Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Divaga
¿El Mal tiene tres patas?
Seré completo cuando la búsqueda no dañe mi esqueleto.
Me gusta el tango y el sonido del acordeón lo aguanto diez minutos (o bandoneón).
Escuché ayer las Variaciones Goldberg en el clavecín y por primera vez me gustaron tanto (o más) que las interpretadas por Glenn Gould en su piano.
La huelga del metro dejó a los centímetros sin espacio.
Vuelvo al Sur.
Subiré mi energía hacia los aladares de mi pecho y sonreiré con la belleza de la inspiración (sin sonidos, sin anhelos, sin jadeos, sin esfuerzo como cuando el nado se acompasa y el agua en su giro gira con los brazos).
La pluma verde me dará horas de abril.
Déjame soñar contigo esta noche (estamos en una extraña confabulación de órdenes. Un actor de fama mundial interpreta un papel. Hay tonos grises y azules cobalto. La luna no brilla. Ni espanta el lobo. La huella de tu media se instala en mi hombro y huele la brisa a tronco del Brasil -una mezcla de gardenia, jazmín y dondiego-).
¡Ah, sí y la bachata! Esas caderas de mujer morena que se cimbrean con un compás sincopado ¡Vuela, mi negra, y enséñame esa boca rosa que hará las delicias de mi piel!
A ritmo de tambor la vida pasa.
Y así hoy, 29 de junio, entre silbatos y madrugón la sangre se ha limpiado y no hay versos que escalden mi alma, ni sentimientos que me lancen al dolor, ni espuma que surja de la rabia, ni desolación que alcance un grado mayor que mi alegría.
Me gusta, ahora, mientras divago, moverme al ritmo de la música que escucho. Estoy en la laguna Gri-Gri de Río San Juan, en la república dominicana. El manglar está ahí. Y también una princesa taína con la que haré el amor toda la noche y cuando llegue la mañana se habrá convertido en una mujer pelirroja de blanca piel y ojos azules y al llegar la tarde será ya una barca que abre las aguas y las cierra tras de sí.
Atrás los hombros.
De frente la mirada.
Las nubes son agua.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/06/2010 a las 11:11 | Comentarios {0}


Ven, amiga
siento en mis pies una discusión de uñas
y la sangre destila un olor de azufre
Ven, querida
el alba se sostiene en los muertos
y muerde la perra los labios del feto
Ven, dulce
dicen las voces que hay que castrarme
y luego dejar que mis gónadas sequen
Ven, corazón
arde la nieve en mi heridas
y sufre mi madre una angustia penosa
Ven, cachito de cielo
a abarcar con tus heces
mi dormir despierto
Ven, cabellos süaves
a cubrir mi boca
y a curar mi espanto
Ven, alma mía
a supurar mi agonía
y deja al irte tu malestar abierto
Ven, sexto elemento
a contemplar mi sentencia
y a firmar en el libro de las condolencias
Ven, amor
a solventar a golpes el futuro
y a amasar mi hígado sin estridencias
Ven, oído mío
a serrar mis brazos en el soto
y escucha a los cuervos en su canto loco
Ven, espuma de los días
a llenar mi nariz de ortigas
y seca mis lágrimas con moho
Ven, continente
a surgir de mí
y huye ¡huye! o iré a por ti.

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/06/2010 a las 00:22 | Comentarios {0}


El día 30 de junio a las diez de la noche en La Casa Encendida de Madrid estreno la adaptación para la radio de la película El Exorcista. Es una producción de Radio Nacional de España y se emitirá por la radio.
Si estás en Madrid y quieres ir a la lectura, la entrada es libre hasta completar aforo. La adaptación la he escrito yo y también dirijo a los actores en los ensayos. Están siendo unos días intensos y hermosos. Me gusta el mundo de los ensayos.

Al mismo tiempo camino por mí en una exaltación extraña. Busco medidas y encuentro torrentes.

Lo ocurrido en los últimos 23 días es salvaje. No sé decirlo de otro modo.

Me pregunto sobre el bien y leo sobre el mal. Atiendo mis pálpitos. Me tumbo y salen recuerdos tapados hace mucho. Duermo con una profundidad extraña.

La sensibilidad a flor de piel. Los miedos antiguos.

El orden del mundo me lanza al Mal desde muchos puntos de vista y resulta que el Mal tiene tantas caras que muchas veces el Mal no es tal (o puede no serlo).

En cinco días me reencuentro con amigos de siempre. Y tiemblo en una tarde calurosa. También advierto extrañas presencias que turban mi ánimo hasta dejarme agotado (en mí mismo probablemente)

Bendigo a las gentes, las plantas y las piedras. Intento -si se quiere- volverme más espiritual.

Cinco días son sólo la mitad de los diez que se necesitan para cambiar el mundo.

La lluvia cayó ayer como tormenta.

No puedo, de momento, decir más.

Podría hablar del tiempo para terminar este escrito y seguir luego escribiendo mi novela.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/06/2010 a las 17:41 | Comentarios {0}


Leyenda (o cuento maravilloso) del Septentrión


Taxidermia 25 de César Delgado
Taxidermia 25 de César Delgado
Había hecho algo que su padre no aprobaba, aunque ya nadie recordaba lo que era. Pero su padre la había arrastrado al acantilado y la había arrojado al mar. Allí los peces se comieron su carne y le arrancaron los ojos. Mientras yacía bajo la superficie del mar, su esqueleto daba vueltas y más vueltas en medio de las corrientes.
Un día vino un pescador a pescar, bueno, en realidad, antes venían muchos pescadores a esta bahía. Pero aquel pescador se había alejado mucho del lugar donde vivía y no sabía que los pescadores de la zona procuraban no acercarse por allí, pues decían que en la cala había fantasmas.
El anzuelo del pescador se hundió en el agua y quedó prendido nada menos que en los huesos de la caja torácica de la Mujer Esqueleto. El pescador pensó: "¡He pescado uno muy gordo! ¡Uno de los más gordos!". Ya estaba calculando mentalmente cuántas personas podrían alimentarse con aquel pez tan grande, cuánto tiempo les duraría y cuánto tiempo él se podría ver libre de la ardua tarea de cazar. Mientras luchaba denodadamente con el enorme peso que colgaba del anzuelo, el mar se convirtió en una agitada espuma que hacía balancear y estremecer el kayak, pues la que se encontraba debajo estaba tratando de desengancharse. Pero, cuanto más se esforzaba, más se enredaba con el sedal. A pesar de su resistencia, fue inexorablemente arrastrada hacia arriba, remolcada por los huesos de sus propias costillas.
El cazador, que se había vuelto de espaldas para recoger la red, no vio como su calva cabeza surgía de entre las olas, no vio las minúsculas criaturas de coral brillando en las órbitas de su cráneo ni los crustáceos adheridos a sus viejos dientes de marfil. Cuando el pescador se volvió de nuevo con la red, todo el cuerpo de la mujer había aflorado a la superficie y estaba colgando del extremo del kayak, prendido por uno de sus largos dientes frontales.
¡Aaaahhhh!, gritó el hombre mientras el corazón le caía hasta las rodillas, sus ojos se hundían aterrorizados en la parte posterior de la cabeza y las orejas se le encendían de rojo ¡Aaaahhhh!, volvió a gritar, golpeándola con el remo para desengancharla de la proa y remando como un desesperado rumbo a la orilla. Como no se daba cuenta de que la mujer estaba enredada en el sedal, se pegó un susto tremendo al verla de nuevo, pues parecía que ésta se hubiera puesto de puntillas sobre el agua y lo estuviera persiguiendo. Por mucho que zigzagueara con el kayak, ella no se apartaba de su espalda, su aliento se propagaba sobre la superficie del agua en nubes de vapor y sus brazos se agitaban como si quisieran agarrarlo y hundirlo en las profundidades.
¡Aaaahhhh!, gritó el hombre con voz quejumbrosa mientras se acercaba a la orilla. Saltó del kayak con la caña de pescar y echó a correr, pero el cadáver de la Mujer Esqueleto, tan blanco como el coral, lo siguió brincando a su espalda, todavía prendido en el sedal. El hombre corrió sobre las rocas y ella lo siguió. Corrió sobre la tundra helada y ella lo siguió. Corrió sobre la carne puesta a secar y la hizo pedazos con sus botas de piel de foca.
La mujer lo seguía por todas partes e incluso había agarrado un poco de pescado helado mientras él la arrastraba en pos de sí. Y ahora estaba empezando a comérselo, pues llevaba muchísimo tiempo sin llevarse nada a la boca. Al final, el hombre llegó a su casa de hielo, se introdujo en el túnel y avanzó a gatas hacia el interior. Sollozando y jadeando permaneció tendido en la oscuridad mientras el corazón le latía en el pecho como un gigantesco tambor. Por fin estaba a salvo, sí, a salvo gracias a los dioses, gracias al Cuervo, sí, y a la misericordiosa Sedna, estaba...a salvo...por fin.
Pero, cuando encendió su lámpara de aceite de ballena, la vio allí acurrucada en un rincón sobre el suelo de nieve de su casa, con un talón sobre el hombro, una rodilla en el interior de la caja torácica y un pie sobre el codo. Más tarde el hombre no pudo explicar lo que ocurrió, quizá la luz de la lámpara suavizó las facciones de la mujer o, a lo mejor, fue porque él era un hombre solitario. El caso es que se sintió invadido por cierta compasión y lentamente alargó sus mugrientas manos y, hablando con dulzura como hubiera podido hablarle una madre a un hijo, empezó a desengancharla del sedal en el que estaba enredada.
Bueno, bueno, primero le desenredó los dedos de los pies y después los tobillos. Siguió trabajando hasta bien entrada la noche hasta que, al final, cubrió a la Mujer Esqueleto con unas pieles para que entrara en calor y le colocó los huesos en orden, tal como hubieran tenido que estar los de un ser humano.
Buscó su pedernal en el dobladillo de sus pantalones de cuero y utilizó unos cuantos cabellos suyos para encender un poco más de fuego. De vez en cuando la miraba mientras untaba con aceite la valiosa madera de su caña de pescar y enrollaba el sedal de tripa. Y ella, envuelta en pieles, no se atrevía a decir ni una sola palabra, pues temía que aquel cazador la sacara de allí, la arrojara a las rocas de abajo y le rompiera todos los huesos en pedazos.
El hombre sintió que le entraba sueño, se deslizó bajo las pieles de dormir y enseguida empezó a soñar. A veces, cuando los seres humanos duermen, se les escapa una lágrima de los ojos. No sabemos qué clase de sueño lo provoca pero sabemos que tiene que ser un sueño triste o nostálgico. Y eso fue lo que le ocurrió al hombre.
La Mujer Esqueleto vio el brillo de la lágrima bajo el resplandor del fuego y, de repente, le entró mucha sed. Se acercó a rastras al hombre dormido entre un crujir de huesos y acercó la boca a la lágrima. La solitaria lágrima fue como un río y ella bebió, bebió y bebió hasta que consiguió saciar su sed de muchos años.
Después, mientras permanecía tendida al lado del hombre, introdujo la mano en el interior del hombre dormido y le sacó el corazón, el que palpitaba tan fuerte como un tambor. Se incorporó y empezó a golpearlo por ambos lados: ¡Pom, Pom!...¡Pom,Pom!
Mientras lo golpeaba, se puso a cantar, ¡Carne, carne, carne! ¡Carne, carne, carne! Y, cuanto más cantaba, tanto más se le llenaba el cuerpo de carne. Pidió cantando que le saliera el cabello y unos buenos ojos y unas rollizas manos. Pidió cantando la hendidura de la entrepierna, y unos pechos lo bastante largos como para envolver y dar calor y todas las cosas que necesita una mujer.
Y, cuando terminó, pidió cantando que desapareciera la ropa del hombre dormido y se deslizó a su lado en la cama, piel contra piel. Devolvió el gran tambor, el corazón, a su cuerpo y así fue como ambos se despertaron, abrazados el uno al otro, enredados el uno en el otro después de pasar la noche juntos, pero ahora de otra manera, de una manera buena y perdurable.
La gente que no recuerda la razón de su mala suerte dice que la mujer y el pescador se fueron y, a partir de entonces, las criaturas que ella había conocido durante su vida bajo el agua, se encargaron de proporcionarles siempre el alimento. La gente dice que es verdad y que eso es todo lo que se sabe.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/06/2010 a las 10:48 | Comentarios {0}



Prometeo se deshace como un azucarillo en el agua
Sombras y más sombras (no son de árboles -queridos árboles- no, no lo son) vienen y bailan a su alrededor desnudas y obscenas.
Prometeo -muchos días, muchas noches- tiene un miedo que le paraliza como cuando la vista se fija en un punto de oscuridad extraordinario.
Prometeo sintió ayer el deseo de tirarse por una ventana.
La fuerza de Prometeo reside en su capacidad para resistir los embates de los monstruos (los suyos, los que él con su aparente sabiduría ha ido generando día tras día, año tras año para que le coman el hígado cada noche y se lo devuelvan aparentemente sano por la mañana, no como regalo sino para que se lo vuelvan a poder comer a la noche siguiente).
Prometeo se hunde.
Prometeo no ríe.
Prometeo tiembla.
Prometeo llora.
Prometeo no es gracioso.
Prometeo es incapaz de amar. La noche pasada hubiera querido saber, darle la espalda a la Montaña y a la Roca que ha de empujar hasta la cima, para reposar en un soto de Saúcos, Alisos y Robles junto a un hada con luz de agua y un trasgo con voz verde.
Prometeo es un farsante. Prometeo es un cobarde. Prometeo no ganará ninguna batalla. Morirá asqueado de sí mismo y ninguna persona acudirá a su entierro. Tan sólo estarán presentes el cuervo, la lombriz y un virus.

Prometeo

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/06/2010 a las 10:00 | Comentarios {0}


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