Tienes que buscarlo, le decíamos.
Ella nos miraba con los ojos muy abiertos o quizá lo que miraba era la palabra que pugnaba por salir de su boca.
Nosotros insistíamos, Tienes que buscarlo.
Ella se retorcía las manos. Tarareaba algo. Uno de nosotros incluso aseguró haberla visto sonreír. Los demás no le creímos.
Tienes que buscarlo, le dijimos por tercera vez.
Por fin pareció reaccionar. Nos miró con, diríamos, reflejos de perla en sus iris y le susurró a una medalla que siempre llevaba colgada al cuello algo que, por supuesto, no logramos entender. Hecho el susurro y tras hacer un gesto que podría sugerir disculpas, cayó en un profundo sopor y desapareció en su vigilia para siempre.
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Cuento
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/07/2022 a las 19:27 |