Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Fue su intención pasada la primera media hora. No antes. En su quietud pensó, Meditar es observar sin fijarse e inmediatamente indagó en un continuum que no le atañía si sería mejor quitar el reflexivo se al verbo fijar  y concluir entonces que, Meditar es observar sin fijar. Terminó en todo caso por considerar que Meditar es observar sin fijarse completaba mejor la idea que había surgido de un muro rojo que se ponía delante de sus ojos de repente. Delante de sus ojos ciegos. Queremos decir de sus ojos cerrados. Abiertos sus ojos sí ven o creen ver. En ese observar sin fijarse observó a su hermana parada en un semáforo, a su madre levantándose con dificultad de una cama antiquísima, también observó el vuelo de un mirlo entre unos arbustos al que perseguía un perro más bien pequeño y más bien blanco y negro; observó sin fijarse el frío en las montañas coronadas -a modo de jaspe- por una nieve más bien avara, observó su lucha por no fijarse en la mujer a la que deseaba, por no fijarse en su coño, que no se bajara las bragas y se abriera ante él un mundo húmedo y unos muslos torneados; observó cómo dejó de luchar y cómo la mujer ponía el culo en pompa; observó la cercanía del negro con tintes circulares de luz, también la anatomía olorosa de algo que pasó y el terror a verse echado de su mundo por su propia indulgencia para consigo mismo; de nuevo el muro rojo y unas lentas y profundas inspiraciones le favorecieron observar la nada un instante, sólo un instante hasta que se dio cuenta de que la nada estaba y por lo tanto había dejado de estar; observó el dolor en la pierna izquierda y supo mantenerlo en observación, sin fijarse en él y deambuló por una ciudad y unas luces y por un encuentro y unas palabras que al momento siguiente quiso recordar y no pudo. No vamos a incidir en las imágenes eróticas que observaba. Eran hermosas aunque él las rechazara. Era ese momento en que quería dirigir el pensamiento. Dirigir, digámoslo sin tapujos, la meditación. Era el momento inconsciente de las grandes esperanzas: una iluminación, una navegación por un mar calmo de ideas y pasiones; un llegar sin atracar. Seguir. Y que su mente elaborara formas simbólicas: la colocación de la mano, la dirección de la mirada, la flor del loto, la serpiente cósmica, el monstruo de los Cabellos Pegajosos... entonces sonó la media hora. Ahí tendría que haberse detenido. Abrir los ojos. Volver al mundo. Decirse, Lo has hecho bien. Venga, mañana otra vez y ponerse con su diario vivir. No fue así. Decidió seguir con los ojos cerrados, las piernas cruzadas, las manos con las palmas hacia arriba apoyadas en los muslos, la cabeza inclinada cuarenta y cinco grados y la respiración lenta y honda. Entonces el muro rojo se preñó de puntitos negros y se fue acercando a su rostro hasta casi arañarle las mejillas. Sintió una emoción muy viva, creía estar muy cansado, al borde del desfallecimiento, vinieron imágenes de sándalo y largartijas, la huella de un tornero en un desierto y voz del muhecín invitando a fumar hachis; inspiró de nuevo la contingencia; inspiró con anhelo la espera; inspiró con las costillas el apaciguamiento y dejó que las corrientes se hicieran las dueñas de un juego de pelota; el dolor de la pierna izquierda adquiría forma de agujas. Observó la caricia de la mujer. Observó cómo se recostaba en la cama y se dejaba. Observó cómo la observaba. Creyó intuir que fuera de aquella habitación nevaba. Sonaba el tiempo. Observó sin fijarse en el discurso que pronunciaba. Apenas podía distinguir el brillo de unas gafas en el auditorio. Tras él una gran orquesta y un coro vestido de blanco. Inspiró de nuevo. Repitió una frase que no significa nada. Supo que la repetía una y otra vez. Se quedó en ella. Podríamos decir que la saboreó un rato. Sabe que volvió un instante la nada. Supo que tenía que abrir los ojos. Volver al mundo. Iniciar su jornada. Y lo hizo. Y sintió un cansancio universal como si a sus espaldas se hubieran subido cien bueyes listos para el holocausto. A duras penas llegó hasta su cama. No recuerda cómo se echó una manta por encima. No recuerda cuándo se quedó dormido. Aún duerme. Aún, aún duerme.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/03/2013 a las 18:23 | Comentarios {0}








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