Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
La diferencia entre cieno y limo es que el primero es la mezcla de agua y sedimentos arcillosos que se forma en el fondo de las aguas detenidas y el segundo es el conjunto de partículas minerales muy finas que, arrastradas por las aguas, se depositan en el fondo y en las orillas de los ríos. Al cieno se le asemeja con el fango; al limo con el lodo o con el barro.
Tendré entonces que escribir: Sé que en fondo del pantano, cubierta por el cieno, la pelota roja se irá pudriendo.
También ahora sé que -por mucho que queramos- en el fondo de los lagos no habita el limo -palabra más poética, menos arrastrada que cieno de donde ciénaga o cenagal-.
De donde en el fondo de los lagos siempre hay un cenagal.
A veces, y pecando de impreciso, llamaré al cieno limo y al pantano lago porque no puedo afirmar sin duda alguna que estoy despierto y no sueño o que sueño un pantano que mi percepción recibe como lago.
La pelota roja es un tesoro. Si alguna vez tú, lector querido, navegas por las aguas del pantano y arrastra tu barca una red y en la red atrapas la pelota roja, has de saber que habrás encontrado uno de los tesoros más preciados. Porque la pelota roja es maciza y de unas proporciones perfectas para lanzarla; además los botes que provoca al bajar desde los aires son tan poderosos -e imprevisibles- que obliga a quien la persigue a tener a punto los reflejos y a ser ágil como el sabor de la uva madura en la boca.
Yo no tengo barca y a veces sueño un lago. Acepto con Descartes que nada de lo que doy por cierto ha de serlo excepto el pensamiento y porque pienso lago en vez de pantano, sé que soy Fernando o cuando menos que en ocasiones soy Fernando y que Fernando se define, única y exclusivamente, porque también piensa pantano en vez de lago.
En todo caso, si fuera un sueño, si la pelota roja se va hundiendo en el cieno del pantano en el sueño que yo creo ser vigilia, no me cabe la menor duda de que es muy posible que tú, querido lector, puedas soñar que es la madrugada, que el cejo flota sobre las aguas del pantano como si quisiera cubrirlo con un mantón de frío y humedad, que hundes tu remo en las aguas invisibles y escuchas el sonido del agua hendida con el escalofrío propio de quien se siente solo en un espacio inseguro y que de repente una carpa negra y prehistórica, con su aleta caudal, lanza al aire la pelota roja y ésta rompe el cejo (mantón que se deshilacha por la labor paciente de un gato) y cae en la cesta que llevaste contigo y que dejaste abierta en el fondo de la barca.
Y yo os digo -sea vigilia o sueño-, os digo, ¡En el cieno del pantano reposa el tesoro de la pelota roja!

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/09/2017 a las 18:58 | Comentarios {0}


Gothold Ephraim Lessing publica en 1779 su obra dramática Nathan el Sabio. En la escena VII del Acto 3º el Sultán Saladino le pregunta al judío Nathan cuál es la verdadera fe -si la judía, la cristiana o la musulmana- y Nathan le responde con esta maravillosa fábula.
Hoy las guerras de religión -denominadas ahora guerras de ideología- siguen campando a sus anchas por el mundo. ¡Lástima que no haya un Nathan mediático que nos cuente una y otra vez esta historia!


NATHAN.— Luengos años ha, vivía en Oriente un varón que poseía un anillo de valor incalculable, de mano amada recibido. Era la piedra un opal que reflejaba cien bellos colores y tenía la fuerza secreta de hacer bienquisto a los ojos de Dios y de los hombres a quien la llevara con esa confianza. ¿Quién se extrañará de que ese varón de Oriente no quisiera dejar de llevarla nunca en su dedo, y de que tomara la disposición de conservarla eternamente en su casa? Y del siguiente modo lo hizo. Dejó el anillo al predilecto de sus hijos, estableciendo que éste, a su vez, lo legara al que fuese su hijo predilecto, y que el predilecto, sin tomar en cuenta el nacimiento, se convirtiera siempre, sólo en virtud del anillo, en cabeza y príncipe de la casa. Entiéndeme, Sultán.
 
SALADINO.—Te entiendo. ¡Prosigue!
 
NATHAN.— Y así, de hijo en hijo, llegó finalmente el anillo a un padre que tenía tres hijos, los cuales le eran igualmente obedientes y en consecuencia no podía menos de quererlos igual a los tres. Lo que sucedía es que unas veces le parecía más digno del anillo el uno, otras el otro o bien el tercero según se encontraba a solas con él cada uno y no participaban los otros dos de los desahogos de su corazón; conque tuvo la piadosa debilidad de prometer el anillo a cada uno de ellos. Y así fueron yendo las cosas. Pero, claro, llegó la hora de la muerte, y el bueno del padre cae en perplejidad. Le duele ofender a dos de sus hijos, confiados en su palabra. ¿Qué hacer? Manda en secreto que encarguen a un artista fabricar otros dos anillos tomando como muestra el suyo, ordenando que no se repare ni en precio ni en esfuerzos para conseguirlos iguales, completamente iguales. Lo consigue el artista. Cuando le lleva los anillos, ni el padre mismo puede distinguir el original. Satisfecho y contento llama a sus hijos, aparte a cada uno; da su particular bendición a cada uno y su anillo y se muere. Estás oyendo, ¿no, Sultán?
 
SALADINO.— (Que, emocionado, se aparta de él.) ¡Oigo, oigo! Pero acaba pronto con tu fábula. ¿Queda mucho?
 
NATHAN.—Ya he acabado. Pues lo que sigue se entiende de suyo. Apenas muerto el padre, viene cada uno con su anillo y quiere ser el príncipe de la casa. Se investiga, se disputa, se demanda. Inútil; imposible demostrar cuál es el verdadero anillo; (Luego de una pausa en que espera la respuesta del SULTÁN.) casi tan indemostrable como nos resulta ser la fe verdadera.
 
SALADINO.—¿Cómo? ¿Esa sería la respuesta a la pregunta que hice?…
 
NATHAN.—Basta para disculparme el no atreverme a distinguir entre los anillos que hizo fabricar el padre con intención de que no se los distinguiera.
 
SALADINO.—¡Los anillos! ¡No juegues conmigo! Las religiones que te indiqué, bien que se las puede distinguir. ¡Hasta por el vestido, hasta por la comida y la bebida!
 
NATHAN.—Pero no precisamente por razón de sus respectivos fundamentos. Porque, ¿no se basan las tres en la historia? ¡Escrita, u oralmente transmitida, [es lo mismo]! Y la historia, ¿no hay que aceptarla acaso solamente por confianza y fe? ¿No? Bueno; pues ¿cuál es la confianza y la fe de que duda uno menos? ¿No es la de los suyos, no es la de aquéllos cuya sangre llevamos, la de aquéllos que desde nuestra infancia nos dieron pruebas de su amor y no nos engañaron nunca, más que cuando, para nosotros, resultaba saludable ser engañados? ¿Cómo es posible que crea yo a mis padres menos que tú a los tuyos? O al revés. ¿Puedo yo exigirte que desmientas las mentiras de tus antepasados para que no contradigan a las de los míos? O al revés. Lo mismo vale de los cristianos. ¿No?
 
SALADINO.—(¡Por el Sumo Viviente! Este hombre tiene razón. Callarme me toca.)
 
NATHAN.—Volvamos a nuestros anillos. Lo dicho: los hijos se querellaron y cada cual juró ante el juez haber recibido el anillo directamente de manos de su padre. ¡Cosa que era verdad! Y ello luego de haber recibido del mismo con anterioridad la promesa de gozar un día del privilegio del anillo. ¡Cosa que no era menos verdad! El padre, protestaba cada uno, no pudo haber sido falso con él; y, antes de recelar tal cosa del mismo, de padre tan querido, antes de eso, dice que no le queda más remedio que tachar de juego sucio a sus hermanos por más inclinado que esté a no creer de sus hermanos sino lo mejor y dice que quiere descubrir a los traidores y vengarse.
 
SALADINO.—Y ¿qué hizo el juez entonces? Me acucia el deseo de oír qué pones en la boca del juez. ¡Sigue!
 
NATHAN.—El juez dijo: Como no me traigáis aquí sin más dilación a vuestro padre, os expulso de mi tribunal. ¿Os habéis creído que estoy aquí para resolver acertijos? ¿O es que estáis aguardando hasta que el verdadero anillo diga esta boca es mía? Pero, ¡un momento! Me dicen que el anillo auténtico posee la fuerza maravillosa de hacer bienquisto: amado por Dios y por los hombres. ¡Sea esto lo que decida! Porque los anillos falsos no tendrán este poder en efecto. Veamos; ¿quién de vosotros es el más amado de los otros dos? Venga, ¡declaradlo! ¿Calláis? ¿Qué los anillos sólo actúan hacia atrás y no actúan hacia afuera? ¿Que cada uno de vosotros, a quien más ama es a sí mismo? ¡Oh; luego los tres sois estafadores estafados! Ninguno de los tres anillos es auténtico. Seguramente se perdió el auténtico, y el padre mandó hacer tres en vez de uno para ocultar la pérdida, para repararla.
 
SALADINO.—¡Soberbio, soberbio!
 
NATHAN.—Así pues, prosiguió el juez, si preferís mi sentencia a mi consejo, ¡marchaos! Mi consejo, empero, es éste: Tomad la cosa como os la encontráis. Cada cual recibió del padre su anillo, pues crea cada cual con seguridad que su anillo es el auténtico. Otra posibilidad cabe: ¡que no haya querido tolerar ya en adelante el padre en su propia casa, la tiranía del anillo único! Y una cosa es
segura: que os amaba a los tres, y os amaba igual, por cuanto no quiso postergar a los dos para favorecer a uno. ¡Pues bien! ¡Imite cada cual el ejemplo de su amor incorruptible libre de prejuicios! ¡Esfuércese a porfía cada uno de vosotros por manifestar la fuerza de la piedra de su anillo! ¡Venga en nuestra ayuda esa fuerza, con dulzura, con cordial tolerancia, con buen obrar, con la más íntima sumisión a Dios! Y cuando luego, en los hijos de vuestros hijos, se manifiesten hacia afuera las fuerzas de las piedras, para aquel entonces, dentro de miles de años, os cito de
nuevo ante este tribunal. Entonces se sentará en esta silla un hombre más sabio que yo, y hablará. ¡Marchaos! Esto es lo que dijo aquel juez modesto.
 
SALADINO.—¡Dios, Dios!
 
NATHAN.—Saladino, si te sientes ese hombre sabio prometido:…
 
SALADINO.— (Que se abalanza sobre él y le coge la mano que no soltará hasta el final.) ¿Yo, mero polvo? ¿Yo, pura nada? ¡Oh, Dios!
 
NATHAN.—¿Qué te pasa, Sultán?
 
SALADINO.—¡Nathan, querido Nathan! Los miles y miles de años de tu juez, no han pasado todavía. Su tribunal no es el mío. ¡Vete! ¡Vete! Pero sé amigo mío.
 

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/09/2017 a las 11:12 | Comentarios {0}





La maldad produce en las personas la alegría de la curiosidad


 

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/09/2017 a las 10:44 | Comentarios {0}


Autorretrato. Acuarela sobre papel. Agosto 2017
Autorretrato. Acuarela sobre papel. Agosto 2017
La noche se fragua y salta. Hay, en el destello de los sueños, algo de broma infinita. Cuando se descubren los primeros atisbos de luz y los ojos luchan por ignorarlos, el sueño se conforma en emociones que en la vigilia jamás se darían. ¿Por qué hoy la independencia de Cataluña me producía tal alegría cuando a mí, despierto, Cataluña y la noción de independencia me importan un rábano? Sé que esa independencia catalana soñada encubre la verdadera independencia que me desasosiega. No indago en ella. Sólo me sorprende que para limpiarla o cuando menos atemperarla, utilice como analogía a Cataluña y su independencia.
Llevo días en un estado alterado. Miro la luna creciente y sé que esa fase me produce nostalgias. No sé desde cuándo. También sé que el nombre septiembre tiene para mí eco de año nuevo y esos cambios, esa intencionalidad de rehacer la vida a partir de un determinado mes, me sugiere cierta infantilidad en mi manera de vivir. Una infantilidad que no me agrada. He vuelto a los paseos por la montaña. Todavía el paisaje es de agosto. El verano sigue con su tozudez de invierno invertido. Nilo corre, salta, persigue la pelota, la muerde, me la deja a los pies para que se la vuelva a lanzar una y otra vez. Volvemos cansados cuando la tarde cae y el sol, vencido por las rotaciones, sucumbe a la mecánica del universo. Esas horas cansadas. Ese deambular inquieto y calmado por el breve espacio de mi casa, sugiere quizá el sueño que me abordará en la noche. Demoro irme a la cama. Pienso lo que debería estar haciendo. Acaricio las orejas de Nilo dormido. Miro las fotografías que voy archivando para luego convertirlas en acuarelas. Me digo que mañana, sin falta, iré a nadar. Me viene a la cabeza la cuestión de por qué a los niños muy pequeños les gusta tanto hablar con la ñ. Y siento el paso de los días como un fluir que arrastrara demasiados desperdicios.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/09/2017 a las 12:36 | Comentarios {0}



¡Cuánto tiempo he gastado en no aprender cosas!
Santuario. William Faulkner


Es la navegación de los días. Una cadencia extraña que quizá lleve a dejarse ir. Entonces no es navegación sino deriva o ir al pairo. Alguien me contó la historia de un joven que vive navegando los mares; que salió de su ciudad con lo puesto y la idea romántica en la cabeza de ser marinero (quizá sólo en la juventud se pueda ser romántico siendo como es tantas cosas el romanticismo) y su juventud y su coraje le llevaron a conseguirlo y ahora creo que circunnavega costas del Canadá.
Navegando o al pairo, con la delicada sensación de tener entre mis manos un timón redondo, la cangreja y la mayor desplegadas, con viento de sotavento, en unas aguas negras que la quilla de mi nao rompe en espumas blanquecinas, casi grises. Puede ser que la tarde caiga. Puede también que sea el día que se levanta. El cielo está cubierto por nubes de tormenta. El frío húmedo entra hasta mis huesos. Sé que no muy lejos humea un taza de café (taza metálica, desconchada en sus bordes, esmaltada en blanco).
Si es al pairo siento las emociones de una muchacha que ha sido llevada a un prostíbulo y que va a ser vendida por primera vez. La muchacha dice ser hija de un juez. Llegó hasta ahí por la cabeza loca de un muchacho que la rondaba. La ciudad es Memphis. Los años serán los veinte del pasado siglo. La muchacha se llama Temple. Su coño va a dejar de ser un santuario (o va a empezar a serlo. A los santuarios se peregrina).
En los aires de estos primeros días de septiembre, siento la brutalidad de la vida feudal de la Rusia de mediados del siglo XIX. Dubrovski ha incendiado su hacienda y se ha convertido en bandolero. El terrateniente Kirila Petróvich encierra a invitados incautos en una habitación donde un oso hambriento los espera. Son grandes las olas de septiembre, parecen, a veces, muros que se levantaran de improviso para derrumbarse al segundo siguiente sobre la cubierta de la nao que no gobierno. El agua salada en mi boca. La tortura de la sal en mis labios. Y en esta oscuridad radiante, el temor que late en mi bajo vientre de que frente a mí, en cualquier momento, surja el leviatán que engullirá la frágil nave, tras lo cual -y en rápido descenso por un tubo digestivo que palpita- encalle en las tripas de la bestia y flote en sus ácidos gástricos que lenta e inexorablemente van royendo el casco hasta llegar a mí (materia mucho más frágil que la dura madera, con nervios que sentirán el ardor hasta el delirio; porque la madera no agoniza pero sí la carne y también los huesos).
Así voy. Deseo despertarme. Deseo vencer la gran pasión humana: la pereza y aprovechar mi tiempo con conocimientos que me llevaré a la tumba y que junto a mí quedarán por siempre enterrados. No gobierno la nave aunque sepa -desde hace demasiado tiempo- que nacer es morir. Ya estaré llegando. Ahora es la bruma. Cada cierto tiempo hago sonar la sirena y escudriño entre el humo de agua en suspensión, una luz que me advierta de un acantilado o de la proximidad de otra vida. Todo es confuso. No me importa.

 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/09/2017 a las 12:31 | Comentarios {0}


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