Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

En el cuadro de Braque intuyo un pescado. Ese pescado me lleva a una historia del vientre de un gran pez donde vivió un hombre asustado. Me gusta el cuadro de Braque. Me gustan los tonos amarillos de su paleta, ocres verdosos, ocres rojizos también. Más de una noche, cuando hago la ronda de abrir las ventanas para que las salas se aireen y respiren un poco los cuadros tras una jornada más con un calor asfixiante, me siento frente al cuadro de Braque en la sala que llamamos la biblioteca, en una butaca Chesterfield –no sé por qué conozco la casa que fabrica esa butaca- toda tapizada en cuero y me quedo allí un rato, contemplando los planos de una realidad a la que yo no llego y que aún así me parece conocida como si yo fuera capaz de ver los varios ángulos de un rostro desde una misma posición y cuando digo ángulos no me refiero tan sólo a la espacialidad sino también al ánimo. Sí, cuando me siento frente al cuadro de Braque sé que puedo ver diferentes ángulos anímicos de un rostro desde un mismo punto de vista.
 
El destino es implacable. Insisto en la idea: el destino es tiempo cumplido. Ella sabe a qué hora vuelvo del trabajo. Estoy convencido que me espía desde su ventana –su ventana está justo encima de mi plaza de garaje-. Quizá también cuente con la complicidad de su amiga vecina cuyas ventanas dan justo a la travesía que termina en la puerta del garaje –nuestros bloques forman un cul de sac- y cuando ella –la vecina- ve aparecer mi coche puede que llame a Carmen. Le dé aviso. No entiendo si no que nos crucemos con tanta asiduidad. Hoy también ha ocurrido. Lleva el pelo mojado. Yo estoy sacando mi mochila del maletero. A mis espaldas escucho, ¡Qué calor ha hecho esta noche, virgen del amor hermoso! Lo que yo hubiera dado por una piscina.
¡Qué inmensa es mi satisfacción! ¡Qué bien la disimulo cuando me giro! En mis ojos se dibuja un gesto de timidez mientras el suyo, su gesto, es un desafío. Me está diciendo, ¡Mira qué cuerpo tengo! Podría ser tuyo si yo quiero. Eso me dice su cuerpo. Bajo la vista cuando le murmuro –como si me diera una vergüenza hondísima decir lo que voy a decir-, Donde trabajo hay piscina. Si quieres te puedes venir cuando vaya. Carmen inspira. Ha vencido. Ya soy suyo. Me viene a la cabeza la letra de una bulería –sea lo que sea una bulería- ¿Qué es lo que quieren los hombres de las mujeres? Un lugar calentito pa su pajarito, pa su pajarito, pa su pajarito. ¡Toma mi jaula! ¡Toma mi jaula! Que entra el pájaro y no se escapa y no se escapa. Eso me viene a la cabeza. ¿Y luego cómo me vuelvo? me responde ella. Yo bajo la cabeza y mascullo, Yo te traigo. Ella hace que no me ha oído, ¿Qué has dicho? Yo le respondo un poco más alto, Que yo te traigo. Ella insiste, ¿Pero tú puedes dejar el trabajo así como así y traerme? Yo le respondo, No, no puedo pero lo haría. Ella sonríe coqueta. Así que lo harías ¿eh? Me dice. Yo me encamino hacia mi portal. Le digo. Si quieres, pues eso, yo a las seis y media salgo. Hoy va a hacer más calor que ayer. No espero su respuesta. Me dirijo a mi casa. Ella se ha quedado parada junto a mi coche. Cuando estoy abriendo el portal me grita, ¿A las seis y media? Bueno pues si estoy, estoy. Yo no me giro. Entro en el portal.
 
Transcurre el día sin nada reseñable. Riego el arce japonés el cual, por cierto, está hermoso, tiene algo de intención gótica, por esa tendencia suya a elevarse, delgadamente, hacia el cielo y que tanto me recuerda a ese concepto que no logro entender del todo y que tiene por nombre infinito. Hay un hilo conductor, sí, entre el árbol que riego cada día y la idea que tengo de infinito.
Pronto llegarán las seis y media de la tarde. No dudo que Carmen no estará y sólo cuando vaya a salir por la puerta del garaje, mientras espero a que se abra, veré aparecer su cuerpo y encaminarse hacia mi coche por el espejo retrovisor.
Es exactamente así como ocurre. Me dice que baje la ventanilla. Me avisa, Un baño y cuando te diga que me traigas, me traes. Tiemblan mis labios cuando sonrío un sí. Ella monta en el coche. Desde la ventana de su casa su amiga la vecina y su marido cojo nos observan marchar.
 

Narrativa

Tags : Olmo Dos Mil Veintidós Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/08/2022 a las 18:23 | Comentarios {0}








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