Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Otto Dix
Otto Dix
Cuando leo (o echo un vistazo) a los libros de (¿cómo llamarlos?: crecimiento personal, autoayuda -qué espantosa traducción del inglés- psicología -qué rama del conocimiento del hombre tan sesgada [porque está basada en sesgos]. ¿Cómo, cómo llamar a esos libros? En fin no me voy a quedar en el mero nominalismo). Empiezo: cuando leo libros en los que la capacidad de mejora de un individuo se basa en sí mismo, en su fortaleza, o en su debilidad, en su atención o en su despiste, en resumen, en su carácter, se me viene siempre a la cabeza la triada que encabeza este texto. Luego se me viene al pensamiento los motivos (aunque aquí entraría Wittgenstein con su definición minuciosísima de motivos, causas o razones) por los que una persona ha de mejorar. Luego divago más y más y me pregunto qué es mejorar y leo (o echo un vistazo) a esos libros tan bien intencionados (de eso no me cabe duda. O bueno me caben dudas pero no vienen al caso) y me voy enredando en el laberinto de las ideas, de las ideas propias que puede que no valgan una mierda, que pueden ser meras justificaciones para sentirse uno mismo (por cierto ¿quién es Uno Mismo? Yo a ese señor no le conozco) más tranquilo con sus propias imperfecciones, con sus propias limitaciones, con sus carencias y que a la postre me dejan postrado, agotado, sacudido incluso diría que escandalizado conmigo mismo (no voy a hacer de nuevo la pregunta de quién es ése).
No sé qué es la vida ni dónde se contiene ni cuánto tiene de manejable ni si al final, por los extraños caminos de la física, podríamos estar incluidos en otros seres. No sé si el alma (ni tan siquiera afirmo el alma) se encuentra fuera o dentro de nosotros (no sé la importancia de la ubicación de tal órgano inmaterial); no sé el influjo que sobre ella ejerce el medio ambiente, la polución de las aguas, el aire viciado cuando no corre el viento y por toda la ciudad las calefacciones y los tubos de los automóviles van ennegreciendo la visión y al llegar a casa tienes que lavarte la cara con un algodoncito que queda negro, negrísimo y piensas, ¡Caray tenía la cara llena de mierda! ¿y si también el alma se me ha ensuciado? No sé si la base de la salud está en hacerse limpiezas de colon de forma habitual, no sé si al final le encontraría el gustillo a meterme un enema por el culo todo lleno de sales de magnesio y a tomarme una purga de aceite de no sé qué en ayunas ¿y si el alma está en el colon? ¿y si la base del carácter se encuentra en el intestino, el pobre que ha de trabajar tanto en la defensa del cuerpo? Entonces llegan estos libros y cuando los leo (o les echo un vistazo) me imagino a mis padres follando la noche del día exacto para que por una cuestión en todo desconocida para mí un puto espermatozoide y un puto óvulo se encontraran el seno de mamá y ¡zas! a dividirse, a dividirse, a dividirse y ¡pumba!, 4 kilos 500 gramos y de nombre Fernando ¿Influyó mi carácter en el encuentro sexual entre mis padres? ¿Vagaba mi alma en busca de un seno donde asentarse? ¿Pasaba por Madrid en ese momento (me concibieron mis padres en Madrid) y dijo, ¡coño, ahí están follando!, vamos p'allá! y ¡placa! aquí está usted escribiendo estas divagaciones, que no son más que eso y además hoy no voy a seguir el hilo de la argumentación, como puedes leer, que me voy por ahí y no sé volver, bueno, hasta cierto punto, que siempre puedo volver y escribir: como decía un poco más arriba Pero no, hoy no lo voy a escribir. Son las ocho y veinticinco de la noche de un día de marzo.

Ensayo

Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/03/2009 a las 19:54 | Comentarios {0}








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