una tarde en la que el sol recortó de una forma intensa el óvalo de su cara; quizá no recordara su rostro pero sí su contorno". Nosotros, por nuestra parte, sugerimos que es posible que ese estado de cosas pudiera influir en su descripción del paisaje. "Al fondo -nos contaba- a mi izquierda, muy lejos, era un fondo muy profundo, sobre unas lomas se podían ver las vides; dos o tres lomas serían las que abarcaba el viñedo, doce hileras de viñas, no más, las cuales se extendían hacia mi derecha sin llegar hasta el centro y de repente como si fuera el capricho de un dios borracho, el fondo se volvía agreste, las lomas se hacían montes y los montes se unían en una sierra que se iba elevando hacia mi derecha hasta dejar justo en mi extremo superior derecho la contemplación de un minúsculo pedazo de cielo y bajo él una montaña joven e inmensa que descendía por caminos abruptos, barrancos y correnteras hasta una llanura".
El observador se quedó callado. Como la taberna estaba en semi penumbra no adivinábamos sus facciones, a más a más, cuando cubría su cabeza con un sombrero homburg. Encendió un cigarrillo. Siguió mirando hacia la mesa, la cabeza semi inclinada. Algunos nos fijamos en sus manos: eran finas como si nunca hubieran trabajado. El hombre se encontraba de espaldas a la ventana y fuimos los que estábamos frente a él los que vimos asomar por ella, como tantas noches los habíamos visto, los cuernos naranjas de la luna. El hombre pareció sentir el influjo directo de la luna y como si fuera un autómata al que le habían dado cuerda, arrancó de nuevo a hablar. "Yo debía de encontrarme en un altozano frente a la llanura. Justo a mi lado un viejo roble muerto dormía el sueño de los justos. Ante el fondo antes descrito, en el lado de los viñedos, justo entre la llanura y las lomas, había una inmensa vasija tumbada. Según mis cálculos, hechos a ojos de buen cubero, la vasija debía de tener una anchura en su centro de unos doscientos metros y una largura de unos ochocientos o mil metros. Era una vasija con forma de ánfora romana, muy ancha en su parte central y muy estrecha en sus extremos. La boca del ánfora estaba sellada mediante un inmenso tapón de corcho blanco. Todo el ánfora estaba decorada con motivos marinos: delfines, tritones, olas, barcas de velas, sirenas, escollos. A los pies de la gigantesca ánfora, ya en la llanura, como si fuera su guardián se levantaba una aldea con templo. Durante todo el tiempo que estuve allí, contemplando aquel paisaje insólito, no vi ni percibí a un solo ser vivo. Tampoco, por supuesto, en la aldea ni en el templo. Tan sólo recuerdo escuchar algo parecido a la vida cuando el viento chocaba contra lo que debía de ser una fisura en la vasija que provocaba el espejismo de creer estar escuchando el silbido de una mujer en la mañana. Todo lo demás era tierra baldía, aire muerto..."
El tabernero sirvió una ronda de vino. El hombre cogió su vaso y lo bebió de un trago. Luego dijo, "Beban. Yo invito". Los demás bebimos.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/07/2025 a las 18:28 | Comentarios {0}



- Hola (...) sí, todo bien (...) ya sabes, al principio cuando empieza a acelerar, sólo en ese momento (...) Sí, sí, me sigue pasando, es como si tuviera la cara de haber cometido todo tipo de delitos (...) ¿Por ahí todo tranquilo? (...) Bueno. Es un momento. El primero momento. Ya lo sabes. (...) Me comportaré como me comporte. Es que no puedo anticipar nada. Cuando lo hago, por ejemplo durante el vuelo, me entra una angustia de cojones. No es cómodo (...) ya, ya sé que lo sabes. Entonces consigo callarme. Callar el pensamiento. Dejo que el presente se haga presente (...) perdona, sí, sí, me río, me haces reír y te lo agradezco (...) Pues eso, que sea como tenga que ser. Sólo espero dormir bien, que mis sueños sean propicios (...) no, no te voy a citar a Artemidoro (vuelve a reír) (...) pero tú sabes que era una broma, que soy pedante y bromista a un mismo tiempo (...) ¿La habitación? Bien, es un hotel sencillo, un poco lejos del centro (...) Prefería que no me recordara a nada (...) Iré por la mañana. (...) No, no he llamado ni me ha llamado nadie. (...) No pasa nada. Era lo que esperaba. (...) Pero no ha pasado y ya está. Normalmente pasa lo que se espera que pase. También yo podría haber llamado. Lo inusual sería que me diera una ducha; me vistiera; saliera; cogiera un taxi y me presentara a las dos de la madrugada en el tanatorio para velar el cadáver de mi madre (...) Sí, quizá (...) porque no me atrevo (...) sí, claro, aunque tenga setenta también tengo seis (...) las edades se solapan, sí (...) seguro que no me atrevo, no te preocupes (...) bien, ahora te ríes tú (...) Me voy a tomar el bocadillo con una cerveza y me voy a meter en la cama (...) Te llamo mañana cuando vuelva del cementerio, ¿vale? (...) Yo también, mucho y gracias por estar ahí (...) tonto no puedo ser si me quieres tú (...) Hasta mañana (...) tú también.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/07/2025 a las 13:30 | Comentarios {0}


Me declaro libertino (en el sentido que a esta palabra se le daba en el siglo XVIII, es decir, en moderna terminología: librepensador). La reflexiones que voy a ir plasmando a lo largo de las próximas semanas tienen un carácter provisorio y se acogen a una de las características de uno de los métodos científicos: estas reflexiones son falsables. Incluso yo mismo, a lo largo de este periodo que hoy se inicia, podré mostrar la falsabilidad de algunas de ellas.
Estas reflexiones no pertenecen a ningún heterónimo. De cada una de las palabras que escriba en este libro el único responsable soy yo: Fernando García-Loygorri Gazapo. Por supuesto que cuando utilice citas facilitaré el nombre del autor y el título del libro o fuente de donde las haya sacado.



183.- Hay días en los que me veo tentado a entrar al trapo de los enfrentamientos. Sólo me siento tranquilo conmigo mismo cuando consigo olvidar el supuesto agravio, la supuesta ofensa.

184.- No todas las opiniones son respetables lo que no quiere decir que no se puedan tener. No, que quede claro: no todas las opiniones son respetables y menos aún ese igual de que a veces se le añade.

185.- Asignatura obligatoria en las escuelas de primaria debería ser El arte del diálogo.

186.- Toda opinión que ataque o persiga derogar cualquiera de los derechos contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada y proclamada por la Asamblea de las Naciones Unidas en su resolución 217 A (III) de 10 de Diciembre de 1948, no merece respeto alguno y ha de ser cuestionada mediante la justicia y la razón.

187.- Desertar no significa abandonar.

188.- Yo, que tantas veces he desertado. Yo, que tengo desde muy chico la sensación de no haber tenido nunca patria y muy joven leí aquellos versos de Nietzsche: Infeliz aquél que de patria carece.

189.- Hay ya momentos en los que siento con absoluta claridad que la muerte anda cerca y al percibir su cercanía tengo la misma reacción física que experimento cuando me asomo al abismo desde lo alto de un acantilado y luchan en mí el deseo de lanzarme y volar por última vez y el terror de tropezar y caer y morir.

190.- Algo que sí intuyo que ocurre con el paso de los años (si los años han posado, si has vivido esos años, si los has madurado, incluso si los has perdonado) es que, desde la madurez que ya entra en la vejez, se es consciente de la manipulación grosera con la que el poder dirige los miedos de las masas.

191.- Divide y vencerás (divide et impera).

192.- ¡Cuántas viejas novedades nos asolan!


 

Ensayo

Tags : Reflexiones para antes de morir Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/07/2025 a las 13:05 | Comentarios {0}


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