Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Monólogo para una sola voz y varios sonidos



Mismo escenario que en la escena 5ª
Amanecer del día siguiente. En pianísimo cambio de luces vemos la salida del sol a través de los cristales.

FERNANDO  está sentado en una silla de despacho tapizada con imitación a cuero en color marrón claro. Lleva los pelos revueltos. Bebe a sorbos un café con leche que humea como también echa vaho él.

FERNANDO:

Está. No hay cuatro dimensiones precisas. Siento el olor suyo como ocurre cuando paso ante una higuera que me trae la infancia en sus aromas. Está. ¡Cómo puede ser tan bello el cielo! ¡Cómo no se mantiene la sensación!.. si fuera todo el día... recuerdo... la noche, camina a oscuras (hablo en tercera persona porque aunque sea yo el que camina también es yo quien lo observa y al haber decidido hablar de lo observado no puedo por menos que tratar de él al yo que yo observo), está inquieto, casi podría estar rozando el miedo o eso es sólo representación del yo que observo. Juraría y pondría la mano en el fuego a que tiene miedo: el azote del viento, las nubes en el cielo que veloces ocultan y desvelan la cara de la luna, la calma de repente que se hace en el mundo porque el viento para, caprichoso, para y se entretiene en otra altura; el sonido de la vida aparece cuando enmudece el viento, animales que reptan, animales que vuelan, animales que zumban, animales que se esconden, los que chapotean, los que acaban de estirar la pata. Esos son los elementos que invitan al temor. Si no vemos nos asustamos. Si no sabemos decir claramente esto es árbol, eso cenicero, eso ciempiés, eso museo, eso cima; si no podemos concretar en una sola cosa el universo, entonces, sí, entonces, sentimos miedo. Él también. Yo también.

Pausa no muy larga. Da varios sorbos al café. Acaricia a una perra que no está a su lado. Respira hondo. Coge un folio. Se pone las gafas de ver de cerca. Lee lo que está escrito en silencio. Deja el folio sobre el escritorio. Deja también las gafas. El primer rayo de sol ilumina las puntas de su pelo.

FERNANDO:

Ha caído en la trampa. Se ha roto las dos piernas. Se ha roto las dos piernas. De lejos llega el sonido de la turbamulta. Ahora sí siente. Hasta mi corazón lo siente. Siente lo que siente el suyo. Son hombres que cazan hombres. Descubre que es presa hombre. Sabe que van a llegar. Lo van a izar. Lo van a sacrificar. Se lo van a comer. Manjar para los dioses. Piensa mientras escucha cómo aumenta el sonido de la turbamulta en sus últimas palabras y sé (ahora abandono como yo al que observa y desde ahora yo seré el que antes era él, el observado) que el que me observa no puede seguir con su narración porque cuando me cojan, cuando me icen, cuando me asen, él será yo y las quemaduras las sentirá en su piel. Tenemos la misma piel. Sí, mis últimas palabras. Saber que haré honor a Cioran que aconseja morir solo, sin estar rodeado de nadie y menos de seres que alguna vez te quisieron. A ésos hay que alejarlos. La muerte es una acto demasiado íntimo, un acto que como el cagar no admite público (siempre hablo de la civilización en la que vivo, siempre sueño en las señas de identidad de mi civilización. No se puede soñar desde otras civilizaciones). Mis últimas palabras serán gritos y silencios.

Pausa. El sol va bajando desde su cabello hacia su torso. Cierra los ojos. Su gesto se contrae en un gesto de dolor -como si el sol que baña su rostro fueran las brasas donde es asado- y grita gritos mudos y respira agitadamente y así, mientras se asa, va cayendo sobre el escenario el telón.
 

Teatro

Tags : Saturnales Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2023 a las 17:54 | Comentarios {0}


Monólogo para una sola voz y varios sonidos



Mismo decorado que en la Escena 1ª con el añadido de un espejo de cuerpo entero en el lateral derecho. Es un espejo más bien estrecho, con el marco de madera cromado en plata. El marco está en mal estado y se ven varios desconchones en la pintura que dejan ver vetas sucias.

Una semana más tarde. Hacia las cinco y media de la tarde.

A lo largo de todo el monólogo Fernando se acerca y se aleja del espejo. Está desnudo y se viste con ropa interior de hombre y de mujer de forma absolutamente aleatoria, no primero de mujer y luego de hombre y así en una sucesión interminable sino que puede colocarse siete veces los mismos calzoncillos y luego una vez las bragas.
La ropa interior es: dos calzoncillos, un par de bragas, unas medias negras y una combinación de satén añil.

FERNANDO: 

Desnudo frente al espejo. Chocheo. Tengo frío. Las nubes detrás de mí son heraldos del hades. ¿Por qué nos vestimos? ¿Con qué nos vestimos? No, no tengo miedo. No, no quiero el mal. No, no creo en el destino. No, no me imagino el mundo de otra forma. No, no he vomitado demasiado esta mañana. La luz no me mata. La ausencia me enloquece pero sé mantener mis constantes vitales. No me derrumbo. No anhelo sobrevivir. No me declaro inocente porque sea lo que hay que hacer.

Durante el tiempo siguiente, sea éste el que sea, dure éste lo que dure Fernando toma unas bragas, las palpa, se las pone, se mira varias veces en el espejo, se acaricia la entrepierna lentamente. Se gira frente al espejo. También puede llorar al mismo tiempo. También puede caer en una especie de aletargamiento. Quedarse parado como si a un muñeco se le hubiera terminado la cuerda.

FERNANDO:
¡Qué calamidad! Miré con los ojos puros. Estaba abierto a la pureza. No sé cuándo exactamente ni por qué lo hombres no podemos llevar estos tejidos cubriéndonos los genitales con suavidad tan adictiva. Te quiero, te diría. Te espero, te diría.

Pausa larga

Podría ser que mi imaginación me llevara a Tombuctú. Sé lo que es imaginar. Sé que debería sentarme frente a la máquina y empezar a teclear dejando que los dedos fueran conducidos por una mente que en todo se ha logrado desprender del control de la conciencia; sé que nadie conoce; sé que estamos al principio. Detrás de mí están las nubes que son los heraldos húmedos del hades. No me lamento. Cada vez me cuesta más aceptar... aceptar... ¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cuándo llegué? Y si... vine perdido, no sé de dónde, vine perdido, vine sin memoria, era, soy, estatua, carne y estatua, hueso y estatua, carne de hueso estatua, escultórico, marmóreo. Vine. Me quedé. Confié. La tortura se había mantenido a una distancia prudente. Mírate. Ya estás viejo. Tu cuerpo es demasiado deforme. Ya no tienes mil cuerpos. Cúbrete. Fíjate en los lunares, cada uno con su rinconcito de cáncer. No temas. El desencanto es menos pendiente. Casi es una loma que va a morir a la mar. (Se observa en el espejo. Se ha puesto unas bragas bordadas moradas y las medias negras) Bella! Siéntese (se sienta). Si no me importa mantengo las piernas cerradas. Que la vida era esto no lo sabía. No, no las abro. No quiero abrirlas. Me mantendré con las piernas cerradas hasta el fin de mis días. He muerto para el mundo. He muerto para la sensualidad. Me importa un santo carajo. La lucha es por la paz no por la guerra. No tengo nada por lo que guerrear. Me estoy quedando sin fuego. Me estoy quedando estatua, sí, de sal, estatua de sal, mujer de Lot soy siendo yo mismo Lot. Soy y no soy estatua de sal y hombre que no puede mirar.

Calla. Se cambia de ropa. Despacio. Siempre despacio. Quizá grite alguna vez o corra por el escenario o llore tirado en el suelo, en un rincón del despacho o se quede mirando la llegada de la noche con un terror de iniciado o se quede quieto, muy quieto, con los calzoncillos por los tobillos y unas lágrimas que no terminan de rebosar.
 

Teatro

Tags : Saturnales Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/01/2023 a las 17:15 | Comentarios {0}


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