Está en un manglar
(Interpretación: la vida es una jungla)
Quizá no sea ella a la que se está mirando pero no lo puede asegurar. Ve, entonces, a sí misma o a otra que parece ser ella en un manglar.
(Interpretación: ¿Quién es uno?)
Entre los mangles aparece un cocodrilo inmenso, es un leviatán de ojos amarillos, fauces descomunales, cuerpo de escamas de acero, cola que pareciera el instrumento de Eolo para sacudir los vientos.
(Interpretación: la vida se contagia de terrores leviatanes. Aún no haciendo nada, aún pasando de largo, lo que causa terror siempre es inmenso.)
El cocodrilo la husmea. Parecen sus orificios nasales ollas de Satán. Ella tiene una reacción curiosa y animal: se tumba en el suelo y permanece inmóvil. Apenas respira. Prefiere cerrar los ojos.
(Interpretación: Ni siquiera la música es capaz, en ocasiones, de amainar el miedo a la existencia. Existimos y tememos. La infancia es el territorio idílico de las grandes emociones y los grandes descubrimientos. Cuando se produce una gran emoción en los primeros años, genera una impronta indeleble... ¡qué hermosa palabra! La quietud, la apariencia del absoluto reposo, puede confundir a los depredadores. Muchos animales utilizan esta táctica para salvar la vida. Un lagarto rodeado de serpientes se salvó así. Supo mantenerse quieto hasta que encontró una escapatoria. Las serpientes le siguieron, intentaron rodearlo, pero el punto de fuga había sido bien calculado. Un altozano puede ser el final de la escapada.)
El cocodrilo se pone encima de ella. Parecen sus ojos ciegos ahora. Incluso se diría que sus fosas nasales sólo pueden oler el aire y no lo que se encuentra a ras de suelo. Ella siente las uñas del animal en su piel (leve piel de espalda, sensible permanencia de peso, disco intervertebral a punto de quebrarse) y el peso brutal de la bestia que le impide casi respirar. Curiosamente esa dificultad es una ventaja porque le obliga a inspirar muy despacio, casi sin hondura.
(Interpretación: A veces no llegamos a ser conscientes de que el peso de la culpa es el sueño de un cocodrilo en nuestra espalda.)
En la frontera entre el sueño y la vigilia el cocodrilo parece haber perdido su rastro y ella empieza a sentir el cosquilleo de una patas mucho más ligeras en su cuello. Empieza a salir del sueño.
(Interpretación: No es el hecho, es la opinión sobre el hecho)
Entonces despierta y siente claramente el caminar de un cucaracha entre sus cabellos. Da un salto en la cama. Es profunda la madrugada. Se la quita de encima de un manotazo. Enciende la lámpara de noche. Ve al artrópodo correr por las sábanas blancas. Lo persigue. Lo alcanza. Lo mata. Siente repugnancia en cada punto nervioso de su piel. No está aterrada.
(Interpretación: Si una cucaracha es para la mente un cocodrilo, ¿qué distorsión de la realidad puede llegar a provocar el sentimiento de culpa?)
(Interpretación: la vida es una jungla)
Quizá no sea ella a la que se está mirando pero no lo puede asegurar. Ve, entonces, a sí misma o a otra que parece ser ella en un manglar.
(Interpretación: ¿Quién es uno?)
Entre los mangles aparece un cocodrilo inmenso, es un leviatán de ojos amarillos, fauces descomunales, cuerpo de escamas de acero, cola que pareciera el instrumento de Eolo para sacudir los vientos.
(Interpretación: la vida se contagia de terrores leviatanes. Aún no haciendo nada, aún pasando de largo, lo que causa terror siempre es inmenso.)
El cocodrilo la husmea. Parecen sus orificios nasales ollas de Satán. Ella tiene una reacción curiosa y animal: se tumba en el suelo y permanece inmóvil. Apenas respira. Prefiere cerrar los ojos.
(Interpretación: Ni siquiera la música es capaz, en ocasiones, de amainar el miedo a la existencia. Existimos y tememos. La infancia es el territorio idílico de las grandes emociones y los grandes descubrimientos. Cuando se produce una gran emoción en los primeros años, genera una impronta indeleble... ¡qué hermosa palabra! La quietud, la apariencia del absoluto reposo, puede confundir a los depredadores. Muchos animales utilizan esta táctica para salvar la vida. Un lagarto rodeado de serpientes se salvó así. Supo mantenerse quieto hasta que encontró una escapatoria. Las serpientes le siguieron, intentaron rodearlo, pero el punto de fuga había sido bien calculado. Un altozano puede ser el final de la escapada.)
El cocodrilo se pone encima de ella. Parecen sus ojos ciegos ahora. Incluso se diría que sus fosas nasales sólo pueden oler el aire y no lo que se encuentra a ras de suelo. Ella siente las uñas del animal en su piel (leve piel de espalda, sensible permanencia de peso, disco intervertebral a punto de quebrarse) y el peso brutal de la bestia que le impide casi respirar. Curiosamente esa dificultad es una ventaja porque le obliga a inspirar muy despacio, casi sin hondura.
(Interpretación: A veces no llegamos a ser conscientes de que el peso de la culpa es el sueño de un cocodrilo en nuestra espalda.)
En la frontera entre el sueño y la vigilia el cocodrilo parece haber perdido su rastro y ella empieza a sentir el cosquilleo de una patas mucho más ligeras en su cuello. Empieza a salir del sueño.
(Interpretación: No es el hecho, es la opinión sobre el hecho)
Entonces despierta y siente claramente el caminar de un cucaracha entre sus cabellos. Da un salto en la cama. Es profunda la madrugada. Se la quita de encima de un manotazo. Enciende la lámpara de noche. Ve al artrópodo correr por las sábanas blancas. Lo persigue. Lo alcanza. Lo mata. Siente repugnancia en cada punto nervioso de su piel. No está aterrada.
(Interpretación: Si una cucaracha es para la mente un cocodrilo, ¿qué distorsión de la realidad puede llegar a provocar el sentimiento de culpa?)
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Escrito por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/08/2017 a las 11:43 |