Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


La baigneuse endormie par Auguste Renoir. 1897
La baigneuse endormie par Auguste Renoir. 1897

XLIII
     Yo imagino a Donjuan los primeros instantes tras haberse dado cuenta de que ha perdido nuestro rastro. Sé por qué Donjuan se ha perdido. Es época de celo. Donjuan se ve impelido a montar hembras. Es su destino. No así el de Hamlet que es eunuco y las épocas de celo ni fu ni fa. Sí que es cierto que de repente levanta el hocico y siente el impulso de ser macho pero no pasa de ahí, del impulso. Donjuan, en cambio, se hincha, se convierte en pavo real, su pelo se vuelve más lustroso, se acentúan sus rasgos de lobo y su musculatura se aprieta. Y pasa. De repente el aire le lleva a alejarse de nosotros. Sigue el rastro que la perra ha ido dejando a su paso. Tiene buen olfato Donjuan. En una de sus escapadas encontró a la perra a más de diez kilómetros. Lo curioso -me contó su ama más tarde- es que gran parte de ese trayecto lo hicieron la perra y ella en coche. Y con las ventanillas subidas, apostilló la dueña, que llovía. Imagino las aventuras de Donjuan. Lo imagino ante todo peleando, con sed y con hambre y montando. Noto, en la lejanía, como se va quedando en los huesos y tan sólo le deseo que cuando su necesidad haya quedado satisfecha, sepa volver a casa sano y salvo.

Fragmento decimonónico
     [...] a veces sentía una excitación inusual por ver sudada la tela que cubría sus axilas [...] por ejemplo una tarde de julio me señaló, levantando el brazo izquierdo, el vuelo de un halcón. Llevaba puesta una camisa blanca y al levantar el brazo miré el cerco de sudor que había agrisado la tela; era un cerco amplio. Debía estar sudando mucho. Quise saber entonces cómo sabía su sudor. Imaginaba que ella mantenía levantado el brazo izquierdo, apoyaba el codo en lo alto de la cabeza y dejaba que la mano cayera lánguida sobre el lado opuesto de su cráneo; yo me acercaba, aspiraba primero el olor de su sudor que era puro, sin atisbos de desodorantes o aromas ficticios; olía a mujer que ha comido gazpacho y ha bebido un vino blanco que han dejado en su sudor notas acres. Luego acercaba mis labios a su axila y me dejaba humedecer por él, pasaba mi lengua por mis labios mojados y absorbía sus primeros sabores dulces y picantes como debía ser su piel. Antes de seguir me separé un poco; subí hasta su oreja y le susurré si podría lamer su sobaco. Ella me dice que sí. Deslizo mi lengua desde su oreja hasta la concavidad oscura donde el húmero y la escápula se abrazan y lamo y mi lengua siente cómo su vello lucha por crecer y siento en una mezcla de dolor y sexo, que mi lengua, al contacto con esos pelos rasos, ha adquirido algo de la textura de la lengua de los gatos [...] 

     Ayer de madrugada, a las cuatro menos veinte exactamente, y tras nueve días perdido por esos mundos de dios, ha vuelto a casa Donjuan. Viene en los huesos. Desfallecido y con varias heridas de guerra, una de ellas en la base del cuello que aun no se le ha cerrado y que me veo obligado a coserle. Hamlet se ha acercado a él y le ha dado la bienvenida. Tras curarle -y someterse el pobre Donjuan a la sutura de la herida con absoluta docilidad y sin emitir más que un par de quejidos- se ha quedado dormido y aún sigue en el mismo estado pasadas doce horas. Respira acompasadamente. No tiene fiebre. Sueña.
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/07/2021 a las 19:17 | Comentarios {0}








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