Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Puestos a prohibir
Tres son las prohibiciones que ahora me vienen a la cabeza de este gobierno social-demócrata que me alejan de él: la prohibición de fumar en lugares públicos, la prohibición (que quieren aprobar) de que los bollos y otras chucherías contengan regalos y una última que he leído hoy que consiste en prohibir los anuncios de contacto sexual en los periódicos.
Creen que prohibiendo lograrán impedir lo que para ellos son lacras sociales. La sensación que me producen estas prohibiciones es que están dirigidas no a quien promueve la inmoralidad (no digo yo que sea inmoral, lo dice este gobierno tan moralista) sino a quien por costumbre utiliza unas cosas u otras.
Sólo a beneficio de inventario pienso: una de las dos armas más poderosas de consumo consiste en crear una analogía entre el producto a vender (un coche, por ejemplo) y una mujer joven. Si te compras el coche, te viene a decir el anuncio, follas con ésa (no me atrevo a escribir "te la follas" aunque sea ése el verdadero mensaje: con ese pedazo de coche, machote, te follas a quien sea). El sexo sigue siendo un tabú tan intenso, tan extendido; el sexo contiene un deseo tan latente y evidente de tantas frustraciones humanas que me resulta difícil entender cómo a nadie se le puede ocurrir que por decreto una forma de encuentro sexual se erradique.
¿Por qué el comercio sexual es tan depravado? Aventuro una respuesta: porque no está plenamente regulado, legalizado y valorado como un trabajo bueno para la salud de una comunidad. Una comunidad que no folla o folla poco o folla mal es una comunidad con mala follá, que se dice. Una manera de evitar el abuso sería que la propia sociedad fuera superando sus prejuicios en vez de crear unos nuevos. Una sociedad donde mujeres y hombres entendieran la sexualidad como un lugar hermoso, peligroso, excitante, delicado, callado o estridente; una sociedad en la que el encuentro sexual fuera tan natural que pudiera realizarse a la vista de todos (si así se quiere), donde los ardores fueran celebrados con largos encuentros ecuménicos en amplias avenidas; una sociedad desinhibida tendría un efecto curioso: no necesitaría (tanto) los anuncios de contactos... ¡Prohíbalos usted, señora ministra, y asistirá a un aumento de la depravación!
Ocurre lo mismo con los regalos en las chucherías: ¿qué motiva la obesidad en los niños, su mala alimentación? Desde luego no la chuchería. La chuchería es un efecto. Es olvidarnos de que el ser humano es cómodo, indolente y codicioso. Pero sobre todo cómodo. Una sociedad mecanizada, que evita el esfuerzo físico. Una sociedad de horarios imposibles y normas de conducta robóticas ¿cómo no va a poder disfrutar de la levísima recompensa de un avioncito dentro de un huevo Kinder? ¿Y quién puede obligar a nadie a cansarse, a sentir hambre si no se educa su cuerpo ( sólo se educa una parte de él: la cabeza, que por cierto sólo es su octava parte y es la que menos movimiento muscular tiene)?
Y en cuanto al fumar: ¿cuánto de interés crematístico tiene este afán por defender a nuestros pulmones del humo del tabaco? Porque si realmente el interés fuera honesto entonces la extensión de la protección contra humos habría de ser inmensa. Unos ejemplos: ¿cuánto humo de tubos de escape inhala un niño en su cochecito durante el trayecto que le lleva desde su casa hasta el parque? ¿A cuántos cigarrillos corresponde esa inhalación? ¿Cuánto agrede la nube de smog que tantas veces se coloca sobre nuestros cuerpos en los largos y fríos días de los inviernos con sus calefacciones encendidas a todo meter? ¿Y el humo de las refinerías? ¿Y el humo de las papeleras? ¿Y el humo de los vertederos? ¿Y los gases de los aires acondicionados y su calor -que es una forma de humo sobre todo en verano- que expulsan a las calles?
Tengo la impresión de que siempre que se prohibió, se jodió y no desapareció lo prohibido.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/05/2010 a las 13:12 | Comentarios {0}


Marcha bien. Visión fugaz de un tiempo pasado. Sin saber por qué (sin venir a cuento, hermosa expresión que también podría querer significar: sin merecerse un cuento, es decir: sin avenirse a convertirse en cuento). Nostalgia. Se dice. Nostalgia que es un cuchillo y corta la respiración a la altura del diafragma e inunda el espacio del cerebro que, en el día de hoy, debía de haber estado calmado y listo para trabajar.
Se mantiene este estado hasta la caída de la tarde y pienso que en mis mundos el ocaso vespertino tiene algo de relajante, algo de medicinal y me veo, por fin, sonriendo mientras hago con Violeta unos problemas de geometría que en mi infancia suponían un quebradero para mi cabeza y hoy han supuesto un verdadero goce al ver que, por fin, tras tantos años, los entendía y sabía aplicar la fórmula (bueno, vale, he fallado en uno pero porque he leído mal, ¿eh?).
Le digo a P. que quizá pronto me vaya de su casa. Le alegra por mí. Me alegra por él. Ya está llegando el tiempo.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/05/2010 a las 18:52 | Comentarios {0}


Extracto del libro El Fuego secreto de los filósofos. Patrick Harpur


... Mediante la imaginación, pues, podemos imaginar la forma del árbol, la "arboridad" de un árbol, lo que hace que nuestra re-creación del árbol sea más real incluso que el árbol natural. El árbol no es ya un árbol literal, pero tampoco es meramente metafórico, como si se pintara la dríade del árbol en lugar del árbol. El cuadro, en otras palabras, cumple -como todas las obras de arte- los criterios de lo daimónico. Es literal y metafórico (o, más bien, una creación que hace redundante la distinción). Es a la vez universal, su "arboridad", y particular, un roble. Existe entre el artista y el mundo, en una representación que reúne a ambos; y, como tal, es personal y subjetivo (según la percepción del artista) e impersonal y objetivo (según la imagen arquetípica del árbol). La obra de arte nos instruye en esa doble visión que, según decía Blake, se requiere para verla.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/05/2010 a las 09:07 | Comentarios {0}


Dimitri Daniloff
Dimitri Daniloff
Era un día de mayo por la mañana. El cielo se había mantenido despejado. La ciudad, desnortada, se zambullía en la celebración de una batalla vieja (como todas las batallas). Él se levantó con cierto nerviosismo y su primer pensamiento fue, Hoy lo haré. Se sentía a sus treinta años recién cumplidos como un adolescente que va a ir al instituto y se va a encontrar en la clase con la chica que le gusta y a la que aún no se ha atrevido a declararle su deseo (declarar el amor es una cuestión posterior). Se duchó. Se afeitó (aunque era barbilampiño y consideraba que le quedaba mejor esa media barba que su tez completamente rasurada pero pensó que si ella decía que sí, sería mejor besarla sin raspaduras como si aquello fuera una declaración de principios o una metáfora de sus intenciones: suaves, sin filos), se cambió de ropa y fue a su trabajo con la esperanza de un sí; esa esperanza la había alimentado durante los dos últimos meses cuando él y ella habían iniciado una relación basada en cierto deseo de confesarse el uno al otro, en cierta desnudez de los sentimientos, los pensamientos y los miedos, en una soledad compartida, en unas experiencias semejantes. El temor de él había sido que quizá tanta intimidad (o asomo de intimidad) podría conducir a un estancamiento, a una amistad sin derecho a goce (por decirlo así) y esa amenaza había ido adueñándose de él, poniéndole tenso cuando se encontraba con ella, desconcentrándole y por lo tanto (pensaba él mientras paseaba por las calles y una banda de música hería los oídos de los paseantes como si la música fuera balas) convirtiendo en impostada su actitud.
Cuando terminó su trabajo y se vio con ella serían las siete de la tarde. Llovía un poco y ellos se sentaron al fondo de un café. El encuentro se inició como siempre: se contaron su semana, los pequeños asuntos mundanos, los proyectos, las inquietudes y entonces, sin venir a cuento, tras una pausa de ella, él le dijo que le gustaba como mujer, que desde hacía unos días cada vez que la veía sentía el deseo de tocarla, de besarla, de conocerla más (bíblicamente, dijo, como si aquella broma pudiera relajar la tensión que se había impuesto de repente entre ellos) y terminó con un, Bueno, ya te lo he dicho.
Ella le miró como si aquello fuera lo último que hubiera esperado escuchar en su vida (se quitó las gafas ¿para limpiarse los oídos? y se las volvió a poner), su actitud se retrayó y con una gran tranquilidad le contestó, ¡Oh, no, no, no te puedes imaginar lo complicada que soy! Es mucho mejor que sigamos así, de verdad, hazme caso. Además yo aún estoy colgada de, bueno, ya sabes, alguna vez te he hablado de él. Además ya sabes ese refrán que dice que donde pones la olla no pongas la... ¿Lo conoces?, ¿no?
Él recordó que, en efecto, su relación se había iniciado por una cuestión profesional y no le contestó a la pregunta retórica que ella le había hecho, ni le dijo que la referencia a dicho refrán le parecía una ordinariez supina. Sencillamente dijo, Bien, entonces sigamos con nuestro trabajo.
Cuando se separaron, trastocadas las formas y los fondos por una mera cuestión de empatía, él se sintió ligero. Caminó hacia su casa con una sonrisa entre los labios. Se olió el cuerpo que había sudado al hacer su declaración y se estiró en mitad de la calle mientras pensaba en el Matrimonio entre el Cielo y el Infierno de William Blake. Sin saber por qué pensaba en ese libro alegórico. Sin saber por qué lo releyó por la noche, ya en la cama, desnudo entre las sábanas sin echar de menos, por primera vez en dos semanas, el cuerpo de ella que nunca había visto.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/05/2010 a las 09:54 | Comentarios {0}


Me estaba esperando en la ducha. Había tomado la forma de una polilla. La vi. Abrí el grifo. Hice pis. Descorrí la cortina y seguía allí, moviendo sus antenas. La cogí. La saqué del plato de la ducha. La dejé en el suelo del cuarto de baño. Le dije, No puedo hacer más por ti. Me duché. Me lavé los dientes dentro de la ducha ( a veces me gusta hacerlo así. Sentir que me limpio la boca a medida que me cae el agua por el cuerpo). Salí. La polilla seguía allí. Apenas había avanzado. Tuve cuidado para no pisarla. Cuando me fui le dije, Ánimo.

Sensual anduvo el tiempo después. Sentí emoción. Canté. Bailé mientras me miraba en el espejo bailar. Delgado. Volví al cuarto de baño y la polilla no estaba.

La vejez siempre ha estado cerca. La reiteración de los sueños. La conjunción.

Leía ayer: las personas de los sueños no son exclusivamente expresión de nuestra psique: "Son imágenes de la sombra que asumen papeles arquetípicos; son personae, máscaras, en cuyo vacio hay un numen". La razón de que los dáimones no aparezcan como tales, sino disfrazados como los amigos de la tarde anterior, sigue Hillman, es que esas personas del sueño son necesarias para hacer el alma: "Son necesarias para el trabajo de descubrir, de desliteralizar. Sin los amigos de la tarde anterior, un sueño sería una comunicación directa con los espíritus. Sin embargo, un sueño no es una visión, como la psique no es el espíritu" (De El Fuego secreto de los filósofos. Patrick Harpur. Editorial Atalanta).

Se me renueva la piel de una quemadura.

Mi uña tarda unos dos meses y medio en ser enteramente nueva.

Espero que esté volando fuera de la atmósfera húmeda que hace más pesadas sus alas.

Nabucodonosor pintado por William Blake
Nabucodonosor pintado por William Blake

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/05/2010 a las 16:38 | Comentarios {0}


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