Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
13 de enero de 1966
En el circuito cerrado de la sangre del paciente en la cama 6 de la sala 4ª del piso 3º, la muerte ha entrado. Ese hombre va a morir y no lo sabe. El jefe de planta doctor J., nos ha prohibido a todo el personal médico y auxiliar que en ningún caso se le diga a paciente alguno que la esperanza ya no existe. Yo miro al hombre cuando le pongo la cuña y no puedo evitar pensar mientras observo, por el rabillo del ojo, el esfuerzo que comienza a hacer para defecar, que esos excrementos son sus últimos excrementos, que ese esfuerzo es de sus últimos esfuerzos y que esa vergüenza que siente por cagar en la sala, impedido como está para levantarse, y la que sentirá más tarde cuando vuelva para retirarle la cuña y limpiarle, debería gozarla porque apenas le queda tiempo para sentirla; la muerte se une en esta mañana de enero con la vida que late en mí. Sé que estoy embarazada y sé que voy a abortar. Dos muertes se unen. Me gustaría decirle al paciente de la cama 6: Escucha, amigo, tú has vivido. Estuviste paseando cogido de la mano de tu padre por algún parque; viste el mar; viste pájaros y los escuchaste cantar; además has tenido hijos que no te quieren mucho, que se sienten aburridos e incómodos cuando vienen a las horas preceptivas de visita; tuviste un trabajo; tuviste aficiones; fuiste consciente de ti; en cambio el ser que empieza a latir en mis entrañas nunca verá la faz del mundo; para él todo será mi interior; si pensara creería que es pez, se llamaría a sí mismo pez; el ser que hay en mí no caminará sobre sus piernas ni abrirá sus ojos al mundo y se sorprenderá con los payasos, no le gustarán los payasos como me gustan a mí. Así es que, paciente de la cama 6, no te quejes. Eso le diría si el jefe de planta no nos lo tuviera prohibido. Así es que al volver y recoger su cuña y asearle le hablo de que hoy tiene menos fiebre y eso suele ser una buena señal y él sonríe y me agradece que le hable y tenga la capacidad de no expresar con un gesto de asco o de náusea el olor hediondo que desprenden sus deposiciones.
A la hora del almuerzo me encuentro con Danila. Estoy fumando y miro por la ventana. Es cierto que estoy pálida. Me pregunta qué me pasa. Le digo que estoy preñada. Danila me propone hablar fuera. Acepto. Me vendrá bien hablar. Además ella puede hacerme el legrado. Mejor en casa, pienso. Cuando salimos noto a Danila sensible con mi embarazo y cuando escribo sensible quiero decir casi cursi y si no escribo cursi desde el principio es porque el adjetivo no cuadra con Danila; antes de que pueda transmitirle mi decisión me hace saber que la tendré para lo que necesite, que ella será su segunda madre si hace falta; me dice que si U. no se quiere hacer responsable de la paternidad entre nosotras sabremos criarlo; luego pone un gesto triste y se calla algo y ese algo yo no quiero saberlo en ese momento por mucho que su gesto esté pidiendo a gritos que le pregunte. Miro el reloj. Le digo que tengo que subir. Me hace ver lo casual de que me haya tocado en la sala de prenatal justo cuando me he enterado de que estoy preñada; le contesto que le he pedido a nuestra jefa el traslado y me lo ha concedido; hubiera querido añadir que nunca estaré en esa sala, que jamás tendré hijos, que detesto a esos seres indefensos, aulladores y perdidamente enamorados y temerosos de sus mayores porque recuerdo lo mucho que me imponía mi padre, lo mucho que respetaba a mi madre, a ella que no sentía el más mínimo respeto por sí misma; porque sé que fuera como fuera el recién nacido, creería a lo largo de toda su vida deberme algo y yo no podría evitar ejercer ese poder sobre él; lo haría, sí, lo haría porque hay algo rematadamente humano en esa obediencia a los papeles: primero niña, luego joven, luego adulta, luego vieja, luego muerta y cuando niña obediente, cuando joven  hembra, cuando adulta madre, cuando vieja abuela y cuando muerta difunta. Así es que he callado mis intenciones y he pensado durante un momento si sería capaz de hacerme el aborto yo misma; enfermar una semana; soportar el dolor; y también he pensado que no he pensado en U. para hacerlo, él que es médico; no he pensado en U. en ningún momento y por un instante ha sobrevolado en mi espinazo un arrebato de temor como si ese hombre pudiera convertirse del día a la noche en mi enemigo y he creído saber que los amores suelen tener esos desenlaces quizá por lo mucho que una se desnuda ante el otro.
Al volver a la sala 4ª del piso 3º me he acercado a la cama 6, el paciente tenía los ojos cerrados y espasmos en su respiración; le he puesto la mano en la frente, me he acercado a su oído y le he murmurado, Usted está a punto de morir. Si tiene algo que poner en orden hágalo. No diga que se lo he dicho, se lo negarán y a mí me buscará un problema.

Narrativa

Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/12/2014 a las 18:41 | Comentarios {0}


Me dice Fernando que ha hablado con su hermano Antonio y que él espera noticias tanto de mi madre como mías. Así es que he decido que ya que a algunas buenas gentes de este mundo les interesa nuestra historia y la añoran, vuelvo a publicarla y pido humildemente perdón por el desorden con el que quizá se muestren.



11 de enero de 1966
Indivisibles hasta cierto punto. Me he asomado esta mañana al laboratorio de microbiología. Los especialistas y sus ayudantes se afanan en sus visiones en los microscopios. El laboratorio está situado en la 4ª planta y sus ventanas dan a la parte posterior del edificio desde donde se ve un parque y más allá una vía de circunvalación y al final del horizonte unas montañas que siempre me parecen nevadas. Busco a U. Debería de estar trabajando. Me dice una de sus compañeras que está en una de las reuniones de los comisarios políticos del hospital. Me lo dice y me parece adivinar en su boca una media sonrisa. Prefiero no indagar. Podría haberme acercado a ella y haberle amenazado con partirle su boquita de piñón si no me dice de inmediato a qué ha venido esa sonrisita. No lo hago. Mientras camino por el pasillo que me conduce al ascensor pienso que esa sonrisa se puede deber a dos cosas como mínimo: una a que ella es disidente y ha sido un guiño cómplice pensando que yo también lo soy (lo cual no sería raro porque en este hospital e imagino que en todas las cafeterías, industrias, construcción, ferrocarriles, agricultura, ganadería y cualquier otra rama de la labor humana, la mayoría somos disidentes) o quizá se deba a que conoce mi relación con U. y la excusa que he puesto para preguntar por él ha sonado tan falsa como si yo acariciara la mejilla de una de las parturientas a las que me toca cuidar esta semana. Mientras camino por el pasillo –blanco, puro, como si tras cada una de las puertas que lo jalonan no se estuvieran sacando las entrañas desde lo más mínimo hasta lo más grande o se estuviera dando la noticia de un bien o un mal; puro el blanco en un lugar que es el palacio de lo impuro, de lo enfermo, de lo que provoca angustia y temor- me toco la tripa y siento que me va a bajar la regla y relaciono ese dolor con la mala leche que se me ha puesto con la sonrisita de la ayudante de laboratorio y me digo al pulsar el botón del ascensor que por fin ha llegado, que es la última vez que le dejo que lo haga sin condón o incluso llego a plantearme el tomar la píldora aunque sea enemiga declarada de los fármacos, enemiga declarada de las farmacéuticas y de todo aquello que implique en mi ratos libres una disciplina. Al abrirse las puertas del ascensor me encuentro de bruces con él; U. tira de mi brazo, me muerde con fuerza el labio inferior y me dice, ¿Dónde va mi paloma?  Bestia, le respondo y le aparto. Pero a ti te gusta, perra, me dice y me vuelve a morder y a mí me gusta. ¡Quita! le digo y esta vez soy yo la que se aparta y aprieto el botón del tercer piso y él aprieta el botón de pausa y da al de la décima planta. Aunque sea un rato, me dice y quiere acariciarme el pelo que sobresale de la cofia. Yo le doy un manotazo y le digo mientras subimos a donde ninguno de los dos vamos, No me ha bajado la regla. Como me haya quedado preñada te mato y como me entere que vas contando por ahí que estamos liados te mato otra vez. U. se queda parado; cambia su gesto, deja de sonreír. ¿Cuánto retraso tienes? Tres días. ¿Y tú eres regular? Imbécil. Vuelve a sonreír. Bueno, así durante nueve meses te podré follar como a ti te gusta. Ven aquí. Yo le he hablado desde el lado opuesto de la cabina. Es una cabina grande. Le miro a los ojos. Me excita. Me acerco. Me pego a él. Le muerdo el cuello. Me pongo de puntillas para decirle al oído, ¡Cabrón hijo de puta! Al llegar a la décima planta y abrirse las puertas, entra una pareja de ancianos.
Glosa
Viajo en el extraño invierno de mi propia desventura, no, no la de Ricardo III, que consiste en sentirme a disgusto conmigo mismo; desando y ando senderos que muy probablemente mañana no me sean gratos; cuando me hablan de la gente fuerte, que en todo ve una oportunidad no puedo evadirme del pensamiento de su llanto a solas, de su desesperación igual de fuerte, de su ansia de normalidad; viajo en el extraño invierno de mi propia desventura y me alegra de que el sol luzca y de que sea capaz de aguantar la embestida de los años y al mismo tiempo vuelo y me regodeo en esta pérdida de la vida que cimento un día y otro día; sería la escarcha; sería la belleza del vuelo del mirlo que hoy se ha escapado por las plumas del regocijo de Volga; siento en mis cabellos la flor de la ausencia; siento en mis manos la cadencia de una caricia que se aísla y se escapa sola, sin rumbo; veo en las página de Wislawa mis propias páginas y por extensión sospecho que las páginas de todos los seres humanos; porque ha de ser la fortaleza una cosa extraña como cuando surge en lo alto del bosque como construcción extraña al lugar que corona; viajo en esta mañana de diciembre: me he levantado tarde en el sentido de que mis propias responsabilidades me advierten de que me levanto tarde y tardo en despertarme y tomo el café con leche a gusto pero mirando a Volga que tiene ganas de salir; tengo frente a mí el diario de mi madre, sus días en Tirana, el desencuentro con U. y esos días duros que han de pasar las personas que aman mucho cuando se dan cuenta de que el objeto de su amor es tan sólo eso: un objeto. A medida que voy leyendo se va convirtiendo mi madre en un personaje, se aleja de mí, se va convirtiendo en papel, tan sólo papel como todo lo que me rodea es papel mojado y sé que debería estar en el día de hoy, en todos los días de mi existencia, en esta existencia que tiene como fin la soledad, acompañado, en un centro de trabajo; debería estar trabajando como mi madre que todas las mañanas se levantaba a las seis y media, se tomaba lo primero que pillaba para tener algo en el estómago, se lavaba lo que podía oler mal y salía a la calle y no volvía a su casa hasta las seis de la tarde y todo el día, todo el día se lo pasaba en un hospital, siempre con gente enferma rodeándola y encontrando en los resquicios de un tiempo que no le pertenecía –le pertenecía al Estado- el encuentro con un hombre al que no le puso nombre sino tan sólo inicial. U. que es mi padre y del que tan sólo conozco esa inicial y las duras palabras que mi madre le dedica desde el momento en que U. decide no reconocer su paternidad y abandona a mi madre en su embarazo y la denuncia como reaccionaria y envían a mi madre a una campo de reeducación y es por eso, por la denuncia de mi padre por lo que yo nazco. Escribe mi madre en un momento: “Si no me hubiera denunciado, habría abortado. En aquel momento las autoridades de Albania promovían el nacimiento de niños y en el centro de reeducación me vigilaron hasta el delirio para que no me provocase un aborto. Aún así lo intenté”. ¿Cómo se juzga? Dicen lo que saben que somos seres que no podemos evitar el juzgar de continuo las acciones de los demás y que no aceptar ese hecho es ir contra la vida; de hecho esta glosa que ahora escribo es un juzgar; toda la literatura es un juicio; todo arte es un juicio; y deduzco: una sociedad sin cánones es una sociedad condenada a la extinción; pienso Roma en sus últimas bocanadas; pienso la Edad Media y la muerte de Dios; pienso la soberanía de la mente; pienso en Oliveira una mañana cuando talábamos árboles para reconstruir el bohío que había sido devastado tras una lluvias inclementes que habían caído día tras día durante seis semanas; todo era el sonido de la lluvia contra las hojas, las ramas y la tierra amazónica; el sonido que acababa ahogando incluso nuestras propias voces hasta el punto de que Oliveira dejó de hablar para no volvernos locos, lo último que me dijo hasta que las nubes se agotaron fue, No hablemos. La lluvia lo dice todo. Fueron días y días en completo silencio, viendo cómo nuestra choza se iba cayendo a pedazos hinchados de agua y agua y agua que parecía querer llevarse por delante todo lo que los hombres habíamos hecho en este mundo que me cuesta decir que es miserable porque hay gentes fuertes que ven en todo una oportunidad y porque no puede ser que este pensamiento mío hijo de ser aborto abortado tenga la razón de su parte; Oliveira y yo, hombro con hombro, brazos y piernas con brazos y piernas, desaguábamos hora tras hora, día tras día, apenas comíamos, él se pasaba horas con los ojos cerrados, en los alto de un árbol, respirando al ritmo de la lluvia, sin aparente esfuerzo en su inmovilidad, sin aparente esfuerzo por mantener el equilibrio, sin aparente hambre o sed y nunca supe por qué de repente abría los ojos, me buscaba con la vista y con un gesto me pedía que volviéramos al tajo y nunca supe porque ese era siempre el momento justo; el momento justo para él y para mí porque solía ocurrir que cuando él abría los ojos para hacerme la seña yo solía estar a punto de derrumbarme como desde siempre recuerdo estar a punto de derrumbarme una vez cada día, una vez al menos y muchos de ellos he acabado derrumbado porque no soy fuerte, porque no tengo esa fortaleza que se puede ver en los estibadores de los grandes puertos del mundo o en las monjas católicas acarreando niños escuálidos en los inmensos suburbios de las ciudades indias o en esas mujeres que han sido violadas en cualquier guerra y mantienen ante la cámara una mirada que denota un mundo interior terrible y al mismo tiempo piadoso, un mundo lleno de una rabia que se convertiría en fuego o en devastación o en castración del hombre que la ha violado; me falta esa fortaleza de los prohombres, de Nelson Mandela en su  prisión que ha servido de guía a tantos y tantos hombres y no se quiera ver en mis palabras cierto grado de ironía, no hay gota de eso que tiene tantas caras y que intenté descubrir en un libro de Alexander Nehamas y vaya si lo descubrí; esa fortaleza digo que tenía Oliveira en su quietud subido en las ramas altas de un baobab, en la horquilla entre dos ramas gruesas, casi suspendido en ellas, casi levitado; esa fuerza de Oliveira capaz de quitar la vida sin la menor sombra de duda; porque la fuerza se opone a la duda, de alguna manera se opone a ella en la idea general que de la fuerza tenemos los hombres; cuando Oliveira se quedaba suspendido en la ramas altas de milenario árbol, suya era la fuerza; nada, ni la lluvia terrible, ni los sonidos angustiosos de todo un mundo ahogándose (porque yo en aquellos momentos de tromba creía escuchar la muerte de los millones de seres aerobios que estaban siendo anegados por las aguas, desde los insectos a los pequeños roedores y  esas alimañas que en cualquier día caluroso habría detestado; porque yo sentía una inmensa tristeza por ellas quizá egoístamente estaba viéndome reflejado en su muerte y sentía ya la angustia del ahogamiento y rogaba al cielo que dejara de una puta vez de mearnos sobre nuestros cuerpos indefensos, no recubiertos por ningún tipo de piel impermeable) parecían alterarle, él estaba allí meditando las horas, esperando el momento de actuar, sabiendo de hecho cuál era ese momento mientras yo, abajo, subido en la hamaca me devanaba los sesos pensando por qué estaba allí, qué me había llevado hasta el curso del río Amazonas, cómo era posible que la vida fuera tan miserable que ni tan siquiera te ofrecía una mínima explicación de lo que sucedía y me maldecía por esperar la seña de Oliveira para ponerme a actuar y me maldecía por pensarlo y no ponerme a ello, por no decirme, ‘Joder, ya eres mayorcito. Toma de una puta vez el hacha o el cubo o lo que coño sea y ponte a actuar’; esa fuerza que tenía milagrosamente Wislaswa y que a mí me inquietaba por esa resolución nocturna en forma de llanto y cómo las pocas veces que me acerqué a ver si se encontraba realmente mal, ella me respondía con una contundencia que no amainaba en absoluto su llanto; quiero decir, ella seguía llorando mientras su fuerza me enviaba de inmediato a la cama bajo pena de darme un bofetón que me iba a dejar incrustado en la pared; esa  resolución de levantarse aún a sabiendas que lo que espera abajo es un lodazal y un esfuerzo titánico por empujar las aguas o el tedio o el dolor fuera de los márgenes de la vida de cada cual; mantener el dolor en la frontera, dejarlo entrar cuando su empuje sea tan devastador que ni cien Hércules podrían hacerle frente y una vez que ese dolor ha entrado tener la fuerza de vivirlo, agarrarse los machos y mirarlo de frente y saber que el tiempo del sufrimiento ha llegado y respirar hondo y no parpadear, no parpadear jamás, no dejarse vencer ni por las noches eternas de Tirana ni por los diluvios inclementes de la selva.

Narrativa

Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/12/2014 a las 13:40 | Comentarios {2}


Me dice Fernando que debería dejar de publicar el diario de Wislawa.
También me dice que si quiero él puede ir escribiendo lo que de mi mente surja y que después decida si quiero o no publicarlo.
Le pregunto por qué y él me responde que es doloroso y demasiado íntimo y como escritor que es me aconseja que primero lo escriba para mí y que después tome la decisión tras haber dejado reposar un tiempo el texto.
Me comenta que si quiero seguir publicando en su blog lo haga. Me pide que lo piense.
He estado todo esta semana, desde que empezó diciembre, pensándolo y he tomado la decisión de hacerle caso. Así es que de momento dejaré de publicar en este blog y en cualquier otro las cuitas mías y de mi madre; iré ordenándolo todo en el silencio de una mesa y una luz y cuando lo tenga terminado veré si lo quemo o lo ilumino.
En todo caso muchas gracias a quienes me hayáis seguido y con la venia de Fernando quizá me asome de vez en cuando a este blog que él con tanta generosidad me ofrece.

Narrativa

Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/12/2014 a las 11:38 | Comentarios {2}


Serie de Titanotéridos. Tratamiento fotográfico de Olmo Z. (2014) a partir de fotografía del American Museum of National History
Serie de Titanotéridos. Tratamiento fotográfico de Olmo Z. (2014) a partir de fotografía del American Museum of National History
Glosa de Olmo
Los días 3, 5 y 8 de enero de 1966 los eludo de momento o para siempre.
 
9 de enero de 1966
Pronto descubrimos que nos vamos haciendo viejos. El muchacho de la cama 11 sala 1ª -Traumatología- piso 1º se da cuenta al verme mover las caderas camino de la cama 2 donde se encuentra un obrero de la construcción que no podrá volver a subirse a un andamio que le queda poco tiempo para que su vigor sexual empiece a decaer. Noto su mirada en mi culo y sin volverme le digo que no se desespere, que dentro de poco su falo será comido por los gusanos. Digo falo para darle cierto carácter científico al comentario. Desgaste de los tejidos especializados (se ha demostrado que si un cultivo de tejido sano de pollo se lleva al suero sanguíneo de un ave muy vieja, las células suspenden en el acto su división y crecimiento). División y crecimiento de las células. Me dice mi jefa que esta semana me toca en prenatal. Mujeres gordas. Hinchadas. Nerviosas. Parturientas que aguardan con terror los dolores del parto. Asustadas. Sentenciadas a que su vagina se dilate hasta el delirio. Cuando me toca en prenatal me endurezco. Ni una lágrima, digo, ni una lágrima a una muchacha -cama 12, sala 2, piso 3º- que teme por su vida y le digo, Porque sabes que entre tu vida y la del niño nos quedaremos con la del niño. ¿Cómo puedes llorar por algo que no vale nada? Vamos, vamos deja que te vea. Luego sonrío y tras el shock del comentario le digo, Vuestra vidas seguirán viviendo. Todo está bien. La histeria. La histeria a morir. Ilya Metchnikov dedujo que muchos de los fenómenos de la senectud se debían a la decadencia del intestino grueso y para combatirla decidió beber y dar de beber en abundancia kumis -leche fermentada muy apreciada por los tártaros- en la que hay una gran cantidad de microbios cuyas sustancias contrarrestan la putrefacción intestinal. No funcionó. El propio Metchnikov murió relativamente joven, a los 71 años.
El huevo fecundado de los mamíferos crece y se desarrolla en el interior del cuerpo de la hembra. En un recinto especial la hembra nutre y atiende al embrión. Factorías. Las glándulas de Cowper de U. segregan fluidos que son descargados al mismo tiempo que los espermatozoos y sirven para alimentarlos y espolearlos en su búsqueda del óvulo porque mientras los espermatozoos se encuentran en el epidídimo se muestran pasivos, como pequeños hombres aletargados, como el muchacho de la cama 11, hasta que llega una hembra y entonces empiezan a nadar, a convulsionarse hasta que se mezclan con las secreciones de las glándulas accesorias. No saben las glándulas de Cowper de U. que su alimento, su vitalidad irá al exterior de mi vientre y allí morirán esos homúnculos, restregados por mi mano, limpiados con un pañuelo o con la sábana.
El gameto hembra es mucho más respetado -fisiológicamente hablando- que el gameto macho.
No quiero ni pensar que un espermatozoo de U. haya invadido mi óvulo. Respeto por mis óvulos. Respeto sagrado por mis óvulos, le dije, se lo dije, al poco de conocernos porque el útero es un órgano en forma de pera de gruesas paredes. Caverna. Cavidad. Desconsuelo. Histeria. Prenatal. Le mato.
A la hora del aguachirri me pregunta Danila si me pasa algo. Le digo que detesto a las mujeres preñadas. Detesto las semanas que me toca en prenatal. Le digo que el café es una mierda. Le digo que tengo unas ganas locas de emborracharme. Le hablo de la kumis. Nos reímos de las ideas delirantes de los hombres en su búsqueda de la longevidad. Me pregunto por qué coño queremos vivir tanto. Me contesta Danila que si estoy a punto de tener la regla. Sonreímos otra vez. Le contesto afirmativamente a que con U. toda va muy bien.  E imagino en un bloque vagina, vejiga, ovario, oviducto, uréter, útero y recto.

Narrativa

Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/11/2014 a las 20:21 | Comentarios {0}


2 de enero de 1966
Máquina corporal. Comunidad celular. En lucha continua contra la infección y el frío. El fuego. Las inundaciones. El tráfico. La guerra. La sudoración. Glóbulos blancos de la sangre que son los basureros. La pus. En el hígado y en los pulmones hay células que filtran. ¡Qué decir del riñón! Un hombre en la cama 6 de la sala 4 del piso 3º dice que tiene fiebre. Y la tiene. Una mujer respira sin capacidad para inspirar (cama 1, sala 1, piso 5º, el piso de los moribundos). Células aliadas. Células enemigas. Nuevos ejércitos todos los días. Nuevos soldados. Ajusticiamientos. Un puño. Dos puños. Un millón de puños. Los cadáveres sirven de protección al Estado. La Gan Muralla China. La piel. Muralla y Vicio. ¿U.? El calor húmedo es más opresivo que el calor seco. Cedemos calor. Continuamente cedemos calor. ¿Por qué no tenemos pelos o plumas? Fibras vegetales tejidas. Un simple enfriamiento (enfermo de la cama 18, sala 3, piso 3º) provoca una actividad frenética de los microbios que rodean su cuerpo. La maravilla del cuerpo. Hasta en su putrefacción. La lucha de cada cuerpo por seguir vivo, por seguir generando calor. Todo lo que hacemos lo hacemos por mantener calor. Nuestro calor. La contracción de los músculo que intervienen en la respiración. Nervios. Nerviosamente la paciente de cama 1, sala 1, piso 5º, el piso de los moribundos, babea y tiembla su mano que se agarra a la almohada como si la almohada pudiera calmarla. Y no sabe y sí sabe que va a morir, seguramente antes de mañana y cuando le quito la cuña sé que es una de las últimas veces que se la quito y no siento por ella, no siento nada por su anhelo de mantener su calor, de seguir su lucha por no ser infectada más, ella que está infectada hasta los tuétanos y que ya no puede, no puede ajustar la cantidad exacta de oxígeno para que puedan seguir trabajando las células de su cuerpo. Ni la serie descargas nerviosas es ya rítmica. Ritmo. Cadencia. Ajuste. Vida. El centro respiratorio es tan sensible... ¿U.? En el quirófano 3 se ha producido un shock quirúrgico (dilatación capilar no apoyada por el corazón más desgarramiento extenso de la carne). la carne que palpita. Palpitaba. Ese cuerpo. Ya muerto en la morgue (sótano 1. Nicho 66). Mecanismo compensador anulado. Parece que la carne desgarrada segrega una substancia llamada histamina... palpitaciones... he fumado un cigarrillo mientras me tomaba un café aguado con un poco de leche en el office (planta baja. Zona de enfermería. Cocinas) y esperaba, esperaba, esperaba atento mi sistema interventor -una célula nerviosa situada en el cerebro o en la médula espinal. Las células nerviosas se diferencian de las demás en un aspecto importante: sus superficies proyectan fibras largas y delgadas de substancia viva-. No ha venido. He vuelto a mi tarea. El hombre de la cama 6 de la sala 4 del piso 3º se encuentra mejor.
Glosa
¡Qué desorden de células! ¡Qué desmadre de mujer! ¡Me encanta esta pava en este día! Siento ganas de volverme investigador. Descubrir si U. sigue vivo. Llamarlo. Verle el careto. Que me enseñe fotografías de entonces Me digo: escribir a Danila y preguntarle si conoce el nombre completo de U., si lo recuerda.

Narrativa

Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/11/2014 a las 19:40 | Comentarios {0}


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